En este mismo blog he hablado -en más de una ocasión- de mi hermana pequeña. No insistiré sobre su situación y lo que ha representado su discapacidad para ella y para el resto de la familia. Sin embargo, no puedo dejar de pensar (y decir) que todos somos producto de aquello que nos ha conformado durante los primeros años, pero -sobre todo- de aquello que hemos decidido asumir, o de lo que necesitamos escapar. A los que se pasan la vida eludiendo responsabilidades, me gustaría recordarles que es muchísimo peor vivir luego con el peso de la conciencia. Es curioso comprobar la capacidad que tenemos de mentirnos a nosotros mismos. La mayoría presumimos de vivir en la verdad, hasta que una situación límite nos enfrenta a nuestro auténtico yo o al del resto. Ningún ser humano quiere estar cerca de la verdad. A nadie le gustan las cosas que amenazan ruina.
Nos han mentido prácticamente en todo. Nos deberían haber explicado que las ataduras de la infancia son extremadamente difíciles de desanudar. Esos fantasmas de antaño nos persiguen eternamente. Son aquellos que hemos ido abandonado a lo largo del camino cuando más nos necesitaban. Sin poder evitarlo nos quedamos con esa dolorosa sensación de vacío y de arrepentimiento que nos persigue a lo largo del tiempo. Estos espíritus, que por cierto carecen de delicadeza, aparecen de golpe cuando menos te lo esperas. Insisto, todo depende del grado de bondad y conciencia que una persona tenga. Carecer de ella es muy peligroso, pero tenerla... mucho más. Ya lo señalaba Cioran de forma brillante: “La conciencia como fatalidad”. En definitiva, somos nuestra cultura (entiendo que sensibilidad) antes de pensarla.
Charles Laugthon en la versión cinematográfica del "Fantasma de Canterville" de Jules Dassin
Lo más aconsejable sería apropiarnos del dolor y hacer algo creativo con nuestro sufrimiento. La esencia de la grandeza radica en la capacidad de optar por la propia realización personal en circunstancias en que otras optarían por la locura o la derrota. Cierto es que en muchos casos un espíritu creativo, tampoco asegura la felicidad, al contrario. Entonces, ¿Por dónde empezamos? ¿Qué hacemos? ¿Qué camino es el más adecuado? ¿Vivimos pendientes sólo de nuestras necesidades? ¿Dónde está el límite? ¿Se debe vivir la vida de los demás por encima de la propia, sabiendo que nadie te devolverá los años, nadie te entregará otra vez a ti mismo? Quizás estamos desgarrados por dos proyectos incompatibles: ser felices o ser buenos.