Ninguneado, minusvalorado y desdeñado hasta la vergüenza (propia y ajena) por nuestros líderes supuestamente democráticos (Angela Merkel, Mariano Rajoy) y por publicaciones tan prestigiosas como liberales (The Economist, ese lúcido think tank que pidió el voto para Sarkozy), el “bastante peligroso” François Hollande es seguramente lo mejor que le ha pasado a la Unión Europea en mucho tiempo. Quizá no consiga nada, porque las fuerzas en juego contra el euro y contra la unidad de Europa son muchas y altamente tóxicas y desvergonzadas, pero al menos ya ha demostrado que otro camino es posible.
Aunque solo lleva cuatro o cinco días en el cargo, su energía positiva lleva meses agitando las deprimidas conciencias de muchos ciudadanos europeos. Su naturalidad en la campaña y la victoria, su actitud ‘Jacques Tati’ al tomar posesión y al despachar a la desmadejada pareja Sarkozy-Bruni (qué pintas innobles, carissima), y su cuajo al sobrevivir con ese temple de torero humilde al agua, el granizo y el rayo que cayó sobre su avión le han granjeado ya el afecto de muchos otros.
Los que aun no estén convencidos deberían pararse a imaginar un segundo la catástrofe que habría sucedido si este hombre al que algunos confundieron con un flan y quisieron pintar como un bolchevique hubiera perdido las presidenciales.
Sarkozy estaría hoy en el G8 ejerciendo de palmero de Merkel, echándole la culpa de todo a Zapatero y a Papandreu, y quizá redactando la pregunta del referéndum griego o firmando por debajo de la mesa el acuerdo para la eyección de Atenas del euro. Por suerte, está en Marraquesh, disfrutando de los placeres de la democracia alauita (como en esta foto de 2007), y descansando (edito) en una villa del rey Mohamed VI.
Un soberbio artículo de Barbara Spinelli para La Repubblica, titulado Escuchen el grito de Atenas, recordaba esta semana que fue precisamente el desahuciado Papandreu quien dio, también en diciembre y durante una visita a los Verdes alemanes, la receta justa para arreglar la crisis del euro: “Austeridad en los países, crecimiento en Europa”.
Esta es la fórmula mágica de Hollande, la idea fuerza que, junto al odio que generaba Sarkozy en media Francia, ha llevado al candidato del PS al Elíseo -por encima de la muy simplista tesis de que ha sido la crisis la única culpable de su triunfo. Y esa es la norma que, como casi todos saben ya, salvo Merkel, debería adoptar la UE en la cumbre de junio o mejor incluso antes -si es que hay alguien, aparte de Hollande y de Barack Obama, al que le interese que la Unión Europea siga existiendo.
Su sugerencia de que el fondo europeo se ocupe de recapitalizar a la banca española es sensata y desvela lo que es un secreto a voces: España no podrá tapar ese agujero ignoto sin multiplicar su deuda. Rajoy no ha pedido ayuda, por cobardía o tabú, y en Bruselas están estupefactos porque no lo haya hecho ya. Hollande se ha limitado a poner sobre la mesa lo que es urgente y razonable. De Guindos se ha hecho el loco. Esperemos que el Gobierno no mate al mensajero y recoja el guante.
Hablando ante la colonia francesa en Washington, Hollande explicó el viernes que no podía soportar llegar como presidente a Estados Unidos lamentándose de que Europa esté en crisis y quejándose del “riesgo de que Grecia salga del euro y haga explotar la zona euro”; y añadió que necesitaba imaginar y hablar en nombre de "una Europa fuerte y poderosa”.
Esa es precisamente la actitud contraria a la que han inoculado en la opinión pública Merkel y Sarkozy, al actuar durante tres años con tanta pusilanimidad como (errado) cálculo electoralista, moldeando su pequeño dueto dictatorial con grandes dosis de vinagre e incompetencia, cubos de irresponsabilidad y de dejación dolosa: Europa es tan frágil e irrelevante que no es capaz de resolver siquiera la crisis de un Estado de un puñado de millones de habitantes que supone el 3% de su PIB total.
¿No será que lo han hecho aposta?
Una porque lleva años sacando ventaja económica del status quo; el otro porque era tan ingenuo que pensaba que tocando las maracas tendría derecho prioritario a las migajas, la pareja conocida como Merkozy ha pasado a la historia con el lustre de un estropajo, y todavía deberá ser juzgada en el tribunal de las urnas y la justicia poética por su crimen de lesa europeidad y condenada a jubilación anticipada.
Hollande ha conseguido derribar con el arte de la modestia la desinencia de la palabreja. Ahora solo falta que los europeos -y sobre todo esos alemanes que tantas casas y vacaciones baratas se han comprado en España y en Grecia durante tantos años mientras nos vendían sus coches y sus aspiradores- acaben con la raíz (del problema).
Pero para eso faltará quizá un año, si Merkel tiene suerte. Antes de eso, lo primero que debería hacer Hollande es colocar al ultraliberal David Cameron en el sitio que le corresponde, en el rincón de los eurófobos más recalcitrantes. Cameron ya ha dicho que se opondrá a la tasa financiera que Hollande quiere imponer para levantar 59.000 millones y dedicarlos a crecer y crear empleo. El premier ha afirmado que no permitirá que se apruebe una tasa como esa “porque castigaría al pueblo y a las entidades financieras” (The Guardian). El populista-bancario prefiere que pague Alemania a que lo hagan los bancos y los fondos que operan en su chiringuito fiscal, la City.
La estulticia y la caradura no conocen límites en estos tiempos, pero esa frase que mete en el mismo saco a millones de familias despojadas de sus trabajos y sus derechos más básicos y a los bancos que han originado casi todos los problemas debería ser suficiente para que este señor very dangerous quede automáticamente eximido de influir en un club europeo realmente democrático. Si Gobierna usted para proteger a la banca y a los hedge funds, renuncie a la política y hágase consejero, o especulador.
Lo segundo que podría hacer Hollande es recibir a Alexis Tspiras, cosa que no hizo en su momento y que sin duda constituye su mayor error hasta ahora. El líder de Syriza volverá el lunes a París, y de momento se sabe que se entrevistará con Jean-Luc Mélenchon, cita muy romántica pero bastante inútil. Sería deseable que el nuevo Gobierno francés no le haga el vacío y le dé su apoyo. Es tan europeísta o más que muchos de ellos (Fabius, por ejemplo), y no acepta someterse al chantaje del miedo y la omertà de Merkel. Ergo es de la familia, y los griegos seguramente le van a convertir en su próximo primer ministro. Sería una bajeza moral y una torpeza política que Hollande y los suyos le pagaran con la misma moneda que les propinó a ellos Merkajoy.
Toca encomendarse a Hollande, a Tspiras, a Obama y sobre todo a Barbara Spinelli. No hay mucho más en este páramo. Los muchachos del SPD andan todavía verdes, timoratos como una novicia. Pero confiemos en que en un tiempo razonable la razón se impondrá, y los mediocres, los lerdos, los mentirosos, los Aguirres, los Betetas, los esbirros del poder financiero y los cobardes irán dejando poco a poco de gobernar nuestras vidas.
Si ha caído Sarkozy, ¿qué nos impide soñar con una Alemania distinta, con otra Europa y otro futuro?