La escena es memorable. En la Galería Rampas del Museo Universitario del Chopo en la Ciudad de México, un grupo de individuos ensimismados delante de una estructura hexagonal de madera y aislados por unos auriculares, muerden con los dientes una oblea de acrílico.
La estructura hexagonal es lo más parecido a un dispositivo de reproducción musical, dotado de seis brazos que sostienen otros tantos tocadiscos, unas componentes electrónicas y, en la extremidades superiores, seis bobinas acopladas a unos reproductores de audio MP3. Sin embargo, pese a que en los tocadiscos ruedan unos LP de vinilos, en el ambiente no se oye ningún sonido, porque la música llega al oído del público directamente por conducción ósea.
“La oblea que el público muerde tiene un alambre conectado a un dispositivo dotado de una aguja de tocadiscos y un imán de neodimio. Al colocar la aguja de acero sobre el vinilo, el sonido generado en los surcos es transmitido a los dientes por el alambre, que hace vibrar la oblea permitiendo la conducción ósea del sonido. Asimismo al acercar el dispositivo a la bobina, un campo electromagnético hace vibrar el imán transmitiendo el sonido por el alambre a los dientes, los huesos del cráneo y el tímpano”, explica al Silicio Arcángel Constantini, para definir el funcionamiento de Surcos de campo, una de las seis obras producidas por el Museo Universitario del Chopo para la muestra Sonorama. Arte y tecnología del Hi-fi al MP3.
Surcos de Campo se enmarca en una línea de investigación que el artista y comisario de Ciudad de México Arcángel Constantini lleva trabajando desde hace dos décadas, entremezclando experimentos artísticos e investigación científica con el objetivo de plasmar nuevas hipótesis y aproximaciones a la naturaleza de los dispositivos electrónicos y a los medios de comunicación. Surcos de Campo plantea al mismo tiempo un diálogo entre soportes de diferentes épocas (tocadiscos y reproductores de MP3) y dos procesos físicos: la propagación sonora como fenómeno vibratorio que se irradia por ondas elásticas en el medio sólido y se genera cuando el público apoya la aguja en el vinilo y la propagación electromagnética, que se verifica al acercar el dispositivo dotado de un imán a las bobinas.
“Poner la aguja en el vinilo implica una presión física, que genera una propagación del sonido debido a la interacción con los surcos. Al acercar la aguja a las bobinas, las vibraciones se perciben sin contacto físico, a través del campo electromagnético que se propaga en el aire, ya que esta fuerza hace vibrar un imán que está colocado cerca de la aguja”, continúa Constantini, esgrimiendo una oblea conductora mordisqueada y tranquilizando el público de que no hará falta lamer todos el mismo dispositivo, ya que se prepararon quinientos que se desinfectan tras cada uso.
“La conducción ósea del sonido tiene sus peculiaridades. Es un fenómeno que se viene estudiando desde hace siglos y de hecho es parte normal del proceso de la escucha”, indica Constantini. “Cuando grabamos nuestra voz en un medio analógico o digital, al reproducirla nuevamente, no nos reconocemos, aunque los demás nos reconocen, porque sólo quedan registrados los sonidos medios y los agudos. Al pasar el aire por la tráquea y las cuerdas vocales, las frecuencias graves hacen oscilar nuestros dientes y lo que percibimos de nuestra voz es la mezcla de lo que capta el oído del aire y lo que se escucha por conducción ósea”, asegura al Silicio Constantini, explicando así por qué nuestra voz grabada siempre nos suena muy rara.
No hay que subestimar el tema de la conducción ósea. A pesar de que el propio Beethoven, afectado por la falta de capacidad auditiva, pegaba el cráneo al piano para percibir las sonoridades, esto no es un campo de investigación que interesa sólo el ámbito médico y la ayuda a personas con trastornos de la escucha.
Es bien conocido que las nuevísimas gafas inteligentes de Google (Google Glass) no disponen de auriculares y utilizan la conducción ósea para llevar el sonido al oído. Como hemos visto en el pasado, en muchas ocasiones la investigación artística en el campo de las nuevas tecnologías se mezcla con la investigación científica y, aunque en la actualidad la calidad del sonido ofrecida por la propagación ósea no es comparable a la que proporcionan los auriculares, estamos sólo al principio del estudio de una tecnología tan antigua como innovadora.
Como es habitual en todo trabajo de Arcángel Constantini, que fue comisario de nuevos medios del Museo Tamayo de Ciudad de México hasta 2010 y actualmente forma parte del Sistema Nacional de Creadores Artísticos FONCA, Surcos de Campo se completa con una amplia documentación sobre la historia de la conducción del sonido y la evolución de los dispositivos para reproducir música a partir de 1550, cuando el matemático italiano Girolamo Cardano planteó la transmisión del sonido a través de unas láminas de metal que debían ser apretadas entre los dientes.
La obra de Constantini es una de las más destacadas entre las propuestas que se presentan en Sonorama. Arte y tecnología del Hi-fi al MP3, una muestra colectiva comisariada por Daniel Garza-Usabiaga y Esteban King Álvarez, que permanecerá abierta al público en el Museo Universitario del Chopo hasta el mes de marzo. Bajo el lema “Revisión sobre tecnología, cultura y arte contemporáneo”, los dos comisarios han reunido una selección de más de 20 artistas, con obras que ponen de manifiesto el vertiginoso desarrollo de las tecnologías para la reproducción y el consumo doméstico de la música. “La exposición explora algunos temas relacionados con los cambios culturales favorecidos por la llegada de las nuevas tecnologías de reproducción musical desde mediados del siglo XX hasta nuestros días. Se trata de una muestra de tecnología, una investigación sobre cultura visual y un ejercicio crítico que involucra al arte contemporáneo”, explican Daniel Garza-Usabiaga y Esteban King Álvarez.
Los dos comisarios han seleccionados obras que reinterpretan el funcionamiento de aparatos tan comunes y ahora casi olvidados como tocadiscos y reproductores de cintas magnéticas. También hay esculturas de casetes ensambladas por lápices (Quirarte y Ornelas), unos utensilios que en la década de 1980 se convirtieron en el método más barato para rebobinar y buscar el tema deseado. Además de la poesía sonora y experimental de Ulises Carrión, creada a partir de textos de Shakespeare, se exhiben seis piezas que otros tanto artistas, Tania Candiani, Gerardo García de la Garza, Juan Pablo Villegas, Paola de Anda, Lauro López-Sánchez y el propio Constantini, han producido ex profeso para la ocasión.
“Comunidad Hi-Fi de Tania Candiani revisa la entrada en el hogar de los grandes muebles modulares que nacieron junto con la alta fidelidad. El proyecto, realizado en colaboración con Pepe Mogt y Christopher Galicia, recurre a la tecnología de los años cincuenta para realizar uno de estos grandes aparatos, que funciona con bulbos y reproduce una pista de audio original desde dos tocadiscos”, indican los comisarios.
La obra de Gerardo García de la Garza se puede definir un instrumento de diapasones controlado por sensores de proximidad ultrasónicos, mientras Juan Pablo Villegas presenta unos vídeos sobre los procesos sonoros y la percepción del espacio y el tiempo.
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