El sistema nos bombardea a todas horas y desde todos los frentes posibles con la idea del éxito. “Ser” significa ya muy poca cosa, de lo que se trata ahora es de “tener”. Somos básicamente lo que producimos y consumimos.
No puedo dejar de pensar que buena parte de los males de nuestra época se deben al hecho de que hay mucha gente que está dispuesta a obedecer, sin plantearse siquiera si aquellos a los que obedece la están utilizando. El ser humano necesita conocer y disfrutar conociendo para poder decidir. Es justo lo contrario de lo que nos está pasando. Sometidos a nuestros trabajos y obligaciones, han conseguido que no tengamos tiempo ni para plantearnos por dónde empezar a consolidar nuestra existencia.
Nueva Delhi-Josep Giralt
No estamos trabajando para “crecer”, estamos sobreviviendo para producir. Y eso, quienes tenemos la inmensa suerte de contar con un salario. Sin embargo, y pese a la supuesta recuperación económica, cada día hay más personas viviendo con mensualidades míseras, e incluso sin recibir retribución alguna a cambio. De estas últimas la mayoría trabaja con la esperanza de que algún día cambie su suerte, y lleguen a ser contratadas por la entidad que les está exprimiendo.
¿Cómo alguien puede justificar un sistema que es incapaz de proteger a su ciudadanía? Según el último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), de julio de 2014, unos 1.500 millones de personas, un tercio de la población global, viven en situación de pobreza en todo el mundo o están bajo riesgo de padecerla. Según datos de la Alianza Española contra la pobreza, “85 personas manejan la misma riqueza que 3.500 millones”. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo un porcentaje tan inferior de ricos ha conseguido silenciar las necesidades de millones de personas?