LUIS FERNANDO MEDINA SIERRA (*)
Cola ante una oficina de empleo de Madrid. / SAMUEL SÁNCHEZ
Como los cincuentenarios siempre dan para pensar, en estos días ha habido una cosecha de reflexiones sobre los ‘eventos de Mayo’ en París de 1968. El 68 ha pasado a la historia, al menos en la percepción popular, como un año de convulsiones, e incluso de revoluciones. Los debates recientes han servido como correctivo recordándonos que, en buena medida, los cambios que se anunciaban resultaron más bien limitados. Al otro lado del mundo, en California, los estudiantes de Berkeley también lanzaron enormes protestas... en el mismo estado que había elegido a Nixon de presidente y a Reagan de gobernador. Y es así como, en el mundo aparentemente esotérico de la teoría macroeconómica, el 68 es recordado más bien por un evento muy alejado del lanzamiento de adoquines y, en cambio, más cercano al clima político de Nixon y de Reagan: el discurso presidencial de Milton Friedman ante la Asociación Americana de Economistas, posiblemente el más importante de su género en la ya centenaria historia de dicha institución.
Hasta ese momento, la ortodoxia entre macroeconomistas estaba encarnada en la ‘curva de Philips’, resultado de observaciones empíricas que venía a decir que las autoridades de política económica de un país tenían que enfrentar un dilema entre inflación y desempleo. En su breve discurso, Friedman formuló una crítica a esta visión que terminó por volverse, ella misma, una nueva ortodoxia. Según Friedman, el dilema entre inflación y desempleo era en cierto modo un espejismo de corto plazo: en la medida en que los agentes económicos adaptaran sus expectativas a la inflación, la relación entre ésta y el desempleo desaparecería. Por tanto, las autoridades económicas no deberían utilizar la política monetaria para combatir el desempleo ya que los beneficios de dicho intento serían efímeros y, en cambio, dejarían secuelas inflacionarias persistentes, crecientes e incluso, en el extremo, explosivas. Según esta visión, los mercados laborales tienen una ‘tasa natural de desempleo’ o, más exacta y cacofónicamente, una ‘tasa de desempleo no-aceleradora de la inflación’ (NAIRU en inglés). Intentos de quedar por debajo de dicha tasa aceleran el ritmo de la inflación.
Milton Friedman, no cabe duda, era un economista libertario, enemigo acérrimo de las políticas intervencionistas de signo keynesiano. Pero muchas veces la influencia de sus tesis no venía tanto de su contenido sustantivo sino del clima intelectual que se generaba en torno a ellas. Así, por ejemplo, el concepto de NAIRU no necesariamente tenía que ser entendido como una ley de hierro de corte neoliberal. Incluso un keynesiano a carta cabal como Joseph Stiglitz lo considera una guía valiosa para entender la interacción entre los fenómenos inflacionarios y el mercado laboral.
Al fin y al cabo, a la base de la NAIRU hay algunas ideas que no son controversiales. Si la demanda privada de trabajo excede a la oferta, es de esperar que los salarios competitivos suban y que, por lo menos en algunos sectores de la economía, esta alza se traduzca en aumentos en los precios, es decir, en inflación. Pero más allá de este consenso de mínimos empiezan las dudas, dudas que se han agudizado en los últimos años.
En primer lugar, aunque conceptualmente puede tener sentido pensar en que existe una tasa de desempleo consistente con un equilibrio en el mercado laboral, en la práctica las cosas son más difíciles. Siempre va a haber personas desempleadas por razones que no tienen nada que ver con la política económica. Los mercados laborales no son tan perfectos como para que todo individuo que salga hoy a buscar trabajo al salario de mercado lo encuentre inmediatamente. Por eso los economistas hablan de cierto ‘desempleo friccional’, es decir, el desempleo que se debe a la ‘fricción’ del mercado, al hecho de que pequeñas fallas en los flujos de información puedan resultar en que, por un breve lapso, algunas personas estén desempleadas.
Problemas empíricos
Pero, al igual que en física, la ‘fricción’ del mercado laboral presenta problemas empíricos porque no es un fenómeno que se pueda observar directamente. Nunca sabemos exactamente por qué alguien está desempleado de modo que nunca sabemos cuántos desempleados corresponden a la ‘tasa friccional’ y cuántos, en cambio, están desempleados como resultado de una caída en la demanda agregada. Como resultado, ha sido muy difícil tener estimativos precisos de la NAIRU. Por ejemplo, en Estados Unidos la tasa de desempleo de los últimos meses ha sido del 4%, muy por debajo de algunos de los estimativos de la NAIRU que la ubicaban en torno al 6%. Y, sin embargo, la inflación no se está acelerando.
Por otra parte, si algo ha quedado claro en los últimos años tras la crisis financiera del 2008 es que a veces el miedo a la inflación puede resultar desmedido. Históricamente los bancos centrales en economía de funcionamiento razonable han sido capaces de poner freno a brotes inflacionarios mediante alzas en tasas de interés en un tiempo relativamente rápido. De modo que, en caso de producirse la tan temida aceleración de la inflación, habría opciones de política para atajarla. Así las cosas, ¿no sería mejor abandonar los temores y, más bien, persistir en la reducción del desempleo más allá de lo que hasta ahora se ha considerado prudente?
Como el debate se está aún reabriendo, hay muchas lagunas en el estado del conocimiento. Por ejemplo, aún no está claro cuáles son los mecanismos que transmiten los costos laborales al resto de la economía, o cuáles son los determinantes estructurales del desempleo, o por qué cambia la NAIRU (que ya casi nadie considera una magnitud fija en el tiempo). Pero es un debate que es necesario seguir ya que tiene implicaciones para la política macroeconómica, en particular, para saber qué es posible esperar de ella.
(*) Luis Fernando Medina Sierra es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III de Madrid
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