Siempre me ha sorprendido la tranquilidad de aquellos que dicen pasar de la política, o que presumen de ser de centro. ¿Cómo se las arreglan para vivir felizmente? ¿Es capaz esta gente de comprender que la educación, la vivienda, el transporte, el precio del pan, los medicamentos o los servicios sociales dependen de las decisiones políticas? ¿Qué es por tanto ser apolítico? ¿Cómo pueden serlo? ¡Hasta en la cama hacemos política!.
Podría valernos el mismo ejemplo. ¿Qué pasa con nuestros cuerpos cuando por aburrimiento, cansancio o complejos pensamos que la libido se recupera sin esfuerzo? ¿Qué ocurre cuando renunciamos? Sucede lo mismo con nuestro compromiso con la democracia real. La democracia no se impone ni se otorga. No se construye desde arriba, sino desde abajo, con la participación de todos nosotros y nosotras. Sin embargo, si nos abandonamos ante los acontecimientos, ¿qué nos espera?
Quizás la causa a tanta alma cándida y apolítica se deba a que esta gente no tiene conocimiento de la realidad, requisito imprescindible para poder transformarla. O peor aún, a lo mejor es que nunca han sufrido lo suficiente como para tener que replantearse su propia existencia. Supongo que si todo te va razonablemente bien (o eso crees) y estás satisfecho con el sistema no hay necesidad de replantearte nada. Este comportamiento podría llegar a entenderse en el caso de aquellos que forman parte del establishment. Sin embargo, ¿Cómo es posible que un segmento importante de la ciudadanía tenga el mismo comportamiento y sensibilidad que los que conforman el poder? ¿Cómo es posible que parte de los que han sufrido los recortes (la mayoría de nosotros) sea tan respetuoso con los responsables? ¿Somos conscientes de las consecuencias que dichas medidas pueden llegar a tener sobre nuestras vidas?
El otro día fui a casa de mi madre sin avisar. Llamé un par de veces a la puerta y luego al móvil. Al no contestarme, abrí con mis llaves. Uno siempre tiene miedo de que la gente mayor (tiene 83 años) y que vive sola, sufra algún tipo de accidente. Lo primero que hago siempre que voy a verla es dirigirme a la terraza donde suele estar cuidando sus plantas. Normalmente está allí con sus guantes y las tijeras de podar que me regaló mi amiga Carmela, arreglando el jardín con el mismo mimo que lo hizo durante treinta años con sus alumnos.