Hasta el sábado quien visite el pabellón Mies van der Rohe de Barcelona, se encontrará envuelto por los sonidos de bosques y forestas de todo el mundo, ocultos tras los mármoles y los cristales del precioso edificio, situado a los pies de la colina de Montjuïc. Buscar de dónde procede el sonido es inútil, según te mueves por el impoluto espacio se acerca y se aleja, se hace más intenso o parece desaparecer, justo como un espectro sin descanso. No por nada se trata de Ghost Forest, la foresta fantasma, una instalación del músico experimental y compositor madrileño Francisco López, producida por la Fundación Eina y la Fundación Mies van der Rohe, con el comisariado de Lluís Nacenta y Antoni Marí, en el marco de las actividades de SonarExtra.
“Descubrir las fuentes del sonido es imposible, porque he trabajado sobretodo los efectos de reflexión y rebote, que producen los materiales constructivos de este particular edificio… mármoles, cristal, metal... Normalmente los materiales reflectantes son un inconveniente, pero en este caso los he utilizados como una ventaja”, explica López, que ha concebido la obra especialmente para el pabellón Mies van der Rohe, un espacio que, a través de un particular trabajo de filtrado del sonido, ha convertido en un mundo virtual fantasmal. “Además el propio ambiente de los bosques contiene una estructura que amplifica las condiciones para fenómenos sonoros de múltiples capas cuyas fuentes son difícilmente visibles”, añade el artista.
Francisco López (Madrid, 1964), uno de los artistas sonoros más reconocidos a nivel internacional, fue el único español que recibió un premio, concretamente un Honorary Mention en la categoría de Música Digital, por la obra untitled#275, en la última edición de los prestigiosos Ars Electronica Prix, que concede el homónimo festival austriaco. A lo largo de los años, López ha desarrollado una trayectoria personal formada por un impresionante universo sonoro, basado en sus viajes alrededor del mundo. Ha editado una gran cantidad de discos con compañías de más de cincuenta países y ha realizado conciertos e instalaciones sonoras en festivales, galerías y museos, como el Museo Reina Sofía de Madrid, el Macba de Barcelona, el Museo de Arte Moderno de París o el P.S.1 de Nueva York, entre otros.
"Untitled #275" (2011) - Fragmento audio de Francisco López
En Ghost Forest, López ha manipulado y mezclado grabaciones de campo de centenares de bosques de España, Australia, Brasil, Canadá, Costa Rica, Francia, Grecia, Japón, Senegal y los Estados Unidos, que lleva recopilando desde 1990. Sin embargo, en este caso lo más sofisticado de la obra no es la tecnología empleada, sino el trabajo con el espacio. Un espacio que oculta 200 pequeños altavoces, cuyas fuentes se van seleccionando y mezclando en directo de modo que la música, porque así se puede definir, es siempre distinta. Lo que resulta más asombroso es que la percepción varía según los desplazamientos del oyente en el pabellón, aunque no depende de la presencia del público ni de sus movimientos. En todo momento las sonoridades se transforman y nunca es posible que se repita en el tiempo una misma secuencia sonora. “Para volver a oír el mismo fragmento deberían pasar miles de años”, asegura López. Además la voluntad inmersiva de la obra produce una sensación unitaria, así que los distintos sonidos son indetectables, en el sentido que una búsqueda hacia la fuente que los está generando conduce hacia otro ambiente sonoro y, al desandar el camino recorrido, es imposible volver a identificar el sonido que se buscaba al principio.
“Normalmente la gente que realiza grabaciones de campo suele trabajar sobre la representación, un tema que no me interesa en absoluto”, explica el artista, que hoy jueves a las 20 horas, impartirá la conferencia gratuita, Percepción no visual del espacio, en la Escuela Eina de Barcelona.
Su filtrado secuencial extremo crea un espectro de frecuencias tales, que en ningún momento reproduce los sonidos naturales del bosque, aunque consigue un ambiente inmersivo de extraordinario poder evocador. Es una verdadera lastima que la prohibición de sentarse en los sillones originales impida quedarse más tiempo y que el pabellón cierre a las 20 horas: sin duda escuchar los sonidos del bosque espectral con el favor de las tinieblas depararía más sorpresas.
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