PALOMA ROMÁN MARUGÁN (*)
Sesión plenaria en el Congreso de los Diputados.
Si hay una palabra mil veces repetida, pero poco identificada con claridad, esa podría ser ‘política’. Su utilización hasta la saturación acaba impidiendo saber con nitidez de qué se habla cuando se utiliza el término. Incluso, es más que posible, que algunas personas que la pronuncian tampoco sepan bien a lo que están aludiendo.
La experiencia que te van proporcionando los años atestigua lo expresado. Y, la verdad, es que se trata de un caso casi único. Lo habitual en las distintas actividades que tienen lugar en la sociedad es que, aun a pesar de las discrepancias que siempre existen, haya al menos el acuerdo de identificar con claridad de qué se está hablando a la hora de tratar a aquellas. Sin embargo, con la política no es así. Yendo más allá aún, otro dato que también inquieta al propio sentido común es que mientras que la mayoría de las personas sensatas procuran el silencio en aquellos temas que ignoran, en el caso de la política ocurre el fenómeno contrario, es decir aquel dicho de que ‘yo no sé nada de política, pero te voy a decir…’, y en ese momento te colocan un discurso, generalmente quieras o no, sobre su visión de lo ‘desconocido’. Y esta gesta no es frecuente por ejemplo en el campo de la astrofísica.
Por otro lado, está más o menos claro que la política es una actividad de procedimiento prácticamente universal en el tiempo y en el espacio; y que desarrolla una función socialmente valiosa, sin la que sería difícil seguir manteniendo las sociedades en las que vivimos, al menos con el aspecto que tienen. Luego, si esto es así, cómo es posible que haya tanta dificultad en definirla, y en que lleguemos a un acuerdo que nos permita, al menos, no vituperar lo ignorado.
La política está estrechamente ligada al tratamiento del conflicto humano, y desde luego es una aportación definitiva. Pero la palabra ‘conflicto’ suele evocar tensión y problemas; por todo ello, la política aparece cercana a estos escenarios, pero su presencia en ellos es una ayuda, un paliativo y una mejora, y por esa razón hay que reivindicarla.
Dando vueltas a lo perplejo del asunto, se deben ir sacando conclusiones; no hay nada como ir siguiendo el hilo, o atando cabos para buscar una explicación. En primer lugar, es evidente que la política es una actividad envuelta en intereses; y aquí es donde hay una novedad con respecto a la tónica general ya que se constata que alrededor de la política existen algunos intereses cuyo objetivo preciso es no definirla nunca; se trata de sectores que encuentran mayor utilidad al moverse en la confusión que en la claridad.
También se asiste dentro de esa ceremonia de la confusión a la utilización de sinónimos equívocos que no solo conducen a su escondite, sino también a una visión muy peyorativa que es una losa casi imposible de levantar, bastante generalizada por todo el mundo.
Pero ya está bien, hay que hacer el esfuerzo; hay que aparcar un momento los intereses propios, que a veces son simplemente el rechazo o la zancadilla al otro; hay que tener unas miras más amplias. Es cierto que la política, casi por su propia naturaleza, no puede albergar la unanimidad; pero sí puede fabricar consensos, y estos son vitales para seguir conviviendo en razonable armonía.
Toma de decisiones
Igualmente es manifiesto, y casi por su misma naturaleza, que la política es una actividad ambivalente; la posición de cada uno en la sociedad, y en las otras esferas en que esta se subdivide, marcan ineludiblemente el punto de mira y la perspectiva, pero estas circunstancias son asumibles y deben servir de base para una actuación política inteligente que trate de equilibrar posiciones a través de una toma de decisiones ajustada a cada escenario.
Se trata de un deber social: reivindicar y apoyar la creatividad política para salir de situaciones de tensión que todos conocemos; incluso algunas exageradamente prolongadas en el tiempo. Pero quizá no lleguemos a la salida política, que exige imaginación, esfuerzo y diálogo, porque o no sabemos de qué se trata, o porque si los demás no lo saben, mejor para mí; o porque unos cuantos sí andan en el juego pero otros no, o porque otra vez nos han alcanzado las siguientes elecciones; y quizá porque tampoco ha habido una pedagogía adecuada de explicación de las distintas posibilidades.
De este modo nos conducimos a una situación, casi tan confusa como la descrita, en la que los políticos no hacen política aunque adopten ese nombre; además se les conoce como decisores, aunque no toman decisión política alguna. Y ni siquiera establecen un diálogo para saber, no ya lo que pretende el antagonista, sino, muy importante, qué quieren los ciudadanos a los que administran.
Siempre se ha dicho que el valor de las cosas viene definido por la escasez; cuantas menos existencias hay de algo, más sube su valor; será por eso que la política es una actividad cara y, por tanto, no entra dentro de nuestras posibilidades.
(*) Paloma Román Marugán es profesora de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense
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