En política -y en la vida real-, los viejos amigos que han dejado de serlo suelen volver del pasado disfrazados de fantasmas para recordarnos el error. Incluso aunque estén muertos, ya sea política o literalmente muertos.
Dominique Strauss-Kahn, un cadáver político, y Muamar el Gadafi, criando malvas de forma literal, son (eran) dos fantasmones amantes del bunga bunga que hace solo dos años estaban en la cima del mundo. Uno plantaba sus jaimas en los parques de Occidente y recibía genuflexiones y besos de los líderes democráticos, el otro campaba en Washington y cenaba con Obama mientras se disponía a suceder a Nicolas Sarkozy.
Ahora los dos han regsesado al mismo tiempo del pasado y se han colado en la recta final de la campaña de las presidenciales. Obligando a sus viejos amigos a huir de ellos como si fueran la peste.
La irrupción de DSK ha sido tragicómica. The Guardian publica el viernes una entrevista realizada por Edward Jay Epstein, autor del libro exculpatorio que adelantó The New York Review of books (corregido) hace unos meses. En ella, como se sabía ya, DSK acusa a alguien que tiene una "agenda política" de haber montado la conspiración del Sofitel y a los servicios secretos franceses de haberle espiado para impedir su llegada al Elíseo.
Sarkozy se da por aludido y le responde que es mejor que se calle y rinda cuentas ante los tribunales, que él no acepta lecciones morales de alguien imputado por proxenetismo, y sugiere que los socialistas han animado a DSK a salir a la palestra en plena campaña: "Hollande ha apelado a un refuerzo de una talla moral de peso. Ahora la familia está al completo", ironiza.
El sábado, Julien Dray, un diputado socialista, celebra su cumpleaños en un bar de la calle Sant Denis - una de las zonas de prostitución de París, dicho sea de paso-. Invita a Ségolène Royal, a Pierre Moscovici y a Manuel Valls, pesos pesados del partido y los últimos número dos y tres de la campaña de Hollande. Lo malo es que Martini Dray también invita a DSK, aunque esto no se lo dice a los otros amigos.
De forma que Royal, Moscovici y Valls llegan al bar, y al enterarse de que viene su viejo amigo, salen corriendo para evitar ser vistos y fotografiados junto al apestado.
El domingo, DSK emite un comunicado en el que niega haber dado una entrevista a The Guardian y amirma que es un montaje. El diario responde que Epstein se reunió "durante dos horas con DSK" el pasado 13 de abril en París, y añade que la conversación "no era en off".
Hollande trata de zanjar la polémica diciendo: "DSK está fuera de esta campaña y no tiene por qué volver". Y Royal. "Es una persona irrelevante en la campaña, y no quiero encontrarme con él en nombre de la dignidad de las mujeres".
Lo de Gadafi tiene también poca gracia. La sospecha de que el coronel financió la campaña de Sarkozy en 2007 no es nueva, pero sube un grado con la publicación, el sábado, en la web de Mediapart, de un supuesto documento secreto libio, fechado en 2006, que afirma que el líder de la Jamarihiya dio su "principio de acuerdo "a los emisarios de Sarkozy para aportar 50 millones de euros a su campaña.
Los socialistas piden explicaciones al presidente, y este replica diciendo que se trata de "una infamia" de Mediapart, a la que acusa de "estar al servicio de los socialistas". Fillon también sale en defensa del líder en apuros y añade que Mediapart "es un laboratorio financiado por los amigos ricos de François Hollande".
Uno de los firmantes de la nota, un viejo dirigente gadafiano huido a Catar -hoy el régimen islamista más amigo del islamófobo Sarkozy-, afirma que el documento tiene que ser falso. La web responde afirmando que el documento les parece fiable, que los indicios de que Gadafi financió a Sarkozy son numerosos, y que el presidente trata de intoxicar e insulta como hizo en el pasado cuando Mediapart destapó el esándalo L'Orèal.
La moraleja quizá sea que los amigos siempre vuelven del pasado cuando menos se les espera.