Llegó la hora de la verdad. Hoy en Roma y la semana próxima en Bruselas, Europa debe anunciar al mundo cómo será dentro de unos años. Si será un mero protectorado alemán, un continente partido en norte y sur (Europa de Arriba y Europa de Abajo), o un grupo de Estados hermanos con iguales deberes que renuncian a algunos derechos para unirse más y caminar juntos.
François Hollande es la gran esperanza. Muchos ciudadanos confían en que Francia lidere ese cambio histórico y haga razonar a Alemania. De momento, Hollande ha conseguido que Merkel diga sí a las políticas de crecimiento. Pero, hasta ahora, casi lo único que hemos oído al presidente francés es que quiere que Europa invierta 120.000 millones para relanzar la economía, y que el Estado del bienestar le parece en sí mismo un elemento de competitividad.
No parece un proyecto digno del hijo político de Mitterrand y de Delors, pero hasta ahora es verdad que era un presidente sin Gobierno y sin mayoría parlamentaria. Ahora tiene mayoría absoluta, todo el poder posible y cinco años por delante para liderar Europa. Merkel va en el barco contrario: a un año de las urnas, con el Tribunal Constitucional de Karlsruhe soplando en el cogote, y el SPD amenazando su reelección. Obligada, por tanto, a pactar y ceder.
El problema es que la debilidad de Francia es extrema. Hollande sabe que casi todas sus promesas electorales dependen de que la locomotora europea eche a andar y tire del vagón francés. Y que precisamente porque el país no crece y no genera empleo está desarmado ante Merkel, que básicamente es la jefa porque es la que tiene la pasta -y el BCE.
En realidad, la canciller ha lanzado hasta ahora el reto más europeísta: avanzar hacia la unión política. Hollande se ha limitado a replicar que lo urgente es tapar las grietas. Unión bancaria, supervisión integrada y herramientas de deuda europea para que los mercados sepan que el euro es para siempre. Y ya habrá tiempo de diseñar la Europa del futuro. A ser posible, con el SPD y no con Merkel.
Hollande tiene ante sí una responsabilidad más grande que él mismo. Le Monde le pidió esta semana que cambie Europa. Pero para poder hacer eso tendrá que convencer a los franceses de que es preciso ceder más soberanía a Bruselas. En 2005 sus paisanos ya dijeron no al referéndum europeo. Y Hollande tiene la casa llena de votantes antieuropeístas, empezando por Laurent Fabius, su ministro de Exteriores.
En una semana sabremos cuánto ha cambiado Hollande a Europa y cuánto está dispuesto a cambiarla. De momento, se agradece su estilo sereno, sus sonrisas y sus apelaciones a la solidaridad y el sentido común. Es bastante más de lo que aportaba Sarkozy. Pero mucho menos que el liderazgo preclaro, valiente y generoso que necesitan hoy 500 millones de europeos desconcertados, asustados y divididos ante las políticas punitivas de Frau Merkel, la chica que nunca bailaba y se quedaba en el rincón zampándose los cacahuetes. Los suyos y los de los demás.