Autora invitada: Anna Giralt Álvarez
“La renuncia generalizada a la violencia requiere el compromiso de toda la sociedad.
Para cambiar, el mundo necesita a todo el mundo. “
Federico Mayor Zaragoza
Fuí educada por adultos que hablaban de las injusticias en voz baja, y aprendí que estas crecen en territorios sembrados de miedo y de ignorancia. La formación académica me ha ofrecido la oportunidad de acercarme a los combatientes por la vida, personas valientes que desarrollan su opción vital en la Cultura de Paz. Si Colombia consigue liberarse de su pasado, si puede construir un futuro de dignidad y de respeto por los seres humanos, será una victoria para toda la humanidad. He leído que si se acaba la guerra, gana Colombia. Considero que si se termina, ganamos todos.
En Cultura de Paz lo primero que se enseña es a escuchar, a los demás y a uno mismo. Después se enseña a coser, hay mucho trabajo de reparación que requiere sensibilidad y capacidad de perdonar. Hector Abad en El olvido que seremos, emocionado homenaje que le dedica a su padre, Héctor Abad Gómez, asesinado en el Centro de Medellín en 1987, escribe lo que siente al despertar una mañana, "No hemos soñado el uno con el otro para pedir venganza, sino para abrazarnos." Yo escribo después de escuchar, después de leer, acercándome con toda humildad a las historias de vida. Para aprender y divulgar, utilizando hilos de palabras para coser historias. Porque admiro a los Constructores de Paz, ninguno de ellos se arriesga solo un poco, cuya labor debe ser conocida y valorada. Su trabajo nos aproxima a la esperanza. Una esperanza pequeña, casi diminuta, que sueña con crecer y abrazarnos.
"El verdadero nombre de la paz es educación" Jairo Torres, Rector de la Universidad de Córdoba (Colombia).
El Proceso de Paz
La guerra, el largo conflicto, alcanzaron a millones de personas, devastaron campos y contaminaron ríos. Todos sabían de compañeros muertos, familiares asesinados o desaparecidos. Y así llegó un día que la paz brilló en un destello diminuto, un chispazo de color, una esperanza pequeña con vocación de giganta. Los mayores la observaron con ojos cansados porque habían visto otras, ahora despedazadas en cunetas, yaciendo bajo campos sembrados, o durmiendo para siempre en minas oscuras.
Fotografía de Isabela Porras
Por eso fueron los más jóvenes los que, como no tenían dentro ningún fracaso roto, se acercaron a buscarla y la rodearon con cariño. Les bastó mirarse para comprender lo que tenían que hacer, para entender que la fuerza de sus pequeños pulmones podía ser el aliento que la paz necesitaba para crecer con ellos.
Los más pequeños juntaron sus manos en coro, alrededor de aquel destello, protegiendo con ilusiones el futuro que querían. Luego se acercaron las personas más mayores, muchas de ellas despacio, pero todas decididas. Al principio les pesaban los recuerdos, las tantas tristezas vividas, pero el jolgorio infantil las transformó en impulso, en motivo, sentido y razón.
Ya no quisieron llevar más penas sobre los hombros, ni más tristezas entre las arrugas, y las echaron todas fuera de sus cuerpos. Juntando sus manos alrededor del corro formado por niños y niñas alegres sintieron una fuerza que creían perdida. Y fue soplando todos juntos que avivaron aquella paz recién nacida, y lograron apagar la guerra cruel, el conflicto antiguo.
Es tomando la mano y no el fusil que las personas acarician sus almas.
Es abriéndola para tomar otra que uno se acerca a los demás, y puede soñar un futuro.
Hay mucho que aprender de los destellos diminutos, de los chispazos de color, de las esperanzas pequeñas.
Hay mucho que aprender de la fuerza que tiene la infancia.
Cuento a las mujeres palenqueras
Era antes del anochecer que a mi abuela la visitaba su pasado. Se sentaba fuera de la casa, en las losas del patio, y miraba al cielo rosado. Ella sabía la hora por el color del cielo. Ya no podía peinarnos porque decía que sus dedos se habían vuelto torpes. Pero eso no impedía que pudiera describir con palabras el lujo de los peinados que hacía. Era entonces cuando en voz alta nos contaba sus recuerdos.
Fotografía de Maria Victoria Castellanos
Empezaba diciendo, la abuela de mi abuela me contó de niña un cuento sobre mujeres que hacían mapas con el pelo.
Después de un largo día de trabajo hasta el sol estaba cansado y se alargaba sin apenas fuerza sobre los tejados de las chozas. Esas horas de pinceladas naranjas era el momento de hacer planes, de soñar futuros, de tejer compromisos.
Las mujeres se sentaban con sus hijas formando un bullicio agradable de voces distintas. Al no compartir la misma lengua, hablaban peinando. La mujer del amo las veía graciosas, sentadas en un corro, “haciendo sus cosas”.
Mientras, ellas dibujaban mapas para escapar de la hacienda, para huir hacia el interior, lejos del mar que veían como una muralla. Desde la frente hasta la nuca, las cabezas esculpidas en sofisticados peinados eran como brújulas perfectas.
- Allí el río va muy crecido. Decía una mujer tejiendo unas hondas trenzas.
- Y giraba a la derecha después de un camino. Añadía otra desplazando una trenza en ese sentido.
- Habrá soldados dentro de tres noches, han llegado nuevos barcos. Avisaba una tercera. Cruzando mechones que serían como avisos.
Cada una de ellas hacia un aporte en la descripción de la ruta. Una conocía el camino de los campos a la casa grande, otra de la casa grande al pueblo. Incluso alguna había llegado hasta el puerto. Ninguna había olvidado la interminable y aterradora travesía, ni el desconcierto al desembarcar. La crueldad vergonzosa de la subasta.
Todas conservaban la memoria de sus vidas anteriores, como mujeres libres en los territorios donde habían nacido.
El recuerdo fue lo que las sostuvo durante el viaje para no caer en la tristeza preceptiva de la muerte, para compensar el terror que producía el mar embravecido. Para escapar de los ojos de los hombres que las habían apresado y quemado la piel a latigazos. Dolor y miedo. Los primeros sentimientos fueron de estupor, les siguieron la inseguridad que provoca la incertidumbre ¿Qué quieren de mí, adónde me llevan? Y luego apareció de nuevo el terror y la tristeza de no volver a ver a las personas queridas, y el pánico a lo desconocido.
La experiencia vivida no las rompió por dentro, pero sí que las partió en dos. Por un lado las habían convertido en esclavas, en mercancía, en bienes de quienes otros eran propietarios. Por otro, eran fuertes, por eso las habían traído, por ello habían sobrevivido.
Fotografía de Maria Victoria Castellanos
Siguiendo las instrucciones de aquellos mapas vivos, de negro azabache brillando como tesoros, muchas pudieron escapar. Pusieron toda su astucia, imaginación y voluntad para conseguir la libertad.
Ahora soy yo la que se sienta en el patio, fuera de la casa, y mira el cielo sin nubes.
Les he dicho a mis hijas que me acompañen, y he comenzado a peinar a mi nieta.
He empezado con el cabello de la frente para que sepa adónde va, porque es muy importante.
Pero he terminado por la nuca para que sepa de dónde viene. Porque eso no debe olvidarse.
¿Por qué Colombia?
Durante más de medio siglo Colombia ha estado sumergida en un complejo, oscuro y antiguo entramado de conflictos. Desde hace más de seis décadas se ha librado una cruenta guerra interna en la que guerrilla, paramilitares, narcotráfico, ejército e incluso el Estado, han jugado un papel fundamental; un conflicto en el que la mayoría de las víctimas pertenece a la población civil. Geológica y socio-lógicamente es una tierra de estratos de agravios, siglos de explotación y desigualdad, donde tierras ricas en recursos naturales han sido permanentemente acosadas por la crueldad y la avaricia. Los últimos datos del centro de memoria histórica indican que en Colombia se han alcanzado 8.092.394 víctimas.
http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/informes.registro nacional de víctimas.
En este momento la importancia y relevancia de Colombia dentro de la agenda internacional es consecuencia de la firma de un acuerdo para iniciar un Proceso de Paz. Al largo y viejo conflicto Colombiano, un zarzal de hirientes aristas cubierto por el polvo ennegrecido de una historia de violencia, le han despuntado frágiles flores blancas. Hay un pueblo, que a pesar de llevar sumergido en el horror durante casi seis décadas, quiere demostrar que las diferencias pueden resolverse de un modo pacífico.
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