El corazón, como la campana, toca a todo. Pero no debemos cegarnos, ni dejarnos manipular por la onda expansiva de los sentimentalismos baratos promovidos por el sistema.
«La sociedad, lo “social”, son sobre todo, de entrada y ante todo, unos deseos estandarizados, unos comportamientos uniformes, unos destinos prefijados, unas ideas comunes, unos trayectos calculables, unas identidades asignables, comprimidas, normalizadas», dice Frédéric Gros. Hemos llegado a un punto en el que las leyes de la economía concentran hoy todo el poder, y nos dicen quienes debemos ser, y a qué tenemos derecho, a partir de nuestro nivel de consumo.
Pero para ganar (ya son los vencedores), para que el becerro tenga cada vez más capas de oro necesitan estandarizar nuestros gustos y necesidades. Normas de ayer disfrazadas de modernidad. Reglas para que cada uno de nosotros sea calculable, conforme y, por tanto, previsible. Sujeto socializado, individuo integrado, persona “normal”. Si queremos vivir felices y tranquilos, debemos formar parte de esta gran familia que tiene la misma visión primitiva y convencional de la patria, el amor, el patriarcado y el éxito.
Sin embargo, nada puede ser construido exclusivamente desde un solo punto de vista. ¿Quién puede ser completo, un todo único todo el tiempo? Aquí entraría la capacidad crítica de cada uno de nosotros, que vendría a ser la única vacuna posible contra la frivolidad, la cursilería e indolencia imperante.
No hay respuestas fáciles. Nada es sencillo. Es justo lo contrario de lo que nos venden día a día. Quieren que nos conformemos consumiendo programas de televisión para imbéciles, oyendo políticos lanzando proclamas llenas de demagogia, y quieren a las masas enfervorizadas tras las banderas para ocultar su propia ineficacia. Quieren una ciudadanía que no haga preguntas. Familias patriotas con amor hueco a raudales.
Desenmascarar la dureza de lo heredado es condición necesaria para cambiar las cosas. Tenemos la necesidad de luchar contra los prejuicios, contra los hábitos y las costumbres, contra las predisposiciones que configuraran nuestro ser. ¿Cómo cambiar sino nuestro destino? ¿Cómo podremos ser sino nosotros mismos? ¿Podemos ser felices a través de los intereses creados por otros?
Me he convertido en el inconfundible aguafiestas de todos los festejos y reuniones. El pesado de turno que entona el cántico de la duda y sustituye el planteamiento banal por la pregunta incómoda y la sátira. No es un intento por destacar. En definitiva, se trata de la tríada esencial: saber, hacer y comprender. Necesito entender para encontrarme. ¿Qué otro camino nos queda?.