Algo tiene que pasar con los artistas que trabajan con las nuevas tecnologías para justificar la tan amplia difusión de piezas robóticas que se encargan por sí mismas de crear obras de arte. La experimentación en este campo tiene raíces muy lejanas: desde los autómatas del siglo XVIII hasta toda clase de criaturas, basadas en características biológicas, que le permiten actuar como los seres vivos, adaptándose al entorno y respondiendo a los impulsos exteriores con actitudes que no han sido previamente programadas.
Volviendo a los robots que pintan la iniciativa más reciente llega de la Domain Gallery, una galería online creada por el artista madrileño Manuel Fernández que está presentando Autonomic Drawing Performance (ADP) del artista argentino Eduardo Imasaka. La obra es una especie de performance en la que un pequeño dispositivo robótico, armado de un rotulador de tinta, realiza unas piezas abstractas sobre papel. La actividad del robot no depende la presencia del público, ya que su funcionalidad está controlada por la intensidad de diversas fuentes de conectividad como Wireless, WIFI o Bluetooth, presentes en el ambiente. “Antes Imasaka carga diversos presets de su propio estilo de dibujo a mano, así el robot, dependiendo de la intensidad de las señales que capta en el entorno, usa un preset u otro. Los dibujos tardan unos cuatro días en ser completos”, explica Fernández.
Autonomic Drawing Performance es otro testimonio más del dinamismo de la escena electrónica contemporánea latino americana, formada por artistas que, en contraposición con el estancamiento de la producción occidental, está imponiéndose con obras de estética muy artesanal y low tech, que consiguen realizar con apoyos institucionales mínimos. Imasaka ha bautizado su robot Kanayama V, en memoria del artista japonés Akira Kanayama, miembro del grupo Gutai, quien en 1957 realizó Remote-control painting, un pionero experimento de pintura a través de un dispositivo analógico con control remoto. “El robot tiene su trayectoria, empecé a desarrollarlo en Barcelona durante mi colaboración con Dorkbot. Hice muchas versiones, con lápiz, tinta, calor. Fue preseleccionado en algunos festivales de Europa, presentado en Brasil y es mención de honor del premio digital del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires”, añade Imasaka.Sin derivar en la larga historia de los autómatas y centrándonos en los robots que pintan más afines con el ámbito de las nuevas tecnologías que tratamos en el Silicio, hay un sinfín de proyectos en la misma línea del trabajo de Imasaka. Sin duda en un sólo artículo no se podría reseñarlos todo, así que sin voluntad de ser exhaustivos, nos gustaría citar unos ejemplos especialmente relevantes, empezando por AARON un proyecto pionero y revolucionario por la época –era 1973– de Harold Cohen, pintor y docente del Center for Research in Computing and the Arts (CRCA) de San Diego (California).
AARON mezclaba inteligencia artificial, programación y tecnología en una experiencia que reflexionaba alrededor de la producción automática de obras de arte pictóricas y su significado. Más que un robot antropomórfico, se trata de un software programado para representar pautas gráficas a través de una grande impresora plotter cuya complejidad formal ha ido aumentado con los años, integrando colores y dibujos preestablecidos, como flores y rocas. AARON, cuyas obras se expusieron en museos como el MOMA de Nueva York, el Stedelijk de Ámsterdam y la Tate de Londres, fue una de las primeras experiencias en este ámbito. Su voluntad de abrir el debate sobre el significado de obra de arte, anticipó de varias décadas muchas de las temáticas dominantes en la contemporánea era de la inmaterialidad artística.
Entre los artistas españoles hay que destacar la producción de Carlos Corpa, creador y escultor de Cuenca, pionero en España del desarrollo de piezas robóticas autónomas. Another Painting Machine (APM) de 1999, su primera aproximación al tema de las máquinas creadoras, se inspiraba en Meta-matic n. 10, unas piezas cinéticas de finales de la década de 1950 de Jean Tinguely que, con el auxilio de elementos rotantes y en movimiento, recreaban de forma automática dibujos con reminiscencias de las obras de Kandinsky o Malévich.
“La primera versión de APM estaba compuesta por cuatro máquinas, de las que dos eran robots caminantes y uno, Talmus Taiwán, fue mi primer robot músico”, explica Corpa hablando de la performance en la que sus criaturas actuaban durante unos veinte minutos, pintando en un lienzo-escenario de cinco metros por cuatro, mientras el robot músico generaba una banda sonora electroacústica.
La obra, que era controlada mediante un ordenador con una tarjeta de relees, evolucionó en Machina Artis 3.0 de 2001, otra performance algo más salvaje y de pollockiana memoria, protagonizada por máquinas pintoras y musicales, encabezadas por el robot pintor Syncro Laveur. “Los robots caminantes de APM han sido sustituidos por animalitos mecánicos autónomos con un rotulador en la cabeza, que utilizan para pintar erráticamente por el lienzo-escenario. A veces Syncro Laveur los confunde con un huevo lleno de pintura y los machaca con su pie neumático, lo cual crea una gran tensión dramática en algunos momentos de la función”, añade el artista.
Entre la multitud de proyectos protagonizados por robots pintores, hay una verdadera corriente que se podría definir de robots retratistas. Género fundamental para el desarrollo y la comprensión de la historia del arte, el retrato tuvo momentos de mayor o menor esplendor, pero ha sido siempre presente y ahora, con la llegada de las nuevas tecnologías y sus potencialidades inéditas, está experimentando un nuevo auge.
En marzo presentamos en el Silicio Paul el “pintor inagotable” de Patrick Tresset, que se exponía entonces en la muestra Kinetik Art Fair, organizada en Londres en ocasión del centenario del nacimiento de Alan Turing.
En la misma línea del trabajo de Tresset se sitúa The self-portrait machine, otro robot retratista, que se activa con la presencia de un sujeto en posa. En realidad se trata de un autorretrato asistido, ya que es el propio retratado quien realiza el dibujo con dos rotuladores, uno en cada mano. Los brazos del retratado están controlados por la instalación robótica, a través de un aparato que ante todo realiza una instantánea del rostro del sujeto y luego mueve sus manos de modo que los rotuladores empiecen a delinear sus rasgos. El proyecto, concebido en 2009 por el artista de Taiwán Jen Hui Liao, se exhibió en Barcelona, en Sonarmática, la sección expositiva del festival Sonar de 2010.
Las conexiones entre seres vivos y máquinas llegan casi al extremo en la celebrada instalación MEART, creada en 2001 por el colectivo australiano SymbioticA. Mezclando arte y biología MEART, por definición de sus creadores “un artista casi vivo”, es una criatura robótica que pinta guiada por el cerebro de una rata.
Que no cunda el pánico, los artistas no tienen nada que ver con el doctor Frankenstein y lo que pinta no es un verdadero cerebro, sino tan sólo unas células neuronales extraídas del cerebro de una rata, que han sido cultivadas para generar una suerte de estado de vida.
El robot y las células neuronales están a miles de kilómetros de distancia y tienen una comunicación bidireccional que le permite acercarse a la complejidad de una entidad autónoma. Desde el laboratorio del Georgia Institute of Technology (Git) de Atlanta donde viven, las células neuronales envían unos mensajes a través de Internet al brazo robótico, dotado de una extremidad prensil, instalado en un laboratorio de la universidad Western Australia de Perth, que de ese modo puede realizar dibujos.
El artefacto cuenta también con un ojo, que en realidad es una webcam con la que controla su entorno y a partir de los impulsos que recibe manda señales a las células del laboratorio de Atlanta.
Más allá de lo anecdótico de lo que puede resultar el dibujo del robot, MEART es un experimento que combina telemática, inteligencia artificial y control remoto, para estudiar la evolución de sistemas inteligentes de natura no humana, con el objetivo de definir los desarrollos robóticos futuros y los sistemas que puedan llevar a cabo actividades autónomas y auto reguladas.
Este excursus sobre los robot pintores es tan sólo una panorámica sobre de un campo de estudio fascinante y muy amplio. Se nos ocurren sin demasiado esfuerzo algo más de veinte proyectos muy interesantes en esta línea y os invitamos a seguir el Silicio a la espera de la segunda entrega de Robots que pintan.
Hay 0 Comentarios