CARLOS CARNERO (*)
Sesión plenaria en el Parlamento Europeo. / REUTERS
Los primeros debates sobre el próximo Marco Financiero Plurianual de la Unión Europea (en román paladino: el techo de gasto total y por capítulos para siete años en el que se enmarcan los presupuestos anuales de la UE durante ese período) 2021-2027 empiezan de nuevo a ser presentados de forma errónea a la opinión pública tanto por los responsables políticos como por los medios de comunicación.
Una vez más, prima lo fácil frente a lo complejo, el corto plazo antes que la visión estratégica, la mirada al retrovisor de lo nacional por encima del criterio comunitario. Basta con fijarse en la palabra más utilizada al hablar sobre el Marco Financiero para darse cuenta de que estamos a punto de volver a equivocarnos: la batalla.
Las lenguas occidentales están llenas de metáforas conceptuales construidas en torno a términos guerreros. Es difícil sustraerse a esa realidad histórica. Pero en el caso de la UE convendría hacer un esfuerzo para evitar que los mensajes transmitan la falsa y simplona idea de que se abordan discusiones entre enemigos, porque los estados miembros de la Unión son todo lo contrario: socios. Y socios, además, condenados a entenderse en beneficio mutuo.
Atención: esto no es un ejercicio de “buenismo”, sino de europeísmo, que no son términos sinónimos. Europeísmo significa entender que lo común beneficia a lo individual, entre otras razones de peso, porque lo segundo es inviable sin lo primero.
Bien que lo entendió Felipe González, el pionero en aplicar una idea que ojalá estuviera presente en la mente de cuantos gobernantes de nuestro país fueron, son o serán: hacer coincidir el interés español con el interés europeo es la línea más recta hacia el éxito en la UE. La influencia de España y los fondos recibidos desde 1986 lo atestiguan de forma suficiente.
La UE es una unión de valores para garantizar derechos que se organiza como una democracia supranacional a fin de ejercer las competencias atribuidas por sus estados miembros con los recursos de los que le han provisto.
Sería estupendo que al debatir el futuro presupuestario de la UE se siguiera el orden del párrafo anterior: valores, derechos, democracia, competencias y recursos. Que se hiciera en términos de escala, sabiendo que lo comunitario aporta un plus insustituible. Y que nunca se olvidara quien debe ser el beneficiario único de lo que se decida: la ciudadanía europea.
Si, por el contrario, se empieza a escuchar continuamente la letanía de contribuyentes y receptores netos, los ricos y los pobres, los del Norte y los del Sur, y así un largo etcétera, estaremos en el camino más largo para llegar a la meta y, desde luego, en el que producirá más euroescépticos, a mayor gloria y rédito en las urnas de populistas y nacionalistas antieuropeos.
De ahí la enorme importancia del compromiso del acuerdo de coalición en Alemania para aumentar la contribución al presupuesto europeo; o de la propuesta del Parlamento Europeo de alcanzar al menos un 1’3 % del PIB comunitario en el Marco Financiero 2021-2020. Porque si hay más recursos disponibles todos los otros términos esenciales (valores, derechos, democracia, competencias) primarán más fácilmente sobre los famosos los saldos netos entre lo que se aporta al o se recibe del presupuesto de la Unión, que no incluyen los beneficios cuantitativos estructurales ni a medio y largo plazo, menos aún contabilizan las ventajas intangibles.
La UE salvó en 2017 casi todas las amenazas que se cernían contra la libertad (no lo olvidemos: la libertad), pero 2018 aún viene cargado de desafíos políticos nacionales, que empezarán a resolverse en un sentido positivo o en otro negativo en los próximos días. Lo que no pueden hacer en ningún caso los europeístas es poner piedras en su propio camino, favoreciendo los discursos que quieren debilitar o, en el extremo, destruir la Unión.
Por eso es imprescindible hacer un llamamiento a la responsabilidad de los políticos y los creadores de opinión para que el debate del Marco Financiero Plurianual no se convierta en o se presente como un todos contra todos. Porque lo que debe ser, en una coyuntura histórica de una complejidad desconocida en la historia comunitaria, es un todos por Europa con el que todos saldremos ganando. Para ello, es preciso poner primero los valores y luego los dineros. Y no, no se trata de ingenuidad, sino de puro pragmatismo.
(*) Carlos Carnero es director gerente de la Fundación Alternativas