Entendemos el mundo a partir de lo que esencialmente somos. No hay nada sencillo, incluso la más aparente frivolidad esconde un mundo de máscaras y espejismos. Los últimos meses de mi vida han sido una inmersión en lo que Ziegler llama “las entrañas del monstruo”. En mi anterior trabajo, y cuando veía desmotivado al equipo, solía decirles que tenían que tomárselo con distancia y entender que lo que allí ocurría no era más que una muestra del funcionamiento del sistema. Si como decía Borges, “somos los libros que nos han hecho mejores”, intentemos ofrecer la mejor versión de nosotros mismos. No solo por la empresa, sino por el peligro de ir haciéndonos cada vez más pequeños hasta convertirnos en autómatas henchidos de rabia. A menudo, para animar a mis compañeros, también solía hacer paralelismos entre el mundo de la empresa y el de la pareja: “O construimos juntos, o uno de los dos acabará por marchitarse”.
En realidad, no somos más que creadores de nosotros mismos. No es fácil lidiar con la reiteración constante de las tareas, convertir palabras en acciones, ni es sencillo inspirarse y poner siempre alma en los textos. La repetición es un ejercicio peligroso ya que su efecto reductor resulta devastador. La inteligencia requiere estímulos continuos y debe mantenerse activa, como cualquier otro órgano o facultad: el uso la exalta y el reposo la atrofia. Perder el tiempo en los pasillos y hacer corrillos ni suma, ni arregla nada. No acrecienta la motivación, ni la inteligencia de nadie.
El recurso que mejor funciona, siempre que no sea impostado, es el de la empatía y el sentido del humor. Sin sentido del humor no hay estrategia que se cumpla, ni equipo que funcione. La seriedad y solemnidad, características del poder, no conducen a nada más que al aislamiento, el miedo y el estancamiento. Los mediocres solo entienden la lealtad desde abajo hacia arriba. Cuando los cargos directivos y sus comitivas se atrincheran, lo único que logran es distanciarse de los equipos. Mantendrán el secretismo, y el orden que tanto necesitan, pero jamás el equilibrio, la admiración, ni la lealtad de su propia gente. De hecho, actualmente las empresas más exitosas son aquellas que han logrado conectar y crear vínculos con sus empleados y conseguir su compromiso.
El principal problema es que el número de incompetentes que hay en el mundo es muy elevado. Esta situación es aún más interesante cuando se constata que, entre ellos, muchos ocupan posiciones de prestigio y de notable poder por lo que ejercen una lamentable influencia sobre nuestras vidas. También me he encontrado por el camino con imbéciles que a lo único que aspiran es a ocupar los puestos de aquellos que tanto detestan. Las jerarquías se mantienen por la base. El propio sistema ha contaminado las almas de muchos aspirantes al poder, haciéndoles utilizar las peores armas. En una empresa aislada la mediocridad aumenta espontáneamente hasta un valor máximo que corresponde a un estado de no retorno, desde donde ni siquiera se puede ya empeorar. ¿Es realmente posible que la inteligencia humana se encuentre en proceso de extinción? ¿Y que nuestras facultades más hermosas, la empatía, la sensibilidad, la bondad, esenciales para nuestra supervivencia, estén de verdad destinadas a desaparecer?
"¿Es realmente posible que la inteligencia humana se encuentre en proceso de extinción?"
En ese momento de caos me encontraba hace escasos meses. He aprendido mucho, pero hubiese preferido hacerlo sin necesidad de sentirme tan vencido. Ante mi rotundo y último fracaso profesional, me he dado cuenta de que hay pasos hacia atrás que son pasos adelante. He aprendido a no volver a desconfiar de mi intuición, a recelar de los halagos de aquellos que te veneran cuando pueden sacar algo, y que luego te dejan en la cuneta cuando sospechan que has fracasado. Ahora sé con certeza que volar entre lo inútil envejece. Y lo más importante, he hecho mía esta frase de Saramago: “Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces es necesario formar las circunstancias humanamente”. Jamás, bajo ningún concepto debemos dejar nuestra humanidad de lado, por muy dolorosa que sea la decisión que debamos tomar. Nunca debemos olvidar que todos tomamos decisiones, y al final estas son las que nos definen. Podemos ir a todas las clases de meditación que consideremos necesarias para justificarnos, pero nuestras decisiones pueden determinar una vida. En definitiva, hacer es ser.
Cartier Bresson
Me sentía en mi zona de confort, creí que lo tenía todo controlado. Mi empresa, con todas sus contradicciones, era como una segunda familia. Tenía buenísimos compañeros, y mi lealtad a la casa era absoluta. Eso no significa que no fuese crítico, con ellos y conmigo mismo. Las cosas importantes las decía donde consideraba que debían decirse. Sin ningunear, ni engañar a los equipos. Una mañana recibí una llamada con una interesante propuesta económica y decidí acudir a la entrevista. Pasé un par de meses dudando, sin poder dormir bien, teniendo la absoluta convicción, desde el primer momento, de que me estaba equivocando. Me dejé engañar por el nuevo puesto, por el formidable salario, y por la institución que me hizo la oferta. Cometí unos de los mayores errores de mi vida. Y así es como me metí sin escafandra en “las entrañas del monstruo”. Y salí trasquilado. En esta lucha a la nada no me van a volver a encontrar. Uno no se puede ahogar dos veces en el mismo río.
"No hay que escribir en en idioma de las palabras, sino en el de los sentimientos". Ramón J. Sender
Tal y como decía el maestro Thomas Bernhard, “Los comediantes que no comprenden la comedia que se representa son despedidos, así ha sido siempre". Esto es el resultado de la híper individualización que impera en la sociedad neoliberal, donde cada uno es dueño de su suerte y de su destino. Aquí no hay izquierdas, ni derechas que existan. No importa que los jefes sean hijos de un poeta, un cineasta, o un banquero. No podemos pensar que hay diferencias entre un directivo con cultura, y uno que solo lee Men's Health. El poder no pierde el tiempo con algo tan insignificante como las personas. El éxito o el fracaso de un jefe depende de lo bien o mal que gestione las relaciones humanas. Con miedo no se puede trabajar, y con los soberbios no se puede razonar, ni se les puede plantear más vías de las que conocen. Como los virus que destruyen el sistema del que se alimentan, su tarea es imponer a los demás su personal estupidez a toda costa. No quieren profesionales, quieren soldados.
"El éxito o el fracaso de un jefe depende de lo bien o mal que gestione las relaciones humanas".
¿Se puede ser buen jefe y una excelente persona? Sin duda alguna. Ser buena gente incide en el bienestar emocional de los demás, mejorando la productividad de los equipos, y por tanto la competitividad de la empresas. Pero no se queda ahí solamente, también hay beneficios para la sociedad porque vamos a tener una población menos enferma. Lo ideal sería crear un tejido social que nos permita enfrentar de manera colectiva todos los problemas sociales que nos conciernen a todos. La lástima es que la historia nos ha enseñado, que tanto en la base, como en la cúspide de las jerarquías, podemos encontrarnos con infinidad de inútiles y aprovechados. La gran victoria de la globalización capitalista ha sido saber convertirse no únicamente en el producto dominante sino en transformarse en el único pensamiento de la clase media y de los excluidos. La ideología está sencillamente allí, dentro de la gente, y se genera de forma natural dentro de la vida diaria. Nos hemos convertido en un pandilla de mediocres. Y lo mediocre es peor que lo bueno, pero también es peor que lo malo, porque la mediocridad no tiene grados, es una actitud. Queremos vivir muy bien, sin que nos importen los cadáveres que vamos dejando a nuestras espaldas.
Ya no existe conciencia de clase. Tenemos una legislación laboral horrible que propicia el empleo precario, salarios de miseria y gente maltratada. Ya no nos importa ni a nosotros mismos. Es el sálvese quien pueda. Si nos paramos a pensarlo, es tremendamente triste. La derrota es lo único que nos humaniza, pletóricos damos miedo.
Jamás podremos revertir la situación actual, si antes no nos esforzamos por ser mejores personas, si no nos ayudamos entre nosotros. Los mejores líderes jamás han pensado solo en sí mismos.
La culpa sin duda es del sistema, y de aquellos que lo conformamos. Siempre tendemos a pensar, que los fracasos son cosa de los otros. Hasta que te encuentras definitivamente solo y frente a ti mismo. Salvo que tengas la inmensa suerte de encontrarte con una mano amiga.
Para mí el poema del pastor Niemöller, atribuido a Bertol Brecht, adquiere ahora más sentido que nunca:
“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar”.