Joaquin Roy

El populismo en Latinoamérica

Por: | 20 de mayo de 2012

    En el contexto de las expropiaciones de inversiones españolas en Argentina y Bolivia, los comentaristas han usado la etiqueta de “populista” para referirse a la presidenta argentina Cristina Fernández y al presidente boliviana Evo Morales. Conviene recordar, entre otros aspectos, que el populismo latinoamericano tiene su raíz en la transformación de los caudillos provinciales que recibieron los restos del sistema centralista colonial. Su desarrollo se benefició luego de la fuerza de la inmigración, interior y procedente de otros países, que se concentró primordialmente en las ciudades. La novedad actual es que los populistas detentan el poder mediante elecciones periódicas y referéndums.

 El trasfondo histórico

    Una anécdota, probablemente apócrifa, referida al líder argentino Juan Domingo Perón, es una fiel ilustración de una de las características no solamente del populismo latinoamericano, sino del generalizado en prácticamente todo el mundo. Al parecer, en una conferencia de prensa, en pleno disfrute de poder, se le preguntó al marido de Evita qué porcentaje de argentinos eran “conservadores”. Un 25%, dijo. ¿Qué porcentaje son “socialistas”: 20%. Cuántos pueden considerarse “radicales”: 30%. ¿Comunistas? 25%. ¿Democristianos?: 10%. Al casi rebasar el cómputo de 100, el agudo periodista le preguntó: ¿y peronistas? “Todos”, fue la respuesta sarcástica y certera. 220px-Peron_1974

    El populismo posee una seña de identidad en el contexto de las demás ideologías y alternativas políticas. Los populistas nunca se autocalifican como tales, en contraste con los socialistas, comunistas, conservadores, liberales… Con fastidio, soportan precisamente que sean éstos los que les regalen la etiqueta generalmente concedida con aire peyorativo, aunque numerosos políticos encuadrados en las ideologías ortodoxas asuman como propio el credo populista y lo practiquen.

    En el fondo, Perón tenía plena razón: todos son “peronistas”, o por lo menos él lo creía y deseaba. Es lo que también anhelan los nuevos populistas de América, arrinconando a un sector disminuido por elecciones ventajosas o referéndums oportunistas. Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, pero también Sebastián Piñera en Chile y Alvaro Uribe en Colombia, y otros reclaman gobernar para la mayoría. Como también en Estados Unidos lo creía Richard Nixon con su “mayoría silenciosa” y ambicionan los “disidentes” como Sarah Palin y los antisistema del Tea Party.             

    El populismo reclama residir en todo el espectro político, sin respetar las fronteras tradicionales entre derecha, centro o izquierda. Pero necesita unos ingredientes para aparecer, crecer y ocupar muchos de los espacios reservados a las ideologías tradicionales. En América Latina (y en otros lugares, también), requiere, en primer lugar, una masa empobrecida, poco educada, desengañada, y sobre todo huérfana de liderazgo. En los países más desarrollados, fundamentalmente se ceba en los temores de la clase media que percibe el peligro de ser degradada al estatus del proletariado, con su capacidad de ingreso disminuido y su calidad de vida dañada crónicamente.

    El candidato a conductor populista necesita otros dos componentes para que su estrategia de tomar el poder sea exitosa. Además de la colaboración de la masa, en segundo lugar, debe disponer de unos recursos naturales o derivados, especialmente exportables, de la economía que pueda repartir. En el pasado y ahora, la carne y el trigo fueron y son los materiales usados por los países rioplatenses; el gas es ahora el arma de Bolivia; los ingresos del petróleo venezolano sostienen a Hugo Chávez. Como consecuencia, la dependencia de esos sectores produce una corrupción notable. Finalmente, el líder populista debe denunciar a una élite económica, social y sobretodo con cierto tufillo de intelectual, para convertirla en objeto de revancha, acusación de abuso y explotación, y sobre todo de animosidad al sentir de la masa.

    La historia sociopolítica de la civilización occidental está sembrada de ejemplos diversos de populismo, desde la política de algunos emperadores romanos (como el mismo Julio César), que soslayaron el papel del Senado, hasta el fuerte sentimiento popular generado por el romanticismo. Barroco, Clasicismo e Ilustración, bajo la égida de la élite, estaban considerados como antitesis del sentimiento populista que se inclinaba por la simpatía hacia Robin Hood.

    La escena latinoamericana es riquísima en la presencia de la ideología populista y su puesta en práctica. Con la lenta pero inexorable desaparición de los próceres de la independencia, dominadores del primer periodo de prioridad prestada a la consecución de la soberanía, aparece la urgencia de la búsqueda de la identidad nacional que pudiera encuadrar a todos los sectores. Las dicotomías aparecen con fuerza. Es el enfrentamiento, por ejemplo, del bando “populista” de Juan Manuel de Rosas en la Argentina, la “barbarie”, con el sector elitista de Domingo Faustino Sarmiento, abogando por la apuesta de la “civilización”.

 

Los antecedentes cercanos

    Las verdaderas transformaciones y el surgimiento con fuerza de la tendencia populista llegaron con los cambios demográficos aproximadamente hace poco más de un siglo, que han seguido proporcionando el adecuado caldo de cultivo para el surgimiento de ese maridaje mágico entre masa y caudillo populista: la inmigración. Modificando drásticamente el tejido social de la mayoría de los países, este nuevo ingrediente tuvo un origen doble, desde el exterior y al mismo tiempo generado en el interior de los propios países. Las sucesivas oleadas de inmigrantes procedentes mayoritariamente de la Europa hambrienta, pero también del Medio Oriente y de los confines de la lejana Asia (China) habían sido invitadas a completar el diseño teórico de la nación “de opción”, liberal, en contraste con la “étnica”. Se trataba de dar cumplimiento a la máxima del liberalismo: ”civilizar es poblar”.

    Pero los recién llegados tuvieron que competir con dos fuerzas imponentes. En primer lugar, se destacaba la resistencia del orden establecido que no estaba dispuesto a liberar parcelas de privilegios. Los inmigrantes veían que las calles de las urbes latinoamericanas no estaban pavimentadas de oro y que las tierras más fértiles (la pampa, la sabana) ya tenían dueño. En segundo lugar tuvieron que competir con la inmigración interior que optaba por el traslado desde el interior agrario a las grandes ciudades. El resultado fue convertir a las capitales latinoamericanas en unos monstruos inhóspitos. No por casualidad la capital peruana se convertía en tema de un clásico ensayo: “Lima, la horrible”, de Sebastián Salazar Bondy.

    Fue precisamente en las grandes urbes donde el populismo halló un campo fértil. Compitió tempranamente y con éxito con las ideologías que algunos inmigrantes (la élite sociopolítica) habían importado desde Europa (el socialismo, anarquismo, marxismo, etc.). Se infiltró en los programas de los partidos tradicionales de base histórica europea (liberales, socialistas, conservadores). Aunque sobrevivieron a lo largo de gran parte del siglo XX, fueron perdiendo fuelle y sus espacios naturales fueron ocupados por las diversas ramas populistas, ya perceptibles en la segunda mitad del siglo.

     CHAVEZ
Con el paso de los años, el aspirante a líder populista correctamente detectó que necesitaba unos mecanismos de comunicación que el desarrollo sociocultural imponía. Mientras la élite seguía optando por los canales tradicionales (la prensa, el ensayo e incluso la novela) para transmitir su ideología, la mecánica populista requería un canal más directo. Primero fue la radio (no se entiende el éxito de Evita sin sus mensajes radiales) y más recientemente, la televisión. Hugo Chávez se ha autoconvertido en anchorman del sistema televisivo venezolano, amordazando a la oposición.

    Algunos de los más emblemáticos líderes populistas, irónicamente, resaltaban la vigencia de los instrumentos tradicionales de comunicación y manipulación de las masas. Caso representativo y extremo fue el del presidente ecuatoriano José María Velasco Ibarra, Velasco-ibarraquien fue elegido democráticamente cinco veces y en cuatro ocasiones derrocado por los militares. Una frase de Velasco se han convertido en máxima del evangelio populista: “dadme un balcón en cada pueblo y seré presidente”.

    Es lo que, según una anécdota sin confirmar, precisamente echó de menos Janio Quadros,  residente brasileño, al tener que ocupar su cargo en la artificial capital de Brasilia. Había sido diseñada a medio siglo precisamente por Juscelino Kubitschek  para soslayar la atmósfera  masiva y corrupta de Rio de Janeiro que tanto éxito le había proporcionado a Getulio Vargas, el paradigma populista. Sin masas a las que dirigirse, sin balcones disponibles en los edificios gubernamentales, con barrios regimentariamente divididos según sus funciones burocráticas, Quadros diría resignadamente: “aquí no se puede gobernar.” Quizá por eso Brasilia tuvo recientemente tres gobernadores en una semana.

    Pero otros continuadores de la estrategia populista en América Latina seguirían teniendo éxito en gobernar, sino desde un balcón, en cualquier espacio disponible, y mejor en todos. Los  nuevos populismos se beneficiarían de las nuevas ventajas ofrecidas por el confuso político escenario, la precaria estructura económica y la injusta escala social de Latinoamérica de las últimas décadas.                    

Hay 1 Comentarios

Roy ve a la RAE: "Populismo": etimológicamente y como es correcto en el concepto populismo es gobernar para el pueblo llano, no para oligarquias ni poderes fácticos. Así que muy bienvenido el populismo en LA, que ha traído mucha mayor equidad y mayores derechos sociales, los mismos que ustedes están perdiendo.

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Sobre el autor

Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet “ad personam” de Integración Europea y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. Es Licenciado en Derecho (Universidad de Barcelona) y Doctor por la Georgetown University (Washington DC). Nacido en Barcelona, reside en Estados Unidos desde la administración Johnson.

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