Joaquin Roy

Sobre el autor

Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet “ad personam” de Integración Europea y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. Es Licenciado en Derecho (Universidad de Barcelona) y Doctor por la Georgetown University (Washington DC). Nacido en Barcelona, reside en Estados Unidos desde la administración Johnson.

Eskup

La salud de Obama

Por: | 30 de septiembre de 2013

El principal problema de Barack Obama es haber ganado las elecciones dos veces. Fue una doble bofetada que los votantes que se quedaron en casa o eligieron en contra, y algunos de los que simplemente no pudieron ejercer su derecho (por minoría de edad), todavía no han digerido. El espejismo de las cifras globales oculta que ni siquiera dos tercios de los potenciales votantes se molestaron en acceder a las urnas. De los que lo hicieron, la mitad lo rechazaron frontalmente prefiriendo a MacCain o Romney. El resultado es que apenas una cuarta parte se decantó por Obama. Como recompensa de ese doble triunfo, los que prefirieron a sus opositores e incluso los que se abstuvieron le ha negado no solamente el perdón sino el simple reconocimiento. En sus guiones históricos todavía no se incluye el ascenso tan espectacular de un candidato negro.

            Ese mismo sector es el que escuchó los delirantes cantos de sirena de Sara Palin cuando calificó al senador de Illinois como “socialista” por haberse atrevido a proponer algunos programa amenazadores de gobierno en su campaña. La joya de la corona era, y sigue siendo todavía ahora, una moderada reforma del sistema de salud que se antojaba revolucionaria. Obama-ObamaCare-Time[1] El plan ha resistido en hilvanes hasta la actualidad, pero corre el riesgo de ser aniquilado si el sistemático ataque de los republicados y afines se sale con la suya.

Algunas cosas han cambiado en Estados Unidos ostensiblemente desde la mitad del siglo pasado, cuando se apagaron los fuegos de la Segunda Guerra Mundial, la última “guerra justa” de Washington. Algunas pautas de conducta no se han movido en absoluto. Cuando llegué a Estados Unidos, en el crepúsculo de la administración de Johnson, el padre de un colega mío en una elegante, excelente y cara escuela secundaria privada, tuvo la generosidad de adelantar algunas predicciones para ir conociendo al país. Médico de profesión, me advirtió que en un par de años el país adoptaría un sistema de salud “socializado”, semejante al europeo. Apenas yo me había recuperado de ese rotundo cálculo, se animó y casi con admiración por mi origen europeo, me aseguró que en el mismo espacio de tiempo Estados Unidos adoptaría el sistema métrico decimal. Banner_math_metric_system[1]

            Curioso en comprobar si tales predicciones tan drásticas se cumplirían, decidí quedarme en ese intrigante país. Mi familia sigue yendo al mercado, llenando el tanque de gasolina, calculando las distancias de viajes en coche y en avión en millas, midiendo  peso y estatura en un conjunto de medidas que siguen resonando a la vieja Inglaterra. Y casi medio siglo después examino cada año con cierto cuidado las condiciones del seguro médico proporcionado por mi universidad (con la obligatoria y generosa contribución de parte de mi sueldo, claro). Me siento afortunado, ya que millones de norteamericanos no tienen tal privilegio. Se juegan la vida y coquetean con la ruina financiera por no contar con seguro alguno y todavía no pueden acogerse a la protección de la cobertura médica de la jubilación completa.

            La tozudez del sistema en no haberle dado la razón al padre de mi amigo se debe, más que a una interpretación financiera de los gastos y beneficios de la aplicación del  propuesto sistema mixto, a unas razones intrahistóricas firmemente asentadas en la sique norteamericana, atizada por un grupo dominante de políticos en intereses económicos. El grueso del Partido Republicano y afines (no solamente los militantes del Tea Party) consiguen sistemáticamente ahondar en un doble sentimiento del americano medio. Por una parte, desconfía del gobierno, y por otro lado, tiene un pánico atroz a verse identificado con una clase inferior que debe llegar a fin de mes con la ayuda de los cupones de alimentos.

            Ese sector, ampliamente mayoritario, vive en una permanente contradicción ideológica y sociológica. Es fundamentalmente “anarquista” y preferiría subsistir sin la tutela del gobierno. De ahí que deba autoprotegerse de su inacción de gobernanza con leyes y tribunales que religiosamente terminan por tolerar con entusiasmo. Por ese motivo, todo lo que rezume sabor de “socialismo” les pone nerviosos. Desde la cuna, les comen la conciencia con una dicotomía falsa entre “democracia” (capitalismo a ultranza) y “socialismo” (sinónimo de comunismo).

            Pero a los mismos ciudadanos que desconfían de los planes de Obama, ni en sueños se les ocurriría oponerse a otras facetas de la vida de Estados Unidos. Su existencia sería inconcebible sin la escuela elemental y media, gratuita, universal, y obligatoria, diseñada como una fábrica de ciudadanos. La sola mención de tener que pagar los libros de texto generaría motines. El que quiera una educación diferente o más cara, que la pague. Nada de “escuela concertada” a la española, con ligámenes religiosos, o moderados “vouchers”.

            De nada sirve recordarles a los estadounidenses que un par de docenas de países europeos y Canadá tienen indicadores de salud mejores que los de Estados Unidos, y expectativas de vida superiores, a un costo inferior. Si además, es Obama, de origen racial mixto, el que se atreve a proponer un sistema que desafía los oligopolios de la industria de los seguros privados y la presión de la profesión médica, con la anuencia de los productores de medicinas y las compañías de investigación que se alimentan de fondos públicos, el drama está servido. El cambio será más difícil que la adopción universal del sistema métrico.         

Siria, delenda est

Por: | 07 de septiembre de 2013

El abandono del titubeo de Barack Obama, para pasar a la acción contra el dictador sirio Bashar El Assad, tras el ridículo del primer ministro británico David Cameron al ser rechazado por su Parlamento para unirse a la estrategia de Estados Unidos, ha colocado al líder norteamericano en la recta final –en realidad un callejón sin salida. “Cartago, delenda est”, dice la historia que fueron las palabras proferidas por Catón Marcus_Porcius_Cato[1]el Viejo, senador romano, ante el persistente reto cartaginés. Expresaba el agotamiento de la paciencia de Roma por la tozudez de los cartagineses en competir por la hegemonía mediterránea al Imperio nacido a orillas del Tíber. Cartago rastreaba su origen al territorio de la antigua Fenicia, coincidente en sus dimensiones con parte de la actual Siria. Phoenicia_map-es.svg[1]

En las tres largas guerras “púnicas”, desde 264 a 146 a. C., Cartago se había burlado de los que insistían en capturar y mantener el monopolio del “Mare Nostrum”. Ese mar era un escenario natural para ejercitar el “destino manifiesto” del mayor imperio que haya existido en los aledaños de Europa. “Cartago, delenda est”: “Cartago, debe ser destruida”, según una de las traducciones más generalizadas, era el eco de las palabras de Catón.

            El resultado de ese decreto imperialista fue el cerco más descomunal que haya sufrido un enemigo de Roma. Liderado por Publio Cornelio Escipión Emiliano, el largo asedio del año 150 a.C., se ejecutó reforzado por fosos, empalizadas, innovadoras armas de todo tipo, y tras el ataque final, llegó el cumplimiento de la venganza advertida. Los desgraciados que no se pasaron a las filas romanas y que sobrevivieron los combates, y se rindieron bajo falsas promesas, fueron esclavizados o aniquilados. Por si acaso, para evitar la resurrección del antiguo competidor, la leyenda dice que los romanos sembraron el territorio circundante con sal, con el objeto de que la naturaleza no le jugara una mala pasada a los vencedores y facilitara el surgimiento de otra potencia adversaria.

            Los cartagineses habían incomodado a los romanos, no solamente inmiscuirse en territorios exteriores objeto de disputas, sino que se habían atrevido, liderados por Aníbal, a incursionarse en tierras de la península itálica, aunque no había podido penetrar la capital. Pero en esa segunda Guerra Púnica, el travieso estratega recorrió gran parte de la Península Ibérica, sur de Galia y media Italia actual montado en elefantes, 520px-Hannibal3[1]con los que cruzó, todavia en la actualidad para asombro mundial, los Alpes. Fue en cierta manera el paso de una línea roja, pero poco pudo hacer Roma para someter definitivamente a Cartago, y debió esperar a una nueva contienda.

            las huellas de esta estretegia son detectables para los visitantes a Túnez. Al dirigirse a los aledaños de la antigua Cartago desde el puerto de La Goulette, se sienten decepcionados. De la capital cartaginesa no queda nada, y solamente los restos de las construcciones romanas son prueba fehaciente del devenir histórico. Ruinas de termas y residencias nobles, un anfiteatro, algunas columnas identificables, son apenas las anclas para el fanático de la historia. Todo se halla a un tiro de piedra del actual palacio presidencial y las viviendas exclusivas de la nueva élite. Pareciera que nada ha cambiado desde la “revolución del jazmín”, que detonó lo que exageradamente se llamó “primavera árabe”. Siguen mandando una minoría y el resto anhelando por la emigración… a Roma y capitales del viejo imperio. Cartage-ruins

Por eso quizá los guías turísticos encaminan a los visitantes, luego de una escala rauda en un museo de modestas dimensiones, con cierta insistencia, a dos lugares emblemáticos, cercanos entre sí. Uno es un cementerio fenicio y el segundo son los restos del semicírculo del puerto militar de la antigua notable marina cartaginesa. En el cementerio se recuerda la insólita y cruel costumbre cartaginesa de ofrecer en sacrificio a los primogénitos varones. Quizá esa cruel tradición expresara la comodidad púnica en reclutar las necesarias fuerzas terrestres entre mercenarios externos. La marina, en cambio, era fundamentalmente indígena y constituía la mágica ancla del predominio en el resto del Mediterráneo gracias al comercio, más que a la ocupación de territorio.  El resto queda para la imaginación. Se da de esta manera la razón a los defensores de la leyenda de la siembra de sal.  Tunez-cement 

Obama cometió el error lógico de haber advertido que la manipulación y uso de armas químicas se considerarían como el límite que no estaría dispuesto a tolerar. Creyó que la admonición sería suficiente. Pero El Assad apostó que precisamente por pasar la raya y le haría pensar a Obama sobre las consecuencias de una acción drástica, que en el fondo el sirio creía que el presidente norteamericano no quería en realidad ejecutar. La pusilanimidad de los aliados durante más de un año ayudó a la continuación de la ambigüedad. El apoyo material y moral de Rusia, Irán y otros hicieron el resto.

Ahora, Obama y Kerry han insistido que no están en realidad repitiendo la amenaza de Catón y la estrategia consiguiente en terminar con el régimen sirio. No se trata –dicen- de la destrucción de Siria como estado, sino solamente en disminuir su capacidad, en primer lugar, de seguir produciendo armas químicas y luego usarlas irresponsablemente.

Hay que “degradar” la capacidad bélica de Assad, dicen desde el Pentágono, en un vocabulario de resonancias militares que no se entiende bien en las aulas de West Point y que MacArthur y Patton no firmarían. Pocos observadores sinceros, dentro y fuera de Estados Unidos, creen en la efectividad de esa promesa.

“Siria, delenda est”, en fin, se lee en los polvorientos caminos del país, navega en el Mediterráneo sobre las banderas de los destructores norteamericanos, y esas palabras en latín se escuchan claramente en Moscú, por muy difícil que sea la traducción. En Riad, Jerusalén y Estambul nadie lloraría por la caída del moderno régimen cartaginés entronizado en Damasco. Pero nadie lo dirá en público.

  El único obstáculo para que Obama no llegue a decidir la aniquilación del régimen de El Assad es que, sin sembrar la sal, en ese territorio surgirían como vencedoras las nuevas fuerzas que ahora se oponen al dictador. A renglón seguido se convertirían en enemigos quizá más letales de Washington y sus aliados, porque, en el fondo poco tienen que perder (ahora no tienen casi nada), en contraste con El Assad, que solamente le quedaría la (improbable) negociación.                             

Menos Siria, más Soria

Por: | 31 de agosto de 2013

Ermita_miron_soria_t4200191.jpg_1306973099[1]

Dicen las crónicas en la mitad de la aparentemente imparable hegemonía de José María Aznar  en la Moncloa que recibió una advertencia: “Menos Siria, y más Soria”. El ingenioso asesoramiento se refería a la conveniencia, con el fin de conseguir la reelección en 2000 y la consiguiente mayoría absoluta, de dedicar mayor atención a la política interior que a los temas exteriores, a los que Aznar se sentía irresistiblemente inclinado. Según la mayoría de fuentes, el autor del consejo fue su entonces ministro Jesús Posada y ahora Presidente del Congreso de los Diputados, nacido en la capital castellana de Soria. Otros informes señalan a Carlos Aragonés, jefe del Gabinete de Aznar.

En cualquier caso, la ocurrencia se ha asentado en el lenguaje político, ilustrando, por un lado, la prudente opción a tomar por todo gobernante para elegir entre prestar atención a los problemas de orden interior (“Soria”). Después de todo, toda política es “local”. Por otro lado, puede resultar irresistible inclinarse por los movimientos a la luz de las brillantes candilejas de las relaciones internacionales, en terrenos ignotos (“Siria”), codeándose con las máximas figuras mundiales.

Aznar            Lo cierto es que Aznar disfrutó de un impresionante éxito al moverse en la amplia “Siria” abierta sangrientamente por el 11 de setiembre, la intervención de represalia en Afganistán y la aventura de Irak, a la que acudió sin asentimiento del 90% de la “Soria” natural, por la que demostró tener un desdén tan notable como el embelesamiento de salir en la foto de las Azores. En contraste, al haber causado por su irresponsable manipulación de la autoría del ataque terrorista de marzo de 2004, la derrota de su sucesor Mariano Rajoy (quien se refugiaba en su “Soria” gallega), abrió la puerta a la ascensión de Zapatero, quien a su vez, de forma natural para su personalidad e inclinaciones ideológicas, decidió rápidamente la retirada de las simbólicas tropas de Irak. Así resistió hasta que el apoyo de “Soria” se agotó por la crisis económica, y se traspasó a Rajoy. 

Obama llegó a la Casa Blanca convencido de que debía escuchar la voz de su “Soria” natural, y establecer un plan para ir saliendo de la “Siria” que se había abierto desde el principio de la primavera árabe con la “Revolución del Jazmín” en Túnez. Pero luego de haber sobrevivido con su táctica de “liderar desde atrás”, sobre todo en Libia, el reto del uso de las armas químicas en la Siria real, lo han colocado en un callejón sin salida: represalia o inacción. 

OBAMA-articleLarge[1]

Con el trasfondo de la decisión de su colega Cameron de plegarse a los deseos de sus “sorianos”, que le vetaron intervenir en una acción contra Asad, Obama ha mantenido la amenaza de castigar el crimen del dictador sirio, pero ha decidido consultar con los representantes de sus “sorianos” en el Congreso y el Senado. Con esta decisión, Obama ha optado, de momento, por escuchar la advertencia de una opinión pública que en casi el 80% no apoya la intervención. Se ratifica así, en este capítulo, el aislacionismo innato de los norteamericanos, que solamente se aventuran en un apoyo masivo a las intervenciones exteriores en contadas ocasiones, como tras Pearl Harbour o el desplome de las Torres Gemelas.

En los próximos días resultará crucial observar cuál es el poder real de los “sorianos” de Estados Unidos, y cuál es la actitud ante las travesuras de los sirios reales. El problema para Obama es que tampoco sabe bien cómo explicar que la posibilidad de expulsar al líder sirio puede provocar la ascendencia al poder de una parte de la oposición que comparte con El Asad el odio por igual a Estados Unidos, el mundo occidental, e Israel.

Destruccion-elocuente-Alepo-Siria-Gobierno_PREIMA20121008_0044_37[1]

De momento, la retirada táctica de Obama beneficia a Cameron y le deja respirar. Curiosamente, justifica su aparentemente irresponsable opción por acelerar un voto de su Parlamento. Aunque (¿temporalmente?) violó la sacrosanta “relación especial’, que siempre se aplica cuando de temas fundamentales se trata, la ralentización de Obama lo justifica. Pero el alto precio a pagar puede ser un daño irreparable al sólido vínculo atlántico entre los dos países. Queda, por otro lado, el papel secundario (pero también importante) a jugar por el presidente francés Hollande (líder de la potencia colonial que construyó la actual Siria), quien había prometido su apoyo a la arriesgada operación anunciada por Obama.

Ahora todos esperan ansiosos si los congresistas y senadores norteamericanos regresan de vacaciones urgentemente y rescatan a Obama de un ridículo que se mantiene peligrosamente como posible. El resultado de todo este drama seguirá colocando en el tapete el dilema de optar por “Soria” o “Siria”.                                       

La(s) bandera(s) de Catalunya

Por: | 30 de junio de 2013

     El espectacular concierto, celebrado en el Camp Nou del F C Barcelona el 29 de junio, en apoyo del “derecho a decidir” (eufemismo respetuoso de autodeterminación catalana) para celebrar una consulta (léase “referéndum”) sobre la alternativa de la independencia (así de claro) y el abandono del autonomismo (invento de la transición política, atacado por todos los flancos), ha confirmado algunas dimensiones que conviene sopesar. En primer lugar, se puede cuestionar que los sentimientos de los asistentes (más de 90.000), el número de protagonistas activos (rebasando el centenar, además de dos orquestas y coros) y el tejido multigeneracional, además de una teleaudiencia masiva, sean representativos de una mayoría de los catalanes. Eso habrá que verlo en un referéndum formal. CAT-INDEPENDENT

     Pero el acto reveló también cristalinamente, tanto a catalanes y españoles, como a foráneos, que va a resultar un tanto insólito y retrógrado seguir usando la bandera jurídicamente correcta de Catalunya. A juzgar por las imágenes de los adornos de los asistentes, la bandera tradicional de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo ha sido suplantada masivamente por la que inserta un triángulo azul y una estrella blanca en uno de sus lados (lateral o superior, según su posicionamiento). Como alternativa minoritaria, se observa también el contumaz uso de una variante adoptada por partidos y organizaciones marxistas que emplea un esquema triangular de fondo amarillo, pero con una estrella roja. El blanco y el azul se esfuman. 

     Estel-roig-blancMientras una razonable mayoría de los catalanes (y algunos cultos españoles y extranjeros) conoce la historia (o mito) del origen de la enseña catalana constitucional y políticamente correcta, un sondeo informal o una encuesta rigurosa revelarían una apabullante ignorancia acerca del origen de las variantes con la inserción triangular. En cambio, sigue existiendo un cierto conocimiento del origen legendario de las cuatro barras (las huellas de cuatro dedos con sangre de las heridas del fundador de la Catalunya medieval, Wifredo el Velloso) sobre fondo dorado (un escudo). Este contraste de conocimiento puede tener consecuencias intrigantes si en algún momento se logra la ansiada independencia. Pero también incluso en estos momentos se alza una incógnita acerca del posible arrinconamiento que la bandera “legal” pueda tener, ante el uso masivo de la “estelada” (como se refiere a la alternativa, empleando la palabra de estrella en catalán –“estel”).

    Una respuesta acertada a esos hipotéticos sondeos acerca de la simbología de la bandera con triángulo y estrella revelarían que la innovadora enseña es significativamente un homenaje doble al nacionalismo independentista de dos antiguas colonias españolas (Cuba y Puerto Rico). Paradójicamente, teniendo en cuenta el cierto resquemor antiyanki y antigalo en las sociedades catalana y española, un uso candorosamente respetuoso de la simbología de los colores de las banderas norteamericana y francesa.

Puerto rico

    La evidencia histórica muestra que la enseña con el triángulo azul y la estrella blanca es una documentada fiel adaptación de la bandera cubana, Cuba-bandera la cual a su vez se desdobla en la de Puerto Rico, pero con los colores cambiados. En lugar de franjas azules, presume de rojas, mientras el triángulo es de fondo azul en Puerto Rico y rojo en Cuba. Los tres colores combinados responden a los ideales por la libertad (blanco), igualdad (rojo) y fraternidad (azul).

    El ligamen entre la simbiosis de las banderas cubana e independentista catalana se remonta a la presencia de emigrantes catalanes en Cuba, como parte del masivo trasvase de españoles, antes y (especialmente) después de la independencia, fundadores de entidades notables, como la Sociedad de Beneficencia de Naturales de Cataluña, la española más antigua de América, en continuo funcionamiento desde 1841.

    Pero la exportación del experimento cubano-catalán fue producto de los esfuerzos de un ciudadano catalán, Vicencs Ballester  i Camps (Barcelona 1872-El Masnou 1938) . Vicenç+ballester+i+camps[1]De viajes a Cuba se trajo el nuevo diseño. En su insistencia en usar el rediseño de la bandera cubana, consideró que la bandera tradicional catalana no tenía el atractivo visual, al quedar neutralizada por la española. La adición de los colores azul y blanco resultaba muy efectiva, con el dramático y simbólico triángulo (que pocas banderas usan).

      La innovadora bandera adquiere forma jurídica cuando es mencionada explícitamente en el artículo 3 de la “Constitució Provisional de la República Catalana” Constitucio(la “carta magna” de la Catalunya independiente), redactada por Josep Conangla-1940Conangla i Fontanilles, presidente del Centre Catalá de La Habana, y aprobada en 1928 por una Asamblea del independentismo catalán en América, bajo la presidencia de Francesc Macià. Allí se dice taxativamente que “la bandera oficial de la República Catalana es la histórica de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo, con la adición, en la parte superior, de un triángulo azul y una estrella blanca de cinco puntas en su mismo centro.” Macia-reunio-banderes

    Mientras los estatutos de autonomía de Catalunya (1932, 1979) respetan la tradición y declaran la bandera histórica como la legal, el innovador texto de la “Constitucio de l’Havana”, declara que la bandera oficial sería la “estelada”. Se ha considerado históricamente que ésta es solamente un gesto reivindicativo, mientras no se disfrute de la independencia, y sobre todo mientras la histórica era ilegal. Los acontecimientos recientes señalarían que la bandera definitiva, en caso de conseguirse la independencia, sería la “estelada”, quedando la histórica y tradicional como una ilustración de anteriores épocas. 

    En la cercanía de una nueva celebración del 4 de julio, fiesta nacional de Estados Unidos, conviene meditar sobre el impacto de esa todavía potencia “necesaria”  (o insustituible, según la imaginería de Madeleine Albricht). Us[1]La nueva polémica creada por la vergonzosa conducta de Washington al convertirse en espía incluso de sus propios aliados y la impotencia en corregir los errores (Guantánamo es solamente uno de ellos) de las intervenciones posteriores al 11 de Setiembre de 2001 (“todos somos americanos”, dijo Le Monde) merece también meditar sobre la complejidad de la global huella creada por el experimento más ambicioso de nación por voluntad, imitable y adoptable, según los casos. Los trazos “americanos” en la bandera independentista catalana son solamente una muestra.    

Entre el Pacífico y el Atlántico

Por: | 28 de mayo de 2013

            El presidente nicaragüense Daniel Ortega ha invitado a Barack Obama a que incite a los inversionistas norteamericanos para que se adhieran al proyecto de construir un nuevo canal que uniría las dos costas y competiría con el Canal de Panamá, inmerso en una multimillonaria ampliación. A un lado y al otro de Centroamérica, cuatro países con costas en el Pacífico (Chile, Colombia, Perú y México) han reforzado su Alianza, que ya atrae la atención de Costa Rica y Uruguay como observadores, con el interés insólito de España. Canal-de-panama[1]

El asunto tiene los síntomas de epidemia. Amenaza con dejar de ser una moda pasajera. Se está instalando tenazmente. El Océano Pacífico se ha apoderado de los medios de comunicación y aparece en persistentes declaraciones de políticos y comentaristas. Todo se enmarca también en la imparable fiebre de construcción de esquemas regionales de lo que con candorosa alegría se llama “integración”. Calma.

            Paradójicamente, al tiempo que se tienen serias dudas de la supervivencia del euro y de la propia Unión Europea y, por no decirlo también catastróficamente, de la mismísima Europa, se alardean experimentos a los que como carta de presentación se le agrega el pedigrí de inspirarse en el modelo de la UE. Así, por ejemplo, se celebra ahora el medio siglo de existencia de la Unión Africana, admirable idea que desaparece en cuanto una crisis seria se asienta en un dúo o trío de sus componentes. El último “éxito” ha sido el de Mali, apuntalada por la Legión Extranjera de Francia.

Al otro lado de Europa todavía no se ha descifrado qué es la Unión de Euroasia, más allá de una mascarada de la Rusia nostálgica de su pasado soviético para dominar a sus vecinos descarriados. Si a éstos les dieran a eligir libremente entre Moscú o Bruselas, la decisión sería una emigración masiva a la Grande Place. Lo vergonzoso es que el gobierno ruso vende esa idea de “integración”, siguiendo el modelo de la UE. Seamos serios. Moscu

            Entretanto, con cierta resignación y aplicación los países del istmo centroamericano se han puesto mínimamente de acuerdo para firmar un Acuerdo de Asociación con la UE. En esta peculiar carrera han superado a los gigantes de la Comunidad Andina y el MERCOSUR. Mientras, en el verdadero Atlántico Norte (como reza el nombrecito de la OTAN) se alza el proyecto de un ambicioso acuerdo de libre comercio (y de inversiones) entre la UE y Estados Unidos, que se hará sentir como un gigante imán en Canadá y México.

Por lo tanto, si todas las predicciones se cumplen, por las leyes darwinianas de la integración solamente quedará la ampliación de NAFTA hacia Europa y la Alianza del Pacífico. Desaparecerán los restos de MERCOSUR, carcomido por las rencillas internas y el virus del populismo interior y procedente del ALBA chavista en declive, y la Comunidad Andina. Pero también quedará Brasil, que no se casará con nadie, sino tiene garantizado el liderazgo. Pero, ¿es todo esto “integración” siguiendo la inspiración de la UE?

            Antes de indagar sobre una posible respuesta a esta pregunta que se evita frecuentemente, conviene aclarar qué (a pesar de todas las dificultades, retos y amenazas) se debe entender como “integración” en la senda de la UE, y qué simplemente debe ser considerado como cooperación económica e incluso política de diverso grado. En primer lugar, se debiera asumir la consideración de la tradicional escala que comienza con una zona de libre comercio, sigue con una unión aduanera, se refuerza con un mercado común, y ya en un golpe de audacia se respalda con una unión económica/monetaria, para finalmente en el paroxismo del entusiasmo se sublima en una unión política.

Ninguno de los esquemas mencionados supera, ni siquiera en un plano teórico, el rigor del “mercado común”. El Mercosur está zapado de “perforaciones” tarifarias, la CAN ha sido incapaz de presentar un simple frente común al exterior más allá del admirable edificio jurídico, y el ALBA no ha superado la estrategia del trueque y las dádivas (interesadas) de Venezuela. Ninguno responde al mandato de las cuatro “libertades de movimiento”: bienes, capitales, servicios, y personas. La libre circulación de la fuerza laboral es una quimera, excepcionalmente respetada.  

Ahora el misterio reside en la actuación de la Alianza del Pacífico, apoyada por la necesidad de responder a los retos asiáticos. Obsérvese que es precisamente Estados Unidos el que mayor atención presta al nuevo escenario, como si se tratara de concentrar su flota en un Pearl Harbour seguro. Pero con el renovado vínculo con Europa guarda celosamente la ropa mientras nada en las inciertas aguas engañosamente “pacíficas”.  Pearl+Harbour+Soundtrack+pearl+harbour[1]

Entonces, de estos esquemas el que sigue teniendo la base más sólidamente anclada por la historia, el comercio, las lenguas, el derecho, las migraciones, y el deseo de futuro, es el triángulo formado por Europa, Estados Unidos/Canadá y América Latina. Es el único bloque que cimentado por su pasado puede enfrentar el incierto futuro de los retos presentados por otras regiones y coaliciones de BRICS, emergentes y continentes sin amalgama. De ahí que el entusiasmo canalero de Nicaragua sea simbólico de un deseo centroamericano de servir de vínculo entre los dos océanos, sin perder de vista la senda hacia el Caribe que apunta hacia Europa.                                 

             

Imagen y conocimiento de la Unión Europea en América

Por: | 06 de mayo de 2013

 

Redacto esta nota mientras repaso el contenido del excelente suplemento “Europa”, publicado por seis de los principales diarios europeos, entre ellos El País,  en una iniciativa sin precedentes, digna de todo encomio y candidata a ser imitada en los demás continentes. Colabora una selección de los más influyentes columnistas y analistas de los mejores “think tanks”, junto a un puñado de líderes de la Unión Europea. Por encima del abanico ideológico, los une una preocupación notable por el presente y el futuro, más que de Europa, que seguirá existiendo, por la Unión Europea, de la que su continuidad se duda en diversos frentes. Releo las opiniones e informes y me pregunto qué puede ser del interés de los ciudadanos americanos (del Norte y del Sur) y qué especialmente debiera ser foco de atención de los receptores de los medios de comunicación hispanos en Estados Unidos.

Confieso la complejidad de la pregunta general y me declaro un tanto incompetente para ofrecer una prescripción con cierta base sólida. Este diagnóstico es, en cierta manera, una admisión de fracaso por haber practicado durante más de cuatro décadas esa profesión de fin de semana colaborando en medios en español en ambos continentes y cumplir con las frecuentes preguntas. HeraldUn principio de la evaluación del conocimiento y la imagen de Europa es que no es muy diferente de la ofrecida por los medios en inglés en Estados Unidos y los propios latinoamericanos al otro lado de Río Grande y Cayo Hueso. En contraste con el impacto de la historia europea en América, en los medios de comunicación hispanos se observa una mezcla de desinterés, dominio del estereotipo y unas lagunas verdaderamente preocupantes de conocimiento de base. Esta percepción es más acusada cuando se trata de comentar sobre la Unión Europea en sí, que se confunde con “Europa”.

El negativo diagnóstico es particularmente corregido en algunos focos excepcionales. El primero es cuando la actualidad incide directamente en las experiencias de los consumidores de información (emigración latinoamericana en Europa). El segundo, dependiendo de las zonas del territorio estadounidense, cuando los hechos europeos se relacionan directamente con unos países en concreto (Cuba en Miami, como ejemplo). La tercera causa de cierto interés es cuando alguna pauta europea se siente directamente conectada con coyunturas comunes en Estados Unidos (crisis financiera, tráfico de drogas). Pero la Unión Europea en sí es una desconocida. ¿Cuáles son las causas?

En primer lugar, uno no se debe desalentar. Confieso mi desprecio por las preocupantes opiniones de colegas que se quejan de que los estudiantes no saben nada. Me pregunto qué sabíamos nosotros cuando teníamos su edad. Y, después de todo, para eso nos pagan: para investigar, enseñar y divulgar la cultura. Por eso la primera máxima al encarar esas dos tareas paralelas (enseñanza y colaboración en los medios de comunicación) es proponerse lo imposible. Se trata de combinar dos estrategias. La primera es evitar el menosprecio de la educación y preparación de alumnos y consumidores de medios. La segunda es descender a un nivel con mínimas garantías didácticas.

Pero no cabe duda de que el panorama es desalentador por el perceptible bajo nivel de atención, información, análisis y evaluación que los medios de comunicación hispanos exhiben sobre Europa y, peor, sobre la Unión Europea. Al preguntarse sobre las causas, paradójicamente, la respuesta reside no en una culpabilidad de la propia Unión Europea, sino precisamente por el cumplimiento de su misión fundacional. Europa no interesa porque no escandaliza. Se da por descontada. Más allá de esporádicas actitudes populistas, Europa está ya despojada del pecado imperialista en Latinoamérica. Prácticamente desde después de la independencia de Estados Unidos, Europa es una aliada natural (con excepciones que confirman la regla, como el enfrentamiento con España en Cuba). Cuando un perro muerde a un hombre, no es noticia; cuando un hombre muerde a un perro, es noticia, según dice el código del periodismo. Europa hace tiempo que no muerde.

Paradójicamente, los que la acusan de haber fracasado y estar cerca de su desaparición, debieran admitir que si muere, lo habrá hecho de éxito. Ha cumplido con todas y cada una de las misiones impuestas democráticamente y por consenso. En primer lugar cumplió con el mandato de “hacer de la guerra algo impensable, y materialmente imposible” según la doctrina de Schuman y Monnet. En segundo lugar ha construido el mayor y efectivo mercado común de la historia. Ha conseguido que hoy (a pesar de la crisis) nunca tantos europeos  de tres generaciones vivan mejor en mayor espacio de tiempo. Pero no muerde, aunque la crisis del euro en algo ayuda a traer la atención.

DelorsEn segundo lugar, el interés, información y análisis de la UE choca con una desventaja intrínseca del ente: es extremadamente complicado. Además de confundirse con Europa (una realidad histórica y cultural no reducida a la geografía), la UE es todavía un “Objeto Político no Identificado (OPNI), según feliz metáfora de Jacques Delors, no aclarada por las diversas teorías (funcionalismo, intergubernamentalismo, supracionalismo, realismos). Para profanos y especialistas, la UE es una maraña de instituciones, legislaciones, pactos y múltiples protagonistas, “gobierno multinivel”. Nada tiene de extrañar que, enfrentada a la complicada agenda de una visita a Bruselas, Madeleine Albright (Secretaria de Estado de Clinton, y catedrática de las relaciones internacionales) exclamara con cierto y sarcasmo que para entender a la UE se debía ser “francés o muy inteligente”.   Albright

Para comprender a la UE se debe tener la paciencia asiática, el entusiasmo latinoamericano, el pragmatismo norteamericano y una persistencia muy alemana. Se debe insistir en que la UE hace uso de medios económicos, pero que su fin ha sido siempre político. Se debe aclarar que es una organización voluntaria formada por estados soberanos, que no renunciarán a su identidad cultural o política. La UE no es un superestado en ciernes. Se debe admitir que los europeos quizá no saben quiénes son y donde termina Europa, pero saben perfectamente quiénes no son, y quienes no comparten sus valores o experiencias. Se debe internalizar que la UE no intenta imponer su modelo de integración nacional, pero sí compartirlo y ofrecerlo para su adopción, adaptación, corrección o rechazo según los errores cometidos. Winston-churchill[1]Se debe aceptar, en fin, que la UE, reescribiendo a Churchill con su descripción de la democracia liberal, es “el peor sistema de gobernanza interestatal, si se descartan todos los demás.          

                  

Al sur de Río Grande y Cayo Hueso

Por: | 28 de abril de 2013

Si dependiera de los bien disimulados deseos de los inamovibles intereses de Estados Unidos, América Latina podría perfectamente salir del radar de la atención del todavía poder hegemónico del hemisferio occidental. El interés norteamericano por sus vecinos se está debilitando por una combinación de factores, cada uno de ellos repleto de argumentos convincentes. Uno es la fascinación por el Pacífico. El otro es el proyectado acuerdo de libre comercio con la Unión Europea.

A pesar de ese diagnóstico, el presidente Barack Obama encara una visita a Latinoamérica, un escenario infrecuente en sus periplos internacionales. Centrará su atención en el aliado natural, México, y se reunirá en Costa Rica con los líderes de Centroamérica. El presidente mexicano Peña Nieto, Pena-nieto[1]identificado como uno de los cien líderes más influyentes del mundo por la revista Time, disfruta de un especial respeto (a pesar de sus problemas internos), antaño ausente por las contradicciones su formación histórica, el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Aunque se anuncia una reducción de la ayuda destinada a sectores políticos, se planea el aumento en las áreas comerciales. Se primaría, por lo tanto, el refuerzo de NAFTA, el único acuerdo comercial que ha sido un éxito razonable de la política de Washington desde que al final de la Guerra Fría George H. Bush y Salinas de Gortari forjaran una alianza que entonces pareció insólita y llena de riesgos.

La presidenta costarricense Laura ChinchillaChinchilla, heredera del respeto bien ganado por su distinguido predecesor Oscar Arias, encaja perfectamente en el retrato de las buenas amistades que le convienen a Washington. Guatemala apenas consigue despojarse del pasado militarista y represor, perennemente pendiente de su complejidad multiétnica. Honduras todavía no se ha recuperado de los efectos de la deposición sumaria de Celaya. La Nicaragua del Partido Sandinista de Daniel Ortega, reciclado aliado del ALBA, es un potencial campo de minas para reposados acuerdos. El Salvador todavía está inmaduro tras el ascenso al poder de la coalición liderada por los antiguos guerrilleros del FMLN de Mauricio Funes. La dictadura de las maras y la inamovible estructura oligárquica imposibilitan su progreso, dependiente de la remesas de la emigración. Panamá siempre será el socio seguro, pero debe evitar ser calificado como un lector fiel del guión washingtoniano. La puesta en marcha de las nuevas esclusas del canal marcará una época, que no conviene hacer peligrar.

En suma, el istmo centroamericano y México son el teatro idóneo de la nueva fase de la política del apoyo de Estados Unidos. Si en el país azteca la prioridad va a ser la economía, en Centroamérica el aumento de los favores de Washington tienen como foco de la lucha contra el narcotráfico y sus secuelas. Esta es la fuente de buena parte de los graves problemas de gobernabilidad, la criminalidad desbocada y la latente sombra de estados fallidos.

En el resto del continente el terreno de actuación de Estados Unidos está hoy dividido entre dos clases de países. Un bando está compuesto por los que mantienen un sólido ligamen con Washington, reforzado con acuerdos comerciales e implícitos pactos políticos. Los otros son los socios de una alianza explícitamente opositora y algunos de actitud ambigua. En suma, el panorama ideológico presentaría una amplia gama de opciones, dominadas en un extremo por una mayoría de los etiquetados como populistas. En el otro bando estarían los confiables para los intereses estadounidenses.   

Con la elección del centrista Horacio Cartes, el histórico Partido Colorado del Paraguay regresa al poder, remachando la defenestración sumaria del ex obispo Fernando Lugo. Surgiría entonces una excepción continental en la serie de la permanencia en el poder mediante elecciones sucesivas sin cuestionamiento de líderes que pertenecen a diferentes grados de la familia populista. Por otra parte, Cartes ya ha iniciado un acercamiento hacia sus vecinos, cortejando el apoyo de Argentina y Uruguay, y dando por descontado el de Brasil, para su reintegro en MERCOSUR, de donde el Paraguay fue suspendido por el traumático final de Lugo. Venezuela no pondría mayores obstáculos, ya que Maduro conseguiría de esa manera un toque pragmático de moderación. Bolivia no arriesgaría su candidatura para ingresar en MERCOSUR poniendo obstáculos innecesarios. En la zona “segura” quedaría también la moderación conservadora de Chile, que oscilaría del conservadurismo de Piñera al probable regreso en noviembre de la “Concertación” liderada por Michele Bachelet, en tándem con los democristianos.

En el mismo terreno seguirían alineándose los ejemplos de Colombia y Perú. En Bogotá la escena está dirigida por un conservadurismo liberal sui géneris que no parece cambiar por la alternancia entre los dos grandes partidos. En Lima hoy gobierna el pragmático Ollanta Humala, muy evolucionado de sus tentaciones indigenista-radicales, pero que es sospechoso por sus veleidades de apoyo a Maduro. No es casualidad que Perú y Colombia hayan recibido el favor doble de la Unión Europea y Washington para sendos ejemplos de acuerdos de libre comercio.

Boston: simbolismo de una moderna masacre

Por: | 19 de abril de 2013

 A cualquier visitante en Boston se le recuerda que en 1770, como aperitivo de la lucha por la  independencia de Estados Unidos, se produjo delante de la Old State House Old state (edificio gubernamental colonial), la llamada “Boston Massacre”. Fue una muestra de la represión violenta de las tropas inglesas contra los protestones bostonianos. Los perpetradores de la nueva matanza de Boston quizá no repararon que lanzaban un sutil mensaje político, además del acto criminal y cobarde. Boston ocupa un lugar preferente en el altar de los mitos identitarios de Estados Unidos, que la inmensa mayoría de los ciudadanos creen fielmente y que de forma fácil aceptan turistas y residentes ocasionales. Boston es Estados Unidos en esencia pura, con todas sus excelencias, carencias y contradicciones. Cultura, historia, experiencia inmigratoria, política: todo se constata fácilmente en una de las urbes con pleno sabor americano. Quizá por eso los asesinos decidieron segar las vidas de los que se adherían al sueño, y los maratonianos de decenas de países que hoy pueden decir como “Le Monde” el 11 de Setiembre, que “todos somos americanos”.

      No son muchas las ciudades que poseen un gancho plenamente identificable de un aspecto de las señas nacionales, reales o inventadas. San Francisco y su Golden Gate, San Antonio con El Alamo, Nueva Orleans y el llamado barrio francés (español), Williamsburg colonial, Chicago arrogante, Miami latino, la megalópolis de Nueva York y el frío mármol de Washington. No es casualidad que los terroristas del 11 de Setiembre eligieran la Torres Gemelas (íconos del capitalismo) y el Pentágono (emblema del poderío militar). El cuarto avión muy probablemente estaba destinado a estrellarse contra el Capitolio (más que la Casa Blanca, menos localizable). Fan

    Pero Boston supera a todos esos escenarios por su impresionante elenco universitario, de todas clases y costos, cobijo de conservadurismo, liberalismo y radicalismo. Nada extraña que el puritano John Winthrope en 1630 sermoneara a sus conciudadanos bostonianos del destino de la urbe a convertirse en una ciudad en la colina ("City upon a Hill"), de reminiscencias bíblicas. Como mérito y cumplimento de la misión recibida, Boston presume de haber fundado la primera escuela pública de Estados Unidos, la Latin School de Boston (1635). Conseguir el ingreso en Harvard (la primera universidad de Estados Unidos, fundada en 1636) o en MIT es ya de por sí una proeza y probable garantía de éxito laboral, aunque sea al coste de hipotecar el peculio familiar y el futuro financiero.

Pero lo más identificable de Boston es su especial “parque temático” de hitos históricos, reales y magnificados, reverenciados y protegidos, como si de ellos dependiera la existencia de una nación que no ha sido desde su nacimiento más que una idea. El credo nacional sigue estando basado en un trío fundamental: “La vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Este último reclamo es ciertamente vago, pero no menos irrenunciable. La exigencia vitalista pertenece al reino del derecho natural. La “libertad” alude a propiedades otorgadas por el orden constitucional. Pero la “búsqueda” (que no la garantía) de la felicidad es lo que cabalmente define la genuina idea americana, y de Boston. La modernidad complementaria con su herencia histórica se demuestra por presumir de primera red de metro en los Estados Unidos.

    La forma más lógica de rastrear este código es dejarse llevar por el meticulosamente señalado “sendero de la libertad” (Freedom Trail), ahora parte del Parque Nacional Histórico de Boston (Boston National Historical Park), señalado en las aceras y pavimento con losa rojiza. Inaugurado en 1951, con un recorrido de unos 4 kms, cubre 16 íconos. Se puede comenzar en el parque Boston Common y visitar el cementerio donde están enterrados algunos de los líderes y fundadores de la nueva nación. Luego se puede entrar en la Old South Meeting House, uno de los edificios fundacionales del sistema deliberativo del que tan orgullosos los norteamericanos.  De ahí el itinerario lógico es encaminarse a la casa de Paul Revere Revere-best (mitificado patriota de origen francés hugonote), donde se diseñó el sistema de alertar a la población acerca del lugar de penetración de las fuerzas británicas, con el uso de señales de linterna: dos por mar, una por tierra. El periplo debe terminar en el monolito de Bunker Hill, Bunkeren la vecina comunidad de Charlestown. Un itinerario alternativo es tomar un ferry en el puerto hasta el muelle donde está amarrado el navío USS Constitution, el más antiguo de la armada norteamericana, en servicio ininterrumpido desde 1797.

      De regreso al centro, la escala obligada debe ser el escenario del Boston Tea Party (1774), emblemática muestra de irritación de los bostonianos, quienes, sin tratar de cruzar la raya de exigir la independencia, protestaron por la imposición de tasas sobre la comercialización del té. “Taxation without representation” (impuestos sin representación) fue el grito de guerra civilizada. Pero las reticencias inglesas a responder a esta petición razonable terminaron con la paciencia de la población e inspiraron la “revolución” que acabó por extenderse por toda las colonias. De ahí que los fundadores del movimiento político de tendencia contestataria, que ha considerado la oscilación centrista del Partido Republicano como una desviación, creen conveniente apropiarse de la emblemática etiqueta. No es casualidad que la variedad ideológica de Boston produjera haber sido la cuna de la carrera del frustrado candidato republicano Mitt Romney. Para equilibrar el ánimo, el día debe acabar obligadamente en Faneiul Hall, con una bien merecida cena con productos marineros.

      La paradoja de Estados Unidos consiste en disfrutar de un legado de rechazo del  coloniaje británico y luego conservar sus tradiciones políticas y normas jurídicas, para cimentar la construcción de la nueva nación en la atracción de los extranjeros, cualquiera fuera su procedencia. Boston es una muestra palpable. Aceptando la invitación de Edna Lazarus inscrita en la Estatua de la Libertad (“dadme vuestras masas hambrientas, anhelando ser libres”) las familias de los presuntos terroristas chechenos llegaron a Boston. La moderna y masiva bienvenida al resto del mundo mostrada por la Maratón fue castigada por la nueva masacre de Boston. Pero el año próximo, se celebrará otra carrera, de luto por la segunda moderna masacre, pero en busca de la felicidad.

 Fotos: Joaquin Roy

Sara Montiel y Margaret Thatcher

Por: | 08 de abril de 2013

            Su muerte el mismo día es mera coincidencia, pero simbólica y representativa. Las figuras de Sarita y Maggie revelan el trasfondo de sus respectivos países, viejas naciones europeas y antiguos imperios que se han resistido a desvanecerse, aferrándose a unas señas de identidad que solamente las dos damas desaparecidas (y sus numerosos admiradores) comprendían. Pero la España de “la violetera” y la Gran Bretaña de la “dama de hierro”, que ambas tozudamente intentaron mantener inalterables, fueron (y son) antitéticas y de diversa fortuna. La belleza en technicolor que la cantante manchega transmitió con voz inconfundible contrasta con la faz seria y distante de ex primera ministra británica. Pero en las dos se detectan unas señas intrahistóricas todavía perceptibles.

            La España que era el marco de la época gloriosa de Sara Montiel, Sara aunque se resiste a desaparecer, parecía que había sido superada por el desarrollismo, la industrialización y luego la burbuja inmobiliaria que han llevado a la crisis y el desprestigio. El país que los cuplés maquillaban era entonces un escenario más próximo, por más imaginado que fuera. El lanzamiento hollywoodense que la llevaron a alternar con Gary Cooper y Burt Lancaster era el triunfo que borraba el desencanto de “Bienvenido Mr. Marshall”, en un estado dictatorial apuntalado por Washington. Pero los espectadores embelesados por sus películas aceptaban de buen grado las melodías que les evitaban contemplar un paisaje pobre, sin más alternativas que el silencio, la resignación o la emigración.

            La Gran Bretaña en la que arremetió con furia Margaret Thatcher era percibida por sus círculos conservadores como una traición a los valores eternos de la Inglaterra Imperial que había dejado paulatinamente que en muchos de sus antiguos territorios coloniales se pusiera el sol. Se trataba todavía de paliar ese lento desmoronamiento con la admirable ficción jurídica de la Commonwealth en cuya cúspide se colocaba a la monarca todavía actual. Eran los tiempos felices en que los escándalos de la casa de Windsor quedaban reducidos a la memoria del Edward VIII, quien había renunciado insólitamente al trono en 1936, “por el amor de una mujer” (con aire de bolero). Luego vendrían los escarceos de Charles y la tragedia de Diana.

            Los tiempos de Sara, leídos hoy, sobretodo con una perspectiva reaccionaria, se recuerdan con nostalgia. Nada se sabía (o no se publicaba por una prensa amordazada) de la corrupción barata y de poca monta que dominaba la supervivencia en un país que apenas se había recuperado de la cruel Guerra Civil (1039-1939) y el aislamiento tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Sarita vendía violetas mientras todavía presos republicanos terminaban la construcción del Valle de los Caídos. La Sexta Flota llegaba a los puertos mediterráneos, mientras Rota y Torrejón eran objetivos geoestratégicos de los soviéticos en la Guerra Fría, convirtiendo a España en miembro forzado de la OTAN, sin voz ni veto, con todas las desventajas y ninguna de las desventajas. El franquismo recibía una prórroga de un par de décadas.

    Maggie[1] Maggie arremetió en medio de un país que había adoptado numerosos aderezos del estado de bienestar con el que todavía intentaba corregir los históricos desequilibrios sociales que se habían en entronizados desde la Revolución Industrial. La evidente división de clases era suavizada por servicios de salud, pensiones, educación que han sido la marca de los gobiernos laboristas (etiquetados en conversaciones distendidas como “socialistas”). Thatcher se propuso desmantelar ese entramado contrario al “laisser faire” y el liberalismo con el (viejo)liberalismo que había encontrado al otro lado del Atlántico al socio idóneo para bailar el tango de la expresión angloamericana: Ronald Reagan.

    La España de Sarita, una vez desaparecido el franquismo, se afanó en recuperar el tiempo perdido y apostó por reinsertarse al otro lado de los Pirineos. Ortega y Gasset había dicho que “España era el problema y Europa la solución”. Desde 1986, año del ingreso, hasta mediados de los 90, España se convirtió en la décima potencia económica del mundo y el mayor donante de ayuda al desarrollo en inversor en América Latina. Nunca tantos españoles de tres generaciones que convivían en esos años habían vivido mejor durante tanto tiempo.

     Maggie se había tragado en su momento el ingreso del Reino Unido en la entonces todavía llamada Comunidad Económica Europea, centrada en el Mercado Común. Enmendándole la plana a su correligionario Edward Heath, se propuso frenar la europeización más allá del Mercado Unico, enterrando toda seña de supranacionalidad, un guión que ha heredado David Cameron. Lo que hace apenas pocos años era una lejana hipótesis académica, ahora el “Brexit” es parte del plausible guión. 

    Hoy la España de Sarita ha resucitado con el colapso inmobiliario, el desempleo generalizado, la emigración y las dudas acerca de su sistema político. La Gran Bretaña imperial recibió un golpe de vitaminas con la decisión de Maggie de contraatacar en las Malvinas. Curiosamente, odiada en Buenos Aires, se merece un monumento frente a la Torre de los Ingleses, al lado del memorial a los caídos. Su decisión representó el golpe de gracia a la decrépita dictadura de Galtieri. David Cameron se mueve como un Hamlet entre el ser o no ser en Europa. Maggie lo hubiera hecho de otra forma. Sarita es solamente una memoria de que la falacia de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Entre protestas de indignados, ni socialistas ni conservadores resultan aceptables. A los fumadores no les queda ni ese consuelo, expulsados del ágora.                                                                 

La sacralización política de Chávez

Por: | 09 de marzo de 2013

Resulta digno de meditación el contraste entre la construcción de un carisma popular de Hugo Chávez, Ss-130308-hugo-chavez-funeral-jsw-tease.photoblog600[1]posiblemente su mejor triunfo en vida, y la impersonal sacralización de su persona, cargo y símbolo. El embalsamamiento de sus restos le puede jugar una mala pasada póstuma al no poder superar la negativa identificación de Hugo Chávez Frías con el comandante en jefe expuesto “eternamente” (en palabras de su sucesor Nicolás Maduro) en una urna. El paso del tiempo le puede restituir las arrugas que la ciencia de momento le ha maquillado.

          Chávez había conseguido llegar lo más lejos posible en conseguir la identificación que unas pocas figuras de la historia y solamente dos en América Latina han sublimado: Bolívar y José Martí. La sistemática búsqueda de la inacabada identidad nacional en todos los países latinoamericanos, en todas las generaciones, se basó desde los primeros momentos de la independencia en la identificación de unas anclas fehacientes.

La fórmula mágica se ha compuesto de una figura política central, producto de acciones individuales y unas dosis de valentía y osadía, un territorio (heredero paradójico de las divisiones administrativas de la colonia), unos símbolos constatables (bandera, himno, canción popular nacional, equipo de futbol, comida emblemática), y un pueblo. Este debía cuadrar con el retrato de sujeto de una nación cimentada en la voluntad de opción, no de origen étnico. Si la mayoría de los componentes de ese pueblo eran “los de abajo”, “los pobres de la tierra”, Images[3] los excluidos por la pobreza y la desigualdad, mejor. La adición del ingrediente anti-imperialista opositor de Estados Unidos y su política inaugurada con la Doctrina Monroe completó el programa de éxito de esa estrategia sin apenas planes preconcebidos.        

Pero el paroxismo máximo y la meta raramente disimulada por sus protagonistas han sido el paralelismo y la simbiosis de una persona y una “patria”, más allá de un simple Estado-Nación. Mientras unos lo han intentado en vida, el éxito mayor lo han disfrutado los sujetos que solamente después de su muerte se han visto elevados a esa condición, frecuentemente sin proponérselo.

Si Bolívar sería ejemplo de la personalidad que estuvo convencido de haber sido identificado por el destino, no solamente con respecto a su territorialmente limitada Venezuela, sino a una América Latina más amplia, Martí respondería al modelo que solamente tras años de su muerte fue transformado en un ícono de la nacionalidad cubana, necesitada desesperadamente de esa identificación como argamasa política. Mientras Bolívar disfrutó tempranamente tras su muerte de esa simbiosis, Martí debió esperar a que el uso y manipulación de la Revolución castrista lo convirtieran en sinónimo de la propia Cuba. Trad portrait

En ese caso, Fidel Castro ha estado preparando magistralmente compartir ese pedestal al reclamarlo como inspirador de su sistema marxista. A pesar de la reticencia de sectores conservadores y católicos que no encajaron adecuadamente la aparición de un apóstol no. 13, su final suicida y su origen masón, lo cierto es que el triunfo de Martí en esa tarea ha sido total, reverenciado por igual en la Cuba comunista y en el exilio, tanto duro como moderado.

A su lado, experimentos e intentos variopintos dignos de consideración deben ser vistos como muestras imperfectas, aunque no exentas de éxito temporal limitado. El caso más cercano de esa asunción a los estrados más elevados es el más exitoso registro de populismo, todavía modelo e insoslayable punto de referencia: Juan Domingo Perón, pero sobre todo la irresistible atracción de su mujer Eva Duarte. No en vano hay que tener en cuenta el uso del apelativo de Santa Evita y su entronización en una capilla especial.   Peron-eva rosada

Pero obsérvese la ventaja de Bolívar y Martí con respecto a la larga lista de populistas, próceres y dictadores de diversa talla que han competido con compartir ese lugar solamente reservados a unos pocos elegido. Mientras el venezolano y el cubano no son cuestionados por nadie en su contexto, los demás sufren de los ataques de diferentes sectores políticos y sociales. Chávez luchó denodadamente en disfrutar de ese privilegio. De momento, solamente ha conseguido ser objeto de un intento de sacralización representado por su conservación en una urna.

Pero ese logro ya está erosionado por la desaparición de los rasgos personales populares. Las canciones tradicionales (cerradas por “Alma Llanera”) entonadas magistralmente por una orquesta y coros al final de la ceremonia fúnebre han quedado ya enmudecidas por los discursos huecos, repetitivos y falsamente humanizantes. Algún día, alguien (probablemente el propio Chávez) le pedirá cuentas al mismo Nicolás Maduro por ese desastre.

Bolívar, reposando en el impresionante Panteón Nacional, habrá respirado aliviado al librarse de una compañía incómoda y de una imitación incompleta e imperfecta. Se sospecha que esa cohabitación estuvo en los planes del postchavismo. Algunas veces la cordura se impone. Castro está, por lo parte, convencido de que superará todos los records, pero lo alejarán prudentemente de Martí. Pero no de la historia, de la que se duda que lo absuelva.                                                                            

 

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal