Doñana o el futuro y el pasado de España en la UE

Por: | 15 de agosto de 2018

CARLOS CARNERO (*)

 

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Pedro Sánchez y Angela Merkel, en Doñana. / F. CALVO (EFE)

 

Una de las más extravagantes críticas que se han formulado este verano a la política europea del Ejecutivo español ha sido la de buscar acuerdos bilaterales con Alemania en vez de tratar de conseguirlos en el nivel comunitario. Puede que tal reproche se termine haciendo cada vez que el presidente del Gobierno se reúna con uno de sus pares importantes de la UE, lo que no haría sino ahondar en lo disparatado del reproche de la oposición.

Durante muchos años, los Gobiernos de Aznar vieron a la Unión Europea como un marco político en el que la influencia de España debía basarse en su capacidad para bloquear decisiones. De ahí su empeño en conseguir mantener el ‘peso’ de nuestro país en las instituciones comunitarias a través de sus votos en el Consejo de la UE, de forma que estuviera en condiciones aritméticas, junto con otros, de impedir que se adoptaran decisiones lesivas para los intereses nacionales.    

Esa concepción partía de situar a Alemania y a Francia como competidores objetivos de España, una suerte de amigos/enemigos de los que había que recelar casi por principio. De esa forma, nuestro país se convirtió en un actor incómodo en la UE, siempre dispuesto a decir que no en lugar de defender sus intereses en positivo –como sí había hecho Felipe González-,  haciéndolos coincidir con los de la Unión. Solo de esa segunda manera, por ejemplo, fue posible poner en marcha las políticas de cohesión, la euromediterránea y la eurolatinoamericana.

El punto culminante de la política europea del aznarismo fue el intento de división de la UE con la ‘Carta de los Ocho’ con motivo de la Guerra de Irak, que no solo fracasó, sino que dejó muy tocada a España en la UE hasta el retorno del PSOE al Gobierno en 2004.

¿Significa la crítica del PP a la cumbre Merkel-Sánchez en Doñana una vuelta de la derecha española a su desconfianza hacia Alemania y Francia? ¿Volverá a decir lo mismo cuando el presidente del Gobierno español se reúna con Macron? ¿Hasta qué punto la evidente satisfacción de Aznar con la elección de Pablo Casado puede empezar a sentirse en la política europea del primer partido de la oposición?

El tiempo va a responder a esas preguntas, pero convendría advertir de algunas cuestiones relevantes si las respuestas a los mismos son afirmativas –lo que sería algo más que preocupante-.

La primera es que buscar aliados en la UE de hoy en día más allá de Berlín y París es necesario y positivo siempre y cuando sea para sumar a una alianza proactiva entre Alemania, Francia y España, nítidamente beneficiosa para nuestro país y que, afortunadamente, ha sido restablecida con celeridad tras la llegada de Sánchez a la Moncloa. Lo que sería un despropósito es buscar coincidencias con gobiernos que poco tienen que ver con una concepción europeísta de las cosas, idea que es difícil alejar de las intenciones de la derecha española a la vista del inquietante discurso de su nuevo líder sobre las migraciones y el asilo.

La segunda es que la única forma de conseguir que la UE siga profundizando su integración, adopte políticas eficaces frente a los complejos problemas que tiene que resolver y resista el desafío populista que anida en demasiados de sus gobiernos nacionales es fortalecer la confluencia entre  Berlín, París y Madrid. Sea para aprobar decisiones en el Consejo y el Parlamento Europeo, poner en marcha cooperaciones reforzadas o incluso promover reformas de índole constitucional (o sea, del Tratado en vigor), ese trío es imprescindible para conformar alianzas más amplias. Y no digamos, por cierto, para que el próximo Marco Financiero Plurianual sea lo mejor posible para España.

En concreto, y volviendo a la curiosa crítica al encuentro de Doñana, quien la hace debería ser consciente de que no habrá soluciones europeas al reto migratorio sin Alemania ni Francia y su poder político y financiero, es decir, tratando de empezar la casa por el tejado. Europa vive momentos de incertidumbre de los que, como siempre, puede salir avanzando.

Más de cien circunscripciones que registraron una mayoría a favor del Brexit han cambiado de opinión, según un serio estudio publicado por The Observer, lo que podría influir en el voto final de los Comunes y variar la postura de Corbyn contra un replanteamiento del abandono de la UE por el Reino Unido. El propio Erdogan está comprobando la soledad de tener que enfrentarse a Trump al mismo tiempo que ha debilitado sus lazos con Bruselas. ¿Por qué traigo a colación estos casos?

Porque la fuerza de la Europa que protege –en definición de Macron- puede sentirse con fuerza dentro y fuera de la UE en una coyuntura complicada a poco que los grandes países europeístas, como Alemania, Francia y España, sean capaces de acertar en los próximos meses, construyendo una hegemonía ante el grupo euroescéptico que ha ido creciendo en tamaño y audacia  (o demagogia, como se prefiera) en los últimos tiempos. Si lo consiguen, las elecciones al Parlamento Europeo de 2019 serán un éxito porque la ciudadanía tendrá un punto de referencia para votar de forma progresista frente a los falsos y peligrosos reclamos del populismo y el antieuropeísmo.

En ese marco, la reunión Merkel-Sánchez se dirige hacia el futuro más próximo. Y las críticas de la oposición a la misma, hacia el pasado.

 

(*) Carlos Carnero es director gerente de la Fundación Alternativas y ex eurodiputado

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