Hay niveles incluso en la impostura. Es prácticamente imposible encontrar un ser humano sin personalidad poliédrica. Sin una doble capa. La mayoría nos pasamos la vida sin saber quiénes somos o lo que podríamos llegar a ser. Sin embargo, hay dos tipos muy diferenciados de personas: los que se rigen por una disciplina propia, -paradójicamente repletos de dudas-, y los que viven con obediencia y seguridad una disciplina ajena. La aceleración actual genera incapacidad para pensar. Hoy en día nuestros mayores problemas son consecuencia en gran medida de la ideología dominante, del miedo, de los recortes sociales y las políticas fundamentalistas del mercado. Una manera de hacer, pensar y actuar que ha contribuido a crear un sanguinario nivel de desigualdad. Más de 1.000 millones de personas viven en condiciones de pobreza. Sin embargo, en el mundo desarrollado ha aumentado el consumo de fármacos para controlar la ansiedad y la depresión. Resulta incomprensible que mientras millones de seres humanos carecen de lo más básico, la otra parte sufra las consecuencias del sobrepeso y la sobremedicación.
Mozambique-Josep Giralt
Por consiguiente, nos encontramos en un momento en el que ya no nos conmueven los grandes cargos, o los discursos elocuentes. Coexistimos en un mundo quebrado donde a la mayoría de las personas le son negados sus derechos a la educación, al alimento y a obtener servicios de salud. Ya no podemos creer en salvadores de la patria. No son palabras huecas, ni grandes soflamas lo que necesitamos. Aquellos que nos exigen respeto y que utilizan todos los medios a su alcance para persuadirnos, deberían comprender que por encima de la dignidad humana, no hay bandera, himno, o propaganda política que valga. No pueden convencernos de lo contrario. ¿Qué puede existir más valioso que la justicia o la igualdad? No hay razón de Estado, sino que hay un principio de humanidad que ha de prevalecer.
Vemos constantemente como el sistema encumbra personajes ambiciosos, grises, de colmillo retorcido, sin empatía alguna, con egos descomunales e intereses personales obscuros. No se puede prolongar más un modelo de gobernanza que ignore las necesidades de la mayoría. Necesitamos ilusión y un modelo nuevo. Recuperar las emociones, la sensibilidad y la empatía. No podemos ceder ante un sistema que nos sigue adoctrinando para que luchemos principalmente por nuestros propios intereses. Hemos vivido demasiado tiempo anestesiados en un mundo de mucha moralina y poca ética.
De ahí la importancia de empezar a cambiar desde la base. El investigador Francisco Mora, uno de los más reconocidos profesionales de las neurociencias a nivel mundial, asegura que el elemento esencial en el proceso de aprendizaje es la emoción porque sólo se puede aprender bien aquello que se ama, aquello que nos dice algo nuevo; que tiene significado, que sobresale del entorno. En definitiva, “la neurociencia nos demuestra que el elemento esencial en todo aprendizaje es la emoción”. Si esto es así, no puede dejar de preguntarme: ¿Qué emoción sienten entonces los que no tienen ningún problema a la hora de aplicar recortes en geriátricos y centros de personas con discapacidad? ¿A los que permiten que millares de personas naufraguen en el mar? ¿A los que ordenan bombardear la población civil argumentando que se trata tan sólo de daños colaterales? ¿Qué emociones aprendimos en la escuela y en nuestras familias para que la mayoría de nosotros permanezcamos impasibles ante tanta atrocidad? ¿Por qué les hemos dado la espalda a nuestras emociones? ¿Qué ha pasado con nosotros y nosotras para que solo queramos ver aquello que no nos cuestiona?.
En definitiva, menos emociones y más resultados. Manda la economía, las grandes empresas, el Ibex 35, y los medios de comunicación. Ellos son los que dictaminan cómo debe ser nuestro pensamiento, nuestra vida y por ende nuestro destino. Sin embargo, tal y como señala Francisco Mora: “sin emoción no hay curiosidad, no hay atención, no es posible el aprendizaje. Y sin el aprendizaje y la curiosidad no hay alternativas posibles. Corremos el peligro de que tampoco exista la memoria, puesto que no habrá emociones.”
Recuerdo unos de las primeras humillaciones que presencié de niño y que condicionó para siempre mi relación con el poder. Debía tener entonces unos diez años. Un compañero de clase le levantó la falda a una chiquilla en el recreo. La directora de la escuela consideró que aquello no podía volver a repetirse y subió al niño sobre la mesa de la maestra. Después de disertar sobre lo peligroso que era adentrarse en lo desconocido, le bajó los pantalones, los calzoncillos y le hizo dar unas cuantas vueltas desnudo sobre el tablero. Las lágrimas le caían por las mejillas en silencio. Lloró tanto que hasta se le quedaron sin sal. Fui incapaz de aguantar su mirada. No sé qué área del cerebro se me debió poner entonces en funcionamiento, pero todavía no he conseguido olvidar aquel día. ¿Es posible que la maldad esté relacionada con la infelicidad? ¿Somos malos porque somos incapaces de acertar con nuestras emociones? ¿Qué emoción se le pudo pasar por la cabeza a una adulta, que se suponía una profesional, al tomar una decisión tan equivocada?.
Según Mora, revitalizar hoy la enseñanza y el aprendizaje avanzado, requiere conocimiento de cómo funciona el cerebro. Se deben descifrar los códigos que encierran su funcionamiento. Esto nos llevará a un nuevo concepto de la educación. Un nuevo mundo de conocimientos e instrumentos con los que mejorar la enseñanza y el aprendizaje. Solo hay una forma posible para cambiar el orden injusto del mundo. Y ese camino solo podrá producirse invirtiendo en educación. Una nueva educación que cambie al ser humano. El prestigioso especialista va más allá y afirma: “Aunque parezca idealista, yo me atrevo a predecir que esta nueva educación llevará a desterrar lentamente el pensamiento liquido y a potenciar el pensamiento analítico y crítico y desde luego el creativo. Todo esto acontecerá de un modo lento pero también, inexorable”. Otro modelo de sociedad será posible si definitivamente comprendemos, que la puerta de entrada al conocimiento es la emoción. La emoción como energía transformadora del mundo.
El cine, fábrica de emociones
Todo el mundo sabe, por experiencia propia, que lo que mejor se recuerda es aquello que tiene un fuerte contenido emocional. Mis primeros recuerdos son los de un colegio grandioso de color blanco y azul celeste. De olor a plastilina y lápices de cera. De pequeñas piezas de madera con formas geométricas. De puertas y ventanas enormes con solemnes cristaleras. En mi primera clase, que daba al jardín, donde tenían plantado un viejo magnolio, aprendí, sin saberlo entonces, la importancia que tiene la luz para conseguir una buena fotografía. Si cierro los ojos, todavía podría identificar la luminosidad cambiante de cada una de la estaciones.
Como cada tarde, y poco antes de las cinco, una empleada llevaba el té al despacho de la directora. Subía lentamente y con cuidado aquella empinada escalinata que teníamos frente a nuestra clase. Enseguida reconocíamos sus pasos por el tintinear de la bandeja. Percibíamos entonces que se acercaba la hora de regresar a casa. Hoy sabemos que las ideas que hiladas conforman el pensamiento humano, ya tienen un significado emocional. ¿En qué momento se forjan? ¿Qué valor tenían entonces las emociones? ¿Eran conscientes los docentes de los problemas que podíamos tener algunos alumnos en nuestras casas? ¿Les importaba realmente? ¿Qué prioridad se daba entonces a las emociones?
No me gustaría responsabilizar a nadie, más que a mí mismo de mis errores. Pero, ¿puede un niño guardar inconscientemente rencor el resto de su vida? ¿Qué emociones negativas necesitarán ser resueltas? En aquella escuela aprendí que el pasado siempre está delante y que lo eterno puede llegar a ser horrible. Aprendí también a sentir lo que es el vértigo y el miedo a saberte solo. Y que la socialización mal encaminada es el origen de los desequilibrios. De igual forma entendí que en la vida resulta mejor ser víctima que verdugo. Me gustaría saber cómo se las apañan (con sus emociones), aquellos que llevan sobre sus espaldas el dolor causado. ¿Somos conscientes de que hay emociones que pueden condicionar una vida?.
Todo es importante cuando somos pequeños. Hasta el papel de las paredes entre las que se enseña, sus colores, su temperatura, la luz, la orientación y los sonidos. Los alumnos identificábamos dónde estaba la directora por la fragancia que desprendía su perfume. Seguíamos el rastro de su aroma con el fin de no encontrárnosla por los pasillos. Los espacios también formaban parte nuestra. Fuesen estos a ras de tierra y abiertos o arriba anclados a un kilómetro de altura por encima de las nubes. Yo supe lo que era perderse en aquellas primeras aulas de mi infancia. Nadie nos explica que la escuela también puede constituir nuestra primera jungla.
Sin embargo, sigue habiendo algo importantísimo y vital, pese a los fracasos y los errores. Algo que no debería cambiar nunca. Por muchos medios electrónicos y digitales que lleguen a existir. Por mucho que los estudiantes del futuro estén rodeados de robots, pantallas de plasma y ordenadores. Por mucho que pueda inventarse un mundo plenamente digital. No existirá nunca nada que pueda reemplazar la emoción humana. Seguiremos necesitando, como el árbol a su savia, el calor de los demás. Sin los demás no somos nada.
Mi experiencia durante la adolescencia en aquella escuela, me permitió entender que la verdad a menudo genera ruptura. Que somos prisioneros de nosotros mismos y que no debemos supeditar nuestra vida a la tiranía de la opinión ajena. Aquel colegio al que paradójicamente quise tanto, me hizo mucho daño. Pero posiblemente me hubiese ocurrido algo parecido en cualquier otro lugar. Yo no era entonces como la mayoría de mis compañeros. Y ese es el peaje que tuve que pagar.
Cuando miro hacia atrás e intento salvarme de aquellos años, me imagino de nuevo como un niño pequeño paseando por el patio de la escuela, cogido feliz de las mano de mis hermanos. Con los ojos bien abiertos, sin correr pero elevándome a cada paso, como si fuese un tejido al viento. Qué definitivas resultan las emociones…
Hay 2 Comentarios
El artículo está bien planteado. No obstante, parece mas un tratado de filosofía que un artículo periodístico. Está claro que la vida es un laberinto lleno de túneles donde nadie sabe a dónde conduce... todos se entrecruzan y algunos están adornados en sus paredes con hermosos relieves de aves, peces, y demás animales del zoo. La pregunta ideal, sin respuestas, es ¿cual de esos túneles es el verdadero que nos llevaría a la felicidad, a la paz interior?.
Publicado por: RAMÓN | 02/08/2015 13:57:22
Creo en la emoción, que puede ser cruel y hermosa, eso sí, pero creo que eso es lo que nos hace más humanos. Estoy totalmente de acuerdo con lo que de pequeño las cosas más absurdas o claves nos marcan porque eso es lo que va creando nuestros recuerdos y los consolida, lo que hace que vayamos adquiriendo conocimientos [erróneos o no] de nuestro entorno y que al final en los pequeños detalles está la magia de cada día. Yo también tengo un blog, obviamente no llego al nivel de tus alegaciones pero es un pequeño reflejo de la importancia de los pequeños detalles y los pequeños pasos que podemos dar cada uno de nosotros a diario. www.pintandolunas.com/blog
Publicado por: Rosalía | 02/08/2015 11:20:41