Ahora va en serio. Con la nominación virtual de Romney como candidato republicano a la presidencial de Estados Unidos, Obama deberá enfrentarse a las cuestiones pendientes directamente, mientras su retador deberá definirse en sus ambigüedades demostradas durante la campaña para ir eliminando uno a uno a sus mediocres competidores. Ahora el rojo y el azul harán uso de un arma preferida, que se considera erróneamente monopolio de latinoamericanos y europeos: el populismo. El neopopulismo norteamericano, aunque simultáneo con la nueva oleada latinoamericana, y comparte no pocos ángulos con sus vecinos del sur, tiene perfiles diferentes. Entre ellos destaca el hecho de que en Estados Unidos tiene una base más conservadora, anti-inmigración y desdeñosa del estado.
Las primeras señales recientes fueron dadas precisamente en el estado feudo de la todavía familia más influyente políticamente de Estados Unidos durante buena parte del anterior siglo. En el primer “round”, para la estupefacción de los fieles al partido demócrata, el republicano de Massachussets Scott Brown fue elegido al Senado en enero de 2010, capturando el escaño detentado por Ted Kennedy durante casi medio siglo, que quedó vacante a su muerte. Brown anunciaba que se dirigía a Washington para cambiarlo, con aires de “outsider” populista.
Confirmando el impecable mensaje populista de abandonar la gobernatura de Alaska, Sarah Palin se dirigía entonces a una convención del llamado Tea Party, celebrada en la ciudad de Nashville (sede del “country music”). Amenazaba con una campaña de oposición a la forma de gobernar de Obama, al gasto público y la subida de impuestos. El lema del té de este confuso movimiento se remonta a la revuelta del Boston colonial, escenario de la victoria de Brown, en la que los patriotas norteamericanos arrojaron a la bahía cargamentos de la apreciada británica bebida, como protestar por la exacción de una tasa de importación. Desde entonces, el sistema electoral se cimenta en la convicción de que no se puede tolerar “taxation without representation” (impuestos sin representación). Aunque Palin salió trasquilada en sus intentos, el espíritu de su conducta populista se mantuvo latente, listo para ser relevado.
Pero el propio presidente Obama parecía haberse subido ya entonces al carro populista en su mensaje del “Estado de la Unión”. Atacó los abusos de Wall Street, insistió en los aspectos centrales de su plan de salud, y prometió luchar por los derechos de la mayoría y sobretodo de los más necesitados.
Esta oleada populista, sin embargo, no es una novedad. El populismo es consustancial a la identidad y la práctica políticas de la nación fundada paradójicamente por una élite intelectual, inspirada en la ilustración. Estados Unidos es una idea forjada por un puñado de terratenientes cultos. Con el impacto inmigratorio, la industrialización y el abandono de la primacía de la agricultura, la praxis política adopta estrategias para captar el favor de las masas. No hay mejor credo populista que el plasmado en la leyenda de los versos de Enma Lazarus en la Estatua de la Libertad: ”dadme vuestras masas cansadas, pobres y acurrucadas, que anhelan respirar libres”.
De ahí que la historia norteamericana sea rica en ejemplos de liderazgo político de toque populista. En contraste al elitismo de Jefferson y Washington, la muestra decimonónica más emblemática de populismo fue Andrew Jackson, pionero de la proyección imperial de Estados Unidos. Capítulos populistas notables son el Greenback Party y especialmente del Progressive Party, liderado por Theodore Roosevelt, y el movimiento “Share our Wealth” de Huey Long en la década del 30. Las frustraciones de los populistas fueron notables: William Jennings Bryan, pese a su impecable oratoria, fue sonoramente derrotado durante el primer tercio del anterior siglo. Quizá le faltó el balcón del ecuatoriano Velasco Ibarra.
Franklin D. Roosevelt, con su New Deal, y su sucesor Harry Truman no pudieron resistir la llamada populista. Su lema plasmado en una inscripción que presidía su mesa de trabajo lo confirma: “el dólar termina aquí”. George Wallace se acercó al éxito en los 60, captando el favor de los obreros blancos. Ejemplos populistas fueron el billonario Ross Perot, lo sigue siendo Ralph Nader, defensor de los derechos del consumidor, y el demócrata John Edwards, luego descabalgado de la contienda política por sus aventuras sentimentales.
En fin, el evangelio populista está entronizado, para escándalo de los liberales tradicionales, en la propia Declaración de Independencia redactada por el elitista Jefferson, donde se fijan como derechos inalienables “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Es todo un contraste con el lema de Canadá, cuyo sistema se basa en la creencia de la preeminencia de “la paz, la justicia y el buen gobierno.” El sentimiento populista está apoyado por la firme convicción reaganiana de que el mejor gobierno es el poco gobierno, casi con una afición anarquista.
En la actualidad, la oleada populista se ha visto favorecida coyunturalmente por la crisis económica. Siempre está respaldada por el sistema mayoritario, que presiona a candidatos a cortejar el voto de una mayoría, con la recompensa de acaparar unilateralmente los escaños, sin que luego tengan que compartir el poder con los representantes de otros partidos, seña de los sistemas parlamentarios europeos. En el fondo, todo el entramado transpira una desconfianza hacia los partidos, a los que los candidatos no parecen deber lealtad, más allá de agradecer haber sido colocados en las boletas por la maquinaria partidaria, sujeta a la dictadura populista de las primarias. Más que apostar por el debate político en las legislaturas, los populistas prefieren dirigirse directamente a sus fanáticos (mediante los “talk-shows” televisivos y radiofónicos), desdeñosos de la prensa de referencia y de la “élite liberal de Hollywood”.
La diferencia con las prácticas del pasado, y sobretodo con el perfil de los populismos latinoamericanos (con los que Estados Unidos es incapaz de dialogar), es que el fenómeno actual está capturando la derecha y amenaza con raptar el conservadurismo tradicional norteamericano. Esta es una dimensión ya temida por los republicanos, que pueden verse arrastrados a desastres electorales en cuanto las aguas puedan volver a su cauce. La respuesta, en otoño.
En conclusión inter-americana, las dos tendencias populistas del continente americano, como se ha visto en los anteriores análisis, tienen puntos de contacto. En común poseen una animadversión hacia los partidos tradicionales, de los que tratan de ocupar el espacio natural. Aunque esta captura ha tenido más éxito en América Latina, la pauta de momento no pasa de ser un tenue experimento en Estados Unidos, donde el populismo puede verse destinado a simplemente quedar infiltrado en las filas republicanas. El papel de la inmigración separa a ambas tendencias. Mientras en Latinoamérica el populismo se nutre de los restos de la inmigración (recientemente, interna), en Estados Unidos el sentimiento populista actual se cimenta en los sectores anglos, blancos, con notoria animadversión hacia los hispanos, columna vertebral de los que se percibe como una amenaza a la identidad nacional.
En fin, mientras en Estados Unidos los sectores neopopulistas poseen una base social de clase media, en América Latina se nutren de las capas más discriminadas, en los aledaños de la pobreza. Confirmando la tendencia histórica, innata en sus sociedades, mientras en América Latina la oleada populista un refuerzo del papel del estado, en Estados Unidos el proyecto es precisamente su debilitamiento. Curiosamente, esa estrategia de liberalización es la que en Latinoamérica generó niveles de desigualdad en los que se ceban el nuevo y el viejo populismo. Mientras tanto, en Europa la variante del populismo que fue en parte el motor de los desastres ideológicos del siglo XX amenaza con apoderarse de la escena electoral.
Hay 4 Comentarios
Decía Rafael Correa con acierto: "hay menos diferencias entre republicanos y demócratas que entre lo que yo pienso por la mañana y pienso por la tarde porque yo no estoy administrando un sistema, yo ESTOY CAMBIANDO UN SISTEMA. Ese cambio, satanizado por la prensa, perra guardián del stablishment, se lo debo al pueblo porque si no sintiera su respaldo no podría hacer ninguna transformación. Eso es lo que le falta a Obama, que el Ocupa Wall Street se manifieste con más vehemencia y le haga sentir que lo apoya, de otro modo, Obama y los que vengan serán figuras decorativas al servicio de la banca y del capital.
Saludos desde Ecuador.
Publicado por: Isahun | 05/06/2012 21:58:37
Cierto, el populismo promete pan y circo para los desposeídos, pero la verdad es otra: el Super PAC compra a sus gobiernos en U.S….
https://usaworldgaze.wordpress.com/2012/03/15/the-republican-super-pac-will-buy-a-nominee-and-the-keys-for-the-white-house/
Publicado por: Luis | 05/06/2012 15:00:20
Están en Elecciones y es lógico que si los ciudadanos tienen derecho al voto, deban de ser animados a votar por los candidatos a la Presidencia.
Dentro del juego político los candidatables emplearán todo tipo de estrategias.
Estoy de acuerdo con esta definición positiva de Populismo "medidas que toma un político, buscando la aceptación de los votantes", "que el poder recaiga más en el pueblo que en sí mismo", "enfocarse en el pueblo y velar por este."
Publicado por: ¿popular o populista? | 04/06/2012 0:44:01
"Teddy" Roosevelt no sólo fue un populista; fue un belicista tremendo.... y encima le dieron ¡el Premio Nobel de la Paz!
Publicado por: gramaticus | 03/06/2012 8:29:41