Existe un dicho valenciano que reza, “Si es tan bueno, tan bueno: para el caldo”. Se refiere a la inutilidad de la bondad como cualidad humana. Durante años he tenido que escuchar como si se tratase de una característica sobrenatural, “Sufres porque eres muy sensible”. Cuando uno lleva tiempo oyendo la misma monserga, solo puede acabar haciéndose algunas preguntas. He llegado a la conclusión de que se trata de ir por la vida de puntillas y desapasionadamente, no crear problemas y sobre todo no evidenciar el dolor, ni las dificultades. La gente quiere ser feliz, y a ser posible, pensar poquito.
La base de un cerebro sano debería ser la bondad, no el egoísmo, ni los intereses particulares. La cooperación y amabilidad deberían ser innatas. Séneca a pesar de toda su complejidad y contradicciones señalaba: “No puede hallarse ningún exilio dentro del mundo, pues nada que está dentro del mundo es ajeno al hombre. […] Es el alma quien nos hace ricos; ella nos sigue al exilio y, en medio de las soledades más ásperas, cuando encuentra cuanto es bastante para sostener al cuerpo, ella misma abunda y disfruta de sus propios bienes”. ¿Qué nos ha pasado por el camino para que acabemos haciendo justo lo contrario? ¿Cómo permitimos que personalidades con problemas psíquicos significativos asuman el poder? ¿Por qué soportamos un mundo cada vez más injusto y gris, y responsabilizamos a los demás de este retroceso? ¿Podemos ser felices mirando siempre a otro lado? ¿En eso consiste la vida, en no saber mirar?, ¿en no querer saber?
Nerón y Séneca
No es que tenga una visión equivocada o idealista del mundo, es que creo fervientemente que no se puede ser feliz siendo una mala persona. Sostengo la teoría de que la mayoría de los actos repudiables que cometemos, son fruto directo de nuestra infelicidad e indolencia. Manuel Rivas en su brillante libro “Rumbo a las estrellas con dificultades” evoca una de las mejores frases de Vicente Ferrer: “Sé que huelo a pólvora”. Tal y como recuerda el autor, el cooperante poseía un obturador en su mirada que se activaba cuando detectaba “el sueño de una sombra”. Él fue capaz de reivindicar el alma de los más desprotegidos. “Los que hablan teóricamente de la pobreza desconocen su efecto inmovilizante”. Les ayudó a sentir y pensar. Y como resultado perdieron el miedo a hablar.
El cooperante poseía un obturador en su mirada que se activaba cuando detectaba “el sueño de una sombra”
Existen dos maneras de entender la vida. Y normalmente tienen que ver con la forma en que sobrellevamos el sufrimiento. Lo que creemos que somos, y la verdad. Frank Underwood, (House of Cards), el personaje de ficción más cínico, sagaz y cruel de los últimos años, y ejemplo alarmante de lo que representa el poder afirma: “Hay dos clases de dolor: el dolor que te hace fuerte y el dolor inútil, es decir el dolor que solo provoca sufrimiento. No tengo paciencia con las cosas inútiles”. ¿Es que acaso el dolor puede provocar otra cosa que no sea sufrimiento? ¿Por qué creería Underwood que Vicente Ferrer dedicó su vida a construir un mundo más justo, más humano, más habitable?
La táctica del poder es: “Si quieres ganar tienes que estar dispuesto a dar golpes bajos”. Esta forma de funcionar ha encontrado su espacio y lamentablemente ha venido para quedarse. Adam Smith, el padre de la economía moderna suponía que cada individuo se caracterizaba por su egoísmo y rapacidad naturales, empujado por deseos vanos e insaciables. Ahora solo existe una regla, cazar o que te cacen.
Cuando intento comprender el porqué de tanta deshumanización, me viene a la memoria la leyenda mitológica del anillo de Giges. Narra la historia de un un pastor que encontró en el fondo de un abismo un caballo de bronce con un cuerpo sin vida en su interior. Este cuerpo tenía un anillo de oro y Giges decidió quedarse con él. Lo que no sabía es que era un anillo mágico, y que cuando le daba la vuelta, se volvía invisible.
El anillo de Giges, corrupción y bondad
¿Quién de nosotros podría resistirse a la tentación de conseguir todo lo que quisiéramos y actuar de manera injusta mientras parecemos justos a los ojos del mundo? Esta leyenda sostiene que todas las personas por naturaleza somos deshonestas. Sólo somos justos por miedo al castigo de la ley, al que dirán o para obtener algún favor. Por consiguiente, ¿si pudiéramos ser invisibles y solo tuviésemos una opción, pensaríamos antes en nuestro propio beneficio, o en hacer justicia?
Séneca estaba convencido de que el sumo bien y la felicidad no sólo residen en el alma del hombre, sino que la fundan y engrandecen. Sin duda, cultivar la bondad es mucho más efectivo que centrarse en uno mismo. Sin embargo, el orden injusto del mundo nos demuestra todo lo contario. “Vivís como si fuerais a vivir siempre, nunca recordáis vuestra fragilidad, no observáis cuánto tiempo ha pasado ya. Lo perdéis como si dispusierais de un depósito lleno y rebosante, cuando puede que precisamente ese día dedicado a un hombre o una cosa sea el último”. El filósofo cordobés sostenía la idea de que no se debe posponer la lucha por un mundo más justo. Coincide de nuevo con la filosofía de la acción de Vicente Ferrer.
Séneca y Vicente Ferrer no fueron personalidades de obediencia estoica, ni fueron pensadores pasivos, ni tan siquiera voceros de una doctrina determinada. Su serenidad era de ascendencia pragmática. Ninguno de los dos disimuló nunca su aversión natural hacia la vida vulgar, ajustada exclusivamente a normas convencionales y utilitarias sin aspiraciones más nobles. Intentaron cada uno a su forma, y desde su propia plataforma dejarnos un legado que nada tiene que ver con el que imponen los Frank y Claire Underwood de turno. “Hay que disfrazarse bien y ser hábil en fingir y disimular. En esto consiste el éxito. Todo lo demás son estupideces”.
De nuevo riqueza y pobreza, guerra y paz, explotadores y humillados. Empatía o indolencia. ¿Por qué sentir acaba incomodando incluso a nuestra propia gente? ¿Por qué tener alma y humanidad puede convertirse en una amenaza constante?
El objetivo y el bien supremo de toda existencia sería poseer el rigor de un espíritu inquebrantable.
El objetivo y el bien supremo de toda existencia sería poseer el rigor de un espíritu inquebrantable. Que no exista anillo posible que pueda hacer tambalear nuestra conciencia y voluntad. ¿Qué es lo mejor, lo más excelso, de lo humano?, la razón, y por ende la justicia. “Por eso es tan necesario un nuevo internacionalismo, una mundialización de la justicia. Al final somos lo que soñamos, somos los que hacemos”. Vicente Ferrer dixit.