Apuntes científicos desde el MIT

Apuntes científicos desde el MIT

Este Blog empezó gracias a una beca para periodistas científicos en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en Boston, donde pasé un año aprendiendo ciencia con el objetivo de contarla después. Ahora continúa desde Nueva York buscando reflexiones científicas en otras instituciones, laboratorios, conferencias, y conversando con cualquier investigador que se preste a compartir su conocimiento.

Sobre el autor

Pere Estupinya

. Soy químico, bioquímico, y un omnívoro de la ciencia, que ya lleva cierto tiempo contándola como excusa para poder aprenderla.
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Libros

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En esta nueva aventura científica que recorre desde laboratorios y congresos de medicina sexual hasta clubs de sadomasoquismo o de swingers, Pere Estupinyà nos ofrece la obra más original y completa que ningún autor hispanohablante haya escrito nunca sobre la ciencia de la sexualidad humana.

El ladrón de cerebros La ciencia es la aventura más apasionante que puedas emprender.
En El Ladrón de Cerebros, Pere Estupinyà se infiltra en los principales laboratorios y centros de investigación del mundo con el objetivo de robar el conocimiento de los verdaderos héroes del siglo XXI —los científicos— y compartirlo con sus lectores. El Ladrón de Cerebros

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"Pequeñas... y grandes miserias humanas", por Miriam Peláez

Por: | 06 de febrero de 2009

Me enorgullece presentaros la primera colaboración de la bióloga Miriam Peláez en este Blog. Actualmente Miriam es la editora del programa REDES de TVE, y una vez al mes irá compartiendo con nosotros sus principales reflexiones extraídas de este legendario espacio de divulgación científica. Os dejo con la primera. Gracias, Miriam. “Hoy en día, si no haces ciencia con una máquina de un millón de dólares, si no estás secuenciando el genoma de alguien, si no manejas células madre o no trasplantas algo, nadie se dirige a ti, ya que no eres un verdadero científico”. La irónica frase la pronunció Robert Sapolsky , neurobiólogo de la Universidad de Stanford durante su charla en la Ciudad de las Ideas , jornadas celebradas en Puebla, México, a principios del mes de noviembre del pasado año, bajo el lema “No creas todo lo que piensas”. Se trataba de un gran acontecimiento en América Latina, que reunió a unas cuarenta mentes pensantes entre científicos, filósofos, escritores, músicos y politólogos para abordar frente al gran público cuestiones básicas sobre el ser humano y su posición en el mundo; un festival de ideas para promover nuevas formas de pensar. Uno de los debates que más éxito tuvo allí fue el de las religiones. En un auténtico ring se enfrentaron dos grandes ateos, como Daniel Dennett y Michael Shermer , con un gran estudioso de la religión – John Esposito - y un acérrimo defensor del cristianismo –el investigador Dinesh D’Souza . No hubo peleas ni grandes tensiones, pero los sucesivos rounds fueron de peso: cada uno expuso sus argumentos y todos tuvieron la ocasión de atacar los del contrincante. Ambos bandos se atribuían hitos como la democracia o la transmisión de la moral, y achacaban al otro tragedias humanas como las perversas guerras. En este intenso debate quedaron patentes los miedos que todavía perduran en los religiosos hacia la ciencia y el progreso. Ya es hora de que caigan estos miedos; y este post es otro grano de arena para tumbar los prejuicios que vienen de ámbitos conservadores. Y, como dijo Dennett en Puebla: “Es demasiado tarde para la religión; la humanidad ha crecido”. Volviendo a la intervención del neurobiólogo y amigo de los babuinos Robert Sapolsky, me alegra citarlo aquí por dos razones: una es el aprecio que nos despertó en el equipo de Redes las dos veces que fue entrevistado por Eduardo Punset , director y presentador del programa de La2 de TVE. La otra razón es que su frase viene muy bien para introducir esta primera intervención en el presente blog, surgido de las estimulantes experiencias con la comunidad científica de mi excolega Pere. Efectivamente, no hacen falta caras y sofisticadas tecnologías para hacer ciencia. Quizá son ese tipo de investigaciones las que han dado lugar a las más fervientes críticas, desde las religiones sobre todo, hacia la ambición del ser humano por tratar de jugar al creador. La ciencia puede subir al hombre a un elevado pedestal de orgullo, pero también puede mostrar las miserias humanas, las más banales y las más abrumadoras. Entre los varios centenares de científicos que han pasado por Redes, hay algunos que marcan, como lo hizo Sapolsky. Otro, para muchos, fue Sir Michael Marmot, Profesor de Epidemiología y Salud pública en el University College de Londres, desde donde destapó una alarmante peculiaridad de nuestra vida en sociedad. Marmot dirigió un estudio , realizado entre los funcionarios de la administración pública británica, que acabó demostrando la importancia, no sólo de la pobreza, sino sobre todo de la posición en la jerarquía social en el riesgo de padecer determinadas enfermedades. Las conclusiones del estudio, llevado a cabo durante varias décadas, mostraban el efecto en la salud de la sensación de control sobre el trabajo y la vida en general. A partir de estudios científicos como este, se pueden poner en marcha políticas sociales que incluyan buscar la implicación de la gente en la organización de la comunidad en la que viven. Y perseguir así la mejora de las condiciones de vida y la salud de la población. Redes ha sido a menudo la plataforma para dar a conocer otros estudios que, como el de Marmot, indagan en los defectos humanos. La violencia, la discriminación y los patrones de segregación espacial fueron profundamente analizados por la antropóloga brasileña Teresa Caldeira , de la Universidad de California en Berkeley. Su investigación la llevó a buscar y medir el aumento de la violencia en ciudades de Brasil, averiguar las causas y consecuencias en el tejido social, y definir los cambios sociales en el seno de ciertas comunidades urbanas. Gerd Gigerenzer , del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano de Berlín, lleva más de veinte años examinando nuestros mecanismos de toma de decisión. En su paso por Redes dejó bien claro que el ser humano no acaba de confiar en su intuición y cree que sólo a través de la razón y el análisis minucioso se alcanzan los mejores resultados. A menudo, unos pocos factores pueden llevarnos a tomar una decisión más ventajosa que si evaluamos todos los pros y los contras. Al empeñarse en creer lo contrario, es fácil caer en la insatisfacción y la frustración. Hay muchísimos otros buscadores de carencias o debilidades humanas que utilizan para ello el método científico. Sus objetivos no suelen requerir costosas máquinas, ni tecnología punta, pero sí una objetiva mirada sobre la realidad. Y es que la ciencia no sólo se ocupa de montar estaciones espaciales, manipular genes, predecir el clima o construir máquinas átomo a átomo. Si todos estos logros en curso alzan al ser humano a la altura de un ambicioso creador, otros avances de la ciencia lo desnudan y le devuelven la humildad. Así que no sólo las religiones dan motivos para ser mejores personas y buscar un futuro más agradable. Aquéllas han señalado las debilidades y defectos humanos, pero han dejado las soluciones en manos de la fe… tan frágil a veces. La ciencia constata y mide esas miserias, trata de descubrir sus orígenes y de ayudarnos a ser mejores… pero creyendo en nosotros mismos.

Miriam Peláez

Sorry, Darwin: tu árbol de la vida no existe

Por: | 02 de febrero de 2009

Como regalo para su 200 cumpleaños el próximo 12 de febrero, algunos científicos llevan tiempo preparando una sorpresa a Charles Darwin: su sueño de llegar a construir un árbol de la vida que relacione el origen de todas las especies, nunca podrá ser realizado . Y no por limitaciones técnicas, sino porque en realidad no existe. En una de sus libretas Darwin dibujó un esbozo que representaba a la perfección su planteamiento sobre la evolución de la vida en la Tierra: las especies iban reproduciéndose y transmitiendo sus características físicas de generación en generación hasta que… flop! Nacía un individuo con algún rasgo considerablemente diferente. Si esto le permitía adaptarse mejor al entorno y tener más posibilidades de sobrevivir, la selección natural favorecía ese rasgo y al cabo del tiempo se establecía una nueva especie. Cuando Darwin observaba la enorme diversidad de animales y plantas, pero al mismo tiempo constataba que todos compartían estructuras comunes, imaginó que estaba viendo las ramas de un árbol desde arriba, y que si fuera retrocediendo atrás en el tiempo vería cómo esas ramas brotaban unas de las otras hasta unirse en un tallo común que representaba el origen de todas las formas de vida terrestres. De hecho, comparando meticulosamente las características de las especies que encontraba se podía intuir el grado de parentesco existente entre ellas, y con el tiempo llegar a reconstruir este maravilloso árbol de la vida. No era una idea del todo nueva, pero cobró vigor gracias a la gran hazaña de Darwin: proponer un mecanismo natural que explicara la generación de nuevas estructuras biológicas sin recurrir a la figura de un creador. Una de las mayores revoluciones ideológicas de la historia. La figura simbólica del árbol de la vida empezó a popularizarse gracias a representaciones como la de Haeckel (izquierda), que con más detalle y añadiéndole una dimensión artística situó sin reparos a los humanos justo por encima de los primates, como si fuéramos la cima de la creación pero al mismo tiempo reconociendo que nuestro origen no tenía nada de especial. Muchísimos naturalistas empezaron a comparar grupos de animales con el objetivo de reconstruir el árbol de la vida, pero pronto apareció un serio problema…: Es fácil concluir que un conejo está más emparentado con una liebre que con un caballo, y los tres más que a una sardina, pero…. ¿qué hacemos con los microorganismos? Bacterias, hongos, amebas… nos parecen insignificantes, pero al fin y al cabo constituyen la inmensa mayoría de especies vivas sobre la Tierra. La idea de construir un árbol de la vida fidedigno se esfumaba; se podían establecer grandes grupos, pero era imposible diferenciar morfológicamente a la enorme diversidad de microorganismos que existían. La genética aparece en escena Sin embargo la ilusión reapareció en los años 70. La llegada de nuevas técnicas de biología molecular permitían comparar secuencias de ADN. Era fantástico! Mucho mejor que ir cotejando huesos, apariencias externas, hábitats… Poder comparar directamente el material sobre el que actuaba la evolución iba a ser la herramienta definitiva. Eliminaría errores y convergencias en diferentes momentos de la evolución… y permitiría incluir a los microorganismos! Sólo se trataba de escoger secuencias de ADN que tuvieran la misma función en todas las especies, y analizar las pequeñas mutaciones que se habían acumulado a lo largo de millones de años. Cuanto más diferentes fueran dos secuencias de un mismo gen muy conservado, mayor sería la distancia evolutiva entre ellas. Uno de los marcadores genéticos más exitosos fueron genes relacionados con los ribosomas, unos orgánulos intracelulares responsables de sintetizar proteínas. Son genes que prácticamente no han cambiado en miles de millones de años, y comparando pequeñas diferencias azarosas podemos averiguar cuan emparentadas están las especies. De esa época el árbol más representativo fue el de Carl Woese , quien descubrió que no todas las bacterias eran bacterias. Algunas de ellas formaban parte de un grupo de microorganismos procariotas al que llamó arqueas. A pesar de su similitud, bacterias y arqueas constituían dos reinos completamente diferentes, que se habían separado en los primeros estados de la vida sobre la tierra. Tal éxito, la rapidez con que mejoraban las técnicas de análisis genético, y el poder creciente de los ordenadores, hicieron que el sueño de completar el árbol de la vida resurgiera con fuerza. Debido a su complejidad iba a ser imposible mantener el valor estético de árboles como el de Haeckel, pero sí se podrían lograr diagramas que representaran la relación evolutiva entre los grandes grupos de seres vivos (derecha). Sin embargo, ya entrados los años 90 apareció un nuevo y quizás definitivo problema: al observar los genes de los microorganismos se vio que en realidad eran un pupurri de lo más incomparable. Las bacterias tenían genes provenientes de todos lados. Esa idea de que la información genética sólo se transmitían en el momento de la reproducción era completamente errónea, las bacterias se van pasando genes unas a otras en lo que los científicos llaman una transferencia genética horizontal. Al principio los biólogos pensaron que este efecto era minoritario y quizás podría ser despreciable, pero a medida que iban afinando, sus resultados demostraban todo lo contrario: hay cepas de bacterias E.coli que comparten sólo el 40% de sus genes, y cada vez resulta más obvio que es imposible establecer una jerarquía evolutiva entre los organismos procariotas. Incluso en los microorganismos eucariotas se ha visto que procesos como la simbiogenesis obligan a sustituir la imagen del árbol ramificado por la de una especie de arbusto en la que sus tallos se van entremezclando constantemente. Muchos investigadores como Eugene Koolin de la National Library of Medecine del NIH están comparando secuencias genéticas para entender cómo ha evolucionado la vida en la Tierra, pero durante la charla que mantuvimos en su despacho me dijo taxativo: “las especies microbianas son una colección de genes con diferentes historias y trayectorias evolutivas. El árbol de los animales puede ser un concepto válido... claro que se pueden realizar árboles de primates, o de vertebrados, o genealógicos entre familias, pero si somos estrictos considerando el global de los seres vivos sobre la Tierra, debemos aceptar que la historia de la vida no puede ser representada como un árbol. En los últimos años esta idea ha perdido todo su sentido. Lo que ahora construimos no son árboles, ni siquiera arbustos, sino redes como éstas…” y me mostró un ejemplo de en qué se ha convertido parte del sueño de Darwin. Por suerte, aunque la ciencia esté convirtiendo al árbol de la vida en diagramas, esquemas y representaciones bastante asépticas, continuará inspirando a quienes quieran explotar su poderosa carga conceptual.

El País

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