Joaquin Roy

Trasfondo de las relaciones hispanoamericanas

Por: | 03 de mayo de 2012

 
 

De la arrogante ‘Hispanidad’ al sutil ‘poder blando’

           Desde el renacimiento de la democracia española tras la desaparición del franquismo en 1976, se detecta una evolución en la política y relaciones con América Latina, cuyas etapas escalonadas, a falta de otra etiqueta, pueden calificarse como la “reconquista de América”. La confluencia de una serie de factores, antes un tanto aislados o desfigurados, hizo posible que el vínculo de España con América Latina ofreciera un perfil que contrastaba con la tónica del pasado, dominado por la inercia y el estereotipo, las declaraciones grandilocuentes o el neo imperialismo impelido por una nostalgia vacía.

En el último cuarto del pasado siglo esta nueva pauta de las relaciones hispanoamericanas adquirió una fisonomía que la distinguía de la rutina anterior. Sobretodo desde el ingreso de España en la Comunidad Europea en 1986, el panorama ya no sería el mismo. Desde entonces, y todavía en lo que va del presente nuevo siglo, la política española hacia Latinoamérica presenta una combinación de continuidad de ciertas líneas de actuación del pasado y la inserción de nuevos fenómenos.

     En unos primeros momentos la transformación del régimen impelió a algunos dirigentes a apoyarse en los patrones del pasado, al no contar con los medios materiales necesarios y no haber puesto en marcha las nuevas estrategias diplomáticas más sintonizadas con las nuevas circunstancias. De ahí que durante algún tiempo, sobretodo hasta el año emblemático de la conmemoración del Quinto Centenario en 1992, la política española sufrió el lastre de los programas y la estrategia imperante desde la dictadura de Primo de Rivera y la regeneración de la depresión sufrida en 1898 con la derrota en Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

    La tentación para el compromiso tradicional fue muy fuerte, ya que la maquinaria diplomática y cultural hacia el exterior estaba bajo el peso de lo que se llamó “política exterior de sustitución”. Al no poder actuar con comodidad en otras zonas del planeta, sobretodo en Europa (que construía la Comunidad Europea basada en la economía de mercado y en estado de derecho), el franquismo optó por primar latitudes más accesibles. América Latina fue la preferida.

     El balance de esta estrategia fue que España favoreció a los sectores más acomodados de Latinoamérica, los únicos que accedían a una decente educación académica o los que, por lazos familiares o influencia socioeconómica, estaban al mando de los recursos naturales y financieros, y, como consecuencia, de los políticos. En ese sector encajaban de nuevo perfectamente los lugares comunes y los estereotipos tradicionales. La “madre patria” siguió siendo el slogan preferido para justificar entablar relaciones estrechas con el franquismo. La conveniente sintonía entre el peronismo y el franquismo es un ejemplo claro y emblemático.

    En contraste, como excepción en el escenario general del continente, la resistencia de México a reconocer al régimen de Franco quedaba como una pieza de museo, perfectamente justificable. Los sucesivos gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), heredero de le Revolución Mexicana, que gobernó en el interior del país durante seis décadas con una férrea estrategia autoritaria, se colocaban una faz liberal y de seudoizquierda en su política diplomática. Del otro lado, el mantenimiento de la relación diplomática del franquismo con el régimen marxista de Fidel Castro se explica por la decisión de la diplomacia franquista de refugiarse bajo una máscara liberal, para que en el resto de América Latina no apareciera un segundo México, que contribuyera a la marginalización tanto en el resto de la región como en zonas sensibles del resto de las Naciones Unidas.

     Los programas, las becas y las subvenciones otorgados por el Instituto de Cultura Hispánica, como instrumento gubernamental de las relaciones con América Latina, favorecieron los mismos sectores que cuando en los 60 y 70 las dictaduras militares fueron aposentándose en una tras otra nación latinoamericana. En cierta manera, este favoritismo ha continuado hasta hoy, y no necesariamente por culpa de la diplomacia española ya en tiempos de democracia. Se debió al simple hecho de que los únicos sectores sociales en América Latina preparados para ingresar en estudios de posgrado han seguido siendo “los de arriba”, mientras “los de abajo” quedaban a merced de universidades estatales, masificadas y mediocres.

    Curiosamente, este legado sobrevivió en cierta manera como parte de la variante española de lo que se ha llamado “poder blando”, un concepto novedoso de las relaciones internacionales acuñado por Joseph Nye. España no podía aspirar a ejercer real “poder duro” en numerosos escenarios, pero podía disfrutar del sustituto de la “influencia”. Las relaciones de “alto nivel” le podían estar vedadas, pero podía usar los vericuetos de las más sutiles “relaciones de bajo nivel”, las que se le ofrecían los lazos históricos y personales.  

 

Renacimiento: Puente y Comunidad

    Cuando renació la democracia en España y luego se ingresó en la Comunidad Europea (CE), se “redescubrió” América como un posible cliente de la acción, todavía modesta y limitada, en terrenos administrados por la política del “mercado común”. España se vendió a América como el “puente” entre los dos continentes, sobre todo durante la administración de la transición liderada por los sectores franquistas reciclados, dirigidos por la Unión de Centro Democrático (UCD), fundada por Adolfo Suárez. Se olvidó, por otra parte, que muchos países latinoamericanos no necesitaban en absoluto el papel intermediario de España. Sus intereses dominantes estaban lo suficientemente instalados en el entramado económico de los miembros de la CE, cuyos más importantes países habían estado comerciando abiertamente con Latinoamérica, tanto con regímenes tambaleantes de antes de la oleada militar, como durante su dominación, y sobre todo después.

    Con las transformaciones de Europa al final de la Guerra Fría se descubrió que las alianzas del pasado no cuadraban con las realidades del presente. Europa se apresuró a construir un doble anillo de seguridad con la confluencia de los dos grandes bloques de integración que en un principio pretendían competir por el dominio territorial. La Comunidad Europea se alió con la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), su competidor natural, invento inspirado por el Reino Unido, que luego comprobaría como casi todos sus miembros abandonaban el barco en plena travesía y tomaban el camino de la naciente Unión Europea (UE), sucesora de la CE. Así se formó el Espacio Económico Europeo, luego innecesario por el ingreso de los países neutrales y los antaño dominados por la Unión Soviética.

    Estados Unidos, bajo Bush senior, tomó nota y se alió a Canadá y luego engulló a México, formando el Acuerdo de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA). Bill Clinton recogió el relevo y se lanzó a forjar el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), luego fenecido por la impotencia de Washington en contrarrestar la ambivalencia de Brasil y los ataques directos de los miembros de la competidora Alianza Bolivariana de los Pueblos de América (ALBA), de inspiración del venezolano Hugo Chávez. Fue un ejemplo del “contraataque del imperio”. Desde entonces, Estados Unidos ha preferido jugar sobre seguro y apostó por los acuerdos individuales (“alquitas”), imitando los existentes con Chile y México.

    España, por su parte, en el contexto de la conmemoración del Quinto Centenario, ofreció un esquema de alguna manera novedoso, que recibiría el nombre de “Espacio Iberoamericano”. Ese nuevo dibujo con rasgos geopolíticos se justificaba por la afinidad natural entre los dos países ibéricos y sus antiguas colonias de América. La Comunidad Iberoamericana fue luego rebautizada modestamente como Conferencia y más tarde institucionalizada con el establecimiento de una Secretaria Permanente, a cargo de Enrique Iglesias, el expresidente del Banco Interamericano. La apuesta se basaba primordialmente en el legado común  y la pretensión de que los problemas eran compartidos por todos los países, simplemente por la voluntad de compartir una identidad.

    La realidad es que más del 90% del presupuesto del funcionamiento de esta entidad está subvencionado por España. A pesar de la bondad de numerosos programas, lo cierto es que el balance queda resumido a las declaraciones periódicas de sus cumbres, en donde en una etapa se observaba con lupa la presencia de Fidel Castro y luego del protagonismo de Chávez. La historia recordará con certeza la solicitud de Aznar a Fidel de una “movida de ficha”. Luego las candilejas se posaron en las admonición del “por qué no te callas”, propinada por el Rey Juan Carlos a Chávez.

 

Cooperación al desarrollo y consolidación democrática

    La otra dimensión inédita es la ocupada por la cooperación al desarrollo. De las becas seleccionadas del pasado, España apostó por la estrategia de contribuir a la disminución de las carencias de los sectores más necesitados de los países latinoamericanos. Tras una evolución sistemática, de la mano de la UE o independientemente, la asistencia financiera de España se convertio en líder. Tras una tenaz tradición, en 2008 España se convirtió, por primera vez, en el primer donante de ayuda bilateral a Latinoamérica. Este detalle es acertado tanto en términos absolutos como relativos. De 2004 a 2008 España dobló su Ayuda Oficial al Desarrollo. Casi el 50% fue a América Latina. 

    Los observadores se han preguntado sobre las motivaciones, los componentes, los objetivos y los rasgos de esa ayuda. Es significativo comprobar que ese liderazgo se ha conseguido mediante una compleja y contradictoria combinación. En cuanto a los intereses, se revela que son políticos, empresariales y de índole migratoria. Los valores en que se asienta esa estrategia es la creencia en la bondad de la democracia y la necesidad de practicar la solidaridad y contribuir a una mejor cohesión social. Por debajo de esos aspectos, la cooperación española se refuerza por la existencia de una identidad compartida entre España y América Latina. No solamente se tienen en cuenta los vínculos socioculturales, sino también se reconoce el papel de la ideología. En la primera docenas de años del nuevo siglo se pueden distinguir dos periodos dominados por las políticas del segundo mandato del gobierno de José María Aznar (más proclive al uso de la cooperación como respaldo de las inversiones) y desde 2004 por parte del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

    El  balance de estos años muestra la primacía de los conceptos basados en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Por esa razón la zona andina ha recibido la atención primordial de España. Ahora bien, la presión social por primar las necesidades del Africa subsahariana puede hacer peligrar la continuación de la preferencia del escenario latinoamericano. Además, la crisis económica puede tener un impacto muy negativo, ya que los recursos disponibles se verán reducidos considerablemente, tanto en lo que respecta a la ayuda centralizada como en las acciones de los municipios y las ONGs privadas.

    Recuérdese que tras el ingreso en la CE, España se propuso un doble juego. Por un lado, “europeizó” su política exterior, amulando la conducta de sus principales valedores, aprovechando la magnífica sintonía de Felipe González con el liderazgo francés y alemán, significativamente de diversa ideología. Sin poder, España optaba por la sutil influencia, mediante la demostración de ser un socio serio y confiable. Por otro lado, España se propuso como meta la “españolización” de algunas parcelas de la política exterior europea. Una fue la ocupada por las relaciones mediterráneas. La seguridad pasó a ser la consigna a primar en el Maghreb y en general el Oriente Medio. España, por lo tanto, recibió con sorpresa el impacto de la crisis del mundo árabe a principios de 2011 y las consecuencias de la inestabilidad en la zona.

    La democracia se convirtió en la bandera a usar en las relaciones con América Latina, sobre todo en una época difícil de las dictaduras militares y su progresiva desaparición. La pacificación de Centroamérica se mostró como un aparador asequible para la aplicación de los remedios europeos, inspirados en el entusiasmo español por compartir el ejemplo de la transición política, y respaldados por los fondos de ayuda al desarrollo disponibles por la acción de las instituciones de Bruselas.

    En el resto del continente, tenazmente de regreso a la democracia, el modelo español se convertía en una mercancía de uso múltiple. Los llamados “Pactos de la Moncloa”, los acuerdos explícitos entre las fuerzas políticas españolas, para dejar de lado sus disputas políticas, y primar la aprobación de la constitución en 1978, se convirtieron en un mágico elixir de aparente fácil comercialización en América Latina. En cierta manera, todavía son vigentes y son objeto de observación y estudio.

    Todo este panorama desembocó en la notable adicción de una dosis especial del poder “duro”. Con la agresiva política de las inversiones, España procedía a la nueva “reconquista” de América. Las empresas españolas se convertían en verdaderas multinacionales en sus operaciones latinoamericanas. En cierta manera, esta estrategia era también fiel al guión del pasado, cuando la “política exterior de sustitución” rellenó el vacío dejado por las inciertas incursiones en zonas del planeta arriesgadas y desconocidas (Asia, Africa). El resultado fue, de momento, muy productivo, sobretodo para los sectores bancarios, la telecomunicaciones y las infraestructuras. Está por ver si la crisis actual en Europa y los embates del nacionalismo y el neopopulismo en América Latina aplicarán un cierre a un capítulo de las relaciones hispanoamericanas y abrirán una nueva era más incierta, marcada los riesgos y los enfrentamientos. De ahí que se imponga una nueva estrategia. El respetuoso “café para todos” de la política latinoamericana de España se ha agotado y se aconseja un sutil giro del multilateralismo generalizado a un bilateralismo selectivo, según con quién se trate y cuándo. 

 

 

 

 

 

 

Hay 10 Comentarios

Entonces tendríamos que agradecer a España por los progresos que a nivel intelectual y económico se han dado en Latinoamerica? Es que acaso solo a través de las becas españolas se puede obtener una educación de calidad?! Este articulo solo demuestra la ignorancia hacia una región que cuenta con una alta calidad en la educación superior, las universidades estatales no son mediocres sino por el contrario se encuentran dentro de las mejores rankeadas a nivel mundial, nuestra cultura es diversa y tenaz. Nuestros países no han sido pobres ni conquistados, han sido saqueados y masacrados! y aún así seguimos más en pie que la propia España

La ayuda española a Latinoamérica no ha sido relevante en términos brutos, si se le compara con los recursos de ayuda allí enviados por otros países, como EEUU. Esto para que el ciudadano español no termine pensando que esa región le debe su progreso o supervivencia. De otro lado, es mejor hoy hablar de la ayuda de Latinoamérica al progreso de España, para ello ver los resultados del BBVA y Santander: su viabilidad se debe hoy a las utilidades provenientes de esa zona del mundo.

"...mientras “los de abajo” quedaban a merced de universidades estatales, masificadas y mediocres"? Si las mejores universidades de Latinoamérica son estatales... La UNAM, la UBA, la USP... La UBA en particular figura en los ránkings mundiales de universidades en el mismo puesto que la mejor rankeada de España... la Universidad de Barcelona.

Nunca he sabido a que llaman cooperacion española hacia America Latina. Son tecnicos españoles, equipo español, consultores españoles, evaluaciones hechas por españoles, etc. ¿que tiene esto de "ayuda"? Mas bien son como agencias españolas de empleo bajo el nombre de "ayuda" . Vamos hablemos con la verdad!

De hecho, yo diría que España es un actor de tamaño pequeño, no medio. Y cada vez más irrelevante.


Mientras Europa está en crisis, nosotros crecemos. Por eso las transnacionales españolas necesitan a AL, no al revés. Es decir, nosotros tenemos el sartén por el mango, mientras ustedes los españolitos están adentro de él. Las vueltas de la vida, ¿no?

Me perece que en España hay un auto supervaloración de su importancia para América Latina y en especial para Sudamérica. La globalización configura un escenario muchísimo mas flexible y variado, en el cual España es solo un actor de tamaño medio mas.

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Sobre el autor

Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet “ad personam” de Integración Europea y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. Es Licenciado en Derecho (Universidad de Barcelona) y Doctor por la Georgetown University (Washington DC). Nacido en Barcelona, reside en Estados Unidos desde la administración Johnson.

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