Miguel Mora

Sobre el autor

es corresponsal en París, antes en Roma y Lisboa, fue redactor en la sección de Cultura y la Edición Internacional. Trabaja en EL PAÍS desde 1992, y es autor del libro ‘La voz de los flamencos’ (Siruela, 2008).

Hollande o el sueño de Europa

Por: | 19 de mayo de 2012

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Ninguneado, minusvalorado y desdeñado hasta la vergüenza (propia y ajena) por nuestros líderes supuestamente democráticos (Angela Merkel, Mariano Rajoy) y por publicaciones tan prestigiosas como liberales (The Economist, ese lúcido think tank que pidió el voto para Sarkozy), el “bastante peligroso” François Hollande es seguramente lo mejor que le ha pasado a la Unión Europea en mucho tiempo. Quizá no consiga nada, porque las fuerzas en juego contra el euro y contra la unidad de Europa son muchas y altamente tóxicas y desvergonzadas, pero al menos ya ha demostrado que otro camino es posible.

Aunque solo lleva cuatro o cinco días en el cargo, su energía positiva lleva meses agitando las deprimidas conciencias de muchos ciudadanos europeos. Su naturalidad en la campaña y la victoria, su actitud ‘Jacques Tati’ al tomar posesión y al despachar a la desmadejada pareja Sarkozy-Bruni (qué pintas innobles, carissima), y su cuajo al sobrevivir con ese temple de torero humilde al agua, el granizo y el rayo que cayó sobre su avión le han granjeado ya el afecto de muchos otros.

Los que aun no estén convencidos deberían pararse a imaginar un segundo la catástrofe que habría sucedido si este hombre al que algunos confundieron con un flan y quisieron pintar como un bolchevique hubiera perdido las presidenciales.

Sarkozy estaría hoy en el G8 ejerciendo de palmero de Merkel, echándole la culpa de todo a Zapatero y a Papandreu, y quizá redactando la pregunta del referéndum griego o firmando por debajo de la mesa el acuerdo para la eyección de Atenas del euro. Por suerte, está en Marraquesh, disfrutando de los placeres de la democracia alauita (como en esta foto de 2007), y descansando (edito) en una villa del rey Mohamed VI.

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Un soberbio artículo de Barbara Spinelli para La Repubblica, titulado Escuchen el grito de Atenas, recordaba esta semana que fue precisamente el desahuciado Papandreu quien dio, también en diciembre y durante una visita a los Verdes alemanes, la receta justa para arreglar la crisis del euro: “Austeridad en los países, crecimiento en Europa”.

Esta es la fórmula mágica de Hollande, la idea fuerza que, junto al odio que generaba Sarkozy en media Francia, ha llevado al candidato del PS al Elíseo -por encima de la muy simplista tesis de que ha sido la crisis la única culpable de su triunfo. Y esa es la norma que, como casi todos saben ya, salvo Merkel, debería adoptar la UE en la cumbre de junio o mejor incluso antes -si es que hay alguien, aparte de Hollande y de Barack Obama, al que le interese que la Unión Europea siga existiendo.

Su sugerencia de que el fondo europeo se ocupe de recapitalizar a la banca española es sensata y desvela lo que es un secreto a voces: España no podrá tapar ese agujero ignoto sin multiplicar su deuda. Rajoy no ha pedido ayuda, por cobardía o tabú, y en Bruselas están estupefactos porque no lo haya hecho ya. Hollande se ha limitado a poner sobre la mesa lo que es urgente y razonable. De Guindos se ha hecho el loco. Esperemos que el Gobierno no mate al mensajero y recoja el guante.

Hablando ante la colonia francesa en Washington, Hollande explicó el viernes que no podía soportar llegar como presidente a Estados Unidos lamentándose de que Europa esté en crisis y quejándose del “riesgo de que Grecia salga del euro y haga explotar la zona euro”; y añadió que necesitaba imaginar y hablar en nombre de "una Europa fuerte y poderosa”.

Esa es precisamente la actitud contraria a la que han inoculado en la opinión pública Merkel y Sarkozy, al actuar durante tres años con tanta pusilanimidad como (errado) cálculo electoralista, moldeando su pequeño dueto dictatorial con grandes dosis de vinagre e incompetencia, cubos de irresponsabilidad y de dejación dolosa: Europa es tan frágil e irrelevante que no es capaz de resolver siquiera la crisis de un Estado de un puñado de millones de habitantes que supone el 3% de su PIB total.

¿No será que lo han hecho aposta?

Una porque lleva años sacando ventaja económica del status quo; el otro porque era tan ingenuo que pensaba que tocando las maracas tendría derecho prioritario a las migajas, la pareja conocida como Merkozy ha pasado a la historia con el lustre de un estropajo, y todavía deberá ser juzgada en el tribunal de las urnas y la justicia poética por su crimen de lesa europeidad y condenada a jubilación anticipada.

Hollande ha conseguido derribar con el arte de la modestia la desinencia de la palabreja. Ahora solo falta que los europeos -y sobre todo esos alemanes que tantas casas y vacaciones baratas se han comprado en España y en Grecia durante tantos años mientras nos vendían sus coches y sus aspiradores- acaben con la raíz (del problema).

Pero para eso faltará quizá un año, si Merkel tiene suerte. Antes de eso, lo primero que debería hacer Hollande es colocar al ultraliberal David Cameron en el sitio que le corresponde, en el rincón de los eurófobos más recalcitrantes. Cameron ya ha dicho que se opondrá a la tasa financiera que Hollande quiere imponer para levantar 59.000 millones y dedicarlos a crecer y crear empleo. El premier ha afirmado que no permitirá que se apruebe una tasa como esa “porque castigaría al pueblo y a las entidades financieras” (The Guardian). El populista-bancario prefiere que pague Alemania a que lo hagan los bancos y los fondos que operan en su chiringuito fiscal, la City.

La estulticia y la caradura no conocen límites en estos tiempos, pero esa frase que mete en el mismo saco a millones de familias despojadas de sus trabajos y sus derechos más básicos y a los bancos que han originado casi todos los problemas debería ser suficiente para que este señor very dangerous quede automáticamente eximido de influir en un club europeo realmente democrático. Si Gobierna usted para proteger a la banca y a los hedge funds, renuncie a la política y hágase consejero, o especulador.

Lo segundo que podría hacer Hollande es recibir a Alexis Tspiras, cosa que no hizo en su momento y que sin duda constituye su mayor error hasta ahora. El líder de Syriza volverá el lunes a París, y de momento se sabe que se entrevistará con Jean-Luc Mélenchon, cita muy romántica pero bastante inútil. Sería deseable que el nuevo Gobierno francés no le haga el vacío y le dé su apoyo. Es tan europeísta o más que muchos de ellos (Fabius, por ejemplo), y no acepta someterse al chantaje del miedo y la omertà de Merkel. Ergo es de la familia, y los griegos seguramente le van a convertir en su próximo primer ministro. Sería una bajeza moral y una torpeza política que Hollande y los suyos le pagaran con la misma moneda que les propinó a ellos Merkajoy.

Toca encomendarse a Hollande, a Tspiras, a Obama y sobre todo a Barbara Spinelli. No hay mucho más en este páramo. Los muchachos del SPD andan todavía verdes, timoratos como una novicia. Pero confiemos en que en un tiempo razonable la razón se impondrá, y los mediocres, los lerdos, los mentirosos, los Aguirres, los Betetas, los esbirros del poder financiero y los cobardes irán dejando poco a poco de gobernar nuestras vidas.

Si ha caído Sarkozy, ¿qué nos impide soñar con una Alemania distinta, con otra Europa y otro futuro?

Valls pone en su sitio a Guéant

Por: | 17 de mayo de 2012

 

El cambio ha llegado a Francia, y la mejor prueba fue la impresionante toma de posesión de Manuel Valls, nuevo titular de Interior, que convirtió el traspaso de poderes con su antecesor, Claude Guéant, en un Yo acuso en toda regla.

El político barcelonés, que arrastra fama de ser el más conservador de su partido (cosa que le fastidia porque su padre era un artista exiliado y antifranquista), recordó al exministro, un notorio xenófobo que defiende la superioridad de la civilización francesa, que él nació fuera del país pero así y todo aprendió a “amar a Francia, su lengua, su cultura y su bandera”, y añadió que el hecho de que haya llegado a ser ministro refleja que Francia es un país diferente, lleno de fuerza y de virtudes.

Por si no le quedaba claro, enseguida, comparándose con su antecesor, anunció que en su gestión no habrá “angelismo, estigmatización ni carreras desenfrenadas hacia las cifras” (de inmigrantes expulsados y delincuentes detenidos: todas ellas falseadas).

La despedida sonó sarcástica: “Bon vent”, dijo Valls.

Irónicamente, el excazador de gitanos, exazote de árabes y defensor de tirar el Tratado de Shengen a la basura ha sido el único ministro saliente del Gobierno Fillon-Sarkozy que no recibió los aplausos de sus colaboradores al irse.

Bueno, no. Sarko y Carlita también se fueron en silencio, y ahora descansan en Marrakesh.

Como dicen aquí, los tres se han marchado con un silencio de plomo.

Hasta más ver, y por muchos años.

No sé si han caído ustedes en lo chunga que se habría puesto la cosa si los franceses llegan a equivocarse un poco y reeligen al profeta bling bling. El postfascista Patrick Buisson igual sería hoy primer ministro y todo...

Realmente, cada día que pasa parece más evidente que nos hemos librado de una buena. Y para los que tengan miedo del futuro, solo se puede añadir una cosa. Por mucho que se empeñe Sarko, Hollande no es Zapatero.

 

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Quizá será el último momento de relax que tendrá en los próximos meses. El presidente electo, François Hollande, tomará mañana posesión de su cargo en el Elíseo, y antes de enfangarse en una agenda endiablada que arranca a media tarde en Berlín se ha despedido hoy de los periodistas que han seguido su campaña invitándoles a un aperitivo en su cuartel general, donde ha dicho: “Se acabó el Hollande Tour, sé que muchos estáis viviendo un drama interior, pero peor es lo mío, que llevo años hablando con la prensa y como sabéis mañana voy a cambiar de inmueble y de función".

En tono burlón y simpático, el presidente ha mostrado toda la "normalidad" de la que hace gala. Tras estrechar las manos de los 50 o 60 periodistas congregados (a algunos dos veces), ha agarrado el micro y ha contado que no visita el Elíseo desde 2008, cuando fue a invitado por Sarkozy para consultar una revisión de la Constitución, y ha recordado que empezó a trabajar en el palacio hace 30 años, como consejero de François Mitterrand, "aunque en el segundo mandato me eligieron diputado y ya fui bastante menos por allÍ".

El nuevo presidente ha tenido palabras de respeto hacia la prensa, ha agradecido el duro trabajo de la campaña, ha pedido perdón por haberles dado la mano algunos días pensando que eran votantes, ha recordado que él mismo trabajó fugazmente haciendo crónicas económicas en Le Matin de Paris, "un viejo periódico que quebró", y ha pedido por favor a los periodistas que no busquen aquellos textos.

Hollande considera a Francia un "país de gran prensa", y ha prometido que lo seguirá siendo y que como presidente no protegerá, pero sí promoverá el pluralismo, y que sabe bien que "los medios están pasando dificultades" y que los periodistas "andan medio locos con el Twitter".

"Pero no pediré nada a cambio", ha añadido, en lo que ha parecido un guiño a su antecesor, Nicolas Sarkozy. Para concluir: "Sé que no tendréis piedad ni indulgencia, que no debo esperar nada de vosotros. Y no espero nada. La campaña es un hábitat protector, y ahora eso se ha acabado. Normalmente los presidentes son juzgados al final de su mandato, pero otras veces lo son al principio (otro guiño), y vamos a tener un inicio interesante en el que vamos a viajar por todo el mundo".

"Aunque los franceses suelen elegir al presidente pensando en los temas nacionales, la economía, la sociedad, la relación con el poder, esta vez los asuntos internacionales se han impuesto, y tendré que estar a la vez lejos y cerca del país", ha dicho.

Hollande no ha dicho una palabra sobre quién será su primer ministro. Su jefe de comunicación durante la campaña, Manuel Valls, que suena con fuerza como ministro del Interior, ha mostrado la impaciencia que viven muchos altos cargos socialistas ante el hermético silencio del jefe. "No sabemos nada", decía, bromeando, el barcelonés, "igual todavía podeís interceder por mí".

AyraultHollande hará público mañana el nombre de su primer ministro, que será muy probablemente el alcalde de Nantes y jefe del grupo socialista en la Asamblea Nacional, Jean-Marc Ayrault. El presidente ha explicado tras su discurso que el secreto será desvelado "entre el Ayuntamiento y el aeropuerto", es decir después de la visita que hará Hollande al Hôtel de Ville, hacia las tres de la tarde, y antes de partir hacia Berlín para reunirse con Angela Merkel.

Los ministros tendrán que esperar hasta el miércoles.

La que ha hablado ha sido la flamante primera dama, Valérie Trierweiler, que ha contado a Libération que no pudiendo hacer entrevistas a los grandes dignatarios mundiales por obvias razones de incompatibilidad, está pensando en empezar a escribir las memorias de una periodista en el Elíseo, "como Eleanor Roosevelt, que escribía su diario en la Casa Blanca".

Hollande y Trierweiler han decidido vivir en palacio después de que haya quedado descartado que pudieran seguir alojados, como deseaban, en su modesto apartamento del distrito XV por motivos de seguridad.

Será, pues, un monarca normal. Pero soltero.

 

 

 

 

El País

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