Rajoy y Hollande, en el Stade de France. REUTERS.
Mariano Rajoy está hecho de corcho. Le resbala por completo lo que le pregunten. Si le hacen un escrache, pone cara de bueno y sale por peteneras. Si le insisten, se canta y se baila por farrucas. Si le molesta algo, sube un poco la voz y acusa a los otros de antidemocráticos.
Le digan lo que le digan, el hombre sereno no entra al trapo y se remite a su mantra: "Ya dije lo que tenía que decir en una intervención pública" (se refería, sí, a la de la pantalla de plasma).
Rajoy es lo que antes los castizos llamaban "un desahogao". Su única consigna es tragar y callar, no dar explicaciones ni decir más mentiras de lo estrictamente imprescindible, no nombrar nombres innombrables, recurrir a obviedades de manual ("haremos lo que tenemos que hacer"), disimular hasta el fin la evidente situación de chantaje en la que se encuentran tanto él como su partido (según creen el 80% de los votantes del PP), dejar que el tiempo pudra o confirme las acusaciones, y esperar a que escampe.
Su actitud no demuestra el menor respeto por la prensa ni por los periodistas, salvo cuando los necesita para hacer pasar algún mensaje. Don Mariano tiene un cuajo infinito, mucho más grande, aunque en un estilo más sosegado y galaico, que el del propio Silvio Berlusconi, el gran maestro del Partido Popular Europeo desde que Aznar cediera al pluri-imputado milanés el sitio que le quitó al PNV.
El martes, en París, se vio muy claro que a Rajoy solo le interesaba el partido (de fútbol), e incidir sobre dos o tres cuestiones; la primera, condenar los escraches de los movimientos contra los deshaucios, a los que acusó de ser antidemocráticos y de querer convertir a España en "un país invivible" -supino ejercicio de cinismo, cuando es su propia política la que obliga a emigrar a la gente, y cuando en vez de quemar los bancos y hacer la revolución esos ciudadanos ejemplares decidieron contener su desesperación y presentar una Iniciativa Legislativa Popular que el Gobierno intenta ignorar-.
Segundo mensaje: defender la seguridad jurídica -de los bancos, esos santos que dieron hipotecas a la gente para que se comprara casas-.
Y tercero, enviar un pacato mensaje de malestar a Alemania, recordando que el caso de Chipre es único en su especie y que los ahorradores no deben pagar los rescates bancarios.
Por lo demás, la conferencia de prensa conjunta con Hollande, quien no tardó ni un segundo en desmentir las fantasías animadas del portavoz de La Moncloa (ver post anterior) al abrir el turno de palabra diciendo "esta reunión es excepcional porque estamos aquí para ver el fútbol", fue el ejemplo vivo de la actitud profundamente berlusconiana que Rajoy ha decidido adoptar ante los ciudadanos que esperan una explicación plausible y razonada sobre la aparente podredumbre financiera del PP.
Cuando se le recordó que lleva desde diciembre (tres meses) sin hablar con la prensa en España, que la cúpula de su partido no se reúne desde hace semanas, que más de 20 años de financiación del PP están hoy bajo sospecha y bajo investigación judicial, que el señor Bárcenas tiene, o tenía, al menos 38 millones de euros en Suiza, que su antecesor, el señor Sanchís, fue imputado ayer, y que quizá su pertinaz silencio contribuye a aumentar las sospechas de los ciudadanos y a debilitar la democracia, el presidente respondió, textualmente, lo siguiente:
"Muy bien. Yo manifesté mi posición en publico pocos días despues de que apareciesen algunas noticias a las que usted se ha referido y además en una intervención en abierto (sic) que fue seguida por todos aquellos que quisieron. Esa es mi posición y la he dejado meridianamante clara. A partir de ahí, el partido político que yo presido, el Partido Popular, ha entregado sus cuentas al Tribunal de Cuentas, ha hecho una auditoría interna, y a partir de ahí estamos a lo que decidan los tribunales de Justicia como procede en cualquier Estado democrático y de derecho como es el nuestro".
Trasladado al lenguaje berlusconiano, sería, más o menos. "Yo no he pagado nunca por estar con una mujer. Yo soy un Casanova. Yo adoro el placer de la conquista. Las fiestas del bunga bunga eran noches totalmente normales, animadas charlas entre amigos. Son todo inventos de los fiscales y los jueces comunistas". Al menos aquello tenía más gracia.
De momento, Rajoy conserva el respeto por el poder judicial, al que, ciertamente, resulta difícil acusar de comunista sin que a uno lo tomen por loco. Y ahora que el buen juez Ruz va a acaparar la titánica tarea de desentrañar las cloacas del PP, el desahogo del presidente será, si cabe, todavía mayor.
Paciencia, pues, que ya escampará.
Hay 0 Comentarios