El Fotoperiodismo como forma de vida
Durante algún tiempo me consideré principalmente fotoperiodista. Viajé a América Latina, África y Asia. Parte de mi trabajo en el Departamento de Comunicación consistía en proveer de material gráfico a la ONG en la que trabajaba por aquel entonces. Estuve diez años de mi vida soñando con hacer las mejores fotos. Sin embargo, y pese a mi ambición, nunca tuve el suficiente valor para dedicarme únicamente a la fotografía. Una de las cosas más difíciles de la vida es trabajar en lo que a uno le gusta. Sabemos, que en mayor o menor medida, todos corremos el peligro de prostituir nuestros propios dones, simplemente para vivir y sobrevivir. Me di cuenta de que mi decisión no era tan desacertada al reconocerme -como uno más- entre aquellos fotógrafos que había conocido en mis viajes y a los que poco les hubiese importado vender su alma al diablo por una buena foto. Ocurre lo mismo con otras profesiones, pero tal y como señala Kapucinsky; “No se puede ser periodista y mala persona”.
JosepGiralt
Tampoco me ayudó el comentario de un compañero periodista, que frente a una de mis fotos de la exposición “Dale la vuelta a Bolivia” señaló: “Siempre se te han dado bien las fotos de niños”. Me afecto porque sabía que estaba en lo cierto.
Aquello me hizo pensar en cuál debería ser la función de un buen fotoperiodista. Me vi a mí mismo y mi trabajo (son lo mismo) sin barnices. En primer lugar, me había tomado la fotografía como escape personal a una situación familiar compleja y para alimentar e inflar mi ego. Para mí, hacer fotos era soltar la rabia que llevaba dentro, pero sin llegar a arriesgar nada. A pesar de la subordinación y de la renuncia, la personalidad del fotógrafo siempre debe acabar brillando por encima de los obstáculos. Mi saturación emocional y mis limitaciones fueron, en definitiva, más poderosas que mi talento. Al final, las imágenes transportan la personalidad con tanta fuerza como un dibujo. Y mi dibujo personal era difuso. No así mi ego. Y aquello es lo que ocurrió con mi trabajo. No dejaban de ser más que imágenes amables y correctas con pretensiones de inmortalidad. En definitiva a mis imágenes les faltaba el valor del que yo mismo carecía para la fotografía.
No se trata de victimismo. Eso sería lo más fácil. De la década en la que me dediqué a tomar fotos y presentar exposiciones, puedo decir que salvaría unas cinco fotos. ¿Qué falló entonces? ¿Qué hizo que abandonara lo que para mí había sido tan importante? Ahora lo sé. Tal y como decía Cartier Bresson: “Tomar fotografías es poner la cabeza, el ojo y el corazón sobre un mismo eje”. En lo que a mí se refiere, tomar fotografías era un medio de comprensión. Era una forma de gritar, de liberarme. Pero nunca fue una forma de vida. Quería destacar como un excelente fotógrafo, pero sin poner nada importante en riesgo.
Insisto, no pude o no supe llegar más lejos. No sabía entonces que la verdadera generosidad con el porvenir consiste en darlo todo en el presente. El arte, en cierto sentido, debería ser como una rebelión contra aquello que de fugaz e incompleto tiene el mundo. En muchas ocasiones llegué a sentir que hacer fotos era la mejor forma de expresarme y de registrar las cosas que me interesan en la vida. Pero no comprendí que, en definitiva, se trata de poseer la fuerza de escoger lo que preferimos o atenernos a ello. Si no es así, más vale abandonar.
Por encima de cualquier otra circunstancia personal y profesional, estaba el hecho de que nunca tuve la suficiente fuerza como para trabajar desde primera línea mucho tiempo. Albert Camus decía “En esta tierra hay plagas y víctimas y, en la medida de lo posible, hay que negarse a estar con la plaga”. Si queremos dedicarnos por completo y con sinceridad a esta profesión debemos ser uno más. Uno de ellos. El desgaste emocional y mi conciencia no me han permitido seguir retratando a las víctimas y luego volver a casa satisfecho con un buen reportaje sin que su situación me haya quitado una sola noche de sueño. Ese no quería seguir siendo yo.
Se deben tomar fotos con el mayor respeto por los demás y por uno mismo. He presenciado situaciones en las que algunos fotógrafos parecían hienas. Cada vez que uno de nosotros cede a sus vanidades, cada vez que piensa y vive para “aparentar” o “presumir”, se acaba traicionando y alejando de la realidad. La gran desgracia de querer aparentar es que nos acaba disminuyendo frente a lo verdadero. No pude simular por más tiempo lo que no era. Aunque se hubiese tratado de éxito, sabía que en el fondo todo aquello no podía mantenerse por mucho tiempo. Eso me imposibilitó para llevar a cabo un trabajo que necesita principalmente de la sinceridad para ser auténtico.
Siempre se debe mirar con humildad para alcanzar a comprender. Un hombre debe luchar por las víctimas, ya que su grito suele ser silencioso. Pero, si solo se ama a sí mismo, ¿de qué sirve que luche? ¿Puede uno aprender a ser fotógrafo? George Rodger (1908-1995) hacía la siguiente reflexión: “No era tanto lo que estaba fotografiando, como lo que me ocurría en este proceso. Cuando descubrí que podía contemplar el horror de Belsen (4.000 muertos) que yacían a mí alrededor, y pensar tan solo en una buena composición fotográfica, supe que algo me había sucedido y que tenía que detenerme. Pensé que era como los individuos que dirigían el campo de concentración, es decir, que aquello no significaba nada para mí”. Solo tardíamente adquirimos el valor de sostener lo que sabemos.
Por consiguiente, debemos permanecer alerta. Nuestra manera de enfrentarnos a la realidad puede ser como las dos caras de una misma moneda. No podemos permitir que nuestros egos e intereses personales, acaben por perjudicar la inmensa labor social que cumple el fotoperiodismo.
La filósofa Hannah Arendt decía que la política era tan importante que no podemos dejarla en manos de los políticos. Sin el fotoperiodismo no sabríamos lo que realmente pasa cuando organismos internacionales que nos representan a todos y a todas toman grandes decisiones, como la de cerrar fronteras o apoyar una Guerra. Pese a quién pese, todo es política. Incluso nuestro comportamiento ante las víctimas.
Yo prefiero a los hombres comprometidos que a la fotografía comprometida. El buen fotoperiodista es capaz de diluirse en la fotografía en favor de la causa. Debe mostrar empatía con el dolor y el sufrimiento ajenos en detrimento de sí mismo y de su ego. Ahí radica su auténtico talento. El periodismo y el fotoperiodismo tienen el deber de ser útiles a la sociedad, enfrentarse abiertamente a un sistema cuyo concepto de éxito es el triunfo del individualismo. Debe contribuir a desdibujar las barreras territoriales en favor de los derechos humanos. Por eso es tan importante su papel, porque da voz a quienes otros ignoran, porque cuando la imagen nos hiere, nos sentimos obligados a posicionarnos y movilizarnos. El fotoperiodismo es un instrumento de promoción del humanismo y de la paz. Por eso, como decía Eve Arnold, “el fotógrafo, no la lente, es el instrumento.”
Este artículo forma parte de la ponencia de Josep Giralt, enmaracada en las II Jornadas de Fotografía Social celebradas por el Insititut d' Estudis Fotogràfics de Catalunya y la Fundación Vicente Ferrer durante los días 11, 12 y 13 de abril en el Palau de la Virreina de Barcelona. Para más información: jornadasfotografiasocial.com