Detrás del sistemático ataque del Partido Republicano, secuestrado por el Tea Party, contra la reforma sanitaria de Barack Obama, reside la percibida amenaza de la inmigración sobre la imaginada y mítica esencia nacional de Estados Unidos. Ante la contumaz atracción del país en el resto del planeta poco pueden hacer medidas restrictivas para disuadir la inmigración. Lo más que se puede intentar es su canalización y subsecuente legalización. Mientras tanto, la polémica del sistema de salud (y detrás de ella la amenaza inmigratoria, aunque no es la única causa) se cierne como una cimitarra sobre la convivencia y la cohesión nacional, hasta el extremo de hacer ingobernable el país y sumirlo en la suspensión de pagos.
Al otro lado del océano, el
presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, fue silbado a su
arribada a Lampedusa, como protesta por la inoperante conducta de la Unión
Europea ante las oleadas de las trágicas y frustradas arribadas de inmigrantes
a las costas italianas. Aunque la protesta se hacía extensiva al primer
ministro italiano Enrico Letta
y a la comisaria de Interior Cecilia Malstroem,
los protestantes en rigor se equivocaban de objetivo. La UE no es la causante
de la impotencia en evitar ese pertinaz movimiento. Los culpables son los
mismos gobiernos soberanos que desde los ambiciosos logros de integración
profunda que se apuntaban con el Tratado de Maastricht se han resistido a dar
unos nuevos “pasos osados”, como se prometía desde la Declaración Schuman de
1950. Hay una línea roja que en las capitales europeas no se está dispuesto a
pasar.
El problema reside en que todavía las competencias de inmigración y fronteras están ancladas firmemente en los sectores inamovibles del antiguo tercer pilar de la UE, ahora bautizado como “Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia”. Aunque lenta, pero tenazmente, muchas competencias antes bajo el yugo de la unanimidad han sido traspasadas al área comunitaria y cuyas decisiones se pueden ya tomar por mayoría cualificada, el paso crucial se resiste.
Desde 1957, con la aprobación del Tratado de Roma que fundó la Comunidad Económica Europea y EUROATOM, el cambio decisivo con respecto a la modestia de la agenda de la Comunidad del Carbón y el Acero (CECA) de 1952, como resultado de la oferta de Schuman leyendo el guión de Jean Monnet, el corazón de la integración europea ha estado centrado en el funcionamiento del Mercado Común. La sublimación del Tratado de Roma, en este terreno, tuvo que esperar a la aprobación del Acta Unica de 1986. Las columnas fundamentales de lo que sería conocido luego como el Mercado Unico eran cuatro libertades de movimiento.
La primera, fácil de entender, es la libre circulación de bienes, con el desmantelamiento de las barreras arancelarias y físicas; la segunda está centrada en la circulación de capital, operación bastante fácil, ya que estaba impelida por los activos intereses económicos y empresariales; la tercera era la desaparición de las limitaciones a la libre disponibilidad de los servicios.
La cuarta sigue siendo la más difícil: la libre circulación de las personas. Si este aspecto está regulado y garantizado por los tratados en el contexto interior y se está anclado en el terreno comunitario (primer pilar), el trasvase de ciudadanos por las fronteras exteriores está formalmente sujeto a las decisiones soberanas de los estados. Inmigración, visados, asilo y cualquier dimensión de control de fronteras son monopolio de los gobiernos y solamente el Consejo, mediante decisiones unánimes, puede emitir legislación efectiva.
De ahí que los gobiernos se aprovechen de su carencia de competencia y echen la culpa a las instituciones de la UE, atizando a la opinión pública contra los entes supranacionales, como la Comisión, y también el Parlamento, por la ausencia de regulaciones colectivas y la dependencia de decisiones y medios puramente nacionales. Esconden cómodamente el hecho de que con decisiones conjuntamente soberanas el problema por lo menos se encararía de una forma más eficaz. Se deben “comunitarizar” las atribuciones de orden interior.
Pero los gobiernos se resisten en hacer desaparecer un chivo expiatorio. Lo
que funciona mal es la UE, y las instituciones se dibujan como lejanas e
inaccesibles. En lugar de acudir a remedios de urgencia como el envío de unos
cuantos navíos a vigilar la zona entre Túnez, Sicilia y Malta, Italia debiera
liderar y ser arropada por sus socios más potentes y cercanos (Francia, España,
y también el Reino Unido) y establecer una flota de vigilancia que no reduzca
sus funciones a la interdicción de embarcaciones repletas de emigrantes
desesperados, sino a la efectiva regulación del tráfico en el Mediterráneo.
Es más, los mismos gobiernos, quizá también con la cooperación de Estados Unidos y otras potencias extra mediterráneas, debieran presionar a los países emisores de la emigración incontrolada para que ejercieran una soberanía más eficaz. De no contar con medios propios, la ayuda debiera consistir en unos planes de desarrollo ambiciosos para cortar el problema de raíz.
En fin, si estas alternativas no son viables, en ambos contextos del mundo desarrollado, Estados Unidos y Europa, no queda más remedio que asumir la responsabilidad del papel de imán atractivo y adoptar planes de acogida, adaptación e integración social a la nueva residencia. No queda más alternativa que plegarse a los cantos de sirena de los Tea Party europeos, liderados por Le Pen, respaldados por toda clase de asistencias populistas.
Hay 1 Comentarios
El negocio del hambre y la desesperación de las gentes que cocidos a fuego lento, por la codicia y los interés particulares, de las guerras y las guerritas.
Los empujan en desbandada hacia donde sea que se pueda vivir como criaturas civilizadas, aunque sea con riesgo de morir en el intento.
Escapando del atropello y la esclavitud brutal del ser humano.
Y así llegan, encauzados y arreados como ganado para ganancia de unos y lucro de mafias, que cobrando, los empujan.
Desbaratando equilibrios y sociedades estables.
Civilizadas y constituidas.
Sirviendo de rebote a otros intereses lontanos y en un juego a tres bandas, o cuatro.
Que de desequilibrar la balanza se trata.
No sea que el mañana se nos ponga delante y en medio un potente gimnasta, que deje tirados el resto en la mitad de la pista.
Aunque el exceso, bien administrado y en tiempos de penuria podría tornar en éxito, si quienes lo enfocan lo enderezan.
Desde el orden democrático, dejando con dos palmos de narices los intentos de derribo.
Administrando el mercado.
Publicado por: Peñafiel | 14/10/2013 9:48:40