Joaquin Roy

Sobre el autor

Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet “ad personam” de Integración Europea y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. Es Licenciado en Derecho (Universidad de Barcelona) y Doctor por la Georgetown University (Washington DC). Nacido en Barcelona, reside en Estados Unidos desde la administración Johnson.

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El neopopulismo latinoamericamo

Por: | 20 de mayo de 2012

          El antecedente más próximo del neopopulismo actual en América Latina es la política de industrialización y sustitución de importaciones, según los diseños de Raúl Prebisch ImagesCAZJ3ASA
y la CEPAL (ECLA), generada sobre la base de la ideología de la dependencia en los años 50 y 60. Aunque en unos casos algunas de estas corrientes político-económicas coquetearon con el marxismo, lo cierto es que el grueso se mantuvo en los límites del reformismo ambicioso que no planeaba el cambio radical, sino la corrección de los excesos del capitalismo. Pero a medida que se aproximaba el final del siglo se detectaba en el continente la progresiva desaparición de los recursos económicos que habían cimentado un modesto estado de bienestar sujeto a las olas populistas.

          En el contexto del final de la Guerra Fría se produjo una importante crisis de las ideologías tradicionales, la progresiva ocupación de su espacio por el neoliberalismo y la puesta en práctica de las medidas del llamado Consenso de Washington, exigidas por Estados Unidos y los organismos internacionales, bajo la inspiración de la llamada Escuela de Chicago. El resultado fue un compuesto de liberalización, privatización, apertura de mercados, e insistencia en la primacía del libre mercado en los sistemas de integración subregional. La consecuencia fue, en lugar de filtrar los beneficios económicos hacia abajo (trickle down economics, expresión tan querida por Ronald Reagan), un aumento espectacular de los índices de pobreza, y sobretodo de la principal lacra de las sociedades latinoamericanas: la desigualdad. Además, todas las capas de la sociedad eran víctimas de unos indicadores de criminalidad insostenibles que daban la bienvenida a populistas autoritarios, con escaso respeto por la legalidad. 

    Teniendo en cuenta que esta injusticia atacaba más a los sectores históricamente marginados (indígenas, mujeres, infancia), nada tiene de extrañar que se desarrollara una nueva ola de neoindigenismo sobretodo en los países en que los descendientes de los pueblos precolombinos son mayoría. Aunque todavía se detectan los rescoldos del marxismo (el caso de Cuba debe ser considerado aparte) de miras universalistas, lo cierto es que el discurso neopopulista está también aderezado por un toque nacionalista, unido a una estrategia de integración subregional, de base ideológica más que geográfica, como es el caso notorio de la Alianza Bolivariana de los Pueblos de América (ALBA), de inspiración y control de Chávez.

    Pero quizá la dimensión que llama más la atención es que la toma del poder no se ejecuta en los años recientes mediante una estrategia violenta o subvertida del orden imperante, sino precisamente usando los mecanismos de la más ortodoxa  democracia liberal. En todos los actuales casos de dominio populista, los “balcones” de Velasco Ibarra parecen haberse transformado en las urnas, abiertas a unas elecciones certificadas como impecables por los observadores internacionales. Así se ha llegado a unos sistemas unipartidistas en Venezuela y Bolivia, con derrames en Ecuador y, según los últimos resultados electorales, en la propia Argentina.

    Definitivamente han desaparecido los partidos tradicionales, con su espacio engullido por el neopulismo, en sus diversas variantes, sea el llamado “Socialismo del Siglo XXI” (nunca explícitamente expuesto por Chávez) o el neoindigenismo autonomista del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia. El intento de la toma del poder en México por el reformado Partido de la Revolución Democrática (PRD) de Andrés Manuel López Obrador fue un toque de atención. Su triunfo hubiera representado el final del dominio del conservador Partido de Acción Nacional (PAN) que había arrebatado el poder al Partido Revolucionario Institucional (PRI), artífice  populista de la escena mexicana durante más de sesenta años, siempre con la connivencia de Estados Unidos.      

    Resultan especialmente significativos dos experimentos  o fenómenos de predominio conservador que hubieran podido consolidar una rama novedosa de populismo “de derecha”. El primero estuvo representado por el tenaz intento de Alvaro Uribe  Alvaro_uribe para ser reelegido por segunda vez en Colombia. Aunque acató la decisión de la Corte Constitucional (representante de “la élite”), se debe reconocer que su insistencia se vio respaldada popularmente por su política de enfrentamiento al terrorismo de la guerrilla, el narcotráfico y la criminalidad generalizada. El segundo pudo estar personificado por la conducta de Sebastián Piñera http://www.gobiernodechile.cl/presidente/ en Chile. Con su elección consiguió desbancar a la coalición entre socialistas y democristianos (desaparecidos del poder  en el resto del continente), un experimento novedoso y exitoso durante veinte años en América Latina. Recuérdese que el intento populista de Manuel Zelaya en Honduras procedía del seno de su partido conservador. Mientras tanto, los socialdemócratas han ido desapareciendo del poder paulatinamente. Apenas se sostienen plenamente en Costa Rica y Perú, y están precariamente presentes en partidos tenuemente afines a la socialdemocracia en contados países (Guatemala, Paraguay).

    Finalmente, resulta significativo el hecho de que este nuevo fenómeno se ha producido en plena era de carencia de interés de Estados Unidos por América Latina. En contraste con otras épocas (Jacobo Arbenz en Guatemala, Salvador Allende en Chile), en las que imperó la urgencia para evitar que surgieran nuevas versiones de la Cuba castrista, se ha observado un nuevo ciclo de “desdén benigno” de Washington hacia el sur, que en cierta manera todavía dura. Con la excepción de la amenaza del narcotráfico y la inmigración descontrolada, el resto de la agenda latinoamericana en el nuevo siglo parece no incomodar en demasía a Estados Unidos, más allá del intercambio de acusaciones verbales con Venezuela y Cuba. Las trifulcas con respecto a la imposible participación de La Habana en la cumbre de Cartagena de Indias es un ejemplo. 

    En ese sentido, en el amplio bando populista latinoamericano sigue siendo eficaz el discurso anti-norteamericano, en el que Chávez parece ser la estrella, calificando al presidente Bush como “diablo” y causante de todos los males del continente. Esta actitud “antiyanqui” con perfil populista prueba su generalizada implantación en América Latina por la reciente constitución de una Comunidad de Estados  de América Latina y el Caribe, nuevo entramado hemisférico, un sustituto de OEA sin Estados Unidos y Canadá. Teniendo en cuenta que el proyecto fue patrocinado por el conservador presidente mexicano Felipe Calderón, fue fundado en su propia Playa del Carmen del litoral de Yucatán, y fue refrendado por el resto de gobiernos centristas y conservadores, se  puede llegar a la conclusión de que Perón tenía razón: todos son populistas.

    Curiosamente, el populismo latinoamericano parece estar ahora acompañado por una peculiar versión norteamericana. El primer capitulo lo ejecutó el Tea Party que casi capturó al Partido Republicano, pero el desastre de Sarah Palin  Sarah-palin-newsweek-cover lo debilitaron tremendamente. En el primer capítulo de la campaña para la elección de 2012, todos los contrincantes de Obama compitieron en gestos populistas. No se sabe qué uso va a hacer Mitt Romney de esa estrategia, ya que se deberá tener cuidado en moderarse para captar el apoyo del centro. Al otro lado del océano, la preocupante conducta populista en países clave, como Francia bajo Sarkozy, es un toque de aliento para los latinoamericanos. Pero habrá que ver qué hacen ahora los que sigan la estela de Hollande en otros países. De cundir el ejemplo en Europa y Estados Unidos, Perón podrá haber hecho realidad su sueño de que “todos son peronistas”, capturando los extremos y el centro del abanico ideológico.

 

El populismo en Latinoamérica

Por: | 20 de mayo de 2012

    En el contexto de las expropiaciones de inversiones españolas en Argentina y Bolivia, los comentaristas han usado la etiqueta de “populista” para referirse a la presidenta argentina Cristina Fernández y al presidente boliviana Evo Morales. Conviene recordar, entre otros aspectos, que el populismo latinoamericano tiene su raíz en la transformación de los caudillos provinciales que recibieron los restos del sistema centralista colonial. Su desarrollo se benefició luego de la fuerza de la inmigración, interior y procedente de otros países, que se concentró primordialmente en las ciudades. La novedad actual es que los populistas detentan el poder mediante elecciones periódicas y referéndums.

 El trasfondo histórico

    Una anécdota, probablemente apócrifa, referida al líder argentino Juan Domingo Perón, es una fiel ilustración de una de las características no solamente del populismo latinoamericano, sino del generalizado en prácticamente todo el mundo. Al parecer, en una conferencia de prensa, en pleno disfrute de poder, se le preguntó al marido de Evita qué porcentaje de argentinos eran “conservadores”. Un 25%, dijo. ¿Qué porcentaje son “socialistas”: 20%. Cuántos pueden considerarse “radicales”: 30%. ¿Comunistas? 25%. ¿Democristianos?: 10%. Al casi rebasar el cómputo de 100, el agudo periodista le preguntó: ¿y peronistas? “Todos”, fue la respuesta sarcástica y certera. 220px-Peron_1974

    El populismo posee una seña de identidad en el contexto de las demás ideologías y alternativas políticas. Los populistas nunca se autocalifican como tales, en contraste con los socialistas, comunistas, conservadores, liberales… Con fastidio, soportan precisamente que sean éstos los que les regalen la etiqueta generalmente concedida con aire peyorativo, aunque numerosos políticos encuadrados en las ideologías ortodoxas asuman como propio el credo populista y lo practiquen.

    En el fondo, Perón tenía plena razón: todos son “peronistas”, o por lo menos él lo creía y deseaba. Es lo que también anhelan los nuevos populistas de América, arrinconando a un sector disminuido por elecciones ventajosas o referéndums oportunistas. Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, pero también Sebastián Piñera en Chile y Alvaro Uribe en Colombia, y otros reclaman gobernar para la mayoría. Como también en Estados Unidos lo creía Richard Nixon con su “mayoría silenciosa” y ambicionan los “disidentes” como Sarah Palin y los antisistema del Tea Party.             

    El populismo reclama residir en todo el espectro político, sin respetar las fronteras tradicionales entre derecha, centro o izquierda. Pero necesita unos ingredientes para aparecer, crecer y ocupar muchos de los espacios reservados a las ideologías tradicionales. En América Latina (y en otros lugares, también), requiere, en primer lugar, una masa empobrecida, poco educada, desengañada, y sobre todo huérfana de liderazgo. En los países más desarrollados, fundamentalmente se ceba en los temores de la clase media que percibe el peligro de ser degradada al estatus del proletariado, con su capacidad de ingreso disminuido y su calidad de vida dañada crónicamente.

    El candidato a conductor populista necesita otros dos componentes para que su estrategia de tomar el poder sea exitosa. Además de la colaboración de la masa, en segundo lugar, debe disponer de unos recursos naturales o derivados, especialmente exportables, de la economía que pueda repartir. En el pasado y ahora, la carne y el trigo fueron y son los materiales usados por los países rioplatenses; el gas es ahora el arma de Bolivia; los ingresos del petróleo venezolano sostienen a Hugo Chávez. Como consecuencia, la dependencia de esos sectores produce una corrupción notable. Finalmente, el líder populista debe denunciar a una élite económica, social y sobretodo con cierto tufillo de intelectual, para convertirla en objeto de revancha, acusación de abuso y explotación, y sobre todo de animosidad al sentir de la masa.

    La historia sociopolítica de la civilización occidental está sembrada de ejemplos diversos de populismo, desde la política de algunos emperadores romanos (como el mismo Julio César), que soslayaron el papel del Senado, hasta el fuerte sentimiento popular generado por el romanticismo. Barroco, Clasicismo e Ilustración, bajo la égida de la élite, estaban considerados como antitesis del sentimiento populista que se inclinaba por la simpatía hacia Robin Hood.

    La escena latinoamericana es riquísima en la presencia de la ideología populista y su puesta en práctica. Con la lenta pero inexorable desaparición de los próceres de la independencia, dominadores del primer periodo de prioridad prestada a la consecución de la soberanía, aparece la urgencia de la búsqueda de la identidad nacional que pudiera encuadrar a todos los sectores. Las dicotomías aparecen con fuerza. Es el enfrentamiento, por ejemplo, del bando “populista” de Juan Manuel de Rosas en la Argentina, la “barbarie”, con el sector elitista de Domingo Faustino Sarmiento, abogando por la apuesta de la “civilización”.

 

Los antecedentes cercanos

    Las verdaderas transformaciones y el surgimiento con fuerza de la tendencia populista llegaron con los cambios demográficos aproximadamente hace poco más de un siglo, que han seguido proporcionando el adecuado caldo de cultivo para el surgimiento de ese maridaje mágico entre masa y caudillo populista: la inmigración. Modificando drásticamente el tejido social de la mayoría de los países, este nuevo ingrediente tuvo un origen doble, desde el exterior y al mismo tiempo generado en el interior de los propios países. Las sucesivas oleadas de inmigrantes procedentes mayoritariamente de la Europa hambrienta, pero también del Medio Oriente y de los confines de la lejana Asia (China) habían sido invitadas a completar el diseño teórico de la nación “de opción”, liberal, en contraste con la “étnica”. Se trataba de dar cumplimiento a la máxima del liberalismo: ”civilizar es poblar”.

    Pero los recién llegados tuvieron que competir con dos fuerzas imponentes. En primer lugar, se destacaba la resistencia del orden establecido que no estaba dispuesto a liberar parcelas de privilegios. Los inmigrantes veían que las calles de las urbes latinoamericanas no estaban pavimentadas de oro y que las tierras más fértiles (la pampa, la sabana) ya tenían dueño. En segundo lugar tuvieron que competir con la inmigración interior que optaba por el traslado desde el interior agrario a las grandes ciudades. El resultado fue convertir a las capitales latinoamericanas en unos monstruos inhóspitos. No por casualidad la capital peruana se convertía en tema de un clásico ensayo: “Lima, la horrible”, de Sebastián Salazar Bondy.

    Fue precisamente en las grandes urbes donde el populismo halló un campo fértil. Compitió tempranamente y con éxito con las ideologías que algunos inmigrantes (la élite sociopolítica) habían importado desde Europa (el socialismo, anarquismo, marxismo, etc.). Se infiltró en los programas de los partidos tradicionales de base histórica europea (liberales, socialistas, conservadores). Aunque sobrevivieron a lo largo de gran parte del siglo XX, fueron perdiendo fuelle y sus espacios naturales fueron ocupados por las diversas ramas populistas, ya perceptibles en la segunda mitad del siglo.

     CHAVEZ
Con el paso de los años, el aspirante a líder populista correctamente detectó que necesitaba unos mecanismos de comunicación que el desarrollo sociocultural imponía. Mientras la élite seguía optando por los canales tradicionales (la prensa, el ensayo e incluso la novela) para transmitir su ideología, la mecánica populista requería un canal más directo. Primero fue la radio (no se entiende el éxito de Evita sin sus mensajes radiales) y más recientemente, la televisión. Hugo Chávez se ha autoconvertido en anchorman del sistema televisivo venezolano, amordazando a la oposición.

    Algunos de los más emblemáticos líderes populistas, irónicamente, resaltaban la vigencia de los instrumentos tradicionales de comunicación y manipulación de las masas. Caso representativo y extremo fue el del presidente ecuatoriano José María Velasco Ibarra, Velasco-ibarraquien fue elegido democráticamente cinco veces y en cuatro ocasiones derrocado por los militares. Una frase de Velasco se han convertido en máxima del evangelio populista: “dadme un balcón en cada pueblo y seré presidente”.

    Es lo que, según una anécdota sin confirmar, precisamente echó de menos Janio Quadros,  residente brasileño, al tener que ocupar su cargo en la artificial capital de Brasilia. Había sido diseñada a medio siglo precisamente por Juscelino Kubitschek  para soslayar la atmósfera  masiva y corrupta de Rio de Janeiro que tanto éxito le había proporcionado a Getulio Vargas, el paradigma populista. Sin masas a las que dirigirse, sin balcones disponibles en los edificios gubernamentales, con barrios regimentariamente divididos según sus funciones burocráticas, Quadros diría resignadamente: “aquí no se puede gobernar.” Quizá por eso Brasilia tuvo recientemente tres gobernadores en una semana.

    Pero otros continuadores de la estrategia populista en América Latina seguirían teniendo éxito en gobernar, sino desde un balcón, en cualquier espacio disponible, y mejor en todos. Los  nuevos populismos se beneficiarían de las nuevas ventajas ofrecidas por el confuso político escenario, la precaria estructura económica y la injusta escala social de Latinoamérica de las últimas décadas.                    

Carlos Fuentes, reinventor de América

Por: | 16 de mayo de 2012

Le dije el día en que lo trajimos a la Universidad de Miami en el 92 para recibir un doctorado “honoris causa” que solamente de Cortázar yo tenía un número mayor de libros. Me contestó: “no me extraña; era mucho mejor escritor que yo”. Personalmente siempre me causó la misma indeleble impresión al leer cualquiera de sus páginas. Culto, políglota (su inglés era nativo), simpático, serio, cortés, y cumplidor. Lo conocí cuando aceptó en el 86 dar el discurso inaugural de unos premios literarios, Letras de Oro, con el apoyo de American Express. Plasmó una conferencia magistral todavía recordada en la que se excusaba por no haberse dedicado a escribir en inglés, cuando lo podía haber hecho con éxito: “la lengua inglesa no necesita un escritor más.”  Carlos-fuentes[1]

          Para beneficio del español, así se convirtió en el mejor creador de prosa del último medio siglo latinoamericano. Si algunos (como Vargas Llosa y García Márquez) lo pueden superar en tensión narrativa, en riqueza e innovación de lenguaje estaba por encima de todos los compañeros del llamado ‘boom”. En sus textos, los fragmentos de meditación y descripción tenían el impacto de poemas de antología. Los ensayos escondidos en la narración eran complemento literario de una de las mejores variantes del arte de la  columna de colaboración, que contribuía semanalmente a los mejores diarios de ambos continentes.

        Fuentes[1]   Pero por encima de todo, Carlos Fuentes fue uno de los ejemplos más diáfanos de descubridor de los enigmas americanos (y de numerosos de España). Sus novelas eran la necesaria reescritura de la historia enmascarada del continente, enterrada en huecas declaraciones políticas partidistas y enmarañadas con toda la variopinta ideología populista latinoamericana. Fuentes escarbaba en la superficie del tejido nacional de México y seguía ahondando con su bisturí. Les daba voz a los personajes que no la tenían, y hacía hablar a las piedras urbanas y los campos yermos. Devolvía la música a la historia. 

          Pero por encima de todo, fue uno de los mejores autores de la novela de identidad nacional, un rico terreno en la historia cultural y política latinoamericana. Fuentes sabía como nadie forjar unos  textos que respondían con rigurosidad al mandato de Unamuno sobre la “intrahistoria”. La vida cotidiana de los países, de las clases sociales ignoradas, de las ciudades olvidadas o masificadas, hacían su aparición estelar en sus páginas. Numerosos lugares de turismo popular podían recorrerse de nuevo con textos suyos en la mano, al lado de las guías comerciales.

          Los críticos siempre han tenido un problema en rescatar los mejores libros de Fuentes. En puridad, esa selección siempre está sujeta a los caprichos del lector. Revelaré los míos: un par de novelas de corte clásico y un libro ensayo-historia. Las dos novelas, de las más primerizas, son “La región más transparente” y “La muerte de Artemio Cruz”. 

          “La región más transparente” debe su título a una frase extraída de la crónica de Bernal Diaz del Castiillo, el historiador-inventor de la conquista de América. La expresión fue luego recapturada por Alfonso Reyes en uno de sus ensayos, "Vision de Anahuac". El lugar es el mismo en los tres: los alrededores de lo que en su momento fue capital del imperio Azteca, luego escenario central de la evolución de la Revolución Mexicana en los 20, y más recientemente la transformación del monstruo capitalino que ya en los 50 (época de la novela) daba señales inequívocas de convertirse en un gigante imposible de amaestrar. La región había dejado de ser transparente, ya atosigada por la imparable inmigración y la contaminación ambiental. Lopezluz_P-07[1]

          En común con “La muerte de Artemio Cruz”, “La región más transparente” medita sobre congelamiento, el deterioro y la traición de la revolución mexicana, personificada precisamente por el protagonista Artemio. Viejo activista revolucionario, crecido del los sectores más humildes, Cruz asciende los peldaños del experimento políticos más dramático de la historia de Latinoamérica, solamente comparable al de la revolución Cubana. Si la mexicana contribuyó con la inserción (imperfecta) del amplio sector mestizo en la sociedad, solamente la historia confirmará el hasta ahora fracaso de la cubana, todavía huérfana de una novela con un equivalente de Cruz, moribundo en su lecho. Los personajes  de “La región” se entremezclan con la vida del enigmático Izca Cienfuegos, emblemático símbolo del mestizaje, una variante de la “raza cósmica” que predecía José Vasconcelos. “Qué le vamos a hacer; aquí nací, en la región más transparente del aire”, dice resignadamente contemplando la urbe desde una loma.

El libro que se recomienda de lectura continuada es “El espejo enterrado”. Redactado en el contexto de la conmemoración de 1992, es una meditación de la esencia de la civilización española, en íntima relación con la latinoamericana, de la que es complementaria, en lugar de contraria. Todo lo de América atañe a España, y al revés, es el mensaje de Fuentes, de gran vigencia en estos días presididos por enfrentamientos provocados que a nadie (con la excepción de algunos populistas americanos y unos pocos trasnochados arrogantes ibéricos) benefician.

Pero si esos libros se pueden releer sin prisa, nos van a faltar las líneas pegadas al terreno cotidiano de la actualidad social, política y económica de ambos continentes. Las páginas de opinión de los grandes diarios sufrirán un vacío difícil de llenar. Se fue un periodista maestro.       

 

¿Cambio de rumbo en Europa?

Por: | 07 de mayo de 2012

El triunfo de François Hollande  Hollande en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia abre las esperanzas del regreso de la socialdemocracia a otros países. De haber estado gobernando en once de los quince estados miembros de la UE a principios del presente siglo, hoy solamente tienen las riendas en cinco (de veintisiete). Se estaban preparando para una larga travesía del desierto, pero el resbalón de Nicolas Sarkozy ha catapultado a la izquierda tradicional a encarar la Sarkozyresponsabilidad de proponer innovadoras políticas. Hollande les abrió la puerta al oponerse a las medidas de austeridad decretadas por la UE. Ahora la agenda es una combinación de prudencia en el gasto y política de crecimiento, mediante la inversión pública y el apuntalamiento del estado de bienestar, amenazado de muerte.

La derrota de Sarkozy debilita también la posición hegemónica de Angela Merkel Merkel
en una Alemania que debe decidir entre liderar férreamente Europa (traducción: insistir en la austeridad) o plegarse a las voces en contra (contemporizar con la crisis). En caso de que sus huestes democristianas pierdan el poder en elecciones en más lander, después del resbalón en Schleswig-Holstein, estos deslices pueden generar un efecto dominó en el resto de la federación. El descenso de la utilidad del partido liberal, necesario apoyo en la coalición gobernante, sería la gota que colmaría el vaso antes de las nuevas elecciones.

Pero en ese guión un tanto rosáceo para los socialistas se entrometen algunas dificultades presentadas por acontecimientos electorales simultáneos a la carrera hacia el Elíseo, Paris-palacio-del-eliseo
desde donde Sarkozy ha sido elegantemente defenestrado. En primer lugar, no se sabe bien cómo se comportará el partido socialista alemán y cómo podría estar arropado por otras formaciones afines en otros países. Algunos de ellos (España, Portugal, los laboristas en el Reino Unido, especialmente) mayoritariamente todavía están noqueados por las derrotas sufridas en los años recientes. El debate interno de la socialdemocracia, tanto en la evolución interna en el continente, como en el agotamiento por la llamada “tercera vía” del Partido Laborista, ya irreconocible bajo el mando de Tony Blair, no ha producido hasta hoy una agenda creíble.

 En segundo lugar, si los comicios franceses deben ser correctamente interpretados como de gran alcance europeo, entonces habrá que descifrar y analizar a fondo dos ejercicios del este domingo de grandes consecuencias. Por un lado, hay que prestar atención al caso griego, también de elecciones parlamentarias. Por otro, conviene echar una mirada a los comicios en países que están llamando a las puertas de la Unión Europea, a la que el grueso del continente desprecia y señala como origen de los males actuales. En la antigua Yugoslavia, la UE se juega su penúltima carta de la difusión de sus valores y ventajas.

En el caso griego, el electorado estaba acorralado por las drásticas medidas de recorte de gastos y evaporación de expectativas, el desafío que representaba la composición de un nuevo gobierno que sustituyera al provisional liderado por el economista Evánguelos Venizelos. El resultado fue contundente, expresando el rechazo no solamente a las medidas reductoras, sino al sistema tradicional de represtación democrática. Técnicamente, el ganador ha sido Antonis Samarás, Samarasde la conservadora Nueva Democracia (ND), pero solo con un 20% de los votos.  Junto a su histórico contrincante, el socialista Pasok, con el que ha ido alternando en el poder desde la Segunda Guerra Mundial, han sido abofeteados por los votantes. Juntos, solamente han cosechado un tercio de los votos, mientras en el pasado acaparaban casi el 80%.

A la siniestra de los socialistas, la Coalición de la Izquierda Radical (SYRIZA), con casi el 16%, se convierte en el segundo partido más votado. Al otro extremo, los neonazis de Aurora Dorada arrañan el 6,8% de los sufragios, insólitamente en un país que sufrió la ocupación hitleriana durante cuatro años. Juntos, complican el escenario y las perspectivas de coalición con uno de los hasta ahora grandes para poder gobernar. Para resolver el rompecabezas de gobierno, con una serie de combinaciones entre fuerzas ideológicamente separadas, no se descarta otra elección inmediatamente.  Sintagma Sería un mayúsculo desastre para el país, en quiebra técnica, con un pie en el euro y otro fuera de la UE. Pero mientras la ultra izquierda se opone a las medidas de la UE, los neo-nazis exigen la salida inmediata

En Serbia casi la mitad de los votantes en la primera vuelta de las presidenciales y las legislativas generales se han quedado en casa, como aviso ambivalente. El 20 de mayo el actual mandatario, el proeuropeísta Boris Tadic (26,7%) y el ahora arrepentido ultranacionalista Tomislav Nikolic (25%) se enfrentarán por la presidencia. En el terreno legislativo, la suerte fue al revés: el partido de Nikolic ganó con un 24,7%, un poco por delante; en segundo lugar quedó Tadic, con un 23,2%; y en tercer término, los socialistas del SPS, con un 16,6%. En contraste con otros países, los tres están de acuerdo en priorizar la entrada en la UE. No les queda más remedio, luego que han conseguido limpiar el territorio de los genocidas que los gobernaban hace apenas un par de décadas. Con Croacia ingresando el año próximo, el caso de Serbia Serbia puede ser una prueba crucial para la efectividad de la UE, al menos en lo que parece históricamente más efectiva: la pacificación y la consolidación de la democracia. 

En conclusión, a la espera de otros ejercicios, el sufragio francés también ha generado otro triunfo, aunque sea meramente lingüístico: “Vive la différence”.

 

Trasfondo de las relaciones hispanoamericanas

Por: | 03 de mayo de 2012

 
 

De la arrogante ‘Hispanidad’ al sutil ‘poder blando’

           Desde el renacimiento de la democracia española tras la desaparición del franquismo en 1976, se detecta una evolución en la política y relaciones con América Latina, cuyas etapas escalonadas, a falta de otra etiqueta, pueden calificarse como la “reconquista de América”. La confluencia de una serie de factores, antes un tanto aislados o desfigurados, hizo posible que el vínculo de España con América Latina ofreciera un perfil que contrastaba con la tónica del pasado, dominado por la inercia y el estereotipo, las declaraciones grandilocuentes o el neo imperialismo impelido por una nostalgia vacía.

En el último cuarto del pasado siglo esta nueva pauta de las relaciones hispanoamericanas adquirió una fisonomía que la distinguía de la rutina anterior. Sobretodo desde el ingreso de España en la Comunidad Europea en 1986, el panorama ya no sería el mismo. Desde entonces, y todavía en lo que va del presente nuevo siglo, la política española hacia Latinoamérica presenta una combinación de continuidad de ciertas líneas de actuación del pasado y la inserción de nuevos fenómenos.

     En unos primeros momentos la transformación del régimen impelió a algunos dirigentes a apoyarse en los patrones del pasado, al no contar con los medios materiales necesarios y no haber puesto en marcha las nuevas estrategias diplomáticas más sintonizadas con las nuevas circunstancias. De ahí que durante algún tiempo, sobretodo hasta el año emblemático de la conmemoración del Quinto Centenario en 1992, la política española sufrió el lastre de los programas y la estrategia imperante desde la dictadura de Primo de Rivera y la regeneración de la depresión sufrida en 1898 con la derrota en Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

    La tentación para el compromiso tradicional fue muy fuerte, ya que la maquinaria diplomática y cultural hacia el exterior estaba bajo el peso de lo que se llamó “política exterior de sustitución”. Al no poder actuar con comodidad en otras zonas del planeta, sobretodo en Europa (que construía la Comunidad Europea basada en la economía de mercado y en estado de derecho), el franquismo optó por primar latitudes más accesibles. América Latina fue la preferida.

     El balance de esta estrategia fue que España favoreció a los sectores más acomodados de Latinoamérica, los únicos que accedían a una decente educación académica o los que, por lazos familiares o influencia socioeconómica, estaban al mando de los recursos naturales y financieros, y, como consecuencia, de los políticos. En ese sector encajaban de nuevo perfectamente los lugares comunes y los estereotipos tradicionales. La “madre patria” siguió siendo el slogan preferido para justificar entablar relaciones estrechas con el franquismo. La conveniente sintonía entre el peronismo y el franquismo es un ejemplo claro y emblemático.

    En contraste, como excepción en el escenario general del continente, la resistencia de México a reconocer al régimen de Franco quedaba como una pieza de museo, perfectamente justificable. Los sucesivos gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), heredero de le Revolución Mexicana, que gobernó en el interior del país durante seis décadas con una férrea estrategia autoritaria, se colocaban una faz liberal y de seudoizquierda en su política diplomática. Del otro lado, el mantenimiento de la relación diplomática del franquismo con el régimen marxista de Fidel Castro se explica por la decisión de la diplomacia franquista de refugiarse bajo una máscara liberal, para que en el resto de América Latina no apareciera un segundo México, que contribuyera a la marginalización tanto en el resto de la región como en zonas sensibles del resto de las Naciones Unidas.

     Los programas, las becas y las subvenciones otorgados por el Instituto de Cultura Hispánica, como instrumento gubernamental de las relaciones con América Latina, favorecieron los mismos sectores que cuando en los 60 y 70 las dictaduras militares fueron aposentándose en una tras otra nación latinoamericana. En cierta manera, este favoritismo ha continuado hasta hoy, y no necesariamente por culpa de la diplomacia española ya en tiempos de democracia. Se debió al simple hecho de que los únicos sectores sociales en América Latina preparados para ingresar en estudios de posgrado han seguido siendo “los de arriba”, mientras “los de abajo” quedaban a merced de universidades estatales, masificadas y mediocres.

    Curiosamente, este legado sobrevivió en cierta manera como parte de la variante española de lo que se ha llamado “poder blando”, un concepto novedoso de las relaciones internacionales acuñado por Joseph Nye. España no podía aspirar a ejercer real “poder duro” en numerosos escenarios, pero podía disfrutar del sustituto de la “influencia”. Las relaciones de “alto nivel” le podían estar vedadas, pero podía usar los vericuetos de las más sutiles “relaciones de bajo nivel”, las que se le ofrecían los lazos históricos y personales.  

 

Renacimiento: Puente y Comunidad

    Cuando renació la democracia en España y luego se ingresó en la Comunidad Europea (CE), se “redescubrió” América como un posible cliente de la acción, todavía modesta y limitada, en terrenos administrados por la política del “mercado común”. España se vendió a América como el “puente” entre los dos continentes, sobre todo durante la administración de la transición liderada por los sectores franquistas reciclados, dirigidos por la Unión de Centro Democrático (UCD), fundada por Adolfo Suárez. Se olvidó, por otra parte, que muchos países latinoamericanos no necesitaban en absoluto el papel intermediario de España. Sus intereses dominantes estaban lo suficientemente instalados en el entramado económico de los miembros de la CE, cuyos más importantes países habían estado comerciando abiertamente con Latinoamérica, tanto con regímenes tambaleantes de antes de la oleada militar, como durante su dominación, y sobre todo después.

    Con las transformaciones de Europa al final de la Guerra Fría se descubrió que las alianzas del pasado no cuadraban con las realidades del presente. Europa se apresuró a construir un doble anillo de seguridad con la confluencia de los dos grandes bloques de integración que en un principio pretendían competir por el dominio territorial. La Comunidad Europea se alió con la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), su competidor natural, invento inspirado por el Reino Unido, que luego comprobaría como casi todos sus miembros abandonaban el barco en plena travesía y tomaban el camino de la naciente Unión Europea (UE), sucesora de la CE. Así se formó el Espacio Económico Europeo, luego innecesario por el ingreso de los países neutrales y los antaño dominados por la Unión Soviética.

    Estados Unidos, bajo Bush senior, tomó nota y se alió a Canadá y luego engulló a México, formando el Acuerdo de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA). Bill Clinton recogió el relevo y se lanzó a forjar el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), luego fenecido por la impotencia de Washington en contrarrestar la ambivalencia de Brasil y los ataques directos de los miembros de la competidora Alianza Bolivariana de los Pueblos de América (ALBA), de inspiración del venezolano Hugo Chávez. Fue un ejemplo del “contraataque del imperio”. Desde entonces, Estados Unidos ha preferido jugar sobre seguro y apostó por los acuerdos individuales (“alquitas”), imitando los existentes con Chile y México.

    España, por su parte, en el contexto de la conmemoración del Quinto Centenario, ofreció un esquema de alguna manera novedoso, que recibiría el nombre de “Espacio Iberoamericano”. Ese nuevo dibujo con rasgos geopolíticos se justificaba por la afinidad natural entre los dos países ibéricos y sus antiguas colonias de América. La Comunidad Iberoamericana fue luego rebautizada modestamente como Conferencia y más tarde institucionalizada con el establecimiento de una Secretaria Permanente, a cargo de Enrique Iglesias, el expresidente del Banco Interamericano. La apuesta se basaba primordialmente en el legado común  y la pretensión de que los problemas eran compartidos por todos los países, simplemente por la voluntad de compartir una identidad.

    La realidad es que más del 90% del presupuesto del funcionamiento de esta entidad está subvencionado por España. A pesar de la bondad de numerosos programas, lo cierto es que el balance queda resumido a las declaraciones periódicas de sus cumbres, en donde en una etapa se observaba con lupa la presencia de Fidel Castro y luego del protagonismo de Chávez. La historia recordará con certeza la solicitud de Aznar a Fidel de una “movida de ficha”. Luego las candilejas se posaron en las admonición del “por qué no te callas”, propinada por el Rey Juan Carlos a Chávez.

 

Cooperación al desarrollo y consolidación democrática

    La otra dimensión inédita es la ocupada por la cooperación al desarrollo. De las becas seleccionadas del pasado, España apostó por la estrategia de contribuir a la disminución de las carencias de los sectores más necesitados de los países latinoamericanos. Tras una evolución sistemática, de la mano de la UE o independientemente, la asistencia financiera de España se convertio en líder. Tras una tenaz tradición, en 2008 España se convirtió, por primera vez, en el primer donante de ayuda bilateral a Latinoamérica. Este detalle es acertado tanto en términos absolutos como relativos. De 2004 a 2008 España dobló su Ayuda Oficial al Desarrollo. Casi el 50% fue a América Latina. 

    Los observadores se han preguntado sobre las motivaciones, los componentes, los objetivos y los rasgos de esa ayuda. Es significativo comprobar que ese liderazgo se ha conseguido mediante una compleja y contradictoria combinación. En cuanto a los intereses, se revela que son políticos, empresariales y de índole migratoria. Los valores en que se asienta esa estrategia es la creencia en la bondad de la democracia y la necesidad de practicar la solidaridad y contribuir a una mejor cohesión social. Por debajo de esos aspectos, la cooperación española se refuerza por la existencia de una identidad compartida entre España y América Latina. No solamente se tienen en cuenta los vínculos socioculturales, sino también se reconoce el papel de la ideología. En la primera docenas de años del nuevo siglo se pueden distinguir dos periodos dominados por las políticas del segundo mandato del gobierno de José María Aznar (más proclive al uso de la cooperación como respaldo de las inversiones) y desde 2004 por parte del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

    El  balance de estos años muestra la primacía de los conceptos basados en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Por esa razón la zona andina ha recibido la atención primordial de España. Ahora bien, la presión social por primar las necesidades del Africa subsahariana puede hacer peligrar la continuación de la preferencia del escenario latinoamericano. Además, la crisis económica puede tener un impacto muy negativo, ya que los recursos disponibles se verán reducidos considerablemente, tanto en lo que respecta a la ayuda centralizada como en las acciones de los municipios y las ONGs privadas.

    Recuérdese que tras el ingreso en la CE, España se propuso un doble juego. Por un lado, “europeizó” su política exterior, amulando la conducta de sus principales valedores, aprovechando la magnífica sintonía de Felipe González con el liderazgo francés y alemán, significativamente de diversa ideología. Sin poder, España optaba por la sutil influencia, mediante la demostración de ser un socio serio y confiable. Por otro lado, España se propuso como meta la “españolización” de algunas parcelas de la política exterior europea. Una fue la ocupada por las relaciones mediterráneas. La seguridad pasó a ser la consigna a primar en el Maghreb y en general el Oriente Medio. España, por lo tanto, recibió con sorpresa el impacto de la crisis del mundo árabe a principios de 2011 y las consecuencias de la inestabilidad en la zona.

    La democracia se convirtió en la bandera a usar en las relaciones con América Latina, sobre todo en una época difícil de las dictaduras militares y su progresiva desaparición. La pacificación de Centroamérica se mostró como un aparador asequible para la aplicación de los remedios europeos, inspirados en el entusiasmo español por compartir el ejemplo de la transición política, y respaldados por los fondos de ayuda al desarrollo disponibles por la acción de las instituciones de Bruselas.

    En el resto del continente, tenazmente de regreso a la democracia, el modelo español se convertía en una mercancía de uso múltiple. Los llamados “Pactos de la Moncloa”, los acuerdos explícitos entre las fuerzas políticas españolas, para dejar de lado sus disputas políticas, y primar la aprobación de la constitución en 1978, se convirtieron en un mágico elixir de aparente fácil comercialización en América Latina. En cierta manera, todavía son vigentes y son objeto de observación y estudio.

    Todo este panorama desembocó en la notable adicción de una dosis especial del poder “duro”. Con la agresiva política de las inversiones, España procedía a la nueva “reconquista” de América. Las empresas españolas se convertían en verdaderas multinacionales en sus operaciones latinoamericanas. En cierta manera, esta estrategia era también fiel al guión del pasado, cuando la “política exterior de sustitución” rellenó el vacío dejado por las inciertas incursiones en zonas del planeta arriesgadas y desconocidas (Asia, Africa). El resultado fue, de momento, muy productivo, sobretodo para los sectores bancarios, la telecomunicaciones y las infraestructuras. Está por ver si la crisis actual en Europa y los embates del nacionalismo y el neopopulismo en América Latina aplicarán un cierre a un capítulo de las relaciones hispanoamericanas y abrirán una nueva era más incierta, marcada los riesgos y los enfrentamientos. De ahí que se imponga una nueva estrategia. El respetuoso “café para todos” de la política latinoamericana de España se ha agotado y se aconseja un sutil giro del multilateralismo generalizado a un bilateralismo selectivo, según con quién se trate y cuándo. 

 

 

 

 

 

 

Francia: segundo acto

Por: | 02 de mayo de 2012

Images[1]El resultado de la primera ronda de las elecciones debe leerse en doble clave. Una es la interna. La otra, el día después, es la repercusión que tendrá en Europa la probable victoria de Hollande
el 6 de mayo. Más que la derrota de Sarkozy, debe meditarse sobre el ascenso del Frente Nacional, el partido de Marine Le Pen. El presidente no ha conseguido arrancar votos considerables del fundamentalismo de derecha, a pesar de sus intentos al mostrarse duro ante la inmigración. Y no parece que los abstencionistas le favorezcan en el sufragio final.

En el terreno externo, por otro lado, los sectores progresistas y socialdemócratas europeos deben sentirse confortados por lo que se prevé un retorno al poder, no solamente en Francia, sino más tarde en otros países de la UE. Pero habrá que prestar atención a la política de Hollande con respecto a las urgencias de la UE, y si se atreverá a apostar, más que por la austeridad que ha levantado violentas protestas, por una política de crecimiento (y si la puede financiar) y el apuntalamiento del estado de bienestar. En Berlín la posición de Angela Merkel se puede convertir en delicada. Deberá elegir entre el incómodo aislamiento o el monopolio del liderazgo en la UE.

Teniendo en cuenta el ascenso de la familia Le Pen (la hija casi ha doblado el voto recibido por su padre Jean Marie, apenas hace una década), uno se pregunta si los candidatos populistas secundarios serán los artífices indirectamente de elegir al vencedor de las elecciones entre Sarkozy o Hollande. Si se medita sobre el reaccionarismo observado en ambos, quienes han estado mirando de reojo a su derecha y a su izquierda, los segundones serán los paradójicos ulteriores ganadores del sufragio final. El fantasma populista ya se ha instalado no solamente en Francia sino también en otros países, incluida la admirada Alemania, donde Merkel ya ha dado muestras de evitar la zapa de votos por la izquierda y el deterioro de sus socios liberales.

La derechista Marine y el izquierdista Jean-Luc Mélenchon ya tenían previsto no poder llegar al poder, pero sus electores naturales no tienen saben qué hacer en la segunda vuelta. Marine recomienda el voto en blanco y concede la libertad de voto, pero la mayoría son impredecibles, incluso en el muy posible alto nivel de abstención. De ahí que el conservador Sarkozy y el socialista Hollande les han tenido que convencer con más “gestos” que en el primer “round”.  

Fue el presidente quien se destacó más en esa busca y captura del extremismo de derecha, con sus decisiones amenazantes de la inmigración. Ya se había ejercitado con las expulsiones fulminantes de gitanos y la amenaza de cierre de la frontera con Italia para evitar el derrame de tunecinos en territorio francés, huidos de la incierta primavera. Hollande ha parecido hasta ahora más moderado, al limitarse a prometer un referéndum sobre el tratado de la UE para contener el déficit, sin dar detalles.

          La inmigración está señalada, si no como causa del deterioro económico en Francia y en el resto de Europa, como la excusa para sacarse de encima el miedo de la pérdida de una identidad elusiva y de unas conquistas sociales que tanto esfuerzo costaron conseguir desde la Segunda Guerra Mundial. Paradójicamente, la propia Europa es la culpable del notable volumen de inmigración, por el éxito económico y social, además del político, gracias al desarrollo de la Unión Europea. Se cree ilusoriamente que la inmigración es un fenómeno de simple expulsión (“push”) de los lugares de origen. En realidad, más fuerza tiene la atracción (“pull”) del terreno de acogida, que se juzga como irresistible. El éxito de Europa en el último largo medio siglo ha sido paradójicamente la raíz de la erosión del estado de bienestar, monopolio de los europeos “originales”.

Las necesidades de los inmigrantes y los abusos del sistema producen ahora un rechazo que amenaza no solamente el nivel de vida, sino también la convivencia que habían maquillado las vergüenzas del pasado. Se anuncian ahora recortes a las asistencias sanitarias para los indocumentados. Se teme la voladura de uno de los cimientos fundamentales del estado de bienestar, al que curiosamente se le culpa también de los males producidos por los errores financieros y la adopción de políticas neoliberales.

Si el deterioro ha producido la defenestración de los partidos socialdemócratas en el poder, ahora se puede proceder a la eliminación de los dirigentes conservadores (Sarkozy, el primero), incapaces de enderezar el desastre. En la derrota, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), heredera de De Gaulle (que ha gobernado en Francia con Pompidou, Giscard d’Estaing, Chirac) puede enmarañarse en la búsqueda de un sucesor para Sarkozy. En la sombra, formaciones ultraderechistas serán los seguros beneficiados. De ahí que Marine Le Pen se haya propuesto la destrucción de la UMP y ocupar sobre sus ruinas el espacio que cree reservado. Si el descenso del poder de los socialdemócratas es malo para Europa, el ascenso de la ultraderecha puede ser peor.          

Prioridades de la política española hacia América Latina

Por: | 01 de mayo de 2012

A la vista del aparente efecto emulador de la expropiación de YPF por el gobierno argentino, tal como puede demostrarse por la nacionalización de la red eléctrica de Bolivia, conviene meditar sobre algunos aspectos de la más aconsejable política de España hacia la región. Se necesita un consenso con respecto a la conservación de lo que se ha llamado poder “blando”, la joya de las nuevas relaciones hispanoamericanas tras el renacimiento de la democracia en España y la consolidación de los regímenes electivos en Latinoamérica. La agenda española en las relaciones con América Latina debe incluir unas mínimas prioridades ineludibles, tanto para su propio beneficio como para relación general de Europa con América Latina. Con este propósito, destacan diez recomendaciones.

 

  1. En los programas de desarrollo y cooperación de la Unión Europea, España debe primar las operaciones que tengan como finalidad la reducción de los niveles de pobreza y desigualdad. Según las cifras del PNUD, de los 15 países más desiguales del mundo, 10 son latinoamericanos. Las carencias de la mayoría de las poblaciones producen los males endémicos de la exclusión social y como resultado el surgimiento de regímenes entre autoritarios, neopopulistas y antidemocráticos.
  2. España debe proporcionar todo el apoyo posible en contribuir a la disminución del escandaloso nivel de violencia que aqueja la mayoría de las comunidades latinoamericanas. En lo posible, debe responsabilizarse de ser el origen de la vitalidad lesiva del narcotráfico, por el consumo de las materias prohibidas. Centroamérica (donde España ha actuado en el pasado con efectividad, de la mano de la UE y la ONU) debe ser reconocida como una región prioritaria.
  3. España debe favorecer el reforzamiento de los planes europeos que tengan como finalidad la efectiva integración regional y cohesión nacional. Pero en los terrenos donde se observen resistencia o circunstancias adversas, se debe explorar a fondo las alianzas con países cuidadosamente elegidos que respondan a un necesario liderazgo tanto en el terreno económico como en el sociopolítico.
  4. Por otro lado, España debe liderar en Europa la observación cuidadosa de los novedosos experimentos de integración regional, cooperación económica o política que están surgiendo en América Latina, como complemento o en competencia con los sub-bloques tradicionales. Aunque se deben tratar las relaciones con estos nuevos entes con respeto y prudencia, España y Europa se deben preguntar seriamente sobre la viabilidad y el potencial efectivo del ALBA, UNASUR y la recién creada CELAC.  
  5. España debe aprovechar la puesta en marcha del Servicio de Acción Exterior (EEAS) de la UE para reforzar su ya considerable presencia tanto en los puestos de responsabilidad en la Comisión Europea, como en las delegaciones en países clave para los intereses tanto europeos como españoles. En los lugares donde solamente existen embajadas de un puñado de países europeos, España debe explotar el máximo su “poder blando” de representatividad.    
  6. Las alianzas con los intereses norteamericanos no deben desdeñarse de forma global, sino que los planes donde exista una confluencia de criterios deben ser fomentados, ya que el futuro de las Américas no solamente depende de los propios latinoamericanos y del apoyo europeo. En un sistema globalizado, Estados Unidos debe implicarse también en América Latina.
  7. Ante la crisis económica actual, España, con un nivel de desempleo alarmante, debe encontrar la fórmula justa para ayudar a los inmigrantes latinoamericanos a que tengan la protección del estado de bienestar adecuada o que se les facilite el regreso en forma no traumática.
  8. La defensa de los derechos humanos y el apoyo al efectivo ejercicio de las prerrogativas civiles deben  constituir la base de todos los planes y políticas de ayuda al desarrollo e inversiones.
  9. Ante las contradictorias medidas de sustituir la actitud colonizadora por un malentendido neoindigenismo, Europa debe seguir insistiendo en la bondad de compartir los logros de medio siglo de integración y convivencia con la ciudadanía latinoamericana. España debe responsabilizarse de dirigir esa tarea.
  10. Finalmente, se debe encarar con ambición la laguna imponente del estudio de la realidad americana. En España no hay un solo centro dedicado a Estados Unidos. Aunque los principales centros de reflexión (CIDOB, Elcano) dedican considerable atención a América Latina, la única entidad universitaria sólida especializada en la región es el Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca. Las autoridades políticas y académicas de España deben encarar en proyecto urgente de la fundación de unos centros de estudio y reflexión dedicados exclusivamente a las relaciones con América Latina, o por lo menos para la investigación de las Américas.

El País

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