Joaquin Roy

Sobre el autor

Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet “ad personam” de Integración Europea y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. Es Licenciado en Derecho (Universidad de Barcelona) y Doctor por la Georgetown University (Washington DC). Nacido en Barcelona, reside en Estados Unidos desde la administración Johnson.

Eskup

Obstáculos de la integración latinoamericana

Por: | 24 de febrero de 2013

 

            Hay expectativas tras los resultados inciertos de la cumbre entre la CELAC y la UE. Se ignora el futuro de la organización pan-latinoamericana/caribeña. Es incierta la futura influencia europea en el refuerzo de la integración. Es una incógnita el camino que tome el ALBA, huérfana del liderazgo de Chávez y ante el creciente protagonismo del reelegido Rafael Correa en Ecuador. Persisten las veleidades populistas de la dirigencia de MERCOSUR, con el refuerzo de Evo Morales desde Bolivia. IMG_1140UNASUR depende de las conveniencias de Brasil. Se nota la huida de algunos países hacia pactos concretos geográficos (Alianza del Pacífico) o con Estados Unidos y la misma EU.

Cabe, por lo tanto preguntarse a esta altura acerca de las causas de la lenta y frustrante integración regional en Latinoamérica. Es posible apuntar algunas, frecuentemente soslayadas por el comentario y el análisis apresurados.

Entre las raíces no siempre recordadas destacarían las características de la naturaleza del inmenso territorio latinoamericano, con la consiguiente esclavitud geográfica. En contraste con la fácil comunidad terrestre en Europa, donde en el curso de una jornada se puede viajar por ferrocarril entre países distantes y donde al transporte por carretera es asiduo, en América Latina las distancias hacen estos movimientos internos arduos si no imposibles. Se refuerza así la territorialidad, se imponen los trámites aduaneros y las barreras jurídicas a la libre circulación de ciudadanos.

En segundo lugar, la evidencia histórica revela que la guerra, la raíz de la integración europea, para evitarlas en el futuro, apenas ha tenido relevancia en América Latina. No parece que los conflictos inter-estatales concretos, que son todavía causa de rencillas y disputas entre Estados por reclamaciones de límites, sean el impulso primordial para conseguir las alianzas entre estados antes enemigos. Pero periódicamente los restos del pasado supuran obstáculos, como se detecta ahora en las reclamaciones de Bolivia por la salida al mar y diferendo entre Perú y Chile. Esos hechos de base histórica son manipulados por un nacionalismo que recibe los favores de las poblaciones, ansiosas de distracciones. atizadas por los dirigentes.   

Internamente, se revelan como muy problemáticos los proyectos de integración regional cuando la propia integración nacional plena es inexistente o muy débil en numerosos países. La mayoría de la población no está insertada en un proyecto plenamente nacional. Se siente discriminada y golpeada no solamente por la pobreza sino también por la desigualdad, la mayor del planeta. Ausente la guerra interestatal, la intranacional corroe la coexistencia. La nación inclusiva de opción es entonces una quimera. El “plebiscito diario” de Ernest Renan es frecuentemente negativo.

 En América Latina se ha notado históricamente la ausencia de un Jean Monnet que convenciera a los círculos el poder de la bondad de la integración. La aparición de los tecnócratas desde la CEPAL no ha cuajado en propuestas concretas que embelesen a las estancias del poder. La progresiva desaparición de la influencia de los intelectuales ha contribuido a reforzar esta orfandad.  

La fuerza del presidencialismo como sistema político desde la época de los próceres constituye un obstáculo imponente para los ensayos integradores. Las sucesivas oleadas y transformaciones del populismo y el caudillismo convierten en insólita la oferta de compartir soberanía. Por encima de todas las carencias latinoamericanas, destaca el mal entendimiento de la supranacionalidad o su rechazo explícito en cuanto al establecimiento de instituciones independientes y dotadas de presupuestos para financiar proyectos de integración.

Institucionalmente, la debilidad (o su inexistencia) de las diversas secretarías generales, al modo de la Comisión Europea, convierten la función integradora en una misión imposible. Toda decisión depende de los esquemas acordados por las cumbres presidenciales. Cerrado un cónclave, solamente se habla del siguiente.  

De ahí que se alce con argumentos convincentes el modelo de “integración” alternativo emanado de los acuerdos de libre comercio siguiendo el modelo de Estados Unidos (y adoptado como remedio supletorio de la Unión Europea). La decisión, sin embargo, compete a los líderes latinoamericanos.

Encrucijada de la unidad latinoamericana

Por: | 16 de febrero de 2013

Mientras hace apenas unos años cabía esperar que los problemas económico-políticos afectaran a los procesos de integración latinoamericanos, y a su desarrollo en general, la región aparentemente se puso a salvo de la crisis que ha estado aquejando al viejo continente. Pero esta percepción, confirmada por los datos estadísticos de crecimiento, se contradice por las dificultades de los avances de los diferentes planes de integración subregional, más allá de algunos novedosos experimentos de alianzas, cooperación y consulta inter-latinoamericanos. Ca flags

    Por un lado, resulta verdaderamente paradójico que Centroamérica, una subregión de límites geográficos modestos, que parecía rezagada en completar su proceso y que había demorado preocupantemente la consecución de un ansiado Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, aparezca por fin ahora como ganadora de la atención europea. De la obsesión por la apuesta de un MERCOSUR con brillante futuro con el que entablar una sólida relación que se fuera desparramando por el resto del continente, se ha llegado a primar una subregión de limitadas proporciones. Se ha regresado, se espera que exitosamente, al origen de la implicación europea en la época de mediados de la década de los 80, cuando América Central recibió más ayuda per capita de la UE que el resto del mundo en desarrollo, con la recompensa de haber contribuido a la pacificación y la reconstrucción de un istmo en convulsión. Desde España, el Estado Miembro que más interés demostró entonces por aportar soluciones al proceso centroamericano, se debe sentir plena satisfacción. 

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Autoimagen y realidad de la integración latinoamericana

Por: | 10 de febrero de 2013

En Europa y América Latina los procesos de integración regional han estado reflejados en la primera década del nuevo siglo según el prisma apropiado que se ha aplicado a su observación. Resulta verdaderamente intrigante el contraste entre tres ángulos diferentes y complementarios. Por un lado, subsiste el entramado compuesto por los anhelos históricos, las ambiciones documentadas y también por las frustraciones reconocidas. MERCOSUR, la Comunidad Andina y el Sistema Centroamericano (SICA) son ejemplos de institucionalidad declarada, con ansias de personalidad internacional. Sin embargo, el contraste con la Unión Europea es palpable. En segundo lugar surge la apariencia mostrada por una autoevaluación de índole gubernamental que ha persistido como positiva a ambas orillas del Atlántico, pero con mayor ahínco si cabe en América Latina. En tercer término se revela la realidad palpable, sujeta a inspección y comentario. Si en la actualidad existen dudas en Europa sobre la supervivencia de la supranacionalidad, en América apenas es un atisbo.  

El resultado del contraste notable de la combinación de estas tres dimensiones, al explorarlas en Latinoamérica, no puede considerase como negativo, ni como positivo, sino simplemente como realista. Usando la metáfora del vaso medio lleno o medio vacío, desde un ángulo ambicioso pudiera decirse que el balance de la integración latinoamericana es decepcionante. Desde otra perspectiva, puede aducirse que el panorama pudiera ser peor, huérfano de alternativas con expectativas de progreso. Pero aún en ese caso no puede justificarse el silencio sobre las limitaciones y sus causas profundas. Este diagnóstico provisional debe aceptarse como una vía apropiada para tener una idea más aproximada sobre el origen de donde proviene el concepto de integración en Europa y en América, cómo el modelo de la UE se ha implantado, adaptado o rechazado en América Latina, y cuál puede ser el retrato a mediano y largo plazo.

            Para captar una descripción de los anhelos históricos y la apariencia autoconstruida nada mejor que examinar la parafernalia de la Cumbre de la recién creada Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC) celebrada recientemente en Santiago de Chile.Todo el protocolo y el guión seguido a rajatabla contribuyeron a la reflejar el retrato que se intentaba proyectar. La Unión Europea estaba dualmente representada por su presidente Herman Van Rompuy, emanando su dimensión originariamente intergubernamental, y por la Comisión, liderada por José Manuel Durao Barroso, reflejando su innata naturaleza supranacional, como guardiana de los Tratados. Celac-3

Replicando el formato de la recepción del Premio Nobel de la Paz en Oslo, ambos dirigentes ofrecieron sendas declaraciones públicas. Aunque el presidente del Parlamento no estuvo presente, como sí lo hizo en la ceremonia del premio, el papel del legislativo europeo protagonizó la celebración de la paralela Asamblea Parlamentaria de EUROLAT en conjunción con representaciones variadas de entes similares de América Latina, aunque de poderes y legitimidad diferentes.  Ahora bien, nótese que en cuanto cabe a la soberanía plenamente compartida, es la Comisión la entidad negociadora, un aspecto ausente en los sistemas latinoamericanos, huérfanos de unas políticas comunes plenas.

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