Joaquin Roy

Sobre el autor

Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet “ad personam” de Integración Europea y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. Es Licenciado en Derecho (Universidad de Barcelona) y Doctor por la Georgetown University (Washington DC). Nacido en Barcelona, reside en Estados Unidos desde la administración Johnson.

Eskup

Entre el Pacífico y el Atlántico

Por: | 28 de mayo de 2013

            El presidente nicaragüense Daniel Ortega ha invitado a Barack Obama a que incite a los inversionistas norteamericanos para que se adhieran al proyecto de construir un nuevo canal que uniría las dos costas y competiría con el Canal de Panamá, inmerso en una multimillonaria ampliación. A un lado y al otro de Centroamérica, cuatro países con costas en el Pacífico (Chile, Colombia, Perú y México) han reforzado su Alianza, que ya atrae la atención de Costa Rica y Uruguay como observadores, con el interés insólito de España. Canal-de-panama[1]

El asunto tiene los síntomas de epidemia. Amenaza con dejar de ser una moda pasajera. Se está instalando tenazmente. El Océano Pacífico se ha apoderado de los medios de comunicación y aparece en persistentes declaraciones de políticos y comentaristas. Todo se enmarca también en la imparable fiebre de construcción de esquemas regionales de lo que con candorosa alegría se llama “integración”. Calma.

            Paradójicamente, al tiempo que se tienen serias dudas de la supervivencia del euro y de la propia Unión Europea y, por no decirlo también catastróficamente, de la mismísima Europa, se alardean experimentos a los que como carta de presentación se le agrega el pedigrí de inspirarse en el modelo de la UE. Así, por ejemplo, se celebra ahora el medio siglo de existencia de la Unión Africana, admirable idea que desaparece en cuanto una crisis seria se asienta en un dúo o trío de sus componentes. El último “éxito” ha sido el de Mali, apuntalada por la Legión Extranjera de Francia.

Al otro lado de Europa todavía no se ha descifrado qué es la Unión de Euroasia, más allá de una mascarada de la Rusia nostálgica de su pasado soviético para dominar a sus vecinos descarriados. Si a éstos les dieran a eligir libremente entre Moscú o Bruselas, la decisión sería una emigración masiva a la Grande Place. Lo vergonzoso es que el gobierno ruso vende esa idea de “integración”, siguiendo el modelo de la UE. Seamos serios. Moscu

            Entretanto, con cierta resignación y aplicación los países del istmo centroamericano se han puesto mínimamente de acuerdo para firmar un Acuerdo de Asociación con la UE. En esta peculiar carrera han superado a los gigantes de la Comunidad Andina y el MERCOSUR. Mientras, en el verdadero Atlántico Norte (como reza el nombrecito de la OTAN) se alza el proyecto de un ambicioso acuerdo de libre comercio (y de inversiones) entre la UE y Estados Unidos, que se hará sentir como un gigante imán en Canadá y México.

Por lo tanto, si todas las predicciones se cumplen, por las leyes darwinianas de la integración solamente quedará la ampliación de NAFTA hacia Europa y la Alianza del Pacífico. Desaparecerán los restos de MERCOSUR, carcomido por las rencillas internas y el virus del populismo interior y procedente del ALBA chavista en declive, y la Comunidad Andina. Pero también quedará Brasil, que no se casará con nadie, sino tiene garantizado el liderazgo. Pero, ¿es todo esto “integración” siguiendo la inspiración de la UE?

            Antes de indagar sobre una posible respuesta a esta pregunta que se evita frecuentemente, conviene aclarar qué (a pesar de todas las dificultades, retos y amenazas) se debe entender como “integración” en la senda de la UE, y qué simplemente debe ser considerado como cooperación económica e incluso política de diverso grado. En primer lugar, se debiera asumir la consideración de la tradicional escala que comienza con una zona de libre comercio, sigue con una unión aduanera, se refuerza con un mercado común, y ya en un golpe de audacia se respalda con una unión económica/monetaria, para finalmente en el paroxismo del entusiasmo se sublima en una unión política.

Ninguno de los esquemas mencionados supera, ni siquiera en un plano teórico, el rigor del “mercado común”. El Mercosur está zapado de “perforaciones” tarifarias, la CAN ha sido incapaz de presentar un simple frente común al exterior más allá del admirable edificio jurídico, y el ALBA no ha superado la estrategia del trueque y las dádivas (interesadas) de Venezuela. Ninguno responde al mandato de las cuatro “libertades de movimiento”: bienes, capitales, servicios, y personas. La libre circulación de la fuerza laboral es una quimera, excepcionalmente respetada.  

Ahora el misterio reside en la actuación de la Alianza del Pacífico, apoyada por la necesidad de responder a los retos asiáticos. Obsérvese que es precisamente Estados Unidos el que mayor atención presta al nuevo escenario, como si se tratara de concentrar su flota en un Pearl Harbour seguro. Pero con el renovado vínculo con Europa guarda celosamente la ropa mientras nada en las inciertas aguas engañosamente “pacíficas”.  Pearl+Harbour+Soundtrack+pearl+harbour[1]

Entonces, de estos esquemas el que sigue teniendo la base más sólidamente anclada por la historia, el comercio, las lenguas, el derecho, las migraciones, y el deseo de futuro, es el triángulo formado por Europa, Estados Unidos/Canadá y América Latina. Es el único bloque que cimentado por su pasado puede enfrentar el incierto futuro de los retos presentados por otras regiones y coaliciones de BRICS, emergentes y continentes sin amalgama. De ahí que el entusiasmo canalero de Nicaragua sea simbólico de un deseo centroamericano de servir de vínculo entre los dos océanos, sin perder de vista la senda hacia el Caribe que apunta hacia Europa.                                 

             

Imagen y conocimiento de la Unión Europea en América

Por: | 06 de mayo de 2013

 

Redacto esta nota mientras repaso el contenido del excelente suplemento “Europa”, publicado por seis de los principales diarios europeos, entre ellos El País,  en una iniciativa sin precedentes, digna de todo encomio y candidata a ser imitada en los demás continentes. Colabora una selección de los más influyentes columnistas y analistas de los mejores “think tanks”, junto a un puñado de líderes de la Unión Europea. Por encima del abanico ideológico, los une una preocupación notable por el presente y el futuro, más que de Europa, que seguirá existiendo, por la Unión Europea, de la que su continuidad se duda en diversos frentes. Releo las opiniones e informes y me pregunto qué puede ser del interés de los ciudadanos americanos (del Norte y del Sur) y qué especialmente debiera ser foco de atención de los receptores de los medios de comunicación hispanos en Estados Unidos.

Confieso la complejidad de la pregunta general y me declaro un tanto incompetente para ofrecer una prescripción con cierta base sólida. Este diagnóstico es, en cierta manera, una admisión de fracaso por haber practicado durante más de cuatro décadas esa profesión de fin de semana colaborando en medios en español en ambos continentes y cumplir con las frecuentes preguntas. HeraldUn principio de la evaluación del conocimiento y la imagen de Europa es que no es muy diferente de la ofrecida por los medios en inglés en Estados Unidos y los propios latinoamericanos al otro lado de Río Grande y Cayo Hueso. En contraste con el impacto de la historia europea en América, en los medios de comunicación hispanos se observa una mezcla de desinterés, dominio del estereotipo y unas lagunas verdaderamente preocupantes de conocimiento de base. Esta percepción es más acusada cuando se trata de comentar sobre la Unión Europea en sí, que se confunde con “Europa”.

El negativo diagnóstico es particularmente corregido en algunos focos excepcionales. El primero es cuando la actualidad incide directamente en las experiencias de los consumidores de información (emigración latinoamericana en Europa). El segundo, dependiendo de las zonas del territorio estadounidense, cuando los hechos europeos se relacionan directamente con unos países en concreto (Cuba en Miami, como ejemplo). La tercera causa de cierto interés es cuando alguna pauta europea se siente directamente conectada con coyunturas comunes en Estados Unidos (crisis financiera, tráfico de drogas). Pero la Unión Europea en sí es una desconocida. ¿Cuáles son las causas?

En primer lugar, uno no se debe desalentar. Confieso mi desprecio por las preocupantes opiniones de colegas que se quejan de que los estudiantes no saben nada. Me pregunto qué sabíamos nosotros cuando teníamos su edad. Y, después de todo, para eso nos pagan: para investigar, enseñar y divulgar la cultura. Por eso la primera máxima al encarar esas dos tareas paralelas (enseñanza y colaboración en los medios de comunicación) es proponerse lo imposible. Se trata de combinar dos estrategias. La primera es evitar el menosprecio de la educación y preparación de alumnos y consumidores de medios. La segunda es descender a un nivel con mínimas garantías didácticas.

Pero no cabe duda de que el panorama es desalentador por el perceptible bajo nivel de atención, información, análisis y evaluación que los medios de comunicación hispanos exhiben sobre Europa y, peor, sobre la Unión Europea. Al preguntarse sobre las causas, paradójicamente, la respuesta reside no en una culpabilidad de la propia Unión Europea, sino precisamente por el cumplimiento de su misión fundacional. Europa no interesa porque no escandaliza. Se da por descontada. Más allá de esporádicas actitudes populistas, Europa está ya despojada del pecado imperialista en Latinoamérica. Prácticamente desde después de la independencia de Estados Unidos, Europa es una aliada natural (con excepciones que confirman la regla, como el enfrentamiento con España en Cuba). Cuando un perro muerde a un hombre, no es noticia; cuando un hombre muerde a un perro, es noticia, según dice el código del periodismo. Europa hace tiempo que no muerde.

Paradójicamente, los que la acusan de haber fracasado y estar cerca de su desaparición, debieran admitir que si muere, lo habrá hecho de éxito. Ha cumplido con todas y cada una de las misiones impuestas democráticamente y por consenso. En primer lugar cumplió con el mandato de “hacer de la guerra algo impensable, y materialmente imposible” según la doctrina de Schuman y Monnet. En segundo lugar ha construido el mayor y efectivo mercado común de la historia. Ha conseguido que hoy (a pesar de la crisis) nunca tantos europeos  de tres generaciones vivan mejor en mayor espacio de tiempo. Pero no muerde, aunque la crisis del euro en algo ayuda a traer la atención.

DelorsEn segundo lugar, el interés, información y análisis de la UE choca con una desventaja intrínseca del ente: es extremadamente complicado. Además de confundirse con Europa (una realidad histórica y cultural no reducida a la geografía), la UE es todavía un “Objeto Político no Identificado (OPNI), según feliz metáfora de Jacques Delors, no aclarada por las diversas teorías (funcionalismo, intergubernamentalismo, supracionalismo, realismos). Para profanos y especialistas, la UE es una maraña de instituciones, legislaciones, pactos y múltiples protagonistas, “gobierno multinivel”. Nada tiene de extrañar que, enfrentada a la complicada agenda de una visita a Bruselas, Madeleine Albright (Secretaria de Estado de Clinton, y catedrática de las relaciones internacionales) exclamara con cierto y sarcasmo que para entender a la UE se debía ser “francés o muy inteligente”.   Albright

Para comprender a la UE se debe tener la paciencia asiática, el entusiasmo latinoamericano, el pragmatismo norteamericano y una persistencia muy alemana. Se debe insistir en que la UE hace uso de medios económicos, pero que su fin ha sido siempre político. Se debe aclarar que es una organización voluntaria formada por estados soberanos, que no renunciarán a su identidad cultural o política. La UE no es un superestado en ciernes. Se debe admitir que los europeos quizá no saben quiénes son y donde termina Europa, pero saben perfectamente quiénes no son, y quienes no comparten sus valores o experiencias. Se debe internalizar que la UE no intenta imponer su modelo de integración nacional, pero sí compartirlo y ofrecerlo para su adopción, adaptación, corrección o rechazo según los errores cometidos. Winston-churchill[1]Se debe aceptar, en fin, que la UE, reescribiendo a Churchill con su descripción de la democracia liberal, es “el peor sistema de gobernanza interestatal, si se descartan todos los demás.          

                  

El País

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