Amores Imaginarios

Sobre el blog

El componente humano primordial debería ser el del reconocimiento del otro. Sin los demás no podríamos existir. Por lo tanto, disfrutemos de “otros mundos” y que esa diferencia –en vez de aislarnos- sea el camino para conseguir un mundo más justo, menos convencional y más libre. En este blog rendimos homenaje a algunas de las más significativas creaciones humanas que han marcado nuestra existencia: libros, películas, autores, canciones, etc. y que han estimulado nuestra (mi) necesidad de pensar, sentir y gozar. Al mismo tiempo, es un espacio que indaga sobre la realidad humana e intenta contribuir a la reflexión y al aprendizaje.

Sobre el autor

Josep Giralt Josep Giralt. Trabajó en Canal Plus, en el Congreso de los Diputados y como fotoperiodista en América Latina, África y Asia. Coautor del libro Sentir Etiopía, (RBA), compatibiliza su trabajo como periodista en una Fundación con el de colaborador en tertulias de actualidad en Ràdio Barcelona-Cadena Ser. Anteriormente dirigió durante cuatro años el espacio Películas incómodas en Com Ràdio. Ha publicado artículos y entrevistas en El País, Avui, y El Mundo, entre otros. Su frase: "No sirvo ni para seguir ni para conducir", de Nietzsche; su película: Rocco y sus hermanos, de Visconti. Sus libros: Los ensayos, de Montaigne y Conversaciones, de Cioran.

La verdad profunda

Por: | 22 de marzo de 2015

Hace un par de semanas amanecí retorciéndome de dolor y completamente débil. Conseguí coger un taxi, pero al llegar al vestíbulo del hospital me derrumbé en el suelo como si me hubiese disparado de golpe el marine francotirador de Clint Eastwood. Al faltarme el aire, creí que se trataba de un infarto. Finalmente fue una gastroenteritis aguda, que me dejó igual de exhausto que si hubiese recorrido la maratón de Nueva York a pata coja. No fue nada grave, pero al despertar, estirado en una camilla y “recolocado” en fila india con otros pacientes, -sin más compañía que mi ropa en una bolsa de basura-, me di cuenta de que la vida debería ser otra cosa. Antes de caer, pude apreciar el recelo que provocaba mi lamentable estado. Sospecho que la gente pensó que llevaba encima una cogorza monumental al estilo Reina Madre de Inglaterra, o que simplemente me quedaban dos días.

Niña india

Anantapur- Josep Giralt

No hay nada más instructivo que encontrarte al límite para conocer la verdadera naturaleza humana. Solo había transcurrido un instante y ya era un simple número más. Me quedé en aquel frío corredor durante horas, esperando entre cientos de enfermos que la saturada sanidad pública me devolviese a mi estado natural. El sistema, responsable de su saturación, promueve sin cansancio la sanidad privada. En habitaciones individuales y asépticas es más fácil disfrazar y obviar la realidad. Es por la misma razón por la que los poderosos no cogen el metro, salvo en período electoral. Vivir de espaldas a la evidencia de la enfermedad, al dolor ajeno y a la miseria, nos hace creer que permaneceremos eternamente protegidos dentro de una burbuja. Aunque se trate simplemente de una mera ilusión. Las estadísticas señalan que en los barrios ricos se vive mejor y más años que en la periferia. En definitiva, la realidad  del sistema señala que tener dinero proporciona un pasaje a un futuro más cómodo y duradero. Lo que luego se haga con ese dinero y la vida, ya es otro debate.

Sería muy instructivo ponerse al otro lado de la barrera y conocer  lo que se siente cuando te sabes temido o excluido. Percibir por un momento cómo duele nuestra presencia, como incómoda. ¿Qué ocurriría con nuestra seguridad?, ¿Con nuestras certezas? ¿Es posible progresar cuando has sentido desde siempre que no importas a nadie? Hay casos excepcionales de personas que han conseguido sobrevivir en circunstancias terriblemente adversas, ¿pero cuántas otras no habrán sucumbido en el anonimato más cruel, sin que ni siquiera hayan sido contempladas en las estadísticas más fiables?  

Roto 2

Uno tiende a creer que la identidad de las personas está formada por un compartimento único. Nada más alejado de la realidad. Somos producto de todos los elementos que nos han configurado a lo largo de nuestra vida. Dentro de nuestra aparente simplicidad, somos terriblemente complejos y contradictorios. Tras la caída, y sintiéndome terriblemente pequeño en aquella camilla, de golpe advertí que pasaba frente a mi, en una silla de ruedas, el indigente que hace más de una década veo deambular frente a casa de mi madre. Durante todos estos años, no ha dejado ni por una sola vez de pedirle dinero. Siempre dice que con un simple euro le basta. Instintivamente cambié de lado para que no me reconociese. En aquella posición permanecí hasta que desapareció tras unos biombos blancos. Mi reacción me hizo sentir terriblemente miserable, todavía mucho más pequeño.

No se trata de caridad cristiana, ni de algo tan políticamente correcto como la compasión. Sino de humanidad y empatía. ¿Quién soy yo para girarle la cara a otro ser humano? ¿Por qué ese rechazo? Nunca he pensado que yo fuese mejor que él, apenas le conozco. Todo y que ha formado parte de mi paisaje durante muchísimo tiempo. En realidad, mi conducta fue de desconfianza, hostilidad e incomprensión. La postura habitual de un nihilista pequeñoburgués.

A pesar de considerarme un tipo de ideas progresistas y comprometido en la lucha por un mundo más justo, de repente aquella circunstancia hizo que se tambalearan parte de mis cimientos. No solo fue la conducta del hospital la que me preocupaba, sino la que había tenido frente a él durante años. ¿Qué es exactamente lo que me incomodaba de su presencia? ¿Porqué a veces, obligo a mi madre a cruzar por otra esquina cuando siento que la persigue? ¿Qué conducta o palabras tendría que decirle para que comprenda que se trata de una simple pensionista?  ¿He dejado por un momento de pensar en mis circunstancias, para ponerme en las suyas?

Rebaño

19 junio 2011- Josep Giralt

Razonar es antes que nada dudar. He llegado a la conclusión de que su realidad me duele. Independientemente de que me incomode que persiga a mi madre. Es indudable que ella tiene una pensión, familia y un techo. También me doy cuenta, y esto no exime mi culpa, de que la saturación de problemas propios, a veces me incapacita para enfrentarme a otros. Por el contario, mi madre no ha dejado jamás de comprarle su revista. La mayoría de las mujeres de su generación pueden con lo propio y lo ajeno. ¿Hasta dónde habrían llegado si las hubiesen permitido volar solas? ¿Cómo sería hoy el mundo y nosotros mismos, si no hubiesen tenido sobre sus espaldas el peso de los anacronismos y convencionalismos más estériles?

Nada de lo que es humano, deberíamos sernos ajeno. A estas alturas de la escalada de quebrantos, uno se pregunta qué bloqueo mental o emocional nos ha llevado hasta aquí. La pobreza y las amargas caras del hambre, el incremento de los desequilibrios sociales apenas aportan grandes novedades morbosas todos los días y resbalan sobre nuestras coincidencias. La saturación no debería diluir nuestras emociones.  ¿Cómo es posible que haya olvidado la mirada de lástima que sentía sobre mis espaldas, cuando de pequeño paseaba por el barrio a mi hermana con parálisis cerebral? Siendo distinto, estoy convencido de que más de uno, cruzó la calle para no enfrentarse a una realidad tan dolorosa como la que nosotros representábamos. Éramos la evidencia de que a cualquiera le podía pasar lo mismo. Y ahí esta la clave. En el fondo todos tenemos miedo. 

La triste verdad es que el miedo es un arma de doble filo. Porque el acto de ignorar o de infligir dolor a otros indudablemente degrada y corrompe a quien lo perpetra. Además, quienes sufren el dolor no salen ilesos de este desprecio. La verdadera consecuencia de la insensibilidad y brutalidad que mostramos frente a la realidad ajena, es que crea una sucesión de acciones y reacciones que hacen que la brecha que nos separa todavía sea mucho más honda.

El roto

El peor de los errores sería convertirnos en seres vegetales. Alienados y sin capacidad crítica.  No podemos ser cómplices de esta regresión insostenible. Tal y como señala Zygmunt Bauman:  “Aún a contraviento, en condiciones adversas, debemos cavar los nuevos surcos y sembrar las semillas para contribuir a cosechar otros frutos que no sean los del sistema-tan amargos-que un día aciago decidió orientar su rumbo con la referencia exclusiva de los mercados, y desechar la justicia social la igualdad y la solidaridad.

Recuerdo un día, que salíamos de una entrevista y yo iba al lado de Anna Ferrer, presidenta de la Fundación Vicente Ferrer. Se nos acercó una mujer e insistió en que le diésemos alguna cosa. No tuve tiempo de reaccionar, cuando Anna ya le había dado unas monedas. Pensé en mi madre y en el indigente de la calle Secretario Coloma. Eso fue bastante antes de encontrámelo en el hospital. Anna me miró y sin darle más importancia me dijo: “Vicente  siempre decía que no existe otra posibilidad en el mundo que preocuparse por los demás y por el injusto orden del mundo del que formamos parte”.

Indignados

Mensajes de la sociedad civil para cambiar el mundo. Plaça Catalunya Junio 2011

Para mí,  lo verdaderamente importante es saber si nuestra preocupación por los demás, es impostada o sale del fondo de cada persona. Hay solo una cosa que importe, la “verdad profunda”, nuestra verdadera esencia. Cada día admiro más aquellos que han tenido la fuerza, a pesar de sus propias circunstancias y del peso innegable de la vida, de apostar por los demás. No desde lo políticamente correcto, o desde la impostura, sino desde la más absoluta sinceridad. Aunque exista una parte filantrópica que pueda alimentar el ego, no me importa. O nos involucramos activamente, o dejaremos de existir. El compromiso es con la verdad, la independencia y la sociedad. Y con la propia conciencia.

 

 

La inocencia muere cada amanecer

Por: | 07 de marzo de 2015

Día internacional de la reclamación de los derechos de las mujeres. Un día de reflexión para meditar. Día de la mujer trabajadora dedicado a aquellas que no lo tienen, a las que lo pierden por querer ser madres, a las que se les niega por ser mujer, a las que lo realizan sin cobrar por él, y las que lo llevan a cabo clandestinamente, a la vista de todos.

Autora invitada: Anna Giralt Álvarez

  

Recursos Humanos

Girona, marzo de 2015.

La Directora responsable de Recursos Humanos puso su mano sobre el hombro de la trabajadora a la que le acababa de comentar su recolocación, en un puesto de inferior categoría al que estaba ocupando. Como peones sobre un tablero, sin ninguna capacidad de decisión sobre su carrera profesional, las personas debían resignarse a los cambios que les imponían. ¿Las más vulnerables? Las madres con hijos.

-       No hay más que hablar, si no te parece bien, siempre tenemos otras opciones, ¿lo entiendes?

 

Malawi, marzo de 2015.

La Responsable de Recursos Humanos de su área le señaló la silla con un rápido gesto. La trabajadora subía de la planta sótano, sección de tintes, dónde la temperatura alcanzaba los 40ª, así que agradeció aquella oportunidad. El aire del ventilador le hinchó la túnica y le recorrió el cuerpo en una caricia de frescor y alivio.

-       Nos hemos enterado de que estas embarazada. Cómo sabes bien, y se te dijo cuándo té contratamos, esta empresa no contempla bajas por maternidad. En este sobre tienes la cantidad que te corresponde hasta la fecha.

 

Mlawi 2
Josep Giralt

 

En el suelo, detrás de la puerta

Él tenía una reunión muy importante. No, no podía quedarse en casa mientras ella iba a entregar un trabajo a la Universidad. Imposible, lo siento. Ella se dejó caer hacia delante en cuanto se cerró la puerta, y luego resbaló con todo el peso del cuerpo hasta llegar al suelo. Permaneció allí, inmóvil, sintiendo una lámina de frio entrando por debajo desde el exterior. Las niñas aún dormían, las dos con fiebre habían tosido constantemente durante toda la noche. El silencio se congeló a su alrededor y la devoró entera, con todo el hogar acompañándola. Él tenía trabajo, ella no. Él había seguido estudiando después de casarse, ella marcaba páginas de apuntes con gotas de lágrimas. El abismo entre la realidad de él y la de ella quedó dibujado en una brecha voraz, invisible, después de aquel primer terremoto doméstico. De repente, la fase de centrifugado de la lavadora impuso sonoramente su realidad. Sin moverse, sintió como emergía un escozor en los ojos y en seguida toda la tristeza acumulada le descendió por el rostro. Lloró desde el final del ciclo del lavado, sin atender a la persistente señal acústica, hasta que una de las niñas se despertó llamándola. ¡¡Mamá!! Era una mujer afortunada, se había casado, había tenido dos hijas y vivía en una casa  propiedad de sus suegros. El futuro, que la había estado mirando desde la ventana, agitó sus alas y se marchó. Volvería, pero cuando lo hiciera, habrían pasado diez años.

El-roto-feminista

 

La inocencia muere cada amanecer

Él suyo era un trabajo realizado en la clandestinidad a la vista de todo el mundo. Empezaba por la mañana y terminaba muy tarde por la noche, siete días de todas las semanas, todos los días del mes. Incluidos los de sangre menstrual y aquellos en que se recuperaba de algún cliente especialmente violento.

Cerrando los ojos se va directamente a la calle donde creció, donde le han dicho que la espera su madre. Lo peor que le pasó el día que llegó, no fueron los golpes, su indefensión, ni la rabia ni la impotencia de verse atrapada en la red de prostitución. Fue que supieran el nombre de su madre, Maria Rosa. Que le describieran la casa en que vivía, la fábrica donde trabajaba. Y los detalles, las horas de salida, el recorrido, hasta la ropa con que se vestía. Ayer llevaba una camiseta rosa y unos pantalones, tejanos. Desde que su hija Elisa fue “desaparecida”, lleva siempre gafas de sol. Las noches se han roto para las dos, se lloran mutuamente en la oscuridad. La madre duerme en su habitación, en la cama individual sobre la colcha que cosieron juntas, abrazada al cojín que le regaló en el último aniversario, catorce años. El día transcurre cómo puede, por un pedregal de soledades y derrotas. Tiene un trayecto definido, constante, visita los despachos oficiales, llama a las puertas, insiste, no se cansa aunque antes de entrar sabe las respuestas. Teme perder el trabajo, por eso las compañeras la han ayudado y ha podido cambiar su turno.

La solidaridad es un crisol de afectos, de gestos y señales, ha aprendido que las personas tienen muchas maneras de comunicarse. Alguien deja flores en la esquina dónde se llevaron a su hija, a cuatro calles de la escuela. A plena luz del día. Una niña tan bonita, con una melena oscura, de azabache, y una mirada llena de sueños. Es la noche lo que teme, por eso se acuesta en la cama de su hija y se abraza a los recuerdos. Es cuando duermen que se encuentran. Que salen juntas, de la mano, como cuando su pequeña lo era aún más, y a veces se le escapaba. Van al Centro, miran tiendas, y regresan subiendo por la cuesta por dónde ella espera verla subir. Por dónde Elisa camina invisible todas las noches. Es imposible aceptar la nueva vida que tienen, ninguna de las dos es capaz de imaginar que no vuelvan a verse. Las separa una distancia que podría recorrerse caminando. Tráfico de personas, lucrativo negocio de alta rentabilidad económica, el desplazamiento de seres humanos que son arrancados de sus vidas para que sus cuerpos sean explotados como campos de trabajo. Compartiendo el mismo espacio geográfico y las mismas horas, el lugar y el tiempo son dimensiones distintas. Maria Rosa recorre, pregunta, insiste. Elisa lo sabe, lo siente, la conoce. Vuelve una y otra vez a su regazo.

Para no perder pie y caer aún más al fondo de ese abismo en el que está, recrea los detalles de su vida, son las ramas a las que se sujeta. ¿Hasta donde alcanza la memoria? Poniendo a prueba la fuerza de las raíces, llega a los brazos de su abuela, el olor de su infancia y el color azul que la envolvía. Repasa y retiene todos los detalles, así fue, así era, así debería volver a ser. Tiene tanto tiempo, mientras está mirando al techo o con el rostro hundido en el cojín, que viaja a todos los rincones de lo que tuvo.

Incluso recrea en silencio alguna discusión con su madre. No te enfades, Mamá, perdóname.  Oye su voz, escucha sus reproches, ahora como si fueran una caricia. Juntando todas las partes de su alma esparcidas por la habitación consigue ponerse en pie, aunque esté echada. La valentía con que su madre salvaba las dificultades es el ejemplo que quiere seguir, el modelo que la sujeta. Allí encuentra la fuerza que a veces le falta. Elisa vive para poder volver a casa algún día. Entre la cama donde trabaja en beneficio de otros y la puerta, hay muchas personas. Muchos hombres, alguna mujer.

Hay muchos intereses, mucho dinero y toda la maldad. Tenemos la suerte de estar al otro lado, pero sabemos dónde está el edificio y vemos la escalera. Brillan los neones que señalan dónde se realiza un trabajo clandestino. Tiene un precio. ¿Quién lo paga?, ¿Cuánto vale la inocencia que muere cada amanecer?

 

     Ventana

 

Anna Giralt Álvarez es licenciada en Derecho por la Universidad de Barcelona, especializada en Derecho Internacional Humanitario. Cursos en la Universitat Oberta de Catalunya, en el Instituto Internacional de Derecho Humanitario de San Remo y el Instituto Universitario Gutiérrez Mellado de Madrid. En septiembre de 2014 presentó una comunicación en el primer Congreso de Estudios Militares con el título de "El ataque a la población civil como arma de guerra: la violencia sexual". Tiene dos hijas y es abuela. Su pasión, el cariño de la gente que tiene alrededor, su familia, y amigas y amigos. 

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