Joaquin Roy

Sobre el autor

Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet “ad personam” de Integración Europea y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. Es Licenciado en Derecho (Universidad de Barcelona) y Doctor por la Georgetown University (Washington DC). Nacido en Barcelona, reside en Estados Unidos desde la administración Johnson.

Eskup

Estados Unidos y Europa, aliados en crisis

Por: | 02 de julio de 2014

Hace unas pocas décadas, incluso antes del final de la Guerra Fría, antes y después del triunfo de Ronald Reagan, se sucedían unos periódicos análisis acerca de la decadencia de Estados Unidos. Otras veces, el turno del pesimismo le tocaba a Europa, sobre todo cuando no conseguía superar su ambivalencia ante la profundización del proceso de integración, especialmente por el fracaso del proyectos constitucional. Occidente estaba en crisis. Ahora la pareja parece pasar por una época similar, en la que cada uno intenta superarse en inferioridad.

          Estados Unidos parece estar sumido en horas bajas a causa de la aparentemente errática política exterior de Obama, que no parece haber hecho buen uso de la superación de la herencia de la actuación de George W. Bush en Oriente Medio. La agenda de Obama basada en “liderar desde atrás” le está causando al presidente norteamericano graves problemas que le representarían un serio obstáculo en caso de que pudiera optar a otra reelección. Ese lastre lo puede pagar Hillary Clinton en caso de que decida, por fin, a optar a la presidencia. Lo cierto es que la indecisión en Siria, el desastre de Irak en desintegración y la todavía por ver resolución del desafío de Rusia en Ucrania ofrecen un diagnóstico de Estados Unidos en decadencia internacional.

          La Unión Europea, por su parte, no presenta un panorama mejor y solamente si consigue afianzar su entramado institucional después de las elecciones de mayo podrá afirmar que ha superado el generalizado diagnóstico de problemático futuro. Atenazada por el ascenso del populismo y el neonacionalismo, lastrada su economía por la desigualdad y la falta de crecimiento sostenido, la UE está lejos de ofrecerse como alternativa de liderazgo y esperanza para el resto del planeta y como socio idóneo para Estados Unidos en superar la crisis global.

    Pero curiosamente, esta extraña pareja, que puede ser subsumida en lo que generosamente se llama Occidente, puede presumir de seguir disfrutando de un profundo capital y base no solamente de su supervivencia, sino de su sostenido liderazgo para el resto del planeta. En ambos casos, una sistemática tragedia humanitaria revela su mutua fortaleza y garantía de superioridad futura. Los dramáticos y repetitivos acontecimientos ofrecidos por los procesos migratorios representan el gran capital con que tanto Europa como Estados Unidos cuentan en comparación con otras regiones del planeta.

    Por un lado, millares de adolescentes latinoamericanos proceden a una invasión del territorio norteamericanoUsa imm, en busca de un futuro mucho mejor que el que dejaban atrás en una Centroamérica devorada por el crimen, la pobreza y la desigualdad. Por otro, las costas de Italia reciben el doloroso impacto de la inmigración de los desesperados lanzados por traficantes, con el resultado de naufragios y muertes por asfixia. En otro escenario similar y diferente, el intento de asalto de la frontera española en los enclaves de Marruecos ya ha dejado de ser noticia.

    ¿Qué revelan estos aparentemente disimiles escenarios? Simplemente, que la fortaleza de estos socios en crisis está basada en su comparativamente imponente poder de atracción para la inmigración. Por muchas dificultades que numerosos países europeos sufren en la actualidad, la perspectiva de la vida en Europa es comparativamente mucho mejor que en Africa o Asia, e incluso en América, a pesar del hecho del retorno de numerosos inmigrantes hacia sus lugares de origen. El futuro (y el presente, como siempre fue en el pasado) de Estados Unidos sigue unido a la reserva de la inmigración. De ahí que los sectores norteamericanos que se oponen a la reforma migratoria no solamente están destinados a fracasar sino que, de momento, están haciendo un flaco servicio al país. Italy

    En ambas regiones, estos dos socios ahora enfrascados en la exploración de un Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones  (TTIP, por sus siglas en inglés) están destinadas a superar en nivel de vida y expectativas de futuro a otras regiones del mundo. Lo que no está claro es si las rencillas, ambivalencias, competencias a ambos lados del Atlántico harán cada vez más lejana la consecución de un acuerdo más necesario que nunca. Ambos socios siguen siendo los aliados naturales en liderar al planeta en la superación de la crisis. Ambos tienen su futuro soldado en su destino inmigratorio.    

El “lead”: técnica de García Márquez

Por: | 19 de abril de 2014

 “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".

 

Aracataca 

Los lectores avezados detectan que estas líneas son las introductorias de Cien años de soledad. Con tales muestras de anzuelos literarios, la tentación de dejar la lectura de las páginas de García Márquez acaba inexorablemente en fracaso. Millones lo han intentado. Es la adaptación enriquecida y personalísima de Gabo de un mecanismo de redacción muy elemental, atribuido al periodismo norteamericano: el “lead”.

La trampa por la que el lector ha sido capturado es la estructura y contenido del párrafo introductorio, repetido de formas diversas en otros capítulos. Cualquiera de sus libros tienen muestras semejantes. Consiste en la ubicación, al inicio de un artículo de pura esencia periodística, de los hechos básicos de la crónica. En la estructura de la “pirámide invertida”, el “qué”, “quién”, “cuándo”, “dónde”, “cómo”, y (quizá) “por qué” es el aperitivo que atrapa al lector.  En el resto del escrito, el autor va completando los detalles satisfaciendo con dosis calculadas los diversos deseos y expectativas de lector. Inverted_pyramid_in_comprehensive_form[1]

La variante del “lead“ ortodoxo deja los detalles secundarios en el interior de la narración en sentido contrario a su importancia, dejando como opción suprema no terminar la lectura. Una técnica alternativa precisamente opta por reservar un golpe de efecto para el final. García Márquez usa diversas modalidades.            

Según las confesiones del autor, abandonó los estudios de derecho para dedicarse al periodismo, que practicó en numerosos subgéneros. En contra de lo que pudiera interpretarse de un autor que ha quedado ilustrado con la etiqueta del “realismo mágico”, su prosa es el ejemplo más alejado de la verbosidad barroca y la complejidad sintáctica. Su simplicidad gramatical y la selección léxica dejan de sorprender por la naturalidad con que se ofrecen. Garcia-mar-epgracias

El aprendizaje de esa personalísima técnica es el resultado del paso de García Márquez por diversos diarios colombianos (El Heraldo de Barranquilla y El Espectador de Bogotá), su trabajo como corresponsal en el extranjero, y el desarrollo de la agencia Prensa Latina. Debió ser el resultado de rechazar la prosa grandilocuente de aire de discurso populista y el oscurantismo de los textos editorialistas.    

Un posible origen de esa sorprendente sencillez, aunque resulta difícil de demostrar y no existen confesiones del propio autor al respecto, es la profesión de su padre,Gabriel Eligio García. Telegrafista de Aracataca, la aldea natal, debió atraer la atención de su hijo por la naturaleza rígida de los textos que transmitía, con una economía de palabras dictada por la necesidad de abaratar los costos y los esfuerzos técnicos. 

La historia del periodismo no se pone de acuerdo en asumir si la técnica del “lead” tiene precisamente su origen en esa tecnología primitiva de la comunicación en el siglo XIX. Otra interpretación ubica su desarrollo más tarde cuando se comienza a primar el periodismo puramente informativo, en lugar del interpretativo.

  De más influjo literario debe ser la admiración de Gabo por los escritores norteamericanos, entre los que destacaba Ernest Hemingway. HemingEl autor de Adiós a las armas es notorio por haber confesado contundentemente cómo aprendió a escribir. Humildemente pagaba su deuda con el “Manual de Estilo” de la agencia Associated Press (AP). Este código de redacción, impuesto con rigurosidad a los periodistas, conminaba a una serie de normas que se resumían en unas pocas lógicas técnicas: frases cortas,  afirmativas, palabras correctamente elegidas y huérfanas de connotaciones oscuras. El condicionamiento financiero presidía detrás de los requisitos literarios: los textos largos eran más caros de transmitir que los cortos.    

 

Obama en Bruselas

Por: | 23 de marzo de 2014

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, cumplirá esta semana una agenda apretada que lo llevará a varias capitales europeas y Arabia Saudita. De todas las escalas, la más noticiosa (y debiera ser la más importante) es la que tendrá como marco Bruselas, sede de las principales instituciones de la Unión Europea. Las reuniones que tendrá con los dirigentes comunitarios son una novedad ya que, insólitamente, es la primera vez que el presidente norteamericano asiste a una cumbre en la capital de la UE (suspendió su asistencia a otra cumbre en 2010).    

Las otras etapas de su periplo tienen cada una su significado e importancia. Por ejemplo, el programa incluye una visita respetuosa a un cementerio norteamericano en Bélgica, recuerdo de la ayuda de Estados Unidos en la guerra de 1914-1918, que debería haber terminado con todas las guerras. Asistirá también a un cónclave en La Haya sobre el uso y control de la energía nuclear, donde coincidirá con la máxima autoridad china. Visitará París y Berlín, máximos simbolismos del todavía existente eje de la integración europea formado por Francia y Alemania. Como reconocimiento a la siempre potente feligresía católica norteamericana, prestando debida atención a la novedosa actuación del papa Francisco, Obama visitará el Vaticano, además de que en la misma Roma se reunirá con el nuevo premier italiano. En el horizonte, sin embargo, estará la sombra de la Rusia de Putin, en plena resaca de la intervención en Crimea. Finalmente, para recordar que el mundo árabe sigue teniendo vigencia en la candente agenda de Washington, Obama asegurará a sus aliados saudíes que el apoyo norteamericano sigue siendo tan sólido como el prestado a Israel. Bandiere-europa[1]

Pero el capítulo más significativo de este apretado viaje es precisamente en el escenario de la capital belga (donde habrá una parada en la sede de la OTAN) el acercamiento directo al corazón de la UE. La actitud ambivalente de Obama hacia la realidad de la integración europea es representativa de un sector importante del orden establecido norteamericano, su comunidad de inteligencia y seguridad y su entramado de análisis. Obsérvese que raramente la dirigencia de Estados Unidos se refiere a la “Unión Europea”, prefiriendo la vaga alusión a Europa. Pareciera que así es respetuosa con la percepción de ciertos sectores europeos (caso notorio del Reino Unido) donde la UE es solamente una de las opciones de política exterior. Europa para Estados Unidos es una realidad geográfica, histórica y cultural, mientras que la UE es un experimento en el que todavía se busca cuál es el teléfono que supuestamente demandaba Kissinger. Ttip-pup

Presente en la agenda de temas, situado a nivel diferente del estratégico por la crisis de Ucrania, llama la atención el interés prestado por diferentes ramas del poder comunitario hacia el TTIP (el acrónimo en inglés del acuerdo de libre comercio e inversiones entre la UE y Estados Unidos). Aunque se ha estado cocinando durante varios años, y que se puede remontar al principio de las relaciones entre las dos entidades, fue explícitamente colocado en el centro de atención a mitad de 2013 y se pretende que las negociaciones estén muy avanzadas a final de este año, pero que se teme se extiendan hasta 2017.

P025208000202-422183-612x336[1]            Uno entonces se pregunta acerca de otras razones para las prisas actuales. No cabe duda que los datos que se barajan en cuanto a la creación de una cantidad respetable de puestos de trabajo a ambas orillas del Atlántico son una razón de peso en los momento de crisis todavía presente, tanto en Estados Unidos como en Europea. Ciertos análisis de tónica más geopolítica señalan que la nueva alianza atlántica en marcha es una maniobra de protección entre la amenaza de las economías emergentes, formada por los BRICs y otras nuevas potencias.

En cualquier caso, en este calendario e intenciones se entrometen algunos obstáculos de complicada solución, por lo menos teniendo en cuenta la actitud y las realidades de Estados Unidos. Curiosamente, el bando republicano no parece en sí constituir un obstáculo, ya que los intereses generales que representan son proclives al libre comercio y al flujo libre de inversiones. Tampoco los sectores laborales que tradicionalmente son la columna vertebral de los demócratas puede representar problemas, ya que numerosos intereses de trabajadores pueden dar la bienvenida a los aspectos protectores de la legislación europea

En primer lugar, el principal obstáculo es que la mente norteamericana está condicionada por la oscilación hacia Asia. La competencia viene del acuerdo/alianza del Pacífico, que todavía pesa sobre todo en temas de seguridad. En segundo término, mientras la UE cuenta con un representante fijo (la Comisión) para negociaciones de comercio, el “teléfono” de Estados Unidos no existe. La ansiada “Fast Track Authority” concedida al gobierno nunca ha sido prestada al gobierno. Estados Unidos sufre de una dispersión de poder, compartido por los estados (y sus subregiones y zonas metropolitanas), los partidos y sus diferente modalidades según los temas, los lobbies empresariales y laborales. El tercer obstáculo vendrá de la decisión del gobierno norteamericano de no reducir la autorización de libre comercio a solamente el proyecto europeo, sino de unirlo a un trato similar a otras zonas del planeta, lo que complicará las negociaciones. Todo, como puede verse, solamente ha comenzado ahora. Precisamente cuando en Europa habrá una nueva dirigencia a partir del verano como resultado de las elecciones y de los nombramientos de los puestos de mayor nivel. Igual puede decirse de elecciones intermedias del Congreso en Estados Unidos.    

 

Vigencia del modelo de la Unión Europea

Por: | 08 de marzo de 2014

En la búsqueda de explicaciones de la crisis de Ucrania y el reparto de acusaciones, se han destacado varios aspectos. En primer lugar, se ha enfatizado en la estrategia de Rusia, liderada por Vladimir Putin, al no permitir que su proyecto de una Unión Euroasiática, señalada por muchos como una resurrección de una “nueva Unión Soviética”, fuera amenazada. También se ha aludido a la distracción de Estados Unidos, con Obama más preocupado en otros escenarios (Siria, Irán), insistiendo en no liderar en otros teatros y esperar influirlos “desde atrás”. Putin

             Paradójicamente (o significativamente, según se mire), la crisis de Ucrania revela que la explicación puede centrarse en la culpabilidad de un protagonista que apenas es mencionado de forma frontal en los análisis: la Unión Europea. Resultaría curioso comprobar que en el desarrollo de la búsqueda de una solución, el papel de la propia UE resulte evidente. Una revisión rigurosa de la historia descubre simultáneamente la doble dimensión de la UE, como modelo activo de integración, por activa y por pasiva, y al mismo tiempo como débil protagonista de iniciativa en política internacional. Desde la fundación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1951, como resultado de la llamada de la Declaración Schuman de mayo de 1950, la motivación de la integración ha sido la seguridad, propulsada por mecanismos económicos.

            El origen de la presente crisis se debe, fundamentalmente, a la atracción de la UE como zona de paz, estabilidad, progreso, protección de derechos básicos y prospectos de futuro.         Sin embargo, en el desarrollo de la búsqueda de una solución se ha mostrado, colectivamente, una vez más carente de iniciativa y mecanismos convincentes de liderazgo. Frente a la contundencia de las acciones rusas, al otro lado del drama ha sido Estados Unidos el protagonista que ha enderezado la situación, acompañado con cierta prudencia de algunos estados miembros de la UE, como el caso obvio de Alemania. Eu leaders

            No se olvide que las motivaciones iniciales de Ucrania, entonces todavía liderada por el gobierno (corrupto y autoritario) que luego sería destituido, estuvieron basadas en las expectativas de lograr un acuerdo sólido de asociación con la UE. En los planes de Kiev, alentados desde Bruselas, destacaba un triunfo espectacular de lo que se ha llamado el tradicional “poder de reclutamiento” de la UE. El modelo de integración funcionó a cabalidad. Este primer paso le hubiera dado el estatus prioritario para conseguir los beneficios reforzados de la “política de vecindad” de la UE, extendida a otros estados limítrofes. Para algunos de ellos, como es el caso claro de Ucrania, le concedería una ventaja considerable para optar, algún día (aunque fuera lejano) a la condición de candidato para una completa membresía.

            Esta expectativa siempre ha estado detrás de las motivaciones y estrategia de numerosos países que, en diferentes épocas, han tenido en el centro de su agenda el formar parte de la UE. España y Portugal, por ejemplo, procedieron a un estricto ejercicio de transformación y actualización de sus estructuras económicas, con grandes sacrificios, para insertarse en la entonces todavía llamada Comunidad Europea de mitad de la década de los ’80. Al final de la Guerra Fría tuvo lugar una carrera frenética para la incorporación de los países del este, anteriormente, bajo la órbita soviética. El núcleo duro de la UE consideró desde la caída del Muro de Berlín que la división artificial de Europa durante cuatro ha sido injusta y debía aplicarse una corrección. Los anteriormente presos en la órbita soviética procedieron a una transformación drástica para hacerse merecedores del ingreso en la EU.

Igual puede decirse de los antiguos miembros de Yugoslavia. Uno a uno, todos se han esmerado en conseguir unas credenciales mínimas para imitar el éxito inicial de Eslovenia. Lo mismo puede aludirse sobre el todavía frustrado camino de Turquía hacia la UE, proyecto que ha estado obstaculizado por carencias internas y oposición externa (sobre todo en la propia Europa), pero en nada ha afectado al poder de atracción de la UE. Incluso en la eventualidad de que el ingreso turco en la UE no se cumpla, las mínimas reformas que el sistema político y económico han sufrido se deberán a la presión de las condiciones de ingreso impuestas por Bruselas.

En suma, a pesar de todas las dificultades y la carencia de operaciones de gran impacto mediático, lo cierto es que el poder de atracción de la UE no cesa. Baste el caso del sistemático intento de inmigrantes de llegar al territorio comunitario. Los imparables repetitivos incidentes en Lampedusa lo demuestran. Las tensiones en la frontera de las ciudades españolas en el Norte de Africa revelan la misma presión.

En conclusión, para bien y para mal, la sola existencia de la UE seguirá ejerciendo protagonismo, más allá de la resolución del problema de Ucrania. Por mucha que sea la agresiva política de Rusia,  Moscu la presencia de una alternativa de estabilidad justamente al otro lado de la frontera seguirá pesando con fuerza. Este hecho debiera seguir instalado en los análisis que se hagan desde Washington, al menos al tener en cuenta que la ayuda económica de Europa a Ucrania puede ser diez veces superior a la norteamericana.

En torno a la CELAC

Por: | 02 de febrero de 2014

Apenas se comenzaron a difuminar los efectos de la reunión en La Habana de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), es posible vislumbrar con una cierta calma y rigor de qué ha tratado la cumbre y qué es el ente que la ha acogido. Ya con las riendas en manos de Costa Rica, como presidencia pro-tempore, conviene ahora recordar las palabras de un anterior presidente de CELAC, el chileno Sebastián Piñera, quien a su vez entregó la batuta a Raúl Castro. En el curso de una conferencia de prensa en la cumbre con la Unión Europea, celebrada en Santiago de Chile hace un año, se le preguntó extemporáneamente si la CELAC no representaría un conflicto de funcionamiento con la OEA. Piñera, un tanto arriesgadamente, contestó que la OEA era una “organización” y que la CELAC era simplemente una “comunidad”. La OEA, al decir del mandatario chileno, tenía una estructura institucional, unas reglas definidas, un presupuesto. Celac

La CELAC es de otra naturaleza. Ahí está la clave, de donde se puede deducir su efectividad en el entramado latinoamericano y más allá. En primer lugar, la CELAC es un reflejo de la impertérrita costumbre latinoamericana (y mundial) de la “cumbritis”. Todo se decide y gira alrededor de unas cumbres presidenciales, cuyo éxito se gradúa por la asistencia de sus máximos mandatarios. Así, por ejemplo, de 33 posibles asistentes al máximo nivel presidencial o de primeros ministros (institución de algunos estados caribeños), solamente tres no pudieron o no quisieron asistir, por motivos diversos (presiones electorales o ligera protesta, como fue el caso de Panamá).

La CELAC, institucionalmente es, de momento, un macro foro de consultas y buenas intenciones. Naturalmente, la configuración de la CELAC contrasta notablemente con el perfil de todas y cada una de las estructuras de integración, cooperación económica o alianzas políticas en el continente.

Curiosamente, la Unión Sudamericana (UNASUR) la supera al contar con una mínima base administrativa con sede en Quito. Recuérdese que fue en parte la obra de Brasil para dominar la zona austral del continente, como superación del tambaleante MERCOSUR. La CELAC, también en parte, fue el consuelo de México, excluido de UNASUR. Naturalmente, el ausente entramado de CELAC no se puede asemejar tampoco con la existencia de secretarías o entes similares que coordinen ciertos niveles de integración (desde simple libre comercio a mercado común) en MERCOSUR (Montevideo),  la Comunidad Andina (Lima) o la Comunidad del Caribe (CARICOM, con oficinas en Georgetown, Guyana). Incluso el Sistema de Integración Centroamericano (SICA) cuenta con unos mecanismos de coordinación superiores, aunque debe firmar acuerdos (como el reciente con la UE) a través de todos y cada uno de los estados.

Diferentes son otros casos, disímiles entre ellos. Uno es la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), invento de Hugo Chávez, ya que su funcionamiento depende de las decisiones de Venezuela, ahora al mando incierto de Maduro, si el carisma de su predecesor. En el otro lado de las inclinaciones ideológicas, destaca la Alianza del Pacífico (México, Perú, Colombia, Chile), que de momento solamente cuenta con la decisión de sus miembros de ir avanzando en el proceso de aunar esfuerzos para competir en la complicada globalización de la amplia región al este del hemisferio. 

La CELAC, en suma, no cuenta con ninguno de estos mecanismos institucionales. Todo depende de los buenos oficios de la presidencia de turno. Así, hasta la siguiente reunión. Ahora bien, lo que sí conviene anotar es, a pesar de que el acontecimiento habanero ha causado cuantiosa polémica, todavía se pueden generar algunas consecuencias positivas de la misma CELAC.     Celac-habana

            En el fondo, a pesar de las tímidas protestas del gobierno norteamericano, convenientemente esquivando la membresía de la que se vio excluido (que no es el tema), Washington, aunque no lo reconocerá pública y explícitamente, considera que este tipo de foros pueden coadyuvar a conseguir lo que en el fondo es el objetivo primordial (sino exclusivo) de su política exterior en la macroregión. Lejos de la estrategia de los años álgidos de la Guerra Fría e incluso posterior a ésta, la política de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe ya no prima los objetivos del establecimiento de una democracia impecable según los códigos al uso en la historia.

No quiere decir esto que no se desee la consolidación de regímenes democráticos que, a través del guión compuesto por elecciones periódicas, respeten los derechos humanos, la libertad de expresión y las garantías comerciales y de inversiones. Pero el mundo actual es probablemente más complicado que el de hace una pocas décadas. Los retos son diferentes y presentan tareas alternativas. El pragmatismo, la conveniencia y la confluencia de intereses de seguridad nacional se unen a un cierto grado de inevitable hipocresía que genera resultados aparentemente contradictorios con los buenos deseos. 

            En ese contexto, la CELAC, a pesar de su debilidad institucional, explícitamente ha señalado como misiones centrales el “establecimiento de una zona la paz” y la lucha contra el terrorismo. Además, entre otros temas prioritarios se señala la oposición a la pobreza. Son varios temas que Washington no puede rechazar como parte de la agenda propia. Cualquier colaboración que se logre en esos terrenos, no cabe duda que será bienvenida. Si el precio consiste en tener que escuchar declaraciones antiimperialistas y retórica tradicional, con ignorarlas puede, de momento, ser suficiente. Por lo tanto, habrá que convivir con la CELAC, cualquiera que sea su efectividad.

España-América Latina: Una relación en peligro

Por: | 05 de enero de 2014

Una “relación muy especial” puede estar ya en la unidad de cuidados intensivos: la que implica a España con América Latina. Las primeras recientes señales de dificultades en las relaciones entre España y la compleja Latinoamérica actual comenzaron a atisbarse en las dificultades de encaje de los inmigrantes latinoamericanos en España, atacados por la crisis económica de la primera década del presente siglo. La reconversión de España en país receptor de inmigración (notablemente, pero no de forma exclusiva, procedente de Latinoamérica) se había apoderado de los medios de comunicación como la gran noticia del cambio de centuria.

Se corregía de esa manera la tónica histórica de la emigración española hacia América, por motivos económicos, políticos y de estado. El desvanecimiento de la burbuja inmobiliaria fue un golpe contundente que todavía se nota. España, de “Madre Patria” se convertía en madrastra desagradecida, al invitar a los nuevos llegados a abandonar el nuevo hogar. La “relación especial” era impotente para enfrentarse a los argumentos financieros. Carabelas

            El activismo de las inversiones españolas en América Latina, ya desde los ’90, recordaba que las nuevas carabelas llegaban pilotadas por ejecutivos de banca, compañías telefónicas y empresas energéticas. Las nacionalizaciones de empresas petrolíferas en Argentina, eléctricas en Bolivia y financieras en Venezuela (entre muchas otras actividades) se entrelazaron con la bronca del Rey Juan Carlos para que Chávez se callara. La “relación especial” entre España y América fue perdiendo enteros, incapaz de servir de escudo cuando concretas circunstancias la hicieran conveniente, como sucede ahora en PanamáKroonland_in_Panama_Canal,_1915[1]

Curiosamente, la imagen general de España y los españoles no ha sido afectada en la última década en la percepción latinoamericana, como lo demuestran los periódicos sondeos del Latinobarómetro y las propias opiniones de viajeros y residentes a ambas orillas del Atlántico. La memoria histórica ha estado contribuyendo asiduamente al mantenimiento de la imagen de esa “Madre Patria”, como expresión frecuentemente vacía de significado denso. Pero los argumentos intrahistóricos han sufrido también el paso de los tiempos y han sido afectados por la propia transformación de las sociedades latinoamericanas. La huella familiar del recuerdo por el “abuelo gallego”, aunque superviviente en la presencia hogareña, ya no tiene la misma fuerza de antaño, aunque se mantiene el respeto.      

            Pero el paso de los tiempos y la maquinaria de las conductas económicas y políticas están siendo crueles en el mantenimiento de este vínculo tradicional. El sutil o explícito descenso de la ayuda tradicional española a América Latina no está pasando desapercibido para los observadores latinoamericanos. Desaparecidos o reducidos en número, los emigrantes tradicionales (hambrientos, refugiados políticos, eclesiásticos caritativos) han sido sustituidos por trabajadores más cualificados escapados de la crisis peninsular. Los ejecutivos de empresas con notable impacto mediático han ocupado definitivamente el espacio antaño monopolizado por las autoridades coloniales, sin que la comparación frecuentemente haya proporcionado mejora en la percepción pública.

            Conviene sopesar que los sectores de la actividad empresarial española tiene un riesgo de atención pública muy elevado, con efectos directos en las economías de los ciudadanos (telefonía, suministro de energía, finanzas), con lo que al surgir problemas resulta fácil encontrar culpables, frecuentemente usando los reflejos de enfrentamiento ante el imperialismo”, antes identificado con otros entes políticos. La supervivencia y transformación del populismo han hecho el resto.

        Panama-works    En ese contexto estalla ahora la crisis del Canal de Panamá. En realidad, es un problema de la financiación de la continuación de las obras de la ampliación del sistema de esclusas. Para numerosos observadores, el incidente reveló en sí la confirmación de una tónica derivada de la “relación especial” entre España y América Latina: un consorcio liderado por Sacyr, una compañía española, se había apoderado de la concesión de los trabajos. Había superado a otros pretendientes presididos por intereses norteamericanos, como si de reescribir la historia se tratara. Aunque la maraña de cálculo del coste que llevó a la concesión del proyecto es complicada, se puede admitir que parte del éxito se debió al papel jugado por esa “relación especial”. 

            Los primeros pasos de la controversia llevan ya ingredientes de populismo (por parte del gobierno panameño), competencia con otros intereses (principalmente norteamericanos, impelidos por cierta envidia de actividad en el “patio trasero”), críticas internas acerca de la tradicional picaresca española, y reflejos de la crisis moral que atenaza a España, atrapada en corrupción. Juego panamaDepende ahora de la evolución que tome el desacuerdo entre el consorcio y el gobierno panameño para que este capítulo confirme la contumaz difuminación de ese vínculo especial o, por el contrario, una dimensión peculiar de su supervivencia. 

La genuina “relación especial”

Por: | 22 de diciembre de 2013

En el vocabulario de las relaciones internacionales existe un consenso bastante generalizado que la relación entre Estados Unidos y Reino Unido es “especial”. Esto justifica el análisis y la predicción consistentes en que, a pesar de desacuerdos pasajeros, Londres y Washington terminan por forjar una coalición a prueba de todas las dificultades. Esta convicción, que raramente se cuestiona y cuya invalidez es difícil de probar, se amplifica y adapta a otra “relación especial” que resulta sumamente útil para justificar en principio compromisos, coaliciones y alianzas, e incluso tratados explícitos, que uno se pregunta por qué no han sido sublimados con anterioridad.

Ese es el caso de la “relación muy especial” entre Estados Unidos y la Unión Europea. La carencia de un acuerdo concreto entre esas dos grandes entidades en un terreno que comparten de forma incuestionable (comercio e inversiones) debe haber estado en la mente de los dirigentes y expertos. De ahí el surgimiento del proyecto de “Partenariado Transatlántico para el Comercio y la Inversión” (Transatlantic Trade and Investment Partnership, TTIP)”.

Ttip-pupLos datos son impresionantes. La relación económica entre Estados Unidos y Europa es la más sólida del planeta. En volumen, su importancia es impresionante, tanto en términos absolutos, como para cada una de las partes con respecto a la otra. Su intercambio comercial representa el 30% del total mundial, con un total que rebasó los $600 mil millones. El sector servicios abarca el 40% del trasvase mundial. En ambos terrenos, cada una de las partes es el proveedor más importante de la otra. En la ayuda exterior al desarrollo, su contribución dual llega al 80% de la mundial. Mientras la población conjunta de más de 800 millones (501 en Europa y 310 en Estados Unidos) solamente representa menos del 12% de la mundial, el porcentaje de PIB rebasa el 50%, casi a partes iguales (28% de la Unión Europa y 25% de Estados Unidos).

Por lo tanto, el proyecto es lógico. Lo que uno se debe preguntar es sobre la causa de la conveniencia de acometerlo ahora. La respuesta es que el mundo es ahora mucho más complicado. Los precedentes de anteriores experimentos pueden rastrearse a la formación del Espacio Económico Europeo entre los sub-bloques de la UE y los países que todavía estaban en la EFTA. Esto provocó el “contraataque del imperio” ya al final de la Guerra Fría con la ampliación del pacto de libre comercio entre Estados Unidos y Canadá para incluir a México en la construcción de NAFTA. El siguiente paso en esa lógica fue la puesta en marcha del Area de Libre Comercio de las Américas, fundada a bombo y platillo en Miami en 1995. El proyecto fue descarrilado por la mala sintonía entre Washington y algunos países latinoamericanos de miras populistas, pero también por las reticencias de Brasil que nunca quiso ser cola de ratón.

Ahora, se acomete un complemento de la estrategia de Estados Unidos de forjar tratos individuales con algunos países el hemisferio, en tándem con el acuerdo del Pacífico. Sin que lo reconozca en público, el gobierno norteamericano no se fía de la solidez de los tratos con Asia, entre países de tan diversas tradiciones, intereses e inclinaciones ideológicas. Con el TTIP, Washington y Bruselas se guardan las espaldas mutuamente, convencidos de que los enemigos nuevos son los componentes de las economías emergentes, de características tan variopintas como China, Rusia y el mismo Brasil (los llamados BRICS). Europa y Estados Unidos han descubierto lo mucho que comparten en su histórica “relación especial”.

En cualquier caso, una serie de detalles estructurales y perfiles coyunturales  representarán obstáculos en la senda de las negociaciones. En primer lugar, habrá que prestar atención al calendario electoral en ambas orillas. El nuevo Parlamento Europeo puede presentar exigencias que hasta entonces los negociadores no pueden garantizar. Iniciar unas negociaciones no prevé su consecución, sujeta a los procedimiento internos de cada una de las partes. El Congreso de Estados Unidos tendrá la última palabra por parte norteamericana. El fantasma del proteccionismo se cierne a ambas orillas. El problema del espionaje norteamericano se entrometerá en la madeja comercial. La protección de datos personales se convertirá en una condición innegociable. El “enriquecimiento” artificial de alimentos al modo de Estados Unidos será rechazado en Europa. El terreno pantanoso de la desregulación se convertirá en un obstáculo para el progreso y cierre de los acuerdos. Finalmente, cabe preguntarse qué actitud tomarán otros actores externos que consideran que esta nueva alianza euroamericana es una amenaza para sus intereses.

La acción no ha hecho más que empezar para el refuerzo (o debilitamiento) de la “relación especial”. Detrás de los fríos razonamientos está la convicción (o deseo) de que es una tarea en la que ambas partes están condenadas a entenderse. Si éstas no lo hacen, ¿qué otras? No de extrañar, por lo tanto, que numerosas entidades académicas, políticas y económicas a ambos lados del Atlántico se hayan propuesto prestar atención a lo que se puede convertir en el acuerdo económico-estratégico más importante de esta primera parte del siglo XXI.  

Lejos de la UE hace mucho frío

Por: | 15 de diciembre de 2013

Los ciudadanos de Ucrania (al menos los que se han estado manifestando vociferadamente en Kiev) se resisten a que su país recaiga bajo la égida rusa. Anhelan un acercamiento sólido hacia la Unión Europea. Le recriminan a su presidente Víctor Yanukovich Yanukovich-_1557527c[1]que rechace el ofrecimiento de la Unión Europea de un generoso Acuerdo de Asociación, una especie de puente de espera para ingresar algún día en la propia UE.

Al otro lado del tablero, Moscú emplea todos los argumentos de fuerza disponibles para que Ucrania se pliegue a los planes rusos y pase a formar parte de una unión aduanera peculiar formada por la omnipotente Rusia liderada por Putin. Esa oferta se ha vendido como “integración” siguiendo el modelo de la UE, pero es simplemente la ejecución de un plan de hegemonía rusa que sin ambages debe ser considerado por una resurrección de la Unión Soviética). Los ucranios creen firmemente lo que en su momento dijo el malogrado ministro de Asuntos Exteriores español Francisco Fernández Ordóñez sobre la bondad de la membresía en el ambicioso sistema europeo: “fuera de la UE hace mucho frío”. Para algunos, estar lejos (y cerca de Rusia) es peor.

Al otro extremo del continente, el gobierno británico (apoyado por otros euroescépticos) exige limitar la libre circulación de los ciudadanos europeos, dando al traste con una de las más espectaculares conquistas de la integración continental. El primer ministro David Cameron planea cerrar el paso a la residencia de los ciudadanos de los recién llegados rumanos y búlgaros y limitar a los beneficios de residencia a los desempleados de otros países miembros de la UE. Al mismo tiempo, anuncia planes para reclamar la devolución de competencias “comunitarizadas” por los tratados, con el plan de rebajar la UE a la categoría de un simple mercado único.

Entre esos dos extremos se juegan no solamente unas partidas de ajedrez de ámbito fronterizo y una contrapuesta interpretación de la naturaleza de la UE, sino el futuro no solamente de la misma UE y también de su modelo de integración para consumo mundial, y como consecuencia de la experiencia más ambiciosa de efectiva cooperación entre estados de toda la historia. Pero, vistos desde una perspectiva más positiva, ambos procesos revelan un triunfo histórico impresionante de la propia UE.

Por un lado, la tentación de aceptar los beneficios de los programas de la UE revela el logro del proceso arriesgado que se puso en marcha con el final de la Guerra Fría. En el seno de la UE triunfó la visión de que se tenía que optar por otro “paso osado” en la tradición de Monnet y Schuman. La división de Europa fue una injusticia histórica y se debía corregir primero por el decisivo plan de la ampliación a ocho países anteriormente bajo el manto de Moscú, y dos estados isleños del Mediterráneo (Chipre y Malta).

Con todas las dificultades, se procedió a la incorporación de esa decena de países, en un incierta operación que evitaba los peligros de la deriva hacia alianzas más dudosas, mientras la propia Unión Soviética de desintegraba. Los numerosos análisis teóricos y prácticos demostraban que, a pesar de los riesgos, se presentaban una serie de ventajas, no solamente económicas para los nuevos miembros, sino de consolidación de la atmósfera de paz al resto de Europa.

La fuerza irresistible de la UE estaba basada en su poder de “reclutamiento”, ante la alternativa del vacío. Al mismo tiempo, con el guiño de Estados Unidos, se le ofrecía a los nuevos miembros la extensión del paraguas de seguridad de la OTAN. Moscú tomaba nota y poco pudo hacer durante un tiempo para evitar la incorporación de la primera oleada de países a la UE. Ahora ha llegado la hora de oponerse a la “segunda ampliación” presentada con la consolidación del plan de “vecindad”, por el que los países que siguen en la periferia se benefician de ayudas y ventajas como en los viejos tiempos se hizo con los ya incorporados.

Nótese que ambas políticas (ampliación/ingreso en la OTAN, y ahora refuerzo de la “vecindad”) han contado con el apoyo de Estados Unidos. Washington, como sucede en otros lugares, prefiere apoyar la iniciativa de sus socios desde atrás, que arriesgarse a ejecutar movimientos falsos. La estabilidad del territorio abierto al este de Polonia es prioritaria. No es casualidad, en ese contexto, que el senador John McCain, el propio contendiente de Obama en la carrera presidencial, haya acudido a Ucrania en una curiosa misión de comprobación de hechos y de apoyo a los resistentes a los planes del presidente ucranio.

Esos anhelos ucranios para acercarse a la UE debieran hacer meditar a los que en algunos poderosos estados miembros como Reino Unido y la propia Francia coquetean con medidas populistas y anti-integracionistas. Washington debiera advertir a Londres y París.

Entre Lampedusa y Kosovo

Por: | 26 de octubre de 2013

Sigue la trágica avalancha inmigratoria a territorio europeo en el Mediterráneo.  Siguen las muertes. Siguen los enterramientos de hombres, mujeres, niños. Sigue la dispersión de sus cadáveres en ataúdes rebasando las dimensiones reducidas de Lampedusa, derramándose por Sicilia. Y siguen cientos de seres humanos engullidos en las entrañas del “Mare Nostrum”. Es un curioso nombre romano para un espacio que se resiste a ser dominado desde el corazón de Europa. Pero es que en el propio epicentro de la región más rica del planeta los propios estados se sienten impotentes para imponer orden interno y recurren a la fuerza para decidir quién tiene derecho a vivir y residir y quién debe marcharse, por las buenas o por las malas.      

Las tragedias marinas han venido a ser todavía más dramatizadas por el penúltimo incidente de la interminable serie de rápidas y contraproducentes decisiones gubernamentales. Esta vez ha sido la vergonzosa expulsión en Francia de una niña de vago origen kosovar (aunque nacida en Italia).  Leonarda Leonarda Dibrani, de 15 años, fue sumariamente detenida en un viaje cultural de su escuela, junto a su madre y hermanos. En bloque fueron velozmente enviados por vía aérea a la población de Mitrovica, donde su familia romaní (gitana) había vivido en el pasado. Técnicamente apátrida, el comportamiento de su padre no encajaba con las reglas sociales francesas. Consecuentemente, el ministro del Interior Manuel Valls decretó la deportación, generando vivas protestas generalizadas. Luego, tarde y mal, rozando la desautorización de su ministro, el presidente Hollande ofreció hipócritamente a Leonarda regresar a Francia (pero, sin su familia), limosna que fue rechazada: o todos o ninguno, dijo la niña.

Este nuevo capítulo de aplicación de las leyes nacionales de los países de la UE recuerda las serias tensiones de las sociedades que atribuyen a diversas dimensiones de la inmigración (legal e indocumentada) las causas de los problemas económicos y de índole de criminalidad. Durante la administración de Nicolas Sarkozy, el gobierno francés ordenó en abril de 2011 el cierre de la frontera con Italia, en violación del acuerdo de Schengen,  para frenar el éxodo de inmigrantes del norte de Africa que utilizarían el suelo italiano como simple zona de paso para adherirse a las comunidades magrebíes firmemente establecidas en territorio galo. Esta decisión provocó la firme advertencia de la Unión Europea, que recordaba la anterior recriminación cuando el mismo Sarkozy en agosto de 2010 ordenó la deportación en masa de grupos de romaníes, sin importarle que eran ciudadanos rumanos, y por lo tanto libres de residir y circular en todo el territorio de la UE. Bruselas se contentó con una promesa de mejor comportamiento en el futuro del gobierno francés. París ahora ha apretado todavía más las clavijas y ha vetado la entrada de Rumanía y Bulgaria en Schengen, para así evitar la circulación de sus ciudadanos al corazón de Europa.

Conviene notar que el desmantelamiento de asentamientos de romaníes y la expulsión de colectivos del mismo origen han sido frecuentes en los últimos años, bajo la justificación de razones de orden público y sanitarias, además de limitaciones de residencia sujetas a contar con fuentes de financiamiento con empleos estables. Pero en los casos en que la legislación de la UE puede haber sido violada, los avisos a Francia por parte de la Comisión Europea han servido de poco.

El balance es que el gobierno francés se siente amenazado por los votos del sector conservador y centrista que oscilan hacia la ultraderecha de Le Pen. Se está mandado un mensaje preocupante de cebarse en grupos desprotegidos y culparlos de los problemas económicos y sociales. La lógica aducida es que hay que frenar la inmigración y su consecuente coste económico-social en los servicios públicos y dimensiones del estado de bienestar. Está por ver si algunos gobiernos europeos continuarán cayendo en la trampa de aplacar el racismo y la discriminación con medidas populistas más propias de los años 30, en plena época de pánico social, erosión de las clases medias y preludio de la Segunda Guerra Mundial que produjo la catástrofe que luego aconsejó la fundación de la UE.

            En este contexto de incertidumbre y temor nada tiene de extrañar que el Consejo Europeo de la semana pasada decidiera postergar decisiones drásticas y la aprobación de un plan estratégico para enfrentarse al reto de la inmigración. Además de tratar prudentemente el escándalo de la revelación del espionaje de Estados Unidos sobre las comunicaciones europeas (otra muestra de la debilidad institucional de la UE), se decidió esperar a después de las elecciones europeas de mayo del año próximo para lograr un acuerdo inmigratorio.

Los estados miembros pretenden de esta forma no abrir más la caja de Pandora y alimentar las campañas de los partidos de ultraderecha que amenazar con hacer caer algunos de los gobiernos conservadores o en coalición que están optando por medidas de dureza contra los inmigrantes y los “europeos errantes” (como el caso notorio de los gitanos de la Europa del este). Mientras tanto, más de lo mismo: llegada tenaz a Lampedusa y Malta de embarcaciones repletas de desesperados ansiosos de refugiarse en el ”sueño europeo”.

Lo anterior, leído en clave americana, en un contexto conservador de Estados Unidos, donde un sector notable de los legisladores estadounidenses están amenazados de perder sus escaños en manos de agentes del Tea Party, no sirve ni siquiera de consuelo. Los que de momento pagan peor el espectáculo de la congelación del Congreso y la precariedad de la reforma del sistema de salud de Obama, son los desprotegidos, los inmigrantes indocumentados, desempleados. Todo confirma, simplemente, que la ola populista es en realidad la amenaza más imponente y preocupante.                                                        

Contexto y consecuencias de Lampedusa

Por: | 13 de octubre de 2013

Detrás del sistemático ataque del Partido Republicano, secuestrado por el Tea Party, contra la reforma sanitaria de Barack Obama, reside la percibida amenaza de la inmigración sobre la imaginada y mítica esencia nacional de Estados Unidos. Ante la contumaz atracción del país en el resto del planeta poco pueden hacer medidas restrictivas para disuadir la inmigración. Lo más que se puede intentar es su canalización y subsecuente legalización. Mientras tanto, la polémica del sistema de salud (y detrás de ella la amenaza inmigratoria, aunque no es la única causa) se cierne como una cimitarra sobre la convivencia y la cohesión nacional, hasta el extremo de hacer ingobernable el país y sumirlo en la suspensión de pagos.  

            Al otro lado del océano, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, fue silbado a su arribada a Lampedusa, como protesta por la inoperante conducta de la Unión Europea ante las oleadas de las trágicas y frustradas arribadas de inmigrantes a las costas italianas. Aunque la protesta se hacía extensiva al primer ministro italiano Enrico Letta O-letta-facebook[1]y a la comisaria de Interior Cecilia Malstroem, los protestantes en rigor se equivocaban de objetivo. La UE no es la causante de la impotencia en evitar ese pertinaz movimiento. Los culpables son los mismos gobiernos soberanos que desde los ambiciosos logros de integración profunda que se apuntaban con el Tratado de Maastricht se han resistido a dar unos nuevos “pasos osados”, como se prometía desde la Declaración Schuman de 1950. Hay una línea roja que en las capitales europeas no se está dispuesto a pasar.

            El problema reside en que todavía las competencias de inmigración y fronteras están ancladas firmemente en los sectores inamovibles del antiguo tercer pilar de la UE, ahora bautizado como “Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia”. Aunque lenta, pero tenazmente, muchas competencias antes bajo el yugo de la unanimidad han sido traspasadas al área comunitaria y cuyas decisiones se pueden ya tomar por mayoría cualificada, el paso crucial se resiste.

Desde 1957, con la aprobación del Tratado de Roma que fundó la Comunidad Económica Europea y EUROATOM, el cambio decisivo con respecto a la modestia de la agenda de la Comunidad del Carbón y el Acero (CECA) de 1952, como resultado de la oferta de Schuman leyendo el guión de Jean Monnet, el corazón de la integración europea ha estado centrado en el funcionamiento del Mercado Común. La sublimación del Tratado de Roma, en este terreno, tuvo que esperar a la aprobación del Acta Unica de 1986. Las columnas fundamentales de lo que sería conocido luego como el Mercado Unico eran cuatro libertades de movimiento.

La primera, fácil de entender, es la libre circulación de bienes, con el desmantelamiento de las barreras arancelarias y físicas; la segunda está centrada en la circulación de capital, operación bastante fácil, ya que estaba impelida por los activos intereses económicos y empresariales; la tercera era la desaparición de las limitaciones a la libre disponibilidad de los servicios.

La cuarta sigue siendo la más difícil: la libre circulación de las personas. Si este aspecto está regulado y garantizado por los tratados en el contexto interior y se está anclado en el terreno comunitario (primer pilar), el trasvase de ciudadanos por las fronteras exteriores está formalmente sujeto a las decisiones soberanas de los estados. Inmigración, visados, asilo y cualquier dimensión de control de fronteras son monopolio de los gobiernos y solamente el Consejo, mediante decisiones unánimes, puede emitir legislación efectiva.         

De ahí que los gobiernos se aprovechen de su carencia de competencia y echen la culpa a las instituciones de la UE, atizando a la opinión pública contra los entes supranacionales, como la Comisión, y también el Parlamento, por la ausencia de regulaciones colectivas y la dependencia de decisiones y medios puramente nacionales. Esconden cómodamente el hecho de que con decisiones conjuntamente soberanas el problema por lo menos se encararía de una forma más eficaz. Se deben “comunitarizar” las atribuciones de orden interior.  

Pero los gobiernos se resisten en hacer desaparecer un chivo expiatorio. Lo que funciona mal es la UE, y las instituciones se dibujan como lejanas e inaccesibles. En lugar de acudir a remedios de urgencia como el envío de unos cuantos navíos a vigilar la zona entre Túnez, Sicilia y Malta, Italia debiera liderar y ser arropada por sus socios más potentes y cercanos (Francia, España, y también el Reino Unido) y establecer una flota de vigilancia que no reduzca sus funciones a la interdicción de embarcaciones repletas de emigrantes desesperados, sino a la efectiva regulación del tráfico en el Mediterráneo. Lampedusa1[1]

Es más, los mismos gobiernos, quizá también con la cooperación de Estados Unidos y otras potencias extra mediterráneas, debieran presionar a los países emisores de la emigración incontrolada para que ejercieran una soberanía más eficaz. De no contar con medios propios, la ayuda debiera consistir en unos planes de desarrollo ambiciosos para cortar el problema de raíz.

En fin, si estas alternativas no son viables, en ambos contextos del mundo desarrollado, Estados Unidos y Europa, no queda más remedio que asumir la responsabilidad del papel de imán atractivo y adoptar planes de acogida, adaptación e integración social a la nueva residencia. No queda más alternativa que plegarse a los cantos de sirena de los Tea Party europeos, liderados por Le Pen, respaldados por toda clase de asistencias populistas.

El País

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