Virginia Barber tiene un trabajo muy especial. Esta psicóloga forense licenciada en Madrid y doctorada en el John Jay College of Criminal Justice de la Universidad de Nueva York es actualmente directora de los juzgados de salud mental del condado de Queens. Su función allí es: “evaluar psicológicamente a las personas que han cometido un crimen y preparar un informe al juez para que decida si pueden beneficiarse de tratamientos en comunidad como alternativa a la encarcelación”.
Después de tanto debate académico sobre la naturaleza de la mente humana, y reflexiones interminables sobre el origen y condicionamientos de nuestra conducta, cenar con Virginia en Nueva York fue encontrarse de frente con la realidad. Cada día Virginia ve personas que han cometido robos, agresiones, violaciones, u otros crímenes graves, y debe utilizar todas las herramientas de psicología y neurociencia para decidir cuáles pueden quedar en semi-libertad. Entre otras cosas evalúa si existe enfermedad mental, valora el riesgo de violencia… y que no sean psicópatas. Porque si son psicópatas, ni por asomo se les deja en la calle.
Como podría ser el sujeto que está evaluando en estos mismos momentos: Un hombre de 45 años que nunca antes había mostrado conducta violenta hasta que dio una brutal paliza a su madre de 81 años dejándola en el hospital al borde de la muerte. Para juzgar un caso así, debes entender muy bien qué ocurrió en la mente de este individuo.
Virginia lleva unos días analizándolo, y cree estar frente a uno de los muchos psicópatas no detectados que hay disueltos en nuestra sociedad. Tiene todos los rasgos característicos: hábil en la discusión, mide muy bien susacciones, y sabe aparentar cierto encanto personal. Pero no reconoce culpa ni responsabilidad alguna en lo ocurrido. No muestra ningún remordimiento, y defiende que todo es una confabulación en su contra y que de alguna manera ella se lo merecía. En los psicópatas, la culpa y responsabilidad siempre es de los otros. Tienden a ser extremadamente narcisistas, egocéntricos, los vínculos que forman con amigos y parejas son muy superficiales, y los mantienen sólo mientras a ellos les conviene por interés. Viendo su pasado, siempre manipulan y se aprovechan económicamente de la gente que le rodeaba, sobre todo de sus consecutivas relaciones. Es lo que se denomina un estilo de vida parasito. El individuo que analiza Virginia está preocupado por lo que le puede venir encima tras agredir a su madre, pero no muestra ni la más mínima preocupación por saber su estado. Virginia explica que en las entrevistas demuestra una falta de empatía abrumadora y –como es habitual en los psicópatas- mucha destreza a la hora de mentir. Nadie sospecharía de un ciudadano así o directivo de empresa tan bien integrados en la sociedad. Hasta que explotan. Si es que llegan a hacerlo.
“La psicopatía es totalmente diferente a la mayoría de casos de conducta antisocial que nos llegan de entornos desfavorecidos” quiere dejar bien claro Virginia. Se refiriere a que cuando analiza delincuentes arrestados en Nueva York, encuentra patrones muy diferentes. Muchos presentan conducta antisocial y criminal, pero no tienen los componentes emocionales o interpersonales de los psicópatas. Por ejemplo, los delincuentes no psicópatas sí reconocen que hicieron algo malo. Pueden dar excusas, pero muestran cierto grado de arrepentimiento. Y sí son capaces de mostrar afecto, miedo, respuestas emocionales, y de vincularse emocionalmente de manera significativa con familiares o amigos. Además, es destacable la lealtad que tienen hacia su grupo, familia o entorno cercano. Un psicópata en cambio no es leal a nadie. Sólo a él mismo.“no debemos confundir conducta antisocial con psicopatía. Son muy diferentes”, insiste Virginia.
Pero… ¿estamos rodeados de psicópatas? ¿nacen así? ¿se pueden diagnosticar mirando la actividad de las áreas emocionales de su cerebro? Empecemos por esta última pregunta.
El caso de Brian Dugan: Si un psicópata nació mal… ¿es menos malnacido?
Brian Dugan estaba ya cumpliendo dos cadenas perpetuas por sendos asesinatos cuando un juzgado de Chicago le procesó de nuevo por la violación y asesinato de una niña de 10 años que habría realizado con anterioridad. Su abogado (alguien que –en sentido opuesto al método científico- primero establece su posición y luego acomoda las pruebas a ella) presentó imágenes de resonancia magnética del cerebro de Duncan para argumentar que padecía una enfermedad mental llamada psicopatía y no era del todo responsable de sus actos. Evidentemente el juez no hizo caso, y terminó condenando a pena de muerte a Duncan. Pero fue un momento significativo: la primera ocasión en que una fotografía de fMRI se utilizaba en un juicio para defender a un asesino.
La posición del abogado estaba inspirada en los recientes estudios de neuroimagen que buscan funcionamientos anómalos en los cerebros de los psicópatas. Uno de los neurocientíficos más destacados en este campo es Kent Kiehl, que fue quien analizó el cerebros de Duncan, testificó en el caso, y con quien conversé telefónicamente la semana pasada para preparar este reportaje de la agencia SINC. Él defiende que su objetivo principal es investigar científicamente qué funciona mal en el cerebro de un psicópata, para así buscar tratamientos más específicos. Y cree también que el fMRI podría convertirse en una herramienta de diagnóstico complementaria a los tests, con la que identificarlos y empezar terapias lo antes posible.
Otra persona con quien también conversé fue Robert Hare, autor de la escala PCL-R utilizada mundialmente para identificar psicópatas, y quizás el experto en psicopatía más reconocido del mundo. Hare fue así de contundente: “Debemos ser muy cuidadosos con este boom de la neuroimagen, porque no sabemos todavía cómo interpretarlas, y cual es la variabilidad entre la gente normal o con trastornos emocionales que nada tienen que ver con la psicopatía. El caso de Duncan es preocupante, porque podría sentar un precedente peligroso”. Virginia Barber fue todavía más lejos: “una barbaridad. Casi una ridiculez! Un fMRi no puede demostrar causalidad, y no supera ni de cerca los criterios mínimos de fiabilidad para ser utilizado en un juzgado”.
En este blog muchas veces nos hemos dejado fascinar por los avances en la investigación neurocientífica, las reflexiones filosóficas que comporta, y las implicaciones que pueda tener en una cercana neurosociedad. Pero también hemos advertido (como el caso del detector de mentiras) que existe una gran exageración en este campo (y no sólo por los medios, sino por los propios científicos). Así lo expresábamos en el capítulo “neuroarrogancia en los juzgados” de El Ladrón de Cerebros, y en el capítulo que debatíamos sobre el grado de libertad que tenemos a la hora de decidir. Es un punto interesantísimo. En realidad, como siempre que nos planteamos porqué castigamos a alguien, se entremezcla valorar la responsabilidad en lo ocurrido con la posibilidad que se repita el incidente.
Y en el sentido de la responsabilidad, Kent Kiehl no dice que Duncan no fuera culpable de sus actos. Faltaría más. Pero sí concibe al psicópata como un enfermo, no como un delincuente. Alguien “no malo, sino que sufre una anormalidad en el cerebro que le deja a la deriva en un mundo sin emociones” (sciam). El objetivo de sus novedosas investigaciones con scáneres cerebrales portátiles por prisiones estadounidenses es comprender la mente de un psicópata, diagnosticarlos, e intentar rehabilitarlos.
Robert Hare no lo ve muy claro. Cuando se le pregunta si un psicópata es plenamente consciente de lo que hace responde: “Si, si, si, si… claro! Ellos saben muy bien que están cometiendo un delito penalizado por la sociedad, e infringiendo un dolor espantoso a sus víctimas o familiares. Simplemente no les importa”. ¿Se pueden curar? Hare se muestra sólido en la tesis de que cambiar la mente de un psicópata es prácticamente imposible, y casi siempre van a reincidir si se les pone en libertad. Viginia Barber –como Kiehl- muestra un optimismo moderado al explicar que en los últimos años algunas terapias cognitivas y conductuales sí han dado resultados positivos. Pero continúa desmarcándose de esta visión tan determinista de la psicopatía.
Una visión determinista representada a la perfección por otro de los grandes de la psicopatía, el “neurocriminólogo” Adrian Raine, que como explicaba el artículo de SINC, presentó un estudio el pasado febrero en la reunión de la AAAS en Washington DC, sugiriendo que se podía encontrar rasgos de futura psicopatía en niños de tres años, y que sería importantísimo para empezar terapias lo antes posible. Yo estuve en esa sesión. Sonaba muy controvertido. A pesar de que Raine insiste en el peso del entorno, su visión innata y determinista del comportamiento humano parece exagerada, y no es aceptada por algunos de sus compañeros. “El crimen no es un desorden, y es utópico pensar que vamos a identificar futuros psicópatas a los 3 años”, decía Kent Kiehl. “Aunque sí se ven característica innatas en los psicópatas, yo no soy ni de lejos tan determinista como Raine”, opiaba Robert Hare. Y “el estudio de Raine es metodológicamente limitadísimo”, constataba Virginia Barber. Pero se publicó igualmente, y la AAAS organizó una rueda de prensa para darle difusión. Curioso.
La mente del psicópata es fascinante. Ojalá científicos como Kiehl continúen investigando para conocerla, psicólogos como Virginia trasladen esos conocimientos al mundo real, y sabios como Hare nos hagan ver que el narcisismo, egocentrismo, ambición, conducta manipuladora, la no asunción de responsabilidad, pobreza emocional, y falta absoluta de empatía de un psicópata, no desemboca sólo con actos violentos sino que puede terminar expresándose en dirigentes totalitarios, líderes de corporaciones, u otros estamentos de la sociedad. Qué sorpresas nos podrían dar algunos scanners cerebrales…