A menudo, necesito regresar a la seguridad de la infancia. Ahora comprendo que toda existencia desarmada de sus mistificaciones tradicionales, es insostenible e injustificable. Sólo es posible como acto de fe. No sé encontrar respuestas al porqué de tanto sufrimiento, provocado por las injusticias y desigualdades de un mundo en perpetúo desorden. Llegados a este punto, es cuando intento analizar que parte de responsabilidad es nuestra y cómo podríamos empezar a cambiar lo que equivocadamente entendemos como “El orden natural de las cosas”. Debemos exigir un análisis profundo del sistema, pero sobretodo de nosotros mismos. El destino se cumple a medida que se escribe, no antes.
He llegado al convencimiento de que la mayoría de errores, dificultades e injusticias con las que nos encontramos, están relacionada con la cuestión intrínseca de los egos. ¿Son inevitables para asumir la carga del poder? ¿Se puede triunfar sin ellos? ¿Una persona con valores de justicia y dignidad podría sobrevivir entre lobos? ¿Podrían Sampedro, Sábato o Lledó haber sido presidentes de una multinacional, o haber ejercido cargos políticos de responsabilidad? ¿Pueden los egos oscurecer la parte más humana de las personas? ¿Cuántas hambrunas y guerras no habrán sido causadas por sus efectos? ¿Cuántas equivocaciones sobre las personas no se habrán cometido por su culpa?
Refugiados Guerra Civil Española, 1936-1939
Está todavía por nacer el triunfador que no se idolatre. Cada uno de ellos es para sí mismo el punto central del universo. La meta es lo más importante, lo de menos, los cadáveres que van dejando por el camino. No se puede vacilar, no se deben plantear preguntas. Nada de titubeos sobre la capacidad propia. Suelen presumir de hacer avanzar la humanidad, pero lo único que consiguen es que avance en espiral.
Recuerdo un político con el que trabajé en el Congreso de los Diputados de Madrid. Escribía los discursos a toda prisa en el coche oficial, acudía como comentarista a varios medios de comunicación, redactaba artículos para varios periódicos y publicaba un libro tras otro. Todo al mismo tiempo y de forma brillante. Era lo que podríamos llamar un hombre de éxito, moderno, emprendedor, culto y codiciado. Pero a mi parecer, tenía una tara enorme, se adoraba a sí mismo de forma desmedida. No sabía lo que era la humildad, continúa sin saberlo. De eso a la falta de sensibilidad hay un sólo paso. Incluso presumía de ser admirador de Machado y Benedetti. Era para sí mismo como un dogma supremo, ninguna teología es capaz de defender su dios, como él protegía su propio yo. Allí sigue, destacando como un rey entre la mediocridad mediática. Para la mayoría del mundo él representaría el éxito, para mí la nada.
Siempre he sentido curiosidad por saber como algunas personas consiguen “quererse tanto”. ¿Como pueden creer tanto en sí mismas? ¿Es que acaso el éxito viene a ser como una cámara de asilamiento? Sabemos que pocos seres humanos destacan por encima del resto. Sin embargo, cuando la soberbia, o los egos despuntan por encima de las capacidades, el brillo pierde esplendor convirtiéndose en una sombra que todo lo cubre. El éxito, las habilidades, el talento que pueda llegar a tener cualquier ser humano, depende de infinidad de factores, además de la propia suerte. El mundo funcionaría mucho mejor sin egos de ningún tipo: “No hace falta que me salvéis, dadme las mismas oportunidades y ya me encargaré yo de intentar encontrarle un sentido a mi vida”.
Estoy convencido de que la maldición de la humanidad radica en la dificultad de aceptarnos tal cual somos y de reconocerse una parte del todo. Sin espejismos ni ficciones. Las personas con los egos desmedidos están deshabitadas. A pesar de que parezca lo contrario, están solas. Su soledad tiene siete pieles, nada pasa ya a través de ellas. Sólo viven pendientes de sus propios deseos. Una persona con problema de “ego” suele ser egoísta, destructiva y tiende a juzgar negativamente a los demás, pues vive en permanente miedo de dejar de ser el centro o de verse invisibilizada por quien cree que brilla más. La mayoría de la gente que se cree superior es incapaz de amar realmente. No pueden ser felices y viven de falsas lealtades. El ego representa la muerte de la felicidad.
¿Qué puede ocurrirme si los que me rodean poseen mejores cualidades que las mías? ¿No debería ser eso una suerte? ¿Se puede vivir permanentemente con el miedo de que algún día seamos reemplazados?
No se trata de sentirnos menos que nadie. Ni de cohibirse a la hora de perseguir un sueño. Ni de renunciar a la curiosidad, ni a la avidez por avanzar. Se trata de no olvidar los principios de aquel maravilloso y extraño periodo (que por cierto, pasó de largo por nuestro país), que fue la ilustración. La lucha encarnizada por destacar, por creerse más que los demás, no puede hacernos olvidar valores tan necesarios como la empatía, (la base de toda convivencia), la tolerancia y la humildad. No debemos creernos más de que lo que realmente somos, ni seremos jamás. Intentemos disfrutar de nuestro “éxito líquido” del momento, dejemos paso al resto y compartamos los espacios de visibilidad. Nada podía ser más noble, o más plenamente humano, que percibir que, en lo fundamental, en lo que importa, somos como todos los demás.
El ego es como un personaje que se va creando, y que se aleja de toda sencillez, configura nuestra manera de ser, estar y sentir el mundo. Es como un ente, que no se controla y que para sobrevivir necesita proyección, visibilidad, halagos y reconocimiento. Todos y todas, en algún momento, hemos necesitado que nos valoren, pero eso no significa que perdamos la perspectiva sobre nosotros mismos. El reconocimiento a nuestras destrezas es positivo, pero mejor no convertirlo en un fin en sí mismo. El ego que se fortalece es muy peligroso. Comienza a cubrir la inteligencia como una capa espesa de oscuridad y la esclaviza a su servicio. En definitiva, el ego oprime la inteligencia.
Creo que lo más positivo de envejecer, es darte cuenta de que la curiosidad no se pierde nunca. Es más, a medida que voy haciéndome mayor pienso que cada vez disfruto más del conocimiento de los demás. Sin embargo, es justo reconocer que ha sido el dolor y no la dicha el que ha introducido nuestra necesidad por la interrogación. Es necesario combatir los egos que impiden el progreso y por tanto el futuro de una sociedad más humana y justa. No es fácil, pues el ego es una actitud interiorizada. No podemos abandonarla, solo diagnosticarla y a partir de allí encontrar nuestro propio camino para combatirlo.
Hay 2 Comentarios
Gracias Josep, una maravilla!
Qué poco se habla de esto!
Publicado por: Laura | 11/12/2014 0:57:04
Estimado Josep, la sabiduría absoluta radica en cada palabra que has escrito. Te felicito. Un abrazo.
Publicado por: Juan Carlos García - Fraile Díaz | 10/12/2014 0:02:42