Hay expectativas tras los resultados inciertos de la cumbre entre la CELAC y la UE. Se ignora el futuro de la organización pan-latinoamericana/caribeña. Es incierta la futura influencia europea en el refuerzo de la integración. Es una incógnita el camino que tome el ALBA, huérfana del liderazgo de Chávez y ante el creciente protagonismo del reelegido Rafael Correa en Ecuador. Persisten las veleidades populistas de la dirigencia de MERCOSUR, con el refuerzo de Evo Morales desde Bolivia. UNASUR depende de las conveniencias de Brasil. Se nota la huida de algunos países hacia pactos concretos geográficos (Alianza del Pacífico) o con Estados Unidos y la misma EU.
Cabe, por lo tanto preguntarse a esta altura acerca de las causas de la lenta y frustrante integración regional en Latinoamérica. Es posible apuntar algunas, frecuentemente soslayadas por el comentario y el análisis apresurados.
Entre las raíces no siempre recordadas destacarían las características de la naturaleza del inmenso territorio latinoamericano, con la consiguiente esclavitud geográfica. En contraste con la fácil comunidad terrestre en Europa, donde en el curso de una jornada se puede viajar por ferrocarril entre países distantes y donde al transporte por carretera es asiduo, en América Latina las distancias hacen estos movimientos internos arduos si no imposibles. Se refuerza así la territorialidad, se imponen los trámites aduaneros y las barreras jurídicas a la libre circulación de ciudadanos.
En segundo lugar, la evidencia histórica revela que la guerra, la raíz de la integración europea, para evitarlas en el futuro, apenas ha tenido relevancia en América Latina. No parece que los conflictos inter-estatales concretos, que son todavía causa de rencillas y disputas entre Estados por reclamaciones de límites, sean el impulso primordial para conseguir las alianzas entre estados antes enemigos. Pero periódicamente los restos del pasado supuran obstáculos, como se detecta ahora en las reclamaciones de Bolivia por la salida al mar y diferendo entre Perú y Chile. Esos hechos de base histórica son manipulados por un nacionalismo que recibe los favores de las poblaciones, ansiosas de distracciones. atizadas por los dirigentes.
Internamente, se revelan como muy problemáticos los proyectos de integración regional cuando la propia integración nacional plena es inexistente o muy débil en numerosos países. La mayoría de la población no está insertada en un proyecto plenamente nacional. Se siente discriminada y golpeada no solamente por la pobreza sino también por la desigualdad, la mayor del planeta. Ausente la guerra interestatal, la intranacional corroe la coexistencia. La nación inclusiva de opción es entonces una quimera. El “plebiscito diario” de Ernest Renan es frecuentemente negativo.
En América Latina se ha notado históricamente la ausencia de un Jean Monnet que convenciera a los círculos el poder de la bondad de la integración. La aparición de los tecnócratas desde la CEPAL no ha cuajado en propuestas concretas que embelesen a las estancias del poder. La progresiva desaparición de la influencia de los intelectuales ha contribuido a reforzar esta orfandad.
La fuerza del presidencialismo como sistema político desde la época de los próceres constituye un obstáculo imponente para los ensayos integradores. Las sucesivas oleadas y transformaciones del populismo y el caudillismo convierten en insólita la oferta de compartir soberanía. Por encima de todas las carencias latinoamericanas, destaca el mal entendimiento de la supranacionalidad o su rechazo explícito en cuanto al establecimiento de instituciones independientes y dotadas de presupuestos para financiar proyectos de integración.
Institucionalmente, la debilidad (o su inexistencia) de las diversas secretarías generales, al modo de la Comisión Europea, convierten la función integradora en una misión imposible. Toda decisión depende de los esquemas acordados por las cumbres presidenciales. Cerrado un cónclave, solamente se habla del siguiente.
De ahí que se alce con argumentos convincentes el modelo de “integración” alternativo emanado de los acuerdos de libre comercio siguiendo el modelo de Estados Unidos (y adoptado como remedio supletorio de la Unión Europea). La decisión, sin embargo, compete a los líderes latinoamericanos.