Una de las peores cosas que podrían ocurrirte en esta vida es que estés muriéndote y lo último que veas sea el programa Mujeres, hombres y viceversa, de Tele 5. Un espacio que infravalora y trivializa el diálogo, la comprensión, la empatía y la inteligencia de las personas, signo de cómo se perpetua la decadencia más absoluta, basada principalmente en las audiencias.
Mi prima Lola estuvo ingresada durante unos meses con una afección pulmonar crónica. Compartía la habitación con otra paciente. Cuando íbamos a visitarla, teníamos que pedir que bajasen el volumen para poder hablar con ella. Lola nos miraba entre incrédula y estupefacta. Por suerte, nunca supo que aquellos alaridos catódicos eran los últimos que iba a escuchar en su vida, ni mucho menos pudo imaginarse que pretendiendo hacerle un bien, su doctor la cambiaría de habitación para colocarla junto a su marido, también enfermo en la misma planta. Siempre he creído que aquella decisión fue su tiro de gracia. Al cabo de una semana (llevaban 25 años juntos) entró en coma.
Cuando regresaba del hospital no podía dejar de pensar que aquella situación de incomunicación en la que vivieron los últimos años, fue debido -entre otros factores- a que las cosas han cambiado algo. El sistema patriarcal ha encontrado cada vez más resistencia y ha hecho que los privilegios para muchos hombres se desmoronen. No ha habido mutación o metamorfosis de la especie humana, sino evolución. Ante todo, cambio de valores, fruto de una lucha consciente de miles de mujeres por sus derechos. Durante los últimos años Lola alzó su voz, no se sintió una mujer suficientemente querida y valorada y esa insumisión hizo el camino de su matrimonio -ya de por si complicado- menos creativo y feliz.
Llevaba la insatisfacción y tristeza silente como una traje del que solo se desprendía cuando estaba junto a sus amigas. En su interior refulgía lo que la conocida psicóloga feminista Betty Friedan denominó "el malestar que no tiene nombre". Ese hombre y esa mujer enclaustrados en su matrimonio terminaron por asfixiarse como peces fuera del agua. Los pretextos que se dieron para continuar juntos no hicieron otra cosa que hacerles reventar de soledad. La invulnerabilidad no existe para nadie. Caer era solo cuestión de tiempo.