Miguel Mora

Sobre el autor

es corresponsal en París, antes en Roma y Lisboa, fue redactor en la sección de Cultura y la Edición Internacional. Trabaja en EL PAÍS desde 1992, y es autor del libro ‘La voz de los flamencos’ (Siruela, 2008).

Israel Galván, el baile jondo

Por: | 13 de febrero de 2013

 

Israel Galván presentó el martes en París (Teatro de la Villa) su último espectáculo, Lo Real. Reducido a dos horas y bastante más rodado que en el tumultuoso estreno de Madrid, donde el siempre sensible abonado del Real pateó y gritó lindezas como "viva España" o "vete con Zapatero", la mirada surrealista y valiente de Galván y su álter ego, Pedro G. Romero, sobre el holocausto gitano, el Porraimos, arma uno de los espectáculos flamencos más fascinantes de la historia de este arte.

Tiene todavía algunos fallos, se le puede reprochar algún exceso escenográfico, quizá a ratos peca de intención vanguardista y resulta poco "comprensible", pero siempre sorprende, es de una originalidad muy galvaniana, y todo lo que se ve y se oye en el escenario tiene un interés, una calidad artística, una fuerza, una honradez y un magnetismo poco frecuentes.

Hablando de la muerte, el espectáculo está muy vivo, tiene toneladas de corazón y rebosa energía y creatividad. Y eso, viniendo de la España que viene, no es ya un acontecimiento, sino más bien un milagro. No extraña nada, por tanto, que fuera abucheado por las momias de la plaza de Oriente y maltratado por gran parte de la crítica. Seguramente no podía pasar otra cosa: el espectáculo es demasiado complejo para ser bien interpretado sin un largo rodaje previo y una labor de poda, Y Galván es demasiado personal y demasiado distinto y flamenco como para poder ser valorado justamente desde  esquemas habituados a mirar desde la alta cultura y la alta costura -zarzuelera-.

Ahora, lo fundamental, el núcleo, no tiene reproche posible. El baile, el cante y el toque flamencos brotan como oro negro por todas las esquinas. La música de Chicuelo pasea con elegancia por la toná, la granaína, la soleá, las rondeñas o las piezas contemporáneas (los portazos, que decía Morente), y el repertorio de letras y palos bebe de la más honda escolástica flamenca; Tomás de Perrate y David Lagos cantan por derecho, incluso cuando se imita a Antonio Molina, y Galván baila cada pieza (¡incluso por granaínas!) de forma más poderosa, desvalida, entregada y honda que la anterior.

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Con el torso desnudo, la escoliosis y la fibra a la vista del respetable, y usando los tirantes como un instrumento más), su despliegue de arte, talento y química es abrumador, al límite del agotamiento físico y de la enajenación mental, según pide la salvaje historia que se cuenta.

Mención aparte merece el monumento a la soleá, bailada y zapateada a la antigua (!) pero sobre una plancha de acero, y los magníficos fandangos de Ronda: más flamenco y para dentro no se puede bailar. Y lo impresionante es que, pase lo que pase, alargue lo que alargue Galván los pasos, los giros, los saltos, la percusión en todas sus facetas (uñas y pestañas incluidas), jamás pierde el compás. ¿Será cosa de la escoliosis?

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Y luego están las mujeres, sublimes las tres, cada una en su estilo.  

Belén Maya alcanza con las dos soberbias coreografías que Galván le cede el cénit de libertad, sobriedad y precisión dramática de su carrera, y parece gozar (sufriendo) hasta cuando baila subida en unos zuecos de madera; Isabel Bayón dibuja un prodigio de gracia y ligereza en la parodia de la bailaora guiri (con lo difícil que es bailar mal cuando se sabe bailar bien) encarnando a Carmen la Chinche, protagonista de la película nazi-sevillana de Leni Riefenstahl donde la propia cineasta interpretaba a una bailaora. Y la tercera es Uchi, simplemente Uchi (Carmen Lérida): una gitana tímida y genial, que baila clavada como una chincheta, sin moverse del sitio, y convierte un viejo anuncio de lejía en una creación de rap flamenco.

Bobote y Caracafé, percusión, jaleos y también guitarra el segundo, dan sabor, veneno y pinceladas de flamencura cada vez que aparecen, y cuando no también.

La poesía y la reflexión sobre el arte, la vida y la muerte que Galván destila bailando Lo Real son un abismo duro, muy personal, difícil de definir con palabras. Todo lo que diga un simple espectador sonará torpe y gastado, y seguramente será falso porque Galván baila antes que nada para él mismo.

Sus palabras, incluidas en el programa de mano, parten de la frase que le espetó una vez el filósofo Georges Didi-Huberman ("Israel, bailar lo real es bailar lo imposible") y son la mejor vía para entender el significado sagrado de su baile.

"Por muchas razones, hablar del genocidio, de la persecución nazi, ha formado parte de mi educación. No había vergüenza. Había que hablar del genocidio, de nuestra persecución. No había nada que esconder. De alguna forma, ese hablar censurado se convirtió para mí en un estigma. Lo que se hablaba en mi casa parecía molestar fuera. Este es mi caso. Bailar lo im-bailable, lo imposible de bailar, es quizás mi caso. Mi respuesta a todo eso. El proceso ha sido lento. Poco a poco, mi cuerpo se ha ido transformando por el baile. Mi manera de bailar es como un veneno que te marca para siempre, me lleva poco a poco y me ha traído hasta aquí. Hoy tengo más ganas de bailar, más ganas que nunca. Y, es verdad, me enfrento a cada paso con la sensación cierta del fracaso. Bailar lo real es como bailar lo imposible. (...) Yo siento la muerte más cerca de mi cuerpo; las fuerzas que me faltarán un día, las gasto. Bailar siempre ha significado para mí muerte y resurrección. Bailar como si fuera la última vez, siempre. Bailar, sin fuerzas ya, sacando la energía de ahí mismo, de la falta de fierzas. Todo eso Lo Real me lo está dando. Bailar me es cada vez más necesario. Me doy cuenta de que bailar, en este momento, es muy importante para todos".

 

 

 

 

 

 

 

 

El bochorno de Europa

Por: | 01 de febrero de 2013

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Edito: La "comparecencia" de Rajoy.

La sensación desde fuera de España es que la ruina moral del país ha tocado fondo. La economía y el paro quizá no, pero la basura moral sí. La monarquía, tras irse a cazar elefantes y otros bichos, está cada vez más tocada en la imaginería popular por ese chorizo rubio que se enriqueció ilícitamente -según el juez- abusando de título y de contactos y que se manifiesta "em Palma do" por ello. El presidente del Gobierno, sospechoso -muy sospechoso- de haber cobrado sobres durante al menos once años y haber tolerado el sistema de la caja B, se permite no salir a dar explicaciones a la ciudadanía de forma inmediata. El partido que ganó las elecciones con mayoría absoluta hace un año ha perdido el crédito por completo con una política económica sobrecogedora, neoliberal, amiguista y miserable que ha generado seis millones de parados y un pelotón de amnistiados fiscales, con su propio tesorero a la cabeza. La banca híperrescatada está plagada de imputados que no parecen destinados a acabar en la cárcel sino en una nueva lista de indultados. La Sanidad pública se desangra mientras la Educación fallece víctima de austericidio con agravante católica. Los crímenes de codicia con alevosía y ayuntamiento, como los del Madrid Arena, tardan siglos en aclararse por falta de medios y de coraje político.

Los obispos, por cierto, permanecen mudos como mártires, como si de repente no les gustara comentar los asuntos mundanos. El fútbol bipolarizado, todo por la pasta, pan y circo, vive un episodio racista y nadie se escandaliza ni toma cartas en el asunto. La jueza que analiza el caso de dopaje más grave de la historia no quiere ni conocer los nombres de los "pacientes" del doctor Fuentes. Los golfos ladrilleros salplicados por el cemento de sus propios escándalos lo niegan todo con una simple nota de supino desprecio, sabiéndose en el fondo tan impunes como los políticos que han tenido en nómina durante décadas. La risible oposición de izquierdas exige en voz baja explicaciones y responsabilidades sabiéndose tan desacreditada como sus adversarios, y parece igual de sucia al no atreverse a dar ejemplo de limpieza y transparencia por iniciativa propia.

La policía sale absuelta de todos sus desmanes. Los medios compiten por publicar el mayor scoop, y un día dan en el clavo pero otro se convierten en su peor enemigo y se dejan jirones de credibilidad olvidando las reglas básicas y las sanas costumbres. La fiscalía pone cara de que la cosa está fatal pero  siempre llega cuando se ha ido el furgón de la empresa que destruye documentos. El ministro de Justicia solo abre el pico para indultar a delincuentes, cobrar tasas a los pobres e intentar que las mujeres pasen un calvario para abortar. Su colega de Exteriores es capaz de mirar hacia otro lado silbando cuando Francia, su socio contra ETA, necesita ayuda en Malí.

Toda esta pesadilla, este magma hecho de dinero B y de mierda A, es sin embargo tan real que ha puesto a mucha gente -niños incluidos- a buscar comida en los contenedores de basura, y ha desbordado las fronteras de tal forma que esa inmensa boñiga maloliente es lo que conforma hoy la marca España 2013. Los periódicos franceses, británicos, alemanes, estadounidenses, lo cuentan cada día con mayor detalle y creciente asombro. El milagro español era esto.

¿Dónde y cuándo acabará la abyección de nuestras élites, este desesperante hundimiento en el fango del autoritarismo, la inmoralidad y el irrefrenable deseo de impunidad colectiva de estirpe mafiosa?

Si el escándalo de Bárcenas no es Tangentopolis, porque España siempre ha sido una especie de fotocopia borrosa de Italia (para bien y para mal) y porque nuestros jueces ya se sabe de qué pie cojean, al menos debería suponer un punto de no retorno para la ciudadanía. Si la cosa no cambia, y los próceres siguen enrocados en su atronador silencio, en sus vagas disculpas autoexculpatorias, y no rinden unas cuentas clarísimas, eso es abuso de poder, prevaricación, ética para telediarios afines y crimen de lesa democracia. Y se tendrán que ir al menos a su casa, ya que a la cárcel quizá sea mucho pedir.

Por consiguiente, como decía aquel, le toca a la opinión pública, al atónito y desencantado espectador, jugar el papel que la Historia y nuestros hijos nos exigen: reclamar cada día -sin violencia pero sin un paso atrás-, en cada foro, explicaciones, claridad, cuentas fetén, responsabilidades, crimen y castigo. Y más tarde, un sistema democrático nuevo, veraz y fiable: unos reguladores serios, unos partidos más abiertos y transparentes hechos a base de primarias, un Tribunal de Cuentas realmente independiente -y no esa pamema partidista-, juicios y condenas durísimas si llega el caso, y algunos cambios legislativos -y no elegantes pactos de caballeros- para acabar con la prescripción de los delitos económicos, la financiación opaca de los partidos y la corrupción endémica de los ayuntamientos.

Desde fuera se ve fácil y claro. Si ese cambio de época, de sistema y de valores no lo exigen de verdad los ciudadanos, nuestras élites, convertidas ya por derecho propio en las más bochornosas de Europa -Grecia e Italia incluidas-, no lo harán nunca. La mierda seguirá brotando hasta asfixiarnos. Y quizá será  tarde y tendremos que votar a un remedo españolazo de Berlusconi para sentir que nos hemos salvado.