Suelo prestar bastante atención a las dos primeras frases con que empiezo cada post. Las opciones que estuve barajando para éste son:
“Tras varias décadas y muchos millones invertidos en luchar contra la pobreza extrema, la semana pasada en Nueva York durante la cumbre de los Objetivos del Milenio de la ONU, Obama insinuó que EEUU modificaría su estrategia porque por lo visto algo no está funcionando a pesar de tantos esfuerzos y planes macroeconómicos tan bien diseñados”
“En este blog a veces hablamos de pobreza porque creemos que la ciencia tiene muchísimo a aportar, tanto en soluciones técnicas, como en planteamientos metodológicos… y ahora hasta en psicología.”
“A pesar de haberla padecido ellas, sus madres, y todos sus antepasados, entre el 35 y el 50% de las mujeres en la India creen que si su hijo está sufriendo diarrea, es más lógico reducir la ingesta de líquidos en lugar de aumentarla. Intuitivamente tiene cierto sentido. Y ya sabemos que muchas veces decidimos con la intuición en lugar de la razón o lo que nos pueda decir un folleto.”
“Cuando aquí hemos hablado de economía conductual o behavioral economics ha sido para ilustrar en tono jocoso los simpáticos engaños de nuestro cerebro a la hora de tomar decisiones cotidianas. ¿podría ser que la gente viviendo bajo la pobreza también sufriera este mismo tipo de trampas en situaciones mucho más dramáticas?”
“La economía conductual ha revolucionado el marketing y el mundo de las finanzas al mostrar que los economistas clásicos estaban equivocados al considerar a los humanos como seres racionales que frente a situaciones importantes toman decisiones acertadas valorando concienzudamente pros y contras de cada opción. ¿podría la economía conductual revolucionar también algunas áreas de la lucha contra la pobreza?”
“El mundo está repleto de gente aportando ideas interesantísimas como para ceder tanto protagonismo a un entrenador de fútbol”
La persona cuyas ideas me han cautivado estos últimos días es el economista de Harvard Sendhil Mullainathan, cuyo planteamiento básico es simple: aplicar las enseñanzas de la economía conductual a la lucha contra la pobreza. Según su opinión, los grandes planes técnicos y financieros de ayuda al desarrollo tienen mucho sentido a nivel macroeconómico, pero a veces fallan cuando se aplican a escala microeconómica por no tener suficientemente en cuenta los estudios en psicología diciéndonos que los humanos pocas veces decidimos siguiendo criterios estrictamente racionales.
“Con algo tan simple como sobrecitos de sales y glucosa para rehidratación, en 40 años la mortalidad infantil en la India se ha reducido de manera espectacular. Sin embargo, a día de hoy todavía mueren 400.000 niños al año por diarreas, a pesar de tener remedios e información al alcance. La explicación a este fracaso quizás no debamos buscarla en fallos técnicos o insuficiencia de recursos, sino en el extraño comportamiento del cerebro humano. Nuestra mente es más complicada que una bacteria, y eso no suele ser contemplado por los directores de grandes proyectos de cooperación”.
Pensemos primero en nosotros mismos, y en algo concreto como es la influencia del factor tiempo a la hora de tomar decisiones. La situación es la siguiente: Tienes un determinado trabajo por hacer, y la fecha de entrega es dentro de una semana, justo el día después de la espectacular fiesta de cumpleaños que está preparando tu mejor amigo. Tu mente racional te dice que la decisión más inteligente es avanzar todo lo que puedas hoy que tienes la tarde libre. Te dispones a ello. Recibes un sms de otro amigo preguntándote si quieres ir a tomar un café y luego ver el partido de fútbol. Te atrae el plan, pero revisas tu agenda de los próximos días, y ves que muy probablemente si no trabajas hoy te tocará perderte la fiesta de cumpleaños, que en realidad te apetece muchísimo más. Lo valoras, y… te vas a tomar el café. ¿Por qué? Porque la satisfacción presente pesa más que la futura. Y porque pensamos racionalmente una cosa, pero luego hacemos emocionalmente otra. En infinidad de circunstancias, y a pesar de que al valorarlas sabemos que son una equivocación. Ya sé que a ti parece obvio, pero aunque ahora suene extraño, hasta hace bien poco la mayoría de modelos económicos clásicos asumían que los humanos tomábamos decisiones siguiendo nuestras decisiones más racionales. Y para ser justos… sí lo hacemos en las situaciones que llevamos tiempo siendo advertidos de cuáles son los errores que solemos cometer. Pero frente a circunstancias que son nuevas para nosotros, la economía conductual demuestra que somos un desastre a la hora de decidir, por ejemplo, entre los beneficios a corto y largo plazo. Nuestro pasado evolutivo nos traiciona. A todos. Tanto a los aposentados en países ricos, como a los que viven en países pobres. La diferencia es que mientras nuestros errores pueden hacernos gastar un poco más de lo necesario, o gestionar peor nuestro tiempo, o no estar tan en forma como nos gustaría, los de los habitantes de países en desarrollo pueden poner en riesgo sus vidas y desarrollo económico. Pero hay otra gran e importantísima diferencia: mientras que los psicólogos economistas conductuales se han estado dedicando a analizar este fenómeno en los mercados financieros y en nuestra conducta como consumidores, Sendhil Mullainathan dice que casi nadie está incorporando estas enseñanzas en el diseño de planes contra la pobreza. A ellos todavía les estamos pidiendo que utilicen de manera racional la información y recursos que les ofrecemos. Y pone otro ejemplo:
Imagínate que te dieran todo tu sueldo una vez al año en lugar de repartido en mensualidades. ¿serías capaz de gestionarlo de manera racional? Todos asumimos que la mayoría no demasiado. Pues algo parecido ocurre con los agricultores de caña de azúcar en el sur de la India. Es un cultivo muy rentable, pero que sólo da una cosecha y paga al año. Y como es de esperar por cualquier economista conductual, Mullainathan ha observado que los agricultores gastan mucho más después de la cosecha que antes. La clave según él es asumir que eso no es falta de voluntad, sino una propiedad intrínseca de la mente. Y que ayudarles a ahorrar no es informarles de cómo es mejor racionar su dinero, sino encontrar mecanismos que les ayuden a recibir el dinero repartido en pagas. De hecho Mullainathan ha visto que muchos hacen lo mismo que tú cuando evitas comprar 15 tabletas de tu chocolate preferido a pesar de estar de oferta, porque sabes que no podrás contenerte; siembran otros cultivos en lugar de caña de azúcar porque les dan un rendimiento menor pero más continuado, y así gestionan mejor sus ingresos.
Mullainathan plantea que estamos invirtiendo mucho dinero, creatividad y tecnología en aportar soluciones a la prevención de la diarrea, establecer medidas de ahorro, acceso a medicamentos… sin tener suficientemente en cuenta que la mente humana nos fuerza a tomar decisiones inconsistentes y extrañas que no siempre son las mejores para nosotros. Él habla de una nueva ciencia social que reconoce la complejidad innata de nuestro cerebro.
Sé que suena casi tan teórico como la Teoría-M. Lo es de momento. A pesar que muchos cooperantes trabajando en el terreno sí llevan años teniendo en cuenta este factor humano sin plantearse si están haciendo behavioral economics o no, parece que las grandes organizaciones todavía utilizan criterios económicos más clásicos para diseñar sus programas. Es algo que están empezando a considerar.
Me habló de Sendhil Mullainathan una amiga economista del Banco Interamericano de Desarrollo en Washington DC, diciéndome que la semana pasada le habían tenido como conferenciante, y que sus ideas les habían impactado muchísimo. Tras pedirme que me las explicara por encima le pregunté: “¿pero vais a implantarlas en vuestros proyectos?” Respondió: “Sin duda! Falta ver cómo, pero seguro que las tendremos en consideración a la hora de diseñar incentivos o estrategias, y poco a poco iremos incorporando estos conceptos. Se trata de algo realmente interesante y que no estamos analizando suficiente”. Misión: asumir la irracionalidad intrínseca del ser humano.