Apuntes científicos desde el MIT

Apuntes científicos desde el MIT

Este Blog empezó gracias a una beca para periodistas científicos en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en Boston, donde pasé un año aprendiendo ciencia con el objetivo de contarla después. Ahora continúa desde Nueva York buscando reflexiones científicas en otras instituciones, laboratorios, conferencias, y conversando con cualquier investigador que se preste a compartir su conocimiento.

Sobre el autor

Pere Estupinya

. Soy químico, bioquímico, y un omnívoro de la ciencia, que ya lleva cierto tiempo contándola como excusa para poder aprenderla.
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Libros

S=EX2 S=EX2
En esta nueva aventura científica que recorre desde laboratorios y congresos de medicina sexual hasta clubs de sadomasoquismo o de swingers, Pere Estupinyà nos ofrece la obra más original y completa que ningún autor hispanohablante haya escrito nunca sobre la ciencia de la sexualidad humana.

El ladrón de cerebros La ciencia es la aventura más apasionante que puedas emprender.
En El Ladrón de Cerebros, Pere Estupinyà se infiltra en los principales laboratorios y centros de investigación del mundo con el objetivo de robar el conocimiento de los verdaderos héroes del siglo XXI —los científicos— y compartirlo con sus lectores. El Ladrón de Cerebros

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¿Podré viajar a México el 22 de Mayo, o no?

Por: | 30 de abril de 2009

No me lo saco de la manga. Estoy invitado a participar en un seminario de periodismo científico el próximo 22 de Mayo en Acapulco, y después tenía previsto pasar un par de días en México D.F. Obvio que es un detalle nimio, pero ¿vosotros apostaríais a que sí terminaré yendo, o no? He buscado mucha información, hablado con expertos, y nadie tiene una opinión sólida sobre si dentro de 3 semanas la situación estará ya normalizada, o si se habrá agravado todavía más. El martes le pregunté a un virólogo de los Institutos Nacionales de Salud de EEUU: - Pues yo tenía pensado ir a México… - ¿Qué fechas? - Volaría el 21 de Mayo - En principio para entonces el brote ya estará bastante controlado. - Ah, si? Seguro??? - No hombre…, seguro no. Pero si el H1N1 todavía continúa propagándose dentro de 3 semanas y media sin haber podido frenarlo, hasta el punto que todo México quede paralizado, entonces sí estaremos enfrentándonos a un problema muy serio. - Y no crees que sea esta la situación? - Yo creo que no, que lo peor ya habrá pasado. Hoy jueves le he vuelto a consultar, y su respuesta reflejaba una preocupación considerablemente mayor. Claro, cuando comparas las cifras actuales de fallecidos con los centenares de miles de muertes que causa cada año la gripe común, es lógico responder con un “tampoco hay para tanto”... Es cierto que fuera de México, los casos descubiertos no son severos en absoluto. Pero éste no parece ser el factor más importante. La preocupación principal viene de la aparente facilidad con que se transmite el virus entre personas. El H5N1 de la gripe aviar del 2003 tenía una mortalidad altísima del 61%, y el SARS presentaba un muy considerable 17% , pero al producirse tan pocas infecciones se pudieron controlar muy bien y en ninguno de ambos casos se pasó de los 300 fallecidos. Sin embargo, en la famosa gripe española del 1918 perecieron 40 millones de personas a pesar de que su mortalidad fue “sólo” del 2.5 %. Si se cumple lo que dice este titular (la gripe puede afectar de forma “leve” al 50% de la población europea ), hay motivos de alarma más que justificados. Sobre todo, porque este “leve” puede convertirse en “moderado” o “grave” si el H1N1 se recombina con otros virus y aparece una variedad más patógena o resistente a medicamentos. Esta es la siguiente gran incertidumbre. Más que nada, porque es algo que ocurre de manera frecuente. De hecho, es la combinación de un virus humano, dos porcinos, y uno aviar lo que ha producido la cepa de H1N1 que tiene la maldita propiedad de, además de transmitirse de cerdos a humanos, no detenerse aquí y a diferencia del SARS y el virus de la gripe aviar del 2003, poderse contagiar fácilmente entre personas. Esto es lo que marca la diferencia. Porque una vez dentro de tantos individuos, puede volver a mutar o recombinarse hasta convertirse en algo más patógeno e infeccioso. Si todo continuara igual, deberíamos poder controlar “rápidamente” el H1N1. Pero es tal componente azaroso lo que mantienen en vilo mis opciones de ir a México dentro de 3 semanas. Obvio que en estod momentos resulta absurdo inventar respuestas y pronosticar sobre una situación tan ínfimamente importante como cierta visita individual a Acapulco. Pero nos sirve para plantear el grado confianza o alarma que tenemos sobre esta situación. ¿qué creéis? ¿podré viajar a México el 22 de Mayo? Mi optimismo me inclina a pensar que sí. Aunque si realmente se expande a una pandemia global y la OMS declara el nivel de alerta 6, casi podría resultar indeferente...

Aquiles, la tortuga, el c.elegans y las neuronas de colores

Por: | 25 de abril de 2009

Ideas. Provocaciones. Conceptos que te hacen reflexionar, dudar, replantearte asunciones. Pensar. Estímulos. Este es uno de los regalos que te ofrece la ciencia. Haces una viaje relámpago a Boston por temas laborales, visitas a tus excompañeros del programa de periodismo científico del MIT que te acogió durante 10 meses, y te comentan que por la tarde pasarán dos horas en el laboratorio del neurocientífico Jeff Lichtman . Imposible rechazar tal invitación. Aprietas todavía más tu agenda, y acudes escopetado. Tu mente no está todo lo centrada que desearías, pero se agudiza de golpe cuando al final de su exposición, un neurocientífico de su talla espeta: “no estoy tan seguro que el cerebro del gusano c. elegans sea más simple que el nuestro”. Suspense. Brainbow Jeff Lichtman es el padre de la novedosa metodología para observar el cerebro que en Noviembre del 2007 impregnó todas las portadas de las revistas científicas. Creando ratones transgénicos cuyas neuronas expresaban de manera estocástica diferentes combinaciones de la proteína fluorescente verde, la roja y la azul, consiguieron imágenes microscópicas de cerebros con neuronas individuales coloreadas al azar en una gama de 90 tonalidades diferentes. Las imágenes obtenidas con el método brainbow, no sólo son preciosas: Huele a revolución. Cajal transformó la neurobiología gracias a su intuición y obcecación, pero posibilitado sobre todo por la tinción de Golgi, que le permitió ver neuronas individuales en un grado de detalle que nunca antes nadie había observado. La técnica desarrollada por el equipo de Lichtman podría suponer algo parecido en el estudio anatómico del cerebro. Permite diferenciar neuronas vecinas con gran precisión, y además perseguirlas de manera individual por todo el entramado cerebral, y distinguir cómo se conectan unas con las otras. Uno de los campos más activos en la neurociencia actual es esta “conectómica”, el estudio de cómo se forman los circuitos neuronales, cómo fluye la información a través de ellos, cómo enlazan diferentes áreas del cerebro, y cómo se ven alteradas en caso de enfermedad. El brainbow es una herramienta que promete mapear el cerebro y desentrañar el cableado que forman todas sus conexiones sinápticas. Poderosa, sin duda, unos pocos critican su utilidad apuntando que no permite hacer experimentos. Sólo “observa” cómo se conectan fragmentos de cerebro y saca conclusiones que no pueden ser probadas experimentalmente. Cuando uno de los asistentes al seminario se lo recordó, Lichtman contestó con cierta sorna “quizás tampoco el Hubble, o la arqueología son de gran utilidad, porque sólo observaban e interpretaban sin hacer hipótesis testables”. Otro compañero insistió: “mi cerebro debe estar conectado de manera diferente al suyo. ¿No es esto una gran limitación?”. “Puede ser, pero no lo sabemos todavía. Lo que aquí tenemos una nueva manera de ver el cerebro. Quien sabe qué nos mostrará”. Luego llegó la pregunta “¿por qué utilizáis un cerebro tan complejo como el de ratón, y no empezáis por uno simple como el del gusano c. elegans?”. Lichtman explicó que el mapa neuronal del gusano c. elegans ya está realizado, y que a él le interesa estudiar cerebros parecidos al humano. Pero en seguida frunció el ceño y añadió con tono reflexivo: “además… sin duda es más pequeño, pero no estoy tan seguro que el cerebro de este nematodo sea más simple”. Caras de escepticismo generalizadas entre la docena de asistentes. El argumento que dejó entrever fue que las 302 neuronas del c.elegans llevan millones de años haciendo su función; posiblemente ese sistema es más robusto y esconde un mayor grado de especialización y solidez evolutiva. Sólo 302 neuronas conectadas entre sí son capaces de gestionar toda la gama de procesos complejos que permiten sobrevivir a este organismo. Esto no es algo simple. Quizás podríamos considerarlo más eficiente que nuestro enorme pero desbaratado cerebro. Aquiles y la Tortuga Demasiado rebuscado. Obvio que el cerebro humano es más complejo, que el de un gusano… ¿a qué viene ahora esa disquisición que no aporta ningún progreso tangible? ¡qué tontería, no?! Puede. Pero te deja pensativo. El martes fui a ver la última película de Takeshi KitanoAquiles y la Tortuga ” ¿habéis oido hablar de la paradoja de Aquiles y la Tortuga? El filósofo griego Zenón imaginó una hipotética carrera entre un veloz Aquiles y una lenta tortuga. Consciente de su superioridad, Aquiles ofrecía una distancia de ventaja a la tortuga. Al darse la salida salía raudo hacia ella, pero cuando llegaba al punto donde estaba la tortuga, ésta ya se había desplazado un cierto espacio. Aquiles continuaba persiguiéndola, pero siempre que llegaba donde estaba la tortuga, ésta ya había avanzado un poco más. Al final, Aquiles no era capaz de alcanzar a la tortuga. Lo se, no tiene ningún sentido. Es evidente que este planteamiento es engañoso y en una situación real Aquiles alcanza sin ningún esfuerzo a la tortuga. No intento despistaros. Efectivamente la historia elucubrada por Zenón no es ninguna paradoja, y cualquiera que corra más rápido tras un objeto más lento terminará alcanzándolo. Sin embargo, esta “absurda” paradoja y otras formulaciones más modernas en las que Aquiles siempre recorre la mitad de la distancia que le separa de la tortuga, y aunque se acerca, nunca consigue atraparla porque siempre le falta la diminuta mitad, han inspirado a matemáticos y físicos para desarrollar teorías de series infinitas, sumatorios de fracciones…, que además de demostrar que las paradojas de Zenón son falsas, estimulan su imaginación para plantear nuevas reflexiones y preguntas que abordar científicamente. Como la simplicidad o no del cerebro del c.elegans. Pero ¿y si, como hace la película “Aquiles y la Tortuga” de Kitano, dejamos la realidad de un lado y permitimos que estas reflexiones nos estimulen otras maneras de pensar? ¿No pasaría algo parecido con los sueños? Los persigues, llegas hasta donde se encontraban, y entonces ves que se han desplazado ligeramente. Vuelves a correr hacia él, a perseguir la meta que cumplirá tus expectativas, pero cuado la alcanzas, tu sueño se ha vuelto a alejar. Quizás es en esta búsqueda inquieta y constante es donde radica el sueño en si, y permite que no se desvanezca inmediatamente tras conseguirlo. Ideas sueltas. Asociaciones libres. Al final bien podría ser que las 302 neuronas del c.elegans formaran una red más robusta que las nuestras, o que la realidad sí contuviera algún subterfugio en el que ubicar la paradoja de Aquiles y la Tortuga. Recordando a la dulce e inolvidable F.P. conversando sobre las triquiñuelas de nuestra existencia: “La vida es una película”. Bacio.

Al cerebro le gustan los catálogos

Por: | 20 de abril de 2009

- Texto redactado por Miriam Peláez, bióloga y editora de redes-tve -
A nuestro cerebro le gusta y necesita crear categorías, y lo hace para todo: cuando conoce a una persona nueva la clasifica en un grupo, bien sea racial, religioso, económico, cultural… Pero también necesita otorgar etiquetas a las situaciones y a los objetos. Eso no quiere decir que la manera de clasificar y ordenar haya de seguir una lógica coherente, no; muchas veces se trata de divisiones absurdas, pero que resultan útiles a nuestro cerebro para reconocer, aprender y reaccionar la próxima vez que se encuentre con otro elemento de la misma clase en el futuro. Y no siempre sale a cuenta esa “manía” de catalogarlo todo, o por lo menos podríamos decir que puede llevar a confusión y errores. Afortunadamente, la experimentación y la verificación empírica pueden ayudar a escapar de esos errores. Pongamos algunos ejemplos: Genético / ambiental Dentro del estudio de las características y propiedades de un individuo, se ha tendido a distribuirlas en las que vienen determinadas por el ambiente y las que son atribuidas a la herencia genética. El eterno debate nature vs nurturenature vs nurture. ¿Qué implicación tiene en la capacidad creativa de una persona su combinación de genes y cuánto intervino el entorno que vivió en su infancia? ¿Qué importancia tiene la genética en la tendencia a la adicción de un individuo?, ¿interviene más el ambiente que conoció el feto en el útero materno, o quizá influyó decisivamente el contexto vivido durante la adolescencia? Durante muchos años, el debate permaneció en esa dicotomía. Ahora es difícil reducirlo a eso. Los genes no son nada sin la intervención del entorno y éste actúa sobre el genoma dejando sus marcas físicas, que pueden ser incluso heredables. De eso nos habla en particular la epigenética, como pudisteis leer en la entrevista a Manel Esteller en un post anterior . Es el segundo código, el que liga nuestro código genético conocido hasta ahora -hecho de secuencias de bases en el ADN- al entorno. Nuestra alimentación, el aire que respiramos, las actividades que realizamos, los sentimientos que nos invaden, y un sinfín de vivencias alteran los genes sin afectar al ADN a nivel de su secuencia, pero sí interviniendo en la forma de expresarse. Así que se acabó el dividir genes y ambiente. Están tan ligados y mezclados que no podemos trazar frontera clara entre ambos. Natural / artificial Cuando el cerebro categoriza coloca además muy a menudo una valoración o connotación. En el caso de la separación de lo que nos rodea entre lo que sería natural y lo que denominamos artificial, hay un claro regocijo por lo que proviene de la naturaleza. Parece que tiene que ser necesariamente bueno. Lo artificial, y por lo tanto generado y creado por la mente y la acción humanas, no suele conllevar las alabanzas de sano o beneficioso. Me vienen así a la memoria las palabras de David Barash, psicólogo de la Universidad de Washington que pasó por Redes hace unos meses junto a su mujer Judith Lipton, psiquiatra y coautora con su esposo de “El mito de la monogamia”. El libro repasa las costumbres de la vida en pareja de numerosas especies animales, incluyendo la humana, claro está. De momento sólo podemos decir que no hay nada, según las últimas investigaciones, que lleve a la conclusión de que la monogamia es un comportamiento natural. Aquí, natural se refiere a algo que llevamos con nosotros, inscrito de alguna forma en nuestros genes de un modo bastante sólido como para que tendamos a ser monógamos. Y según las palabras de Judith, “la monogamia es posible, como el arte, pero no es natural; es más natural un modelo sexual en el que la gente encuentre una pareja, haga promesas que luego rompa, se produzca un abandono, a alguien se le rompa el corazón, luego se hagan más promesas, haya más corazones rotos… lo natural es una retahíla de corazones rotos”. En este caso una actitud no natural puede resultar más beneficiosa para la vida en una sociedad como la nuestra. En ocasiones la gente se refugia en lo natural, bien sean terapias, alimentación o comportamientos. Y muy a menudo resulta absurdo; lo natural puede ser igual o más perjudicial que lo artificial, que lo adoptado o nuevo. Hay una tendencia a pensar que lo natural nos corresponde más, por formar parte de la naturaleza lo conocemos mejor y podemos controlarlo. Nada más lejos de la realidad. Y es esta una dicotomía, la de natural o artificial, que nos hace caer en decisiones sin fundamento. Normal / anormal Como el cerebro necesita etiquetar, también ha de tener referencias, para poder comparar, para poder orientarse. La referencia de lo normal es básica y es una gran norma a emplear para evitar riesgos y para vivir en sociedad. Es reconfortante estar en la normalidad, aunque de vez en cuando convenga salir de ella un rato. Pero en ciencia, y sobre todo en lo que puede concernir a la investigación médica, hay que tener cautela para decidir qué es normal y qué no. Una triste anécdota viene a demostrarlo. La separación entre normal y anormal llevó en el siglo XIX a una decisión dramática para miles de personas. Se empezaba a estudiar el misterioso SMIS (“síndrome de muerte infantil súbita”), que afectaba a algunos bebés: morían durante la noche sin razón aparente para desconsolada sorpresa de los padres. Una vez hecha la autopsia los médicos compararon con la anatomía de bebés normales. Y ahí estaba la trampa: quiénes eran los bebés normales. En aquel momento, a finales del XIX, los médicos disponían de cuerpos para autopsias que provenían de las esferas pobres y desfavorecidas de la sociedad. Al analizar los bebés muertos de SMIS y compararlos con los bebés normales, algo destacaba: su timo -órgano implicado en la maduración de las células del sistema inmunitario- era significativamente mayor. Pero lo que no se sabía en aquella época era que el estrés, como el que podía sufrir la gente pobre debido a sus condiciones de vida y alimentación, a las enfermedades que padecían, podía reducir el tamaño de su timo. De esta forma, se concluyó que el síndrome de muerte súbita del lactante se debía al tamaño excesivo del timo y se optó por irradiar la zona de la garganta y el pecho de los recién nacidos para evitar el crecimiento del órgano por encima de lo normal. En consecuencia, fue irradiada también la tiroides, glándula reguladora del metabolismo y situada en la garganta, no muy lejos del timo. Y así fue como miles de personas, que fueron irradiadas en los primeros meses de vida para prevenir el SMIS, murieron años más tarde de cáncer de tiroides. Y todo por haber considerado como normal algo que no había sido suficientemente analizado. No podemos evitar catalogar, desde nuestro vecino al chocolate que comemos o la última ley aprobada por el gobierno… pero quizá debamos hacerlo con algo más de fundamento y pensarlo dos veces antes de poner etiquetas. Así eliminaremos unas cuantas barreras de en medio a la hora de movernos en este complejo mundo.
Miriam Peláez

Lyuba: los secretos del Mamut Congelado

Por: | 18 de abril de 2009

Lo peor contra el sueño cuando regresas a tu casa un viernes de madrugada no es cierta llamada inoportuna, sino encontrarte en tu buzón el número de Mayo de la revista del National Geographic y sucumbir a la tentación de empezar a ojearla. A la mañana siguiente te habías planteado la dura tarea de buscar información no parcial sobre transgénicos y escribir un post sobre este importante pero ya casi cansino debate. Sin embargo, no puedes quitar ojo de la revista que la noche anterior dejaste tirada en el suelo abierta por las páginas de un maravilloso reportaje sobre el mamut congelado mejor preservado descubierto hasta la fecha. El descubrimiento de Lyuba Una mañana de Mayo del 2007 el cuidador de renos Yuri Khudi iba caminando con tres de sus hijos por las congeladas cercanías del río Yuribey en la península de Yamal en el Noroeste de Siberia, cuando vio frente a él algo que le dejó sobrecogido. A lo largo de su vida había encontrado gran cantidad de colmillos y otros restos de mamuts, pero nunca un ejemplar entero y aparentemente intacto. Inquieto por las leyendas sobre los malos augurios que acompañan a los mamuts, pero consciente de la posible gran notoriedad del hallazgo, avisó a las autoridades locales. Días después Yuri tomaba un helicóptero con varios museólogos en búsqueda del cuerpo del animal extinto. Cuando llegaron a la zona del descubrimiento, el mamut había desaparecido. Tras las dudas iniciales, sabiendo lo preciados que son los restos de este animal, una opción nada disparatada es que alguien se hubiera percatado de la noticia y lo hubiera recogido antes que ellos. Efectivamente, durante la visita al poblado de Novyy Port encontraron el ejemplar mejor conservado de mamut hallado hasta el momento recostado sobre la pared de una tienda, a la que fue ofrecido a cambio de 2 motos de nieve y un año de comida por el propio primo de Yuri. Con sólo unas pocas marcas de mordeduras de perros, los expertos consiguieron recuperar la cría de Mamut y llevársela al Museo cercano de Shemanovsky, desde donde empezaron a ofrecerla a la comunidad científica para su estudio. Breve historia de los mamuts Los mamuts provienen de elefantes africanos que migraron hacia el norte y poco a poco quedaron adaptados a climas fríos: Los primeros mamuts lanudos aparecieron hace 400.000 años provistos de una densa mata de pelo, piel gruesa, orejas pequeñas, y largos colmillos que les permitían luchar y escarbar en la nieve. Durante la edad de hielo se expandieron por una amplia zona del hemisferio norte, su población descendió durante una época de calentamiento 120.000 años atrás, su número volvió a aumentar, luego se redujo drásticamente durante un corto período entre 14.000-10.000 años, y el último ejemplar se extinguió hace 3.900 años. Hay cierta controversia sobre las causas del tremendo declive sufrido por los mamuts y otros grandes mamíferos hace 10.000 años. Se habla de meteoritos, enfermedades, sequías, fuegos, cambios en la vegetación… pero todo indica que está ligado al final de la edad del hielo y las consecuencias derivadas del agudo aumento de la temperatura. Una de ellas, la expansión de humanos modernos a latitudes superiores acompañados de virus y eficientes técnicas de caza. Desde que en 1806 se descubriera el primer mamut lanudo congelado se han ido acumulando otros ejemplares, pero ninguno tan bien preservado como Lyuba, la cría de mamut cuya excelente conservación de dientes, estómago, esqueleto y órganos internos entusiasmó a los científicos. La autopsia Quizá la pregunta más inquietante sobre Lyuba es ¿cómo puede aparecer de golpe en medio del paseo de un cuidador de renos? Una de las primeras pruebas que hicieron fue un escáner del interior de su cuerpo. En él se comprobó que la garganta, esófago, nariz y boca estaban llenas de un sedimento denso, por lo que se dedujo que Lyuba había muerto asfixiada tras quedar atrapada y sumergida en el barro. Pero lo que más llamó la atención era su excelente y enigmático estado de conservación. Debió fallecer rápido, y hundirse por algún movimiento de tierras en los hielos del permafrost. Pero aún así, después de 40.000 años su impecable estado era inexplicable. Durante la autopsia que le realizaron en junio del 2008 los científicos descubrieron un hecho curioso: Olía extraño. Esto hizo sospechar que algunos microorganismos podían estar implicados en tal preservación. Lyuba había sido protegida durante todo este tiempo por el ácido láctico que ciertos microbios habían generado en condiciones anaerobias entorno a sus tejidos. Sobre el misterio de su repentina aparición, la explicación más coherente es que los fuertes movimientos por el deshielo que se produjo en esa zona en el 2006 rompieron el permafrost, llevaron a la superficie el fragmento que contenía a Lyuba, éste se derritió, y su cuerpo quedó expuesto hasta que Yuri Khudi lo descubrió. Con la autopsia los investigadores descubrieron muchos aspectos más: el análisis de sus dientes reveló que Luyba sólo tenía un mes de edad cuando falleció. Analizar la piel y grasa del abdomen permitió concluir que tanto hija como madre estaban muy bien alimentadas y no debían pasar penurias. Con los restos fecales se comprobó que, como también hacen los elefantes, las crías se alimentan de las heces de la madre para conseguir sus bacterias intestinales. Se identificó el tipo de vegetales que había en esa zona, el grado de parentesco con los elefantes… pero lo más intrigante fueron las posibilidades que ofrecía su también muy bien conservado ADN. Recuperar especies extinguidas ¿valdría la pena volver a ver a Luyba caminar? Esta sería una de las primeras preguntas a hacernos. Inmediatamente aparece la segunda ¿sería posible, y cómo? La primera opción que nos viene en mente es al típica clonación por transferencia nuclear. El método con que se clonó a la mítica oveja Dolly: Extraer el material genético del núcleo de una célula de mamut, introducirlo en un óvulo de elefanta, hacer que empiece a dividirse, implantarlo en el útero de otra elefanta, y esperar a que nazca un mamut sano. Esto, imposible no es, pero a medida que la clonación reproductiva acumula fracasos se ve cada vez más complicado. Otra opción que barajan los científicos es conseguir el esperma de un mamut macho y fecundar un óvulo de elefante con él. Si fuera exitoso nacería un híbrido. que por reproducciones selectivas posteriores podría terminar generando un mamut. El año pasado, la secuenciación del 70% del genoma del mamut abrió la puerta a dos nuevas posibilidades más descabelladas todavía. Una sería sintetizar la cadena de ADN del mamut, organizarla en cromosomas, empaquetarla en un núcleo, y clonarlo. La otra sería fijarse en las diferencias entre el ADN de elefante y de mamut, y hacer los 400.000 pequeñas modificaciones que transformarían el ADN de un elefante en el de un mamut. Aunque suene irrisorio, algunos científicos creen que es cuestión de tiempo poder conseguirlo, y que algún día seremos realmente capaces de revivir especies extinguidas. Yo no termino de creérmelo, pero de nuevo, los científicos implicados deberían poder justificar muy claramente porqué merece la pena siquiera intentarlo. Más info: visitad la excelente web del National Geographic, y estad atento@s al nuevo documental sobre el descubrimiento de Lyuba que se estrenará a finales de abril. Créditos fotos: Francis Latreille, todo plagiado de la web del Nat. Geo.

Misterio en los fondos oceánicos

Por: | 10 de abril de 2009

La institución Smithsonian sigue una costumbre que sería bueno exportar. Como además de 19 museos gratuitos también tiene 9 centros de investigación y un numerosísimo equipo de científicos de disciplinas diversas, periódicamente invita a periodistas a sesiones privadas para que conozcan el trabajo de sus investigadores en un campo determinado. Esta misma mañana nos hemos reunido con un ecólogo forestal que tiene varios fragmentos de bosques tropicales perfectamente caracterizados para ir estudiando las reacciones del ecosistema, un paleobiólogo que investiga qué ocurrió hace 55 millones de años cuando en un perídodo de sólo 10.000 años la temperatura global del planeta subió 5-8ºC, un antropólogo que analiza los cambios culturales y migraciones que conllevaron alteraciones climáticas en el pasado, un físico atmosférico que intenta desenredar el papel de todos los otros gases y contaminantes en la atmósfera de la Tierra, un ornitólogo que utiliza los ciclos de las aves migratorias como indicador de los efectos ecológicos de cambios en el clima, y un fisiólogo de plantas que estudia la aceleración de su crecimiento cuando aumenta la cantidad de CO2 a su alrededor. Desde diferentes disciplinas, todos analizan impactos del cambio climático. No parece que sean pocos. Cuando el jefe de prensa me preguntó si me había gustado la sesión, le contesté: “Excelente! pero ¿sabes qué? ya me cansa un poco el tema del cambio climático... Estoy convencido que aquí en el Museo de Historia Natural tenéis historias más originales a ofrecer. Me da igual que no sean noticia”. “Ven conmigo dentro de media hora. Te presentaré a alguien que te gustará”, contestó John. Quedamos en el círculo central de una entrada plagada de estudiantes en spring break , y me condujo por los laberínticos pasillos del museo hasta el despacho-laboratorio de David Johnson , y le pidió que me explicara el misterio que habían resuelto hacía escasos meses. “Mira, en el siglo XIX se descubrieron una especie de peces (whalefishes) viviendo a más de 1000 metros de profundidad en los fondos oceánicos… y desde entonces todos los especimenes encontrados son hembras!”, empezó a explicar un apasionado Dave tras las presentaciones. Continuó diciendo que por extraño que parezca, en los años 50 hallaron otra especie diferente de peces también en aguas profundas (bignose fish) donde sólo había machos, y poco más tarde tapetail fishes en la que sólo encontraban individuos inmaduros; ningún adulto. “¿no serían la misma especie?” pregunté. “No. Morfológicamente son muy diferentes. Compruébalo tú mismo. …” “La hembra que te he dado es de las pequeñas. Pueden llegar a medir 40 cm, y tienen unas mandíbulas enormes para capturar presas grandes. Los machos, sin embargo, son mucho más pequeños y tienen la boca sellada; no poseen ni estómago ni esófago. No comen. Sólo tienen dos grandes testículos, un hígado descomunal del que se van alimentando, y un órgano nasal muy desarrollado con el que se supone que buscan la hembra antes de que se terminen las reservas del hígado. Y la especie de la que sólo encontramos larvas posee una boca pequeña y una cola larguísima. Alguien sugirió hace varias décadas que podrían estar emparentados, pero cuando se estudiaron en profundidad se vio que el dimorfismo sexual era demasiado exagerado, y además nunca se había encontrado ningún espécimen a mitad de su desarrollo, que tuviera características de larva y de uno de los dos adultos.” “¿Qué pasó entonces?” “¡Qué encontramos un espécimen intermedio! Fue algo sorprendente, un momento mágico para nosotros. Vimos una hembra en plena transición, y al poco nos llegaron dos individuos más mostrando que esos tan radicalmente diferentes whalefishes, bignose fishes y tapetail, que durante décadas se habían considerado tres especies diferentes, en realidad eran las hembras, los machos, y las larvas de una única especie! Como publicamos hace un par de meses, en la naturaleza a menudo se encuentran cambios considerables entre crías y adultos, y también casos de gran dimorfismo sexual, pero la combinación encontrada aquí no tiene precedentes en ninguno de los vertebrados que conocemos hasta el momento.” Dave estaba entusiasmado explicando su hallazgo. Todavía me sorprende la pasión con la que algunos científicos investigan detalles que a otros pueden dejar indiferentes. Pero se contagia. Le pregunté si habían confirmado los resultados con ADN, y me dio una respuesta que reflejaba todavía más esta devoción por la autenticidad de su trabajo: “ah, si… el ADN… si, si… hicimos las pruebas típicas del ARN y lo confirmamos, pero a mi esto de los genes no me va demasiado. Cuando el material genético me cuente cómo la parte superior de la mandíbula de la larva se transforma en una enorme nariz en el adulto macho, les prestaré más atención. Pero de momento esto sólo se puede averiguar pasando horas tiñendo y observando bajo el microscopio ejemplares y más ejemplares de peces, comparando, buscando relaciones, y viendo por ti mismo los secretos que esconde su anatomía. Esto es lo precioso de este trabajo”. Continuamos hablando de las maravillas que esconden los fondos oceánicos, de las rarezas que podemos encontrar en esos espacios de características tan diferentes a todo lo que conocemos, y del afán por explorar la extraordinaria biodiversidad que alberga este planeta. Dave repitió varias veces lo afortunado que se sentía por trabajar en esta rama de la ciencia, y yo por acceder a contarla. Por desgracia, bajamos de nuestra nube cuando recordé la pérdida de especies que comentaron durante la sesión matinal sobre el cambio climático, y Dave reconoció que las actividades humanas también están causando estragos en los océanos.

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