PALOMA ROMÁN MARUGÁN (*)
Dos científicas trabajan en un laboratorio. JOE GIDDENS/PA (GETTY)
Los últimos acontecimientos -porque que hay que llamarlos por ese nombre- que han ocurrido en torno a la reivindicación de la igualdad de género, y que han culminado de forma conspicua el 8 de marzo, han supuesto un impulso notable en el objetivo marcado en pos de la visibilidad de la mujer, como un paso fundamental en el camino para la igualdad. Si no se ve a las mujeres y no se les reconoce, poco se puede aspirar a homologación alguna.
No es momento de repasar los jalones de este camino en los últimos meses que han posibilitado ese impulso, desde los movimientos #Me too, Time’s Up, etc, que han coadyuvado notablemente al empeño. Pero de forma detallada, hay que detenerse en uno de esos peldaños, que seguro merece una atención aparte por su especificidad: se trata de la celebración el día 11 de febrero del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que desde hace dos años decretaron las Naciones Unidas.
Es un axioma irrebatible que la contribución de las mujeres en el ámbito científico ha sido silenciado; las mujeres científicas han sido borradas muchas veces de los mapas de su comunidad profesional, y su desaparición ha supuesto una falta de reconocimiento, y por tanto de ingratitud a millones de horas de trabajo concienzudo como el que exige el método científico y, en definitiva, de falta a la verdad, lo que nos lleva a un quebrantamiento moral grave.
La institución del 11 de febrero busca resarcir a las mujeres científicas de ese olvido doloso, y fomentar la vocación futura de otras mujeres a través del establecimiento de referentes, ya que a día de hoy se puede hablar, en ese sentido, de un campo casi yermo.
Las campañas en pro de esa visibilidad son dignas de encomio, pero llama la atención cómo ese movimiento de restitución da la impresión de dejarse parte por el camino. La clave está en la identificación casi única entre ciencia y ciencias experimentales, las conocidas como ‘duras’, aunque no es momento este para entrar en el debate de si unas y otras líneas de investigación son o no son ciencia. De entrada, es plantear un debate excluyente; las ciencias se discriminan por su objeto, comparten nombre por su método, aunque este tenga que ajustarse a aquel.
En definitiva, el slogan ‘las chicas son de ciencias’, que se ha utilizado en el requerimiento del que se viene hablando, marca de forma clara para el público en general esta señalización. Pareciese que sólo hay mujeres científicas en el campo de las ciencias de la naturaleza, pero es notorio que otras mujeres desarrollan sus investigaciones con la seriedad y el rigor propio del método científico; por tanto, también existen mujeres juristas, pedagogas, sociólogas, politólogas, geógrafas, historiadoras, economistas, antropólogas, etc.
Si hemos convenido en reivindicar la visibilidad de las mujeres en el campo de la ciencia, habrá que ser generosos y amplios de mente; esta metodología es la que nos hará conseguir nuestro objetivo común.
(*) Paloma Román Marugán en profesora de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid
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