Los Pirineos fueron durante siglos una barrera espiritual y física infranqueable. Los viajeros románticos franceses y la II República española derribaron el muro durante unos segundos, y luego la dictadura franquista multiplicó por dos la vieja altura simbólica de la cordillera. Durante cuatro décadas, las fronteras solo parecieron permeables para los maquis, los exiliados, los emigrantes, Semprún y Ben Barek, los pistoleros, los niños pijos de Madrid, la gauche divine de Barcelona y los gitanos del Somorrostro. Pero Francia y España seguían separadas por un muro de incomprensión, desde la envidia de abajo al racismo de arriba.
La democracia y la Unión Europea cambiaron esa percepción. España salió del páramo, creció y se enriqueció; Felipe y Mitterrand aprendieron mal que bien a convivir y a decidir quién era el enemigo; Almodóvar sedujo a crítica y público en Cannes y París, Sarkozy fue condecorado por Zapatero, este se convirtió en un modelo para el desacreditado socialismo caviar, y los camareros de París empezaron a ser simpáticos -es un decir- con los españoles, y sobre todo con las españolas.
Ahora, la crisis económica, la política Goldman Sachs y el miedo a la miseria han vuelto a cerrar las puertas y las cabezas. España se desliza por su rampa nacional-católica e italianizante, democristiana para los amigos y berlusconiana para todos los demás: un presidente plasmado; impunidad creciente de las mafias político-cajeras; medios cada vez más sumisos con el poder; instituciones bajo mínimos de fiabilidad; ley Fachardón y aborto confesional; Santa Teresa y la Blanca Paloma, al frente de la política social; ataques cotidianos a la justicia y a la separación de poderes, con los fiscales ejerciendo de abogados defensores de los mandarines -y sobre todo de las mandarinas-; una familia Real rota, sorda y llena de secretos; Marhuenda y la telebasura, privatización exprés del Estado de Bienestar; Liga del Norte catalana, Del Nido al talego, Rosell ya veremos y los amigotes pidiendo indultos y poniendo las barbas a remojo.
Mientras, la rica Francia de Le Président Casqué (con casco), que duplica el PIB de su vecino sureño, camina sin pulso ni duende hacia ninguna parte y rumia su evidente pero paradójica decadencia -ya la quisieran algunos- entre inquietantes señales años treinta, adobadas con unas gotas de cinismo imperial y de machismo démodé, y con un élan zapaterista (liberaliación del aborto, ley del fin de vida) como cortina de humo y único gesto realmente progresista.
Por lo demás, tenemos que anotar un ministro de Hacienda socialista con cuenta secreta en Suiza -fue cesado-; un director del FMI acusado de violar a una camarera -fue defenestrado-; y un presidente de izquierdas que engaña durante dos años ¡a su novia! y se deja cazar yendo en moto a un apartamento de la calle du Cirque, situado a 140 metros del Elíseo. Luego, en vez de pedir perdón por la exhibición de torpeza, da una conferencia de prensa de tres horas en la que reivindica su derecho a tener una vida privada y anuncia un volantazo a la derecha y un regalo de 30.000 millones a la patronal. Y para celebrar tutto quanto, se va a Roma a besar el anillo del Papa.
Entretanto, las élites y al menos una cuarta parte de la población se abandona a los peores instintos de la extrema derecha; aplauden la persecución sistemática de los gitanos, incluso en excursiones escolares; caen en la islamofobia y el antisemitismo a partes iguales; y todo el poder del Estado se pone al servicio de un ministro que decide censurar a un humorista negacionista y perturbado...
Europa vive definitivamente tiempos feos. Hay 80 millones de pobres y casi 30 millones de parados. Los jóvenes españoles llegan en masa a Francia para buscarse la vida. La Cruz Roja de París cada vez encuentra más españoles sin techo y sin un euro en el bolsillo. Los franceses se quejan más que los españoles, aunque se ayudan menos porque el Estado todavía se encarga, y aprovechan el pinchazo de la burbuja para comprarse casas baratas en Alicante...
Los Pirineos ya no existen. Los Alpes, tampoco. La política acaba en Davos, y el sueño europeo de Merkel, Draghi, Lagarde y sus palmeros da una inmensa pereza. Lo que antes parecía casi un paraíso se parece cada vez más al averno.
Y dicho esto, ahí va un cantecito de Don Enrique Morente.