El encuentro/copeo con nuevos y viejos amigos hace unas semanas en Boston empezó con el físico Eduardo Granados explicándome que en su grupo de óptica y electrónica cuántica del MIT habían creado un dispositivo láser que permitía mover los electrones a voluntad de un orbital atómico a otro. Son los primeros en el mundo en conseguirlo. Ahí es nada. A mi me dice un científico esto, como quien no quiere la cosa, y dejo de pestañear durante 10 minutos mientras le escucho con barbilla caída y boca semiabierta.
Lo que publicaron el pasado Agosto en Nature Photonics es el diseño de un generador de láser de pulsos ultracortos, que hacen luego interaccionar con otros láseres y pasar entre ciertos gases para con todo este ajetreo generar un láser final de una frecuencia extremadamente alta que actúa como una cámara ultrarrápida de 10 attosegundos (10-18) de resolución (un electrón tarda 151 attosegundos en dar la vuelta a un núcleo de H). Con este laser se puede seguir el movimiento de electrones individuales (aquí seguro que no estoy afinando, pero Edu me dijo textualmente “algunos frikean con que midamos la energía de cada electrón con tanta precisión temporal sin perjuicio del principio de incertidumbre de Heisenberg, pero en realidad no lo contradecimos”), ver por ejemplo cómo se está disociando una molécula de Hidrógeno (H2), e incluso acelerar electrones y dirigir reacciones químicas.
Vendría a ser el primer sintetizador de luz del mundo (hace unas semanas el Max Plank alemán construyó el segundo), que permite crear láseres con la forma de onda deseada (no necesariamente sinosuidal) y campos eléctricos con la forma de luz adecuada a cada experimento.
Monos que pagan por sexo
Yo quería seguir hablando de esta flipada y comprender mejor el fenómeno. Pero las biólogas de Harvard Ana y Alicia se empeñaron en querer discutir algo mucho más banal y superfluo (es lo que tiene Harvard respecto al MIT) como la prostitución en macacos. Es decir, si los monos pagan por tener sexo.
Se ve que en el 2005 un investigador de Yale estaba intentando familiarizar a monos capuchinos con el uso del dinero. Les daba una especie de monedas plateadas y les enseñaba a intercambiarlas por diferentes tipos de frutas. En los experimentos se veía cómo los monos “negociaban”, daban más monedas por unas frutas que otras, y no llegaban a ciertos tratos injustos. Pero en un momento sucedió algo sorprendente: un mono ofreció sexo a otro a cambio de unas monedas, que inmediatamente después fue a cambiar por frutas. De hecho en un estudio más reciente se observó que los machos desparasitaban a las hembras si estas después les ofrecían sexo, y que el tiempo el tiempo de desparasitamiento variaba en función de la cantidad de hembras en el grupo. Otro primatólogo observó una hembra bonobo acercarse y “ofrecerse” a un macho que llevaba dos ramas de caña de azúcar, tener un ratito de sexo, e irse con las ramas sin que el macho protestara. “Evidencias” de que intercambiar sexo por otros favores tiene su origen evolutivo (ehem).
Homosexualidad en el reino animal
Si la prostitución era algo natural o no nos llevó a discutir hasta qué grado la homosexualidad era habitual en el reino animal. Saqué yo el tema por una conversación semanas antes en San Diego con el biólogo español Ignacio Martínez explicándome cómo se podían feminizar a moscas drosophila machos con sólo alterarles un único gen que se expresa en el cerebro. Se ve que es un proceso muy bien estudiado, y machos y hembras intercambian patrones de cortejo y apareamiento con una simple manipulación genética (aquí hay videos de contenido sexual explícito entre moscas lesbianas y machos haciendo el trenecillo).
Mi duda era si eso podía ser considerado realmente homosexualidad, o más bien era una confusión. Es decir; quizás la mosca gay percibía a quien tenía enfrente como una hembra. ¿estaría la “confusión” detrás de algunos apareamientos macho-macho o hembre-hembra que a veces vemos en el reino animal? Si fuera así, no se podría decir que la homosexualidad fuera tan natural.
La pregunta quedaba en el aire por falta de información, pero encontró respuesta hace un par de semanas cuando curioseado visité la exposición “Sex Lives of Animals” en el Museo del Sexo en NY, guiado por su director Mark Snyder. Cuando ves los videos de hembras bonobo frotándose los clítoris de izquierda a derecha con el único objetivo de darse placer mutuo, leones macho con toda esa cabellera y fortaleza copulando aun teniendo hembras a su disposición, jirafas macho con los cuellos acaramelados, pingüinos, bisontes, y un sinfín de casos documentados de encuentros sexuales frecuentes entre animales del mismo género, te das cuenta que sí; que la homosexualidad es algo absolutamente presente en la naturaleza. ¿Importa?
La ética nada tiene que ver con nuestra carga biológica
Esta es parte de la discusión que tuve comiendo hace también unas semanas con el reconocido filósofo Peter Singer . Le había invitado para charlar de derechos de los animales y ética de la experimentación animal, pero le inquirí también hasta qué punto el argumento de si algo “es natural o no” resulta válido para clasificar moralmente dicha acción. Respuesta contundente, que es la que esperaba: Ninguno. Cero. Absurdo. Criticar la homosexualidad o cualquier otra conducta porque no sea “natural” (que sí lo es) es de las imbecilidades más grandes que se pueden espetar. Cuando alguien con mentalidad conservadora te diga que “ser gay no es natural” respóndele “¿Tú eres tonto o qué?”. Más allá de que sea una opción o un instinto natural… ¿qué importa eso para juzgarlo éticamente? La ética no tiene que ver nada con las instrucciones genéticas con que nazcamos. La ética la creamos nosotros culturalmente, y desgraciados seríamos si no modificáramos los instintos que la evolución dejó en nuestros cerebros.
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Deja de nevar en Nueva York. Se termina la reclusión que me condujo a recuperar estas reflexiones casi olvidadas. Me voy a ver primates disfrazados por Halloween.