Miguel Mora

Sobre el autor

es corresponsal en París, antes en Roma y Lisboa, fue redactor en la sección de Cultura y la Edición Internacional. Trabaja en EL PAÍS desde 1992, y es autor del libro ‘La voz de los flamencos’ (Siruela, 2008).

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Francia y España: tan cerca, tan lejos

Por: | 26 de enero de 2014

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Los Pirineos fueron durante siglos una barrera espiritual y física infranqueable. Los viajeros románticos franceses y la II República española derribaron el muro durante unos segundos, y luego la dictadura franquista multiplicó por dos la vieja altura simbólica de la cordillera. Durante cuatro décadas, las fronteras solo parecieron permeables para los maquis, los exiliados, los emigrantes, Semprún y Ben Barek, los pistoleros, los niños pijos de Madrid, la gauche divine de Barcelona y los gitanos del Somorrostro. Pero Francia y España seguían separadas por un muro de incomprensión, desde la envidia de abajo al racismo de arriba.

La democracia y la Unión Europea cambiaron esa percepción. España salió del páramo, creció y se enriqueció; Felipe y Mitterrand aprendieron mal que bien a convivir y a decidir quién era el enemigo; Almodóvar sedujo a crítica y público en Cannes y París, Sarkozy fue condecorado por Zapatero, este se convirtió en un modelo para el desacreditado socialismo caviar, y los camareros de París empezaron a ser simpáticos -es un decir- con los españoles, y sobre todo con las españolas.

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Ahora, la crisis económica, la política Goldman Sachs y el miedo a la miseria han vuelto a cerrar las puertas y las cabezas. España se desliza por su rampa nacional-católica e italianizante, democristiana para los amigos y berlusconiana para todos los demás: un presidente plasmado; impunidad creciente de las mafias político-cajeras; medios cada vez más sumisos con el poder; instituciones bajo mínimos de fiabilidad; ley Fachardón y aborto confesional; Santa Teresa y la Blanca Paloma, al frente de la política social; ataques cotidianos a la justicia y a la separación de poderes, con los fiscales ejerciendo de abogados defensores de los mandarines -y sobre todo de las mandarinas-; una familia Real rota, sorda y llena de secretos; Marhuenda y la telebasura, privatización exprés del Estado de Bienestar; Liga del Norte catalana, Del Nido al talego, Rosell ya veremos y los amigotes pidiendo indultos y poniendo las barbas a remojo.

Mientras, la rica Francia de Le Président Casqué (con casco), que duplica el PIB de su vecino sureño, camina sin pulso ni duende hacia ninguna parte y rumia su evidente pero paradójica decadencia -ya la quisieran algunos- entre inquietantes señales años treinta, adobadas con unas gotas de cinismo imperial y de machismo démodé, y con un élan zapaterista (liberaliación del aborto, ley del fin de vida) como cortina de humo y único gesto realmente progresista.

Por lo demás, tenemos que anotar un ministro de Hacienda socialista con cuenta secreta en Suiza -fue cesado-; un director del FMI acusado de violar a una camarera -fue defenestrado-; y un presidente de izquierdas que engaña durante dos años ¡a su novia! y se deja cazar yendo en moto a un apartamento de la calle du Cirque, situado a 140 metros del Elíseo. Luego, en vez de pedir perdón por la exhibición de torpeza, da una conferencia de prensa de tres horas en la que reivindica su derecho a tener una vida privada y anuncia un volantazo a la derecha y un regalo de 30.000 millones a la patronal. Y para celebrar tutto quanto, se va a Roma a besar el anillo del Papa. 

Entretanto, las élites y al menos una cuarta parte de la población se abandona a los peores instintos de la extrema derecha; aplauden la persecución sistemática de los gitanos, incluso en excursiones escolares; caen en la islamofobia y el antisemitismo a partes iguales; y todo el poder del Estado se pone al servicio de un ministro que decide censurar a un humorista negacionista y perturbado...

Europa vive definitivamente tiempos feos. Hay 80 millones de pobres y casi 30 millones de parados. Los jóvenes españoles llegan en masa a Francia para buscarse la vida. La Cruz Roja de París cada vez encuentra más españoles sin techo y sin un euro en el bolsillo. Los franceses se quejan más que los españoles, aunque se ayudan menos porque el Estado todavía se encarga, y aprovechan el pinchazo de la burbuja para comprarse casas baratas en Alicante...

Los Pirineos ya no existen. Los Alpes, tampoco. La política acaba en Davos, y el sueño  europeo de Merkel, Draghi, Lagarde y sus palmeros da una inmensa pereza. Lo que antes parecía casi un paraíso se parece cada vez más al averno.

Y dicho esto, ahí va un cantecito de Don Enrique Morente.

  

 

 

Hollande, la anáfora y la erótica del poder

Por: | 14 de enero de 2014

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El gran momento de la campaña presidencial que llevó a François Hollande al Elíseo ocurrió durante el debate con Nicolas Sarkozy, el 3 de mayo de 2012. Durante tres horas, 18 millones de espectadores siguieron un áspero intercambio de golpes al mentón. En Twitter, 90.000 personas cruzaron medio millón de mensajes. Algunos ironizaban sobre la transformación de Hollande, y podrían ser leídos hoy como una profecía cumplida: “De Flamby (famoso flan de sobre) a perro de presa”.

Aquella noche marcó tendencia la etiqueta #anaphore (anáfora, repetición), la figura retórica que empleó el candidato socialista en su alegato final, cuando usó 16 veces la fórmula “Moi, président de la République” para definir su futuro estilo de Gobierno y marcar distancias con el pasado histriónico y ultra-intervencionista de su rival: “Yo, presidente de la República, no seré el jefe de mi mayoría; yo, presidente de la República, no trataré a mi primer ministro como a un empleado…”. El mutismo de Sarkozy ante las anáforas se interpretó como un síntoma de su resignación ante una derrota segura.

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