Preocupados por nuestras vidas, apenas prestamos atención a aquellos que están peor que nosotros. No somos especialmente sensibles con los más desfavorecidos. Resulta incomprensible, pero solemos ser más tolerantes con los que más tienen y menos necesitan. Nuestro tiempo está más al servicio de la tecnología que de nuestros congéneres. Prestamos más atención a las máquinas que a los nuestros. La mayoría de las personas que han conocido la pobreza suelen coincidir cuando señalan que, en el mejor de los casos, la destrucción cotidiana que sufren les acaba haciendo irreconocibles incluso para si mismos. ¿Somos conscientes del dolor que supone no importar a nadie? ¿Acaso no hemos sentido miedo alguna vez al pensar que podríamos ser nosotros? ¿Por qué se anteponen otros intereses -de cualquier signo- antes que los derechos sociales?
Ecuador- Josep Giralt
Las razones por las que la vida puede darnos la espalda son diversas. Pero cuando además te hacen sentir un paria, el desgarro es aún más infinito. Qué difícil resulta entonces recuperar la confianza en el ser humano. Se necesita mucha fortaleza para recomenzar y para no hundirte en las obscuras brumas de la indiferencia. En realidad no es tan difícil llegar a ser un excluido, se trata de una simple cuestión de suerte. A menudo, cuando fallan un par de cuestiones fundamentales, es más que suficiente para que algo se tuerza para siempre. Nuestra responsabilidad es procurar que la solidaridad y la empatía, valores que esta civilización ha tenido y que ha ido echando por tierra, no sean sustituidos por la conveniencia, el egoísmo y los prejuicios. Son las aberturas y no las murallas, las que nos vinculan con los demás. ¿Cómo es posible que algunas personas presuman ostensiblemente de su riqueza sabiendo lo que ocurre a nuestro alrededor?
Por todos lados nos bombardean adoctrinándonos sobre el éxito económico como principal estrategia a seguir para alcanzar la felicidad. Es entonces cuando nuestra rabia e impotencia es aún mayor. Por un lado recortan derechos sociales y aumenta el desempleo y por otro nos acribillan con mensajes para que no dejemos de consumir. Alguien tendría que ayudarles a comprender que la felicidad se trata de una cuestión interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos. De lo que deberíamos ser. La felicidad es que te den la oportunidad de disfrutar y aprender con lo que haces. Es sentir que creces y sumas. Es que te paguen por tu trabajo. La felicidad es ver cómo los tuyos no sufren y luchar al mismo tiempo por una sociedad más humana y digna. Y la felicidad absoluta (si eso es posible), sería no mentir a los demás y por supuesto a uno mismo. No hay vida personal sin esa libertad.
Hay 1.000 millones de personas en el mundo que sufren la miseria. ¿Alguien cree que el sistema puede mantener esta situación por mucho más tiempo sin tambalearse? ¿A qué precio? El sistema hinchado en su osadía e impudicia no cesa de embrutecernos constantemente con sus eslóganes alienadores. Desde todos sus canales se proclama: “A mayor poder de consumo, mayor felicidad. Si no tienes, no eres”. El sistema se basa en el consumo, que se alimenta del miedo.
Y mientras tanto, algunas “mentes preclaras” como las de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONS), el organismo estadístico oficial británico, equivalente del Instituto Nacional de Estadística (INE) español, presenta un estudio en el que sostienen que la riqueza se vincula directamente con el bienestar y la felicidad. Y yo me pregunto, ¿llegaron a está conclusión después de años de trabajo o se trató simplemente de un confidencia soplada a sus oídos por el espíritu de Adam Smith y Margaret Thatcher?
Según las hipótesis del estudio, lo que importa a efectos de que aumente la felicidad es más la riqueza acumulada que el nivel de renta. Por consiguiente, para ser feliz no sirve con tener la familia alimentada, un pisito y un coche. Se necesita tener la fortuna de los Botín. El estudio estadístico señala que es la riqueza financiera neta la que se relaciona con el bienestar personal y, en particular, con la satisfacción por la vida. De dicho informe concluimos entonces, que los 1.000 millones de personas que viven en condiciones de miseria, ya pueden ir desapareciendo. ¿Quién de ellas va a pasar de la pobreza a la extrema riqueza? ¿Quién de nosotros? ¿Quién según el estudio, que no sea extremadamente rico va a poder tener la posibilidad de ser feliz?
¿Qué puede salvarnos entonces? ¿Cómo ser felices en un sistema que proclama que la felicidad esta vinculada directamente a la riqueza? ¿Se puede ser feliz al margen de la doctrina dominante?
En el estudio de la ONS ya se han cuidado mucho de no decir que es imposible amasar una ingente fortuna con las manos limpias. ¿Por qué no elabora nadie un estudio que hable de los peligros que conlleva ser un magnate? ¿Por qué no nos explica nadie dónde dejan su conciencia la mayoría de los millonarios? ¿Por qué no nos revelan cómo se llega a ser un Donald Trump o un Rodrigo Rato? Estamos cansados de escuchar hablar de productividad y competitividad. En realidad se trata de un pez que se muerde la cola. ¿Como vamos a liberar nuestro pensamiento si tenemos tan asumida e interiorizada su filosofía?
Posiblemente solo exista una alternativa; capear el temporal y sobrevivir; y cambiar de pensamiento, pensar de otra manera, tener un pensamiento crítico. Pero sin doblegarnos, sin ceder, sin creer en los mensajes de quienes pretenden que dejemos de ser. Empezar a rechazar las verdades oficiales, intentando construirnos de nuevo. Evitar la pasividad y el inmovilismo en el que estamos inmersos. Pensar como decía Rabindranath Tagore: “todo lo que acumulamos para nosotros mismos nos separa de los demás”. El dinero cambia la relación que los demás tienen hacía nosotros. Es en la dicha y la fortuna que se aprenden otras mil cosas, pero las verdades, nunca. ¿Se puede ser feliz sabiendo que los afectos que te rodean son en su mayoría una impostura?
Hay formas de alcanzar la felicidad. En definitiva se trata de que luchemos para que todos tengamos las mismas oportunidades. Luego ya veremos quién y qué nos salva; si la creación artística; el amor, la amistad o la cultura.. Pero por encima de cualquier otra, esta la proximidad con los otros. En la escritura necesaria, José Luis Sampedro dice: “Vivir para aquellos que nos necesitan porque aun en nuestro decaimiento somos sus colaboradores en su hacerse". ¿Puede haber algo más hermoso que acompañar a los demás en el proceso hacía su libertad?