A los 21 años pasé cuatro meses en la Universidad inglesa de Reading sintetizando polímeros paramagnéticos de Paladio como trabajo de fin de carrera de mi licenciatura en Química. De verdad que aprender a trabajar con una línea de vacío para que ni humedad ni oxígeno del aire interfirieran en ninguna de la larga serie de reacciones químicas que requería la síntesi, era tan apasionante como elaborar el más sofisticado de los platos culinarios. Cuando abres la nevera donde días antes habías dejado una disolución amarillenta y te encuentras cristales purificados en el fondo de tu matraz, lo celebras con tus compañeros de labo como si hubieras marcado un gol en el último minuto. Y poder elucidar la estructura molecular de esos polímeros a partir de la distribución de líneas aparecidas tras meter los cristales en un aparato llamado espectrógrafo de Resonancia Magnética Nuclear, parecía algo mágico. Además, quien sabía si ese nuevo material nunca antes presente en la naturaleza iba a tener unas propiedades ópticas diferentes a los polímeros diamagnéticos preparados por otros laboratorios, que lo hicieran interesante desde el punto de vista de las telecomunicaciones y terminaría formando parte de chips dentro de aparatos electrónicos.
Yo a tanto no llegué, y creo que mis excompañeros tampoco. Pero sí lo recuerdo como un proceso interesantísimo. Sin embargo, también sé que si continúo dándoos más detalles vais a aburriros en menos de dos líneas. Ésta es parte de la desgracia de la química: aunque sea la ciencia que más presente está en nuestra vida, y sus contribuciones en diferentes ámbitos de la sociedad sean descomunales, goza de una injusta mala reputación y resulta una odisea intentar comunicarla de manera atractiva.
Esta indudable falta de reconocimiento deriva de la resistencia inicial que ofrece el público y los medios, pero también por el desinterés e incapacidad de la propia comunidad de químicos en buscar historias con calado más allá de la anécdota curiosa, y por la no reivindicación de su papel clave en grandes temas como el origen de la vida o el futuro energético. Y porque el enfoque utilitarista de la química la ha desprovisto del glamour de la física o la biología. “¡Claro que el paleontólogo estudiando dinosaurios o el cosmólogo investigando el Big Bang se esfuerzan mucho más en comunicar! Como fruto de su trabajo ellos sólo generan conocimiento, por eso es imprescindible transmitirlo. En cambio la química transforma el mundo con nuevos fármacos, materiales, progreso económico, y soluciones prácticas; ¿qué más quieres?”
Vocaciones de jóvenes, una imagen social más justa, y reivindicar su rol central en la solución a los grandes retos de la humanidad. Eso es lo que quieren los organizadores del 2011 año de la química, en el que los químicos pretenden reivindicar su rol central en la solución de problemas reales de la humanidad. Desde aquí reconocemos que también hemos hablado poco de la química, y nos comprometemos a elaborar relatos para demostrar que su ciencia e historia puede ser tan o más interesantes como cualquier otra- Pero empecemos con algunas primeras ideas al vuelo.
Pipí – oro – cerillas - Curie
La química está repleta de historias y personajes interesantísimos. En “Breve historia de casi todo” Bryson cuenta cómo en el siglo XVII el alemán Hennig Brand estaba convencido –posiblemente por el color- que de la orina humana podría extraer oro. Tras rellenar y destilar una cincuentena de cubos extrajo una pasta que, no era oro, pero sí tenía una peculiar propiedad: brillaba y se incendiaba con muchísima facilidad. Se le llamó fósforo (portador de luz) y se empezó a vender a precios desorbitados. Hasta que a mediados siglo XVIII un sueco encontró otra vía más práctica de sintetizarlo y construyó un imperio fabricando cerillas.
Las casualidades afortunadas o serendipities están detrás de innumerables hallazgos en química. Cuando en 1896 el francés Becquerel sacó de un cajón las sales de uranio que había dejado sobre una placa fotográfica, y observó que dicha placa se había impreso como si hubiera estado expuesta a la luz, se dio cuenta que algo extraño ocurría y mandó a una alumna suya que lo investigara. Era Marie Curie, quien a la postre descubriría la radioactividad y ganaría dos premios Nobel. Uno de física en 1903, y otro de química en 1911 cuyo 100 aniversario se celebrará en el marco del 2011 año de la química como reivindicación del rol de las mujeres en ciencia.
Hay muchísimo más: desde la primera separación entre alquimia y química establecida por Robert Boyle en “The Sceptical Chymist” (1661), a los grandes experimentos del guillotinado Antoine Lavoisier, o a la maravilla que representó Mendeléiev con la ordenación de todos los elementos químicos en una elegante tabla periódica. Cierto que los fundamentos de la química se construyeron hace más de un siglo, y desde entonces parece que lo “único” que obtengamos sean aplicaciones. Pero vuelve a ser una percepción equívoca.
La química también es futuro
En este blog conocimos al químico vivo más citado que existe; George Whitesides de Harvard. Su mensaje era clarísimo: la química está hoy más vigente que nunca. Y no sólo en aburridos procesos industriales. Temas profundos como el origen de la vida no lo van a abordar biólogos ni arrogantes físicos sino químicos. La biología molecular quedará pronto limitada para entender el funcionamiento más íntimo de las células y se recurrirá a la química para interpretar las reacciones y enlaces del ADN y macromoléculas.“La química es la verdadera nanotecnología” enfatizó Whitesides quejándose de se ponía el prefijo “nano” a todo porque sonaba mejor. Y repitió que solucionar retos globales como encontrar fármacos baratos, purificar agua, o conseguir fuentes de energía limpia eficientes fuentes de energía, entre muchos otros, dependerá de la química.
No ocultar el lado oscuro de la química
Las aportaciones positivas de la química son infinitamente mayores que los casos de contaminación, accidentes industriales o problemas sanitarios y medioambientales que a lo largo de este siglo ha causado el uso descuidado de esta herramienta. Pero negar este lado oscuro, u obviarlo, es contraproducente en cuanto genera desconfianza. Abordar estas situaciones, y ver cómo en las últimas décadas se ha realizado un tremendo esfuerzo en concienciación por el medioambiente y mejorar seguridad, es también una estrategia para convencer al ciudadano. Temer a la química por la posibilidad de generar armamento –por ejemplo- es simplista. Pero no injustificado. Especialmente sabiendo que más de la mitad de la financiación científica de EEUU se va a investigación militar. Cuando digo que en mi año de Fellow en el MIT de Boston visité todos sus principales centros… miento; en el Institute for Soldier (Instituto del Soldado) nunca me dejaron entrar. Abordar estos debates desde dentro de la ciencia también es comunicación científica. El editorial de Nature lo explica: La química –como cualquier otra actividad humana- puede ser buena y mala. Pero cuando es buena es muy, pero que muy buena. Y debe reconocérselo.
¿Somos sólo química?
Me lo preguntan a menudo cuando explico el papel de las hormonas y neurotransmisores en el funcionamiento de nuestro cuerpo y mente. Suelo responder “¿En qué más estás pensando?”. Y en seguida matizo el aparente determinismo: tú puedes un día sentirte más estimulada por condicionantes internos como incremento de hormonas en mitad del ciclo menstrual, o por externos como cenar con un compañero atractivo. No quiere decir que una cosa venga antes que la otra, pero en ambos casos siempre hay una base química detrás de una sensación o emoción física. Y conocerlo, no le roba ningún encanto. Al contrario; le añade interés. Las reacciones químicas que descomponen la comida cuando la ingerimos y la transforman en energía estaría oculto sin la ciencia. Entender qué enlaces hacen a la mantequilla sólida y al aceite líquido, y convierten al segundo en más saludable que la primera, es una de las interminables curiosidades que podemos encontrar inmiscuyéndonos en el universo de la química. Veremos si somos capaces de transmitirlo. Al final, la percepción positiva o negativa no depende tanto de los argumentos como de la emoción que contagies. Y para muestra, este original video de la Lady Gaga científica atrapada en un Bad Project.