Pero el acto reveló también cristalinamente, tanto a catalanes y españoles, como a foráneos, que va a resultar un tanto insólito y retrógrado seguir usando la bandera jurídicamente correcta de Catalunya. A juzgar por las imágenes de los adornos de los asistentes, la bandera tradicional de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo ha sido suplantada masivamente por la que inserta un triángulo azul y una estrella blanca en uno de sus lados (lateral o superior, según su posicionamiento). Como alternativa minoritaria, se observa también el contumaz uso de una variante adoptada por partidos y organizaciones marxistas que emplea un esquema triangular de fondo amarillo, pero con una estrella roja. El blanco y el azul se esfuman.
Mientras una razonable mayoría de los catalanes (y algunos cultos españoles y extranjeros) conoce la historia (o mito) del origen de la enseña catalana constitucional y políticamente correcta, un sondeo informal o una encuesta rigurosa revelarían una apabullante ignorancia acerca del origen de las variantes con la inserción triangular. En cambio, sigue existiendo un cierto conocimiento del origen legendario de las cuatro barras (las huellas de cuatro dedos con sangre de las heridas del fundador de la Catalunya medieval, Wifredo el Velloso) sobre fondo dorado (un escudo). Este contraste de conocimiento puede tener consecuencias intrigantes si en algún momento se logra la ansiada independencia. Pero también incluso en estos momentos se alza una incógnita acerca del posible arrinconamiento que la bandera “legal” pueda tener, ante el uso masivo de la “estelada” (como se refiere a la alternativa, empleando la palabra de estrella en catalán –“estel”).
Una respuesta acertada a esos hipotéticos sondeos acerca de la simbología de la bandera con triángulo y estrella revelarían que la innovadora enseña es significativamente un homenaje doble al nacionalismo independentista de dos antiguas colonias españolas (Cuba y Puerto Rico). Paradójicamente, teniendo en cuenta el cierto resquemor antiyanki y antigalo en las sociedades catalana y española, un uso candorosamente respetuoso de la simbología de los colores de las banderas norteamericana y francesa.
La evidencia histórica muestra que la enseña con el triángulo azul y la estrella blanca es una documentada fiel adaptación de la bandera cubana, la cual a su vez se desdobla en la de Puerto Rico, pero con los colores cambiados. En lugar de franjas azules, presume de rojas, mientras el triángulo es de fondo azul en Puerto Rico y rojo en Cuba. Los tres colores combinados responden a los ideales por la libertad (blanco), igualdad (rojo) y fraternidad (azul).
El ligamen entre la simbiosis de las banderas cubana e independentista catalana se remonta a la presencia de emigrantes catalanes en Cuba, como parte del masivo trasvase de españoles, antes y (especialmente) después de la independencia, fundadores de entidades notables, como la Sociedad de Beneficencia de Naturales de Cataluña, la española más antigua de América, en continuo funcionamiento desde 1841.
Pero la exportación del experimento cubano-catalán fue producto de los esfuerzos de un ciudadano catalán, Vicencs Ballester i Camps (Barcelona 1872-El Masnou 1938) . De viajes a Cuba se trajo el nuevo diseño. En su insistencia en usar el rediseño de la bandera cubana, consideró que la bandera tradicional catalana no tenía el atractivo visual, al quedar neutralizada por la española. La adición de los colores azul y blanco resultaba muy efectiva, con el dramático y simbólico triángulo (que pocas banderas usan).
La innovadora bandera adquiere forma jurídica cuando es mencionada explícitamente en el artículo 3 de la “Constitució Provisional de la República Catalana” (la “carta magna” de la Catalunya independiente), redactada por Josep Conangla i Fontanilles, presidente del Centre Catalá de La Habana, y aprobada en 1928 por una Asamblea del independentismo catalán en América, bajo la presidencia de Francesc Macià. Allí se dice taxativamente que “la bandera oficial de la República Catalana es la histórica de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo, con la adición, en la parte superior, de un triángulo azul y una estrella blanca de cinco puntas en su mismo centro.”
Mientras los estatutos de autonomía de Catalunya (1932, 1979) respetan la tradición y declaran la bandera histórica como la legal, el innovador texto de la “Constitucio de l’Havana”, declara que la bandera oficial sería la “estelada”. Se ha considerado históricamente que ésta es solamente un gesto reivindicativo, mientras no se disfrute de la independencia, y sobre todo mientras la histórica era ilegal. Los acontecimientos recientes señalarían que la bandera definitiva, en caso de conseguirse la independencia, sería la “estelada”, quedando la histórica y tradicional como una ilustración de anteriores épocas.
En la cercanía de una nueva celebración del 4 de julio, fiesta nacional de Estados Unidos, conviene meditar sobre el impacto de esa todavía potencia “necesaria” (o insustituible, según la imaginería de Madeleine Albricht). La nueva polémica creada por la vergonzosa conducta de Washington al convertirse en espía incluso de sus propios aliados y la impotencia en corregir los errores (Guantánamo es solamente uno de ellos) de las intervenciones posteriores al 11 de Setiembre de 2001 (“todos somos americanos”, dijo Le Monde) merece también meditar sobre la complejidad de la global huella creada por el experimento más ambicioso de nación por voluntad, imitable y adoptable, según los casos. Los trazos “americanos” en la bandera independentista catalana son solamente una muestra.