A un lado, Berlín y Fráncfort; al otro, España e Italia. Estas son las orillas norte-sur en las que se mueve un François Hollande castigado por las encuestas, golpeado por el paro, la crisis y la exasperante lentitud europea, y obligado a acometer una tarea ímproba: parecer riguroso en Alemania y estimulante en Madrid y Roma, ser enlace y bisagra entre socios recelosos, erigirse en la voz de la izquierda europea y defensor de un sur esforzado mientras ante Berlín pone cara de buen estudiante y jura que hará los deberes y recortará lo que haga falta para cumplir con el 3% de déficit a la vez que aprueba el tratado europeo en el Parlamento, cosa esta última que muy probablemente logrará dejándose en la gatera la unidad del Partido Socialista y parte de la vieja amistad con los verdes y la izquierda radical.
De puertas para fuera, guante de seda: el mandatario francés, quien estuvo ayer reunido en el Elíseo con Hermann Van Rompuy, lleva meses diciendo lo dicho anteayer en Roma ante el primer ministro italiano, Mario Monti, y lo esbozado hace unos días en Madrid con Mariano Rajoy: Francia apuesta por la intervención del BCE para relajar las primas de España e Italia.
Y, sin embargo, de puertas para dentro, mano de hierro: desde hace dos semanas se sabe que París madura en su grupo de trabajo privado y bilateral con Berlín "las decisiones a tomar sobre España y Grecia", es decir el nuevo rescate de Madrid, y la salida o nuevas medidas draconianas para Atenas.
En realidad, como recordó el miércoles la presidencia francesa en una nota redactada para contentar a Angela Merkel, pedir que Fráncfort actúe no es nuevo ni radical, sino que consiste en poner en marcha lo acordado en la cumbre de junio: "Un dispositivo que permita a los mecanismos europeos de estabilidad y al BCE intervenir" para dar estabilidad a la zona euro.
A la espera de que Draghi revele su estrategia, Hollande aparece hoy como el muro más sólido de los Estados más afectados por la crisis, aunque Francia está colocando su deuda a unos tipos especialmente bajos y la presión nacionalista y antieuropeísta incluso entre sus propias filas es creciente. El partido, en pleno proceso de renovación del liderazgo de Martine Aubry, empieza a mostrar grietas y apela a la disciplina de voto en vísperas de la discusión del tratado europeo y de los presupuestos para 2013.
Al final del proceso, París tendrá que cuadrar, como siempre hizo, el círculo mágico con Alemania. El pragmático Hollande no tendrá problemas para entenderse con una Merkel que quiere dejar su sello y avanzar en la integración política y fiscal antes de presentarse a la reelección. Pero visto desde el Sena los verdaderos enemigos son otros: los perros guardianes del Bundesbank, los del Tribunal Constitucional de Kalsruhe y la Francia eterna, ese chauvinismo transversal que considera que Europa no es nadie para imponer a París cuánto, dónde y cómo debe gastar, o si debe o no reducir el número de funcionarios.
Hollande, apóstol del crecimiento y acuñador del término "integración solidaria", tiene hoy mucha más prisa que hace dos meses. Con la barrera psicológica de los tres millones de parados superada y la economía estancada, tiene que dejar atrás esta crisis "de excepcional gravedad" cuanto antes y sentar las bases para que Europa deje de dar problemas y dé optimismo y crecimiento.
Por delante, de momento, solo se atisba un páramo hecho de reformas, renuncias y recortes por valor de unos 35.000 millones.