Miguel Mora

Sobre el autor

es corresponsal en París, antes en Roma y Lisboa, fue redactor en la sección de Cultura y la Edición Internacional. Trabaja en EL PAÍS desde 1992, y es autor del libro ‘La voz de los flamencos’ (Siruela, 2008).

París resucita el cine soñado y secreto de Adolfo Arrietta

Por: | 28 de abril de 2013

 

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El cine mágico, soñado y sin presupuesto de Adolfo Arrieta, o Udolfo, Alfo o Adolpho Arrietta, según se hace llamar ahora, director amateur y underground nacido en Madrid en los años cuarenta, siempre se ha entendido y valorado mejor en Francia que en España.

La última prueba es el rescate y el homenaje, dignos de un grande del oficio, que París dedica estos días al autor de Flammes (El Bombero, 1978, en las fotos), su película más completa, que 35 años después se ha reestrenado en la sala MK2 Beaubourg y ha sido saludada por la crítica como un clásico de culto.

La esponja cultural francesa, visible en las entregadas crónicas de Le Monde, Libération y Cahiers du Cinema, y en el entusiasmo de una creciente legión de fanáticos de Arrietta, relaciona su cine con el de dos grandes excéntricos locales, Jean Cocteau y Jacques Demy, del que la Cinemateca ofrece ahora una retrospectiva integral, y con Chelsea Girls, la mítica película del artista estadounidense Andy Warhol.

El director y crítico Serge Bozon ha festejado este regreso a los felices setenta y ha escrito en Libération que “si Cocteau es madera, Arrietta es vapor y alas de papel”: según Bozon, el cineasta madrileño hereda de Demy “lo que va entre las canciones, una cierta cualidad de silencio y la dulzura de los cuentos perversos”.

El artífice de la resurrección es la productora Capricci, que además de reestrenar Flammes, edita un cofre con las 14 películas de Arrietta, desde El crimen de la pirindola (1966) en adelante; le dedica una retrospectiva en el cine Médicis, y ha editado un libro con una entrevista de Philippe Azoury al director y guionista, titulado Un morceau de ton rêve (Un trozo de tu sueño), una frase de Flammes.

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Esa película faro, que Arrietta ha vuelto a montar ahora –nunca deja de retocar sus películas- y que sigue tan fresca y original como el primer día, es un tronchante cuento de hadas, institutrices y bomberos protagonizado por Caroline Loeb y Javier Grandes, con Isabel García Lorca (foto) y una aparición breve de Enrique Vila-Matas. Trufada de diálogos espléndidos, destaca una frase de Grandes, gran amor y actor fetiche de Arrietta, fallecido en 2012: “Yo no soy bombero por vocación, soy bombero por azar”.

El universo irónico y onírico de Arrietta, siempre a vueltas con los ángeles, los fuegos y la depravación suave, o virgen –“todas mis películas cuentan la historia de una perversión”, dice-, ha sido un descubrimiento para Mathieu Lis, director de origen polaco, que ha visto Flammes ahora por primera vez. “Es una película genial”, comenta, “y he entendido por qué Arrietta es, más que un símbolo de una época, el subconsciente de todo un cine y una crítica francesa mal conocida por el gran público pero cada vez más influyente en el medio artístico”.

Sonriente y lustroso, la inesperada estrella invitada se pasea por el distrito IV con su aire de dandy y un aspecto mucho más saludable del que solía tener. Cuenta que se ha recuperado de una peritonitis y que ha dejado el tabaco y otras hierbas. Ya no se pinta los cristales de las gafas con tippex como en los noventa, y ha superado la ludopatía bursátil a la que se entregó una época. Y explica que se aburre mortalmente en Madrid: “No pasa nada de nada, salvo ese cabreo general. La pandilla del cine no tiene el menor interés. Es como si hubieran vuelto los años cuarenta”.

Arrietta llegó a París en 1968 huyendo del franquismo, pero tampoco en eso se pone pretencioso. “No vine exiliado ni a hacer la revolución, sino a divertirme y a estar con Javier... Madrid fue gracioso a su manera hasta que la policía se enteró de que había un pequeño reducto clandestino donde algunos jóvenes fumaban grifa y veían y hacían cine fuera del circuito. Entonces hubo que irse”.

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Tras rodar en Madrid sus primeros dos cortos con una cámara Kodak, se instaló en 1968 en el Hotel des Pyrénées, calle de la Ancienne Comédie, cerca del bulevar Saint Germain, con otros ‘jóvenes turcos’ madrileños: “Javier Grandes y yo dormíamos en la habitación 6; Mari Cruz, una amiga pintora, bastante  chiflada, que se tintaba las gafas de negro y derramaba copas en las fiestas desde el piso de arriba, en la 7; y Miguel Ángel Irazazabal, otro gran pintor que ahora vive en Antibes, en la 14. Ya no me acuerdo de quién pagaba las cuentas, aunque igual era yo mismo, porque entonces era rico”.

Desde la Costa Azul, Irazazabal cuenta que esos fueron los años “más felices” de su vida. “Yo llegué al hotel el 29 de septiembre de 1971. Muchas noches íbamos a cenar a casa de Marguerite Duras, que había adoptado a Javier y Adolfo, y veíamos a Vila-Matas, que vivía en su chambre de bonne, en el sexto piso. Un día le encontré muy raro, estaba con dos tipos y le dije: ‘Te dejo, que te veo muy bien acompañado’. Luego supe que eran dos policías que le acusaban de haber puesto la bomba del Drugstore de Saint Germain”.

“Mi padre no me mandaba dinero”, sigue el pintor, “pero la dueña del hotel, la señora Renoux, era un ángel. Un día me pidió que pagara, le conté lo que pasaba, y decidió que no solo no me cobraba la habitación sino que me daba 20 francos diarios para gastos. Me dijo que sabía que un día se lo pagaría todo. Y sí, se lo pagué. Siempre llevo su foto en la cartera”.

Bajo la protección fascinada de Duras, a la que conoció en el Festival de Pesaro cuando presentaba El juguete asesino (1969), Arrietta filmaría en Francia cinco películas más en una década: Pointilly (1972), un relato basado en una novela de Sade; Las intrigas de Sylvia Kouski (1975) y Tam Tam (1976) -dos recreaciones de fiestas parisienses transgresoras y llenas de travestis-, la archicitada Flammes (1978), y Grenouilles (Ranas, 1983), un intento de rodar una historia de tres hombres-rana que resultó fallida por la falta de producción: "Solo había dos trajes de buzo y eran pequeños".

De vuelta a España, Arrietta firmó Kiki, la gata (un episodio de la serie televisiva Delirios de amor, en 1989), y el ‘largo’ Merlín (1990). Tras 14 años de ausencia, volvió con Eco y Narciso (2004) y Vacanza permanente (2006), y, el año pasado acabó Dry Martini. Buñuelino cocktail, siete minutos de homenaje a Buñuel.

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Ahora, su regreso a París coincide con un fenómeno cultural muy novedoso: la reescritura de la historia del cine francés de los setenta. Según Mathieu Lis, “la revalorización de Arrieta y otros cineastas menos conocidos de aquel tiempo, como Vecchialli, Guiguet o Biette, forma parte de una suerte de revisionismo de la Nouvelle Vague, basado en la idea de que los espíritus más puros de esos años quedaron sepultados bajo el peso mítico de Godard y Truffaut. Ahora estamos asistiendo al ‘aggiornamento’ de esa historia. El reestreno de Flammes no es un epifenómeno sino una señal de los tiempos”.

Ingrid Caven, que fue musa y mujer de Fassbinder, cree que el rescate se debe sobre todo a que “el cine francés se ha convertido en una industria y ha perdido el sentido de la artesanía, la poesía y la libertad que representaba Adolfo. Su cine costaba dos francos, no necesitaba productor ni guion, pero captaba el aire de su época”.

Bozon hace la pregunta clave: “¿Por qué es importante Arrietta para la historia del cine? Por su dirección de actores, que siempre alcanza la gracia, y por la puesta en escena, o más bien por su puesta ‘en rumor’, esa capacidad de obtener la máxima atención del espectador sin recurrir a ningún suspense, privilegiando al contrario una espera imprecisa, un relato de bruma”.

Encantado de haber resucitado, Arrietta da las gracias al productor portugués Paulo Branco, que lo invitó el año pasado al Festival de Estoril, pero no se resigna a entrar en el museo y ha terminado ya el guion de su próxima película. Dice que lo escribió tumbado en el sofá, como siempre, y que será una adaptación irreverente de un clásico español. “No diremos cuál porque trae malísima suerte. Pero sé que la rodaré como las primeras. Con una camarita pequeña y sin un euro”.

Gitanos, la vergüenza de la République

Por: | 05 de abril de 2013

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La imagen de arriba fue tomada el pasado 15 de febrero en el campamento gitano de Ris-Orangis, a media hora de París. Los inmigrantes rumanos recibieron ese día al artista sevillano Israel Galván y a sus compañeros Bobote y Caracafé (en la imagen), que bailaron para ellos en solidaridad por el apartheid que sufrían 13 de los niños que vivían en el campamento, obligados por el alcalde socialista a dar sus clases en un anejo del gimnasio del colegio municipal, separados de los alumnos franceses -o no gitanos-.

Gracias a la generosa mediación del periodista de la revista Mouvement Jean-Marc Adolphe, bloguero de la web Mediapart, el Teatro de la Ville donde actuaba Galván invitó a algunas mujeres del campo a ver el espectáculo Lo Real, una mirada del bailaor al exterminio de los gitanos -Porraimos- y un homenaje nada complaciente a la alegría vital que ayuda a los romaníes a soportar sus fatigas. Un par de días después, EL PAÍS publicó un reportaje titulado "Apartheid gitano cerca de París", en el que se contaba la historia y la fiesta que organizaron los espléndidos voluntarios de la Asociación Perou, que habían construido una iglesia-escuela de madera en el campo para ayudar a integrarse a los gitanos.

El 1 de abril, al amanecer, la policía derribó el campo de Ris-Orangis con su iglesia-escuela incluida, y desalojó a sus más de 200 habitantes, incluidos 40 niños. Muchos de ellos tuvieron que buscar refugio en una iglesia cercana ante la negativa del ministerio del Interior a facilitarles un alojamiento alternativo. Así quedó el campamento tras la visita de la policía, que invocó razones sanitarias para desmantelar las chabolas, que a diferencia de otros lugares tenían agua y luz (foto Mouvement).

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El desalojo no es casual ni mucho menos un hecho aislado. Ris-Orangis era un lugar simbólico, un proyecto de integración que funcionaba con la ayuda de la sociedad civil. Tras la visita de Galván, los niños apartados fueron inscritos en el colegio gracias a la presión del ministerio de Educación. Pero en las últimas semanas, el ministro del Interior, Manuel Valls, ha ordenado aumentar la intensidad de las políticas represivas contra los gitanos, y ha habido numerosos desalojos forzosos seguidos de un aumento de las expulsiones forzadas.

En el primer trimestre del año, más de 4.000 gitanos han tenido que abandonar ya sus lugares de residencia, y de ellos más de un millar lo ha hecho después de que sus campamentos fueran atacados o incendiados, según los datos de la Asociación Europea por los Derechos Humanos.

Como pasó en Nápoles hace unos años, el trabajo se lo reparten entre los ciudadanos (1.007 desplazados por ataques), la policía (2.873) y las repatriaciones (272). En 2014 los rumanos podrán trabajar legalmente en Francia y al parecer muchos tiene prisa por echarlos antes de que eso suceda.

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Los bomberos, durante el incendio de un campo Rom, el 7 de febrero en Bobigny. AFP/ Pascal Raymond
Como pasa desde hace siglos, la minoría rom y sinti es el chivo expiatorio preferido de los gobernantes, se consideren estos a ellos mismos progresistas y socialistas o no, sobre todo cuando las cosas vienen mal dadas. En este caso, el ministro que más presume de defender los valores de la República ha ordenado, al revés, la violación institucional de los más elementales derechos humanos de los niños, mujeres y hombres gitanos que vinieron hasta Francia -y en algunos casos, nacieron aquí- buscando un trato mejor que el que reciben en sus países.

Este recurrente olvido de los valores republicanos -igualdad, libertad, fraternidad- tampoco es nuevo en la segunda economía de la zona euro, que lleva décadas mostrándose incapaz de encontrar una solución decente a un problema de integración que la Unión Europea financia con fondos nada desdeñables desde hace décadas. Pese a las condenas del Consejo de Europa, Francia prefiere pagar el precio de sufrir ese -pequeño- escarnio público que ponerse a trabajar seriamente en hallar una solución civilizada al "problema".

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Israel Galván saluda a un niño en Ris-Orangis. Foto: MEHDI FEDOUACH (AFP).

Quizá por cálculo político, quizá por convicción ideológica, o tal vez por ambas cosas, la fórmula elegida por Valls calca la adoptada por Nicolas Sarkozy en 2010, cuando empezaba su declive final. Pero ahora resulta especialmente llamativa -y dolorosa- porque la decisión lleva el sello del presidente socialista François Hollande, que siempre prometió que su Gobierno no haría explusiones de masa, sino caso por caso, y jamás repetiría la estigmatización de las minorías a la que se entregó sin filtros su antecesor. Claro que, hace unos días, Hollande dijo en televisión que ya no era un presidente socialista sino "el presidente de todos los franceses" (olvidó añadir payos).

Con los sondeos batiendo uno tras otro récords del descontento social, la "solución gitana" siempre resulta provechosa y rentable, sobre todo si la ejecuta la supuesta izquierda. Da una -falsa y patética- imagen de autoridad y seguridad; tiene asegurado de antemano el aplauso de la derecha; calma y colma la vena populista de los exasperados alcaldes, sean estos del signo que sean, y desvía la atención de la realidad que viven los restantes 65 millones de habitantes.

Que la solución resulte indigna de un país avanzado, próspero y democrático, que recuerde mucho al peor fantasma de la segregación racial que precedió al exterminio organizado de los años treinta, y que constituya una vergüenza y una ignominia para Europa entera, todo eso a los gobernantes parece importarles menos. Al fin y al cabo, el más débil, si es extranjero y más aun gitano, no vota ni votará nunca.

Para los que quieran saber más, resulta muy revelador el último informe de Amnistía Internacional Francia, que se puede leer en línea aquí.

Y para los que vivan en París y no tengan estómago para soportar esta barbarie, el sábado a las 14.30 AIF ha convocado una manifestación en la plaza de Bastilla para protestar por el maltrato a la comunidad romaní y decir basta a las expulsiones forzosas. Estarán la actiz Fanny Ardant, el actor Yvan Le Bolloc'h, la  violonista Sarah Nemtanu y la fanfarria balcánica Haidouti Orkestar.

Que suene la música, que se muevan las caderas. Como decía Lorca, lo que importa es el espíritu. Y los políticos incompetentes no podrán jamás con el espíritu.