Amores Imaginarios

Sobre el blog

El componente humano primordial debería ser el del reconocimiento del otro. Sin los demás no podríamos existir. Por lo tanto, disfrutemos de “otros mundos” y que esa diferencia –en vez de aislarnos- sea el camino para conseguir un mundo más justo, menos convencional y más libre. En este blog rendimos homenaje a algunas de las más significativas creaciones humanas que han marcado nuestra existencia: libros, películas, autores, canciones, etc. y que han estimulado nuestra (mi) necesidad de pensar, sentir y gozar. Al mismo tiempo, es un espacio que indaga sobre la realidad humana e intenta contribuir a la reflexión y al aprendizaje.

Sobre el autor

Josep Giralt Josep Giralt. Trabajó en Canal Plus, en el Congreso de los Diputados y como fotoperiodista en América Latina, África y Asia. Coautor del libro Sentir Etiopía, (RBA), compatibiliza su trabajo como periodista en una Fundación con el de colaborador en tertulias de actualidad en Ràdio Barcelona-Cadena Ser. Anteriormente dirigió durante cuatro años el espacio Películas incómodas en Com Ràdio. Ha publicado artículos y entrevistas en El País, Avui, y El Mundo, entre otros. Su frase: "No sirvo ni para seguir ni para conducir", de Nietzsche; su película: Rocco y sus hermanos, de Visconti. Sus libros: Los ensayos, de Montaigne y Conversaciones, de Cioran.

Una isla en un mar cerrado

Por: | 27 de febrero de 2017

 

Hay situaciones en la vida que te rompen. Que te dejan como suspendido en el aire sin asidero posible. Es como salir de tu propio cuerpo y sentir que flotas en el espacio, inerte y alejado del mundo. La semana pasada tuve esa terrible sensación. Y cuando esto ocurre, uno tiene que luchar contra sus demonios y conseguir que la razón y la inteligencia puedan más que la derrota. Me siento incómodo ante estas situaciones en las que el intercambio emocional es abierto y franco. No puedo evitar sentirme cohibido y desarmado ante el despliegue de emociones. No me gusta sentirme frágil.  

Poster

"Stop violence against women".

Los hombres estamos acostumbrados a que en los momentos de crisis emocional, sean las mujeres las que normalmente cojan las riendas para solucionar o aliviar las preocupaciones. Las hemos relegado al papel de lubricante social. Y así nos va. Marilyn Monroe decía que cuando entraba en una habitación y miraba a los ojos de las personas, reconocía inmediatamente a los que habían sido huérfanos como ella. Comentaba que era la infinita e imperecedera tristeza de su mirada lo que les delataba. Esto me hace pensar en un proverbio árabe que dice: “Quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación”.

El_roto

Criados en un cultura patriarcal impregnada de fundamentalismos y mercancías, el concepto de “normalidad” ha influido y conformado nuestra manera de hacer y sentir. Durante años aspiré a encontrar un agujero lo suficientemente confortable como para poder reptar dentro y rendirme por entregas hasta lograr ser uno más. Pero las circunstancias y mi propia naturaleza no me lo han puesto fácil. Y cuando momentáneamente y por fin me he sentido “normal” he descubierto que no hay ningún goce en ello, y que además también se puede estar muy solo. Si adaptarme significa la idea de dejar de ser libre y esconderme de mis responsabilidades, elijo ser otra cosa. Terminar con este concepto aburridísimo de homo normalis, sería el primer paso para acabar con la desigualdad y la violencia.

Y cuando momentáneamente y por fin me he sentido “normal” he descubierto que no hay ningún goce en ello, y que además también se puede estar muy solo

Todo aprendizaje tiene una base emocional. Es lógico pensar que los sentimientos, el cuidado, la empatía es mayoritariamente femenina. No podemos ir de ingenuos preguntándonos, ¿por qué siempre son ellas las que resuelvan los temas emocionales? ¿por qué hablar de sentimientos sigue siendo patrimonio de las mujeres? Incluso en aquellas sociedades más desarrolladas emerge el homo sapiens y todos los grotescos convencionalismos que llevamos agazapados en nuestro interior. Sin embargo, tras siglos de sufrimiento y limitación, millones de hombres y mujeres persisten todavía en esa anticuada y castradora idea de lo que supone ser un hombre. Incluso algunas normas, preceptos y leyes siguen constituyendo un atentado contra la libertad y desarrollo de las mujeres. Y pese a ello, sigue sin parecernos grave.

Marido y mujer

Los hombres hemos sido opresores, pero también rehenes. Hemos pasado por la vida de puntillas, sometidos a unos estereotipos que seguimos manteniendo por miedo a perder el poder y una masculinidad que solo sirve para alimentar la ficción. Los mitos construidos sobre nuestra identidad nos han impedido la satisfacción de muchas de nuestras más elementales necesidades, la elección de los comportamientos, de los sentimientos e incluso, de nuestra propia sexualidad y vida. Las relaciones, la comprensión, el amor, no pueden alcanzar su plenitud sin la capacidad de sentir. Y si no sentimos, ¿cómo nos van a importar los demás? ¿cómo vamos a entender el sufrimiento ajeno? Si nos incomoda que nos consideren principalmente hombres sensibles, antes que protectores, ¿a qué mundo aspiramos? ¿cómo es posible que nos hayamos dejado guiar por aquellos que tienen una idea primitiva, ordinaria y estricta de la identidad? ¿Es que acaso su modelo ha funcionado? Y si es así, ¿para quién, y en qué mundo?

¿Qué acto soporta la repetición eterna sin convertirse en condena?

El otro día, sin que apenas nada concreto anunciase la tormenta que se avecinaba, me acabe rompiendo. Me encontré a mi hermana pequeña (tiene parálisis cerebral) en su silla de ruedas, con la mirada triste y llorando en silencio. Me la lleve a su habitación para estar solos, y una vez allí rompí a llorar como un niño pequeño. ¿Qué acto soporta la repetición eterna sin convertirse en condena? Al verme apenado me dijo: “No llores, que ya tengo bastante”. Sus palabras me acabaron de hundir. Una vez más, sentí por ella toda la admiración y ternura que soy capaz de profesar. Y pensé que paradójicamente, de la persona que más he aprendido, y la que más ha influido en mi vida, ha sido de la más vulnerable. La misma persona a quién la sociedad consideraría menos “normal”. De hecho todavía hay gente que se refiere a las personas con capacidades diferentes como subnormales. No deberíamos juzgar nada por el aspecto, sino por la evidencia. No hay mejor regla para ir por la vida. ¡Cuánto deberíamos aprender de aquello que ignoramos!

Helvia

Le debo a mi hermana el no ser una isla en un mar cerrado.

¿Qué nos hace ser lo que somos, seamos hombres o mujeres? ¿Qué nos construye o define? Si la sensibilidad es mayoritariamente femenina, yo le debo a mi hermana el no ser una isla en un mar cerrado. A ella le debo lo que soy. El modelo masculino al uso siempre ha estado lleno de miserias y dependencias. Nuestro equilibrio e independencia se basan básicamente en tener cubiertas las necesidades afectivas. Necesitamos sentirnos amados, y sin embargo no queremos parecer “débiles” o excesivamente sensibles. Asociamos la sensibilidad, la empatía y la ternura al mundo femenino u homosexual. Esto muestra una vez más un desconocimiento absoluto del ser humano, donde uno puede encontrar desde el ser más empático, al más insubstancial y peligroso. Hasta qué punto son primitivos los instrumentos de la psicología social y de la psicología colectiva. Los convencionalismos nos entienden de límites éticos.  Es muy agotador tener que aparecer siempre como triunfadores, y dar de nosotros mismos una imagen fuerte, segura y brillante. En el fondo es algo horrible, los juicios no suelen refutarse. 

Change

En definitiva, el proceso de adquisición de la identidad masculina pasa por la renuncia del mundo de los afectos. Y de la represión de los aspectos relacionados con este mundo, a cambio del poder social. Es triste, pero en general la sociedad y la familia nos sigue prefiriendo muy machos. Stalin, Franco, Pinochet, Fidel Castro, Margaret Thatcher y Donald Trump son algunos de los ejemplos de cómo de haber incorporado la sensibilidad y el afecto verdadero a sus vidas, el destino de millones de personas habría sido otro. La rudeza y crueldad es y ha sido siempre un verdadero lastre. Aquello que reprimimos es lo que nos convierte en monstruos.

 

 

 

El País

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