Joaquin Roy

España-América Latina: Una relación en peligro

Por: | 05 de enero de 2014

Una “relación muy especial” puede estar ya en la unidad de cuidados intensivos: la que implica a España con América Latina. Las primeras recientes señales de dificultades en las relaciones entre España y la compleja Latinoamérica actual comenzaron a atisbarse en las dificultades de encaje de los inmigrantes latinoamericanos en España, atacados por la crisis económica de la primera década del presente siglo. La reconversión de España en país receptor de inmigración (notablemente, pero no de forma exclusiva, procedente de Latinoamérica) se había apoderado de los medios de comunicación como la gran noticia del cambio de centuria.

Se corregía de esa manera la tónica histórica de la emigración española hacia América, por motivos económicos, políticos y de estado. El desvanecimiento de la burbuja inmobiliaria fue un golpe contundente que todavía se nota. España, de “Madre Patria” se convertía en madrastra desagradecida, al invitar a los nuevos llegados a abandonar el nuevo hogar. La “relación especial” era impotente para enfrentarse a los argumentos financieros. Carabelas

            El activismo de las inversiones españolas en América Latina, ya desde los ’90, recordaba que las nuevas carabelas llegaban pilotadas por ejecutivos de banca, compañías telefónicas y empresas energéticas. Las nacionalizaciones de empresas petrolíferas en Argentina, eléctricas en Bolivia y financieras en Venezuela (entre muchas otras actividades) se entrelazaron con la bronca del Rey Juan Carlos para que Chávez se callara. La “relación especial” entre España y América fue perdiendo enteros, incapaz de servir de escudo cuando concretas circunstancias la hicieran conveniente, como sucede ahora en PanamáKroonland_in_Panama_Canal,_1915[1]

Curiosamente, la imagen general de España y los españoles no ha sido afectada en la última década en la percepción latinoamericana, como lo demuestran los periódicos sondeos del Latinobarómetro y las propias opiniones de viajeros y residentes a ambas orillas del Atlántico. La memoria histórica ha estado contribuyendo asiduamente al mantenimiento de la imagen de esa “Madre Patria”, como expresión frecuentemente vacía de significado denso. Pero los argumentos intrahistóricos han sufrido también el paso de los tiempos y han sido afectados por la propia transformación de las sociedades latinoamericanas. La huella familiar del recuerdo por el “abuelo gallego”, aunque superviviente en la presencia hogareña, ya no tiene la misma fuerza de antaño, aunque se mantiene el respeto.      

            Pero el paso de los tiempos y la maquinaria de las conductas económicas y políticas están siendo crueles en el mantenimiento de este vínculo tradicional. El sutil o explícito descenso de la ayuda tradicional española a América Latina no está pasando desapercibido para los observadores latinoamericanos. Desaparecidos o reducidos en número, los emigrantes tradicionales (hambrientos, refugiados políticos, eclesiásticos caritativos) han sido sustituidos por trabajadores más cualificados escapados de la crisis peninsular. Los ejecutivos de empresas con notable impacto mediático han ocupado definitivamente el espacio antaño monopolizado por las autoridades coloniales, sin que la comparación frecuentemente haya proporcionado mejora en la percepción pública.

            Conviene sopesar que los sectores de la actividad empresarial española tiene un riesgo de atención pública muy elevado, con efectos directos en las economías de los ciudadanos (telefonía, suministro de energía, finanzas), con lo que al surgir problemas resulta fácil encontrar culpables, frecuentemente usando los reflejos de enfrentamiento ante el imperialismo”, antes identificado con otros entes políticos. La supervivencia y transformación del populismo han hecho el resto.

        Panama-works    En ese contexto estalla ahora la crisis del Canal de Panamá. En realidad, es un problema de la financiación de la continuación de las obras de la ampliación del sistema de esclusas. Para numerosos observadores, el incidente reveló en sí la confirmación de una tónica derivada de la “relación especial” entre España y América Latina: un consorcio liderado por Sacyr, una compañía española, se había apoderado de la concesión de los trabajos. Había superado a otros pretendientes presididos por intereses norteamericanos, como si de reescribir la historia se tratara. Aunque la maraña de cálculo del coste que llevó a la concesión del proyecto es complicada, se puede admitir que parte del éxito se debió al papel jugado por esa “relación especial”. 

            Los primeros pasos de la controversia llevan ya ingredientes de populismo (por parte del gobierno panameño), competencia con otros intereses (principalmente norteamericanos, impelidos por cierta envidia de actividad en el “patio trasero”), críticas internas acerca de la tradicional picaresca española, y reflejos de la crisis moral que atenaza a España, atrapada en corrupción. Juego panamaDepende ahora de la evolución que tome el desacuerdo entre el consorcio y el gobierno panameño para que este capítulo confirme la contumaz difuminación de ese vínculo especial o, por el contrario, una dimensión peculiar de su supervivencia. 

La genuina “relación especial”

Por: | 22 de diciembre de 2013

En el vocabulario de las relaciones internacionales existe un consenso bastante generalizado que la relación entre Estados Unidos y Reino Unido es “especial”. Esto justifica el análisis y la predicción consistentes en que, a pesar de desacuerdos pasajeros, Londres y Washington terminan por forjar una coalición a prueba de todas las dificultades. Esta convicción, que raramente se cuestiona y cuya invalidez es difícil de probar, se amplifica y adapta a otra “relación especial” que resulta sumamente útil para justificar en principio compromisos, coaliciones y alianzas, e incluso tratados explícitos, que uno se pregunta por qué no han sido sublimados con anterioridad.

Ese es el caso de la “relación muy especial” entre Estados Unidos y la Unión Europea. La carencia de un acuerdo concreto entre esas dos grandes entidades en un terreno que comparten de forma incuestionable (comercio e inversiones) debe haber estado en la mente de los dirigentes y expertos. De ahí el surgimiento del proyecto de “Partenariado Transatlántico para el Comercio y la Inversión” (Transatlantic Trade and Investment Partnership, TTIP)”.

Ttip-pupLos datos son impresionantes. La relación económica entre Estados Unidos y Europa es la más sólida del planeta. En volumen, su importancia es impresionante, tanto en términos absolutos, como para cada una de las partes con respecto a la otra. Su intercambio comercial representa el 30% del total mundial, con un total que rebasó los $600 mil millones. El sector servicios abarca el 40% del trasvase mundial. En ambos terrenos, cada una de las partes es el proveedor más importante de la otra. En la ayuda exterior al desarrollo, su contribución dual llega al 80% de la mundial. Mientras la población conjunta de más de 800 millones (501 en Europa y 310 en Estados Unidos) solamente representa menos del 12% de la mundial, el porcentaje de PIB rebasa el 50%, casi a partes iguales (28% de la Unión Europa y 25% de Estados Unidos).

Por lo tanto, el proyecto es lógico. Lo que uno se debe preguntar es sobre la causa de la conveniencia de acometerlo ahora. La respuesta es que el mundo es ahora mucho más complicado. Los precedentes de anteriores experimentos pueden rastrearse a la formación del Espacio Económico Europeo entre los sub-bloques de la UE y los países que todavía estaban en la EFTA. Esto provocó el “contraataque del imperio” ya al final de la Guerra Fría con la ampliación del pacto de libre comercio entre Estados Unidos y Canadá para incluir a México en la construcción de NAFTA. El siguiente paso en esa lógica fue la puesta en marcha del Area de Libre Comercio de las Américas, fundada a bombo y platillo en Miami en 1995. El proyecto fue descarrilado por la mala sintonía entre Washington y algunos países latinoamericanos de miras populistas, pero también por las reticencias de Brasil que nunca quiso ser cola de ratón.

Ahora, se acomete un complemento de la estrategia de Estados Unidos de forjar tratos individuales con algunos países el hemisferio, en tándem con el acuerdo del Pacífico. Sin que lo reconozca en público, el gobierno norteamericano no se fía de la solidez de los tratos con Asia, entre países de tan diversas tradiciones, intereses e inclinaciones ideológicas. Con el TTIP, Washington y Bruselas se guardan las espaldas mutuamente, convencidos de que los enemigos nuevos son los componentes de las economías emergentes, de características tan variopintas como China, Rusia y el mismo Brasil (los llamados BRICS). Europa y Estados Unidos han descubierto lo mucho que comparten en su histórica “relación especial”.

En cualquier caso, una serie de detalles estructurales y perfiles coyunturales  representarán obstáculos en la senda de las negociaciones. En primer lugar, habrá que prestar atención al calendario electoral en ambas orillas. El nuevo Parlamento Europeo puede presentar exigencias que hasta entonces los negociadores no pueden garantizar. Iniciar unas negociaciones no prevé su consecución, sujeta a los procedimiento internos de cada una de las partes. El Congreso de Estados Unidos tendrá la última palabra por parte norteamericana. El fantasma del proteccionismo se cierne a ambas orillas. El problema del espionaje norteamericano se entrometerá en la madeja comercial. La protección de datos personales se convertirá en una condición innegociable. El “enriquecimiento” artificial de alimentos al modo de Estados Unidos será rechazado en Europa. El terreno pantanoso de la desregulación se convertirá en un obstáculo para el progreso y cierre de los acuerdos. Finalmente, cabe preguntarse qué actitud tomarán otros actores externos que consideran que esta nueva alianza euroamericana es una amenaza para sus intereses.

La acción no ha hecho más que empezar para el refuerzo (o debilitamiento) de la “relación especial”. Detrás de los fríos razonamientos está la convicción (o deseo) de que es una tarea en la que ambas partes están condenadas a entenderse. Si éstas no lo hacen, ¿qué otras? No de extrañar, por lo tanto, que numerosas entidades académicas, políticas y económicas a ambos lados del Atlántico se hayan propuesto prestar atención a lo que se puede convertir en el acuerdo económico-estratégico más importante de esta primera parte del siglo XXI.  

Lejos de la UE hace mucho frío

Por: | 15 de diciembre de 2013

Los ciudadanos de Ucrania (al menos los que se han estado manifestando vociferadamente en Kiev) se resisten a que su país recaiga bajo la égida rusa. Anhelan un acercamiento sólido hacia la Unión Europea. Le recriminan a su presidente Víctor Yanukovich Yanukovich-_1557527c[1]que rechace el ofrecimiento de la Unión Europea de un generoso Acuerdo de Asociación, una especie de puente de espera para ingresar algún día en la propia UE.

Al otro lado del tablero, Moscú emplea todos los argumentos de fuerza disponibles para que Ucrania se pliegue a los planes rusos y pase a formar parte de una unión aduanera peculiar formada por la omnipotente Rusia liderada por Putin. Esa oferta se ha vendido como “integración” siguiendo el modelo de la UE, pero es simplemente la ejecución de un plan de hegemonía rusa que sin ambages debe ser considerado por una resurrección de la Unión Soviética). Los ucranios creen firmemente lo que en su momento dijo el malogrado ministro de Asuntos Exteriores español Francisco Fernández Ordóñez sobre la bondad de la membresía en el ambicioso sistema europeo: “fuera de la UE hace mucho frío”. Para algunos, estar lejos (y cerca de Rusia) es peor.

Al otro extremo del continente, el gobierno británico (apoyado por otros euroescépticos) exige limitar la libre circulación de los ciudadanos europeos, dando al traste con una de las más espectaculares conquistas de la integración continental. El primer ministro David Cameron planea cerrar el paso a la residencia de los ciudadanos de los recién llegados rumanos y búlgaros y limitar a los beneficios de residencia a los desempleados de otros países miembros de la UE. Al mismo tiempo, anuncia planes para reclamar la devolución de competencias “comunitarizadas” por los tratados, con el plan de rebajar la UE a la categoría de un simple mercado único.

Entre esos dos extremos se juegan no solamente unas partidas de ajedrez de ámbito fronterizo y una contrapuesta interpretación de la naturaleza de la UE, sino el futuro no solamente de la misma UE y también de su modelo de integración para consumo mundial, y como consecuencia de la experiencia más ambiciosa de efectiva cooperación entre estados de toda la historia. Pero, vistos desde una perspectiva más positiva, ambos procesos revelan un triunfo histórico impresionante de la propia UE.

Por un lado, la tentación de aceptar los beneficios de los programas de la UE revela el logro del proceso arriesgado que se puso en marcha con el final de la Guerra Fría. En el seno de la UE triunfó la visión de que se tenía que optar por otro “paso osado” en la tradición de Monnet y Schuman. La división de Europa fue una injusticia histórica y se debía corregir primero por el decisivo plan de la ampliación a ocho países anteriormente bajo el manto de Moscú, y dos estados isleños del Mediterráneo (Chipre y Malta).

Con todas las dificultades, se procedió a la incorporación de esa decena de países, en un incierta operación que evitaba los peligros de la deriva hacia alianzas más dudosas, mientras la propia Unión Soviética de desintegraba. Los numerosos análisis teóricos y prácticos demostraban que, a pesar de los riesgos, se presentaban una serie de ventajas, no solamente económicas para los nuevos miembros, sino de consolidación de la atmósfera de paz al resto de Europa.

La fuerza irresistible de la UE estaba basada en su poder de “reclutamiento”, ante la alternativa del vacío. Al mismo tiempo, con el guiño de Estados Unidos, se le ofrecía a los nuevos miembros la extensión del paraguas de seguridad de la OTAN. Moscú tomaba nota y poco pudo hacer durante un tiempo para evitar la incorporación de la primera oleada de países a la UE. Ahora ha llegado la hora de oponerse a la “segunda ampliación” presentada con la consolidación del plan de “vecindad”, por el que los países que siguen en la periferia se benefician de ayudas y ventajas como en los viejos tiempos se hizo con los ya incorporados.

Nótese que ambas políticas (ampliación/ingreso en la OTAN, y ahora refuerzo de la “vecindad”) han contado con el apoyo de Estados Unidos. Washington, como sucede en otros lugares, prefiere apoyar la iniciativa de sus socios desde atrás, que arriesgarse a ejecutar movimientos falsos. La estabilidad del territorio abierto al este de Polonia es prioritaria. No es casualidad, en ese contexto, que el senador John McCain, el propio contendiente de Obama en la carrera presidencial, haya acudido a Ucrania en una curiosa misión de comprobación de hechos y de apoyo a los resistentes a los planes del presidente ucranio.

Esos anhelos ucranios para acercarse a la UE debieran hacer meditar a los que en algunos poderosos estados miembros como Reino Unido y la propia Francia coquetean con medidas populistas y anti-integracionistas. Washington debiera advertir a Londres y París.

Entre Lampedusa y Kosovo

Por: | 26 de octubre de 2013

Sigue la trágica avalancha inmigratoria a territorio europeo en el Mediterráneo.  Siguen las muertes. Siguen los enterramientos de hombres, mujeres, niños. Sigue la dispersión de sus cadáveres en ataúdes rebasando las dimensiones reducidas de Lampedusa, derramándose por Sicilia. Y siguen cientos de seres humanos engullidos en las entrañas del “Mare Nostrum”. Es un curioso nombre romano para un espacio que se resiste a ser dominado desde el corazón de Europa. Pero es que en el propio epicentro de la región más rica del planeta los propios estados se sienten impotentes para imponer orden interno y recurren a la fuerza para decidir quién tiene derecho a vivir y residir y quién debe marcharse, por las buenas o por las malas.      

Las tragedias marinas han venido a ser todavía más dramatizadas por el penúltimo incidente de la interminable serie de rápidas y contraproducentes decisiones gubernamentales. Esta vez ha sido la vergonzosa expulsión en Francia de una niña de vago origen kosovar (aunque nacida en Italia).  Leonarda Leonarda Dibrani, de 15 años, fue sumariamente detenida en un viaje cultural de su escuela, junto a su madre y hermanos. En bloque fueron velozmente enviados por vía aérea a la población de Mitrovica, donde su familia romaní (gitana) había vivido en el pasado. Técnicamente apátrida, el comportamiento de su padre no encajaba con las reglas sociales francesas. Consecuentemente, el ministro del Interior Manuel Valls decretó la deportación, generando vivas protestas generalizadas. Luego, tarde y mal, rozando la desautorización de su ministro, el presidente Hollande ofreció hipócritamente a Leonarda regresar a Francia (pero, sin su familia), limosna que fue rechazada: o todos o ninguno, dijo la niña.

Este nuevo capítulo de aplicación de las leyes nacionales de los países de la UE recuerda las serias tensiones de las sociedades que atribuyen a diversas dimensiones de la inmigración (legal e indocumentada) las causas de los problemas económicos y de índole de criminalidad. Durante la administración de Nicolas Sarkozy, el gobierno francés ordenó en abril de 2011 el cierre de la frontera con Italia, en violación del acuerdo de Schengen,  para frenar el éxodo de inmigrantes del norte de Africa que utilizarían el suelo italiano como simple zona de paso para adherirse a las comunidades magrebíes firmemente establecidas en territorio galo. Esta decisión provocó la firme advertencia de la Unión Europea, que recordaba la anterior recriminación cuando el mismo Sarkozy en agosto de 2010 ordenó la deportación en masa de grupos de romaníes, sin importarle que eran ciudadanos rumanos, y por lo tanto libres de residir y circular en todo el territorio de la UE. Bruselas se contentó con una promesa de mejor comportamiento en el futuro del gobierno francés. París ahora ha apretado todavía más las clavijas y ha vetado la entrada de Rumanía y Bulgaria en Schengen, para así evitar la circulación de sus ciudadanos al corazón de Europa.

Conviene notar que el desmantelamiento de asentamientos de romaníes y la expulsión de colectivos del mismo origen han sido frecuentes en los últimos años, bajo la justificación de razones de orden público y sanitarias, además de limitaciones de residencia sujetas a contar con fuentes de financiamiento con empleos estables. Pero en los casos en que la legislación de la UE puede haber sido violada, los avisos a Francia por parte de la Comisión Europea han servido de poco.

El balance es que el gobierno francés se siente amenazado por los votos del sector conservador y centrista que oscilan hacia la ultraderecha de Le Pen. Se está mandado un mensaje preocupante de cebarse en grupos desprotegidos y culparlos de los problemas económicos y sociales. La lógica aducida es que hay que frenar la inmigración y su consecuente coste económico-social en los servicios públicos y dimensiones del estado de bienestar. Está por ver si algunos gobiernos europeos continuarán cayendo en la trampa de aplacar el racismo y la discriminación con medidas populistas más propias de los años 30, en plena época de pánico social, erosión de las clases medias y preludio de la Segunda Guerra Mundial que produjo la catástrofe que luego aconsejó la fundación de la UE.

            En este contexto de incertidumbre y temor nada tiene de extrañar que el Consejo Europeo de la semana pasada decidiera postergar decisiones drásticas y la aprobación de un plan estratégico para enfrentarse al reto de la inmigración. Además de tratar prudentemente el escándalo de la revelación del espionaje de Estados Unidos sobre las comunicaciones europeas (otra muestra de la debilidad institucional de la UE), se decidió esperar a después de las elecciones europeas de mayo del año próximo para lograr un acuerdo inmigratorio.

Los estados miembros pretenden de esta forma no abrir más la caja de Pandora y alimentar las campañas de los partidos de ultraderecha que amenazar con hacer caer algunos de los gobiernos conservadores o en coalición que están optando por medidas de dureza contra los inmigrantes y los “europeos errantes” (como el caso notorio de los gitanos de la Europa del este). Mientras tanto, más de lo mismo: llegada tenaz a Lampedusa y Malta de embarcaciones repletas de desesperados ansiosos de refugiarse en el ”sueño europeo”.

Lo anterior, leído en clave americana, en un contexto conservador de Estados Unidos, donde un sector notable de los legisladores estadounidenses están amenazados de perder sus escaños en manos de agentes del Tea Party, no sirve ni siquiera de consuelo. Los que de momento pagan peor el espectáculo de la congelación del Congreso y la precariedad de la reforma del sistema de salud de Obama, son los desprotegidos, los inmigrantes indocumentados, desempleados. Todo confirma, simplemente, que la ola populista es en realidad la amenaza más imponente y preocupante.                                                        

Contexto y consecuencias de Lampedusa

Por: | 13 de octubre de 2013

Detrás del sistemático ataque del Partido Republicano, secuestrado por el Tea Party, contra la reforma sanitaria de Barack Obama, reside la percibida amenaza de la inmigración sobre la imaginada y mítica esencia nacional de Estados Unidos. Ante la contumaz atracción del país en el resto del planeta poco pueden hacer medidas restrictivas para disuadir la inmigración. Lo más que se puede intentar es su canalización y subsecuente legalización. Mientras tanto, la polémica del sistema de salud (y detrás de ella la amenaza inmigratoria, aunque no es la única causa) se cierne como una cimitarra sobre la convivencia y la cohesión nacional, hasta el extremo de hacer ingobernable el país y sumirlo en la suspensión de pagos.  

            Al otro lado del océano, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, fue silbado a su arribada a Lampedusa, como protesta por la inoperante conducta de la Unión Europea ante las oleadas de las trágicas y frustradas arribadas de inmigrantes a las costas italianas. Aunque la protesta se hacía extensiva al primer ministro italiano Enrico Letta O-letta-facebook[1]y a la comisaria de Interior Cecilia Malstroem, los protestantes en rigor se equivocaban de objetivo. La UE no es la causante de la impotencia en evitar ese pertinaz movimiento. Los culpables son los mismos gobiernos soberanos que desde los ambiciosos logros de integración profunda que se apuntaban con el Tratado de Maastricht se han resistido a dar unos nuevos “pasos osados”, como se prometía desde la Declaración Schuman de 1950. Hay una línea roja que en las capitales europeas no se está dispuesto a pasar.

            El problema reside en que todavía las competencias de inmigración y fronteras están ancladas firmemente en los sectores inamovibles del antiguo tercer pilar de la UE, ahora bautizado como “Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia”. Aunque lenta, pero tenazmente, muchas competencias antes bajo el yugo de la unanimidad han sido traspasadas al área comunitaria y cuyas decisiones se pueden ya tomar por mayoría cualificada, el paso crucial se resiste.

Desde 1957, con la aprobación del Tratado de Roma que fundó la Comunidad Económica Europea y EUROATOM, el cambio decisivo con respecto a la modestia de la agenda de la Comunidad del Carbón y el Acero (CECA) de 1952, como resultado de la oferta de Schuman leyendo el guión de Jean Monnet, el corazón de la integración europea ha estado centrado en el funcionamiento del Mercado Común. La sublimación del Tratado de Roma, en este terreno, tuvo que esperar a la aprobación del Acta Unica de 1986. Las columnas fundamentales de lo que sería conocido luego como el Mercado Unico eran cuatro libertades de movimiento.

La primera, fácil de entender, es la libre circulación de bienes, con el desmantelamiento de las barreras arancelarias y físicas; la segunda está centrada en la circulación de capital, operación bastante fácil, ya que estaba impelida por los activos intereses económicos y empresariales; la tercera era la desaparición de las limitaciones a la libre disponibilidad de los servicios.

La cuarta sigue siendo la más difícil: la libre circulación de las personas. Si este aspecto está regulado y garantizado por los tratados en el contexto interior y se está anclado en el terreno comunitario (primer pilar), el trasvase de ciudadanos por las fronteras exteriores está formalmente sujeto a las decisiones soberanas de los estados. Inmigración, visados, asilo y cualquier dimensión de control de fronteras son monopolio de los gobiernos y solamente el Consejo, mediante decisiones unánimes, puede emitir legislación efectiva.         

De ahí que los gobiernos se aprovechen de su carencia de competencia y echen la culpa a las instituciones de la UE, atizando a la opinión pública contra los entes supranacionales, como la Comisión, y también el Parlamento, por la ausencia de regulaciones colectivas y la dependencia de decisiones y medios puramente nacionales. Esconden cómodamente el hecho de que con decisiones conjuntamente soberanas el problema por lo menos se encararía de una forma más eficaz. Se deben “comunitarizar” las atribuciones de orden interior.  

Pero los gobiernos se resisten en hacer desaparecer un chivo expiatorio. Lo que funciona mal es la UE, y las instituciones se dibujan como lejanas e inaccesibles. En lugar de acudir a remedios de urgencia como el envío de unos cuantos navíos a vigilar la zona entre Túnez, Sicilia y Malta, Italia debiera liderar y ser arropada por sus socios más potentes y cercanos (Francia, España, y también el Reino Unido) y establecer una flota de vigilancia que no reduzca sus funciones a la interdicción de embarcaciones repletas de emigrantes desesperados, sino a la efectiva regulación del tráfico en el Mediterráneo. Lampedusa1[1]

Es más, los mismos gobiernos, quizá también con la cooperación de Estados Unidos y otras potencias extra mediterráneas, debieran presionar a los países emisores de la emigración incontrolada para que ejercieran una soberanía más eficaz. De no contar con medios propios, la ayuda debiera consistir en unos planes de desarrollo ambiciosos para cortar el problema de raíz.

En fin, si estas alternativas no son viables, en ambos contextos del mundo desarrollado, Estados Unidos y Europa, no queda más remedio que asumir la responsabilidad del papel de imán atractivo y adoptar planes de acogida, adaptación e integración social a la nueva residencia. No queda más alternativa que plegarse a los cantos de sirena de los Tea Party europeos, liderados por Le Pen, respaldados por toda clase de asistencias populistas.

La salud de Obama

Por: | 30 de septiembre de 2013

El principal problema de Barack Obama es haber ganado las elecciones dos veces. Fue una doble bofetada que los votantes que se quedaron en casa o eligieron en contra, y algunos de los que simplemente no pudieron ejercer su derecho (por minoría de edad), todavía no han digerido. El espejismo de las cifras globales oculta que ni siquiera dos tercios de los potenciales votantes se molestaron en acceder a las urnas. De los que lo hicieron, la mitad lo rechazaron frontalmente prefiriendo a MacCain o Romney. El resultado es que apenas una cuarta parte se decantó por Obama. Como recompensa de ese doble triunfo, los que prefirieron a sus opositores e incluso los que se abstuvieron le ha negado no solamente el perdón sino el simple reconocimiento. En sus guiones históricos todavía no se incluye el ascenso tan espectacular de un candidato negro.

            Ese mismo sector es el que escuchó los delirantes cantos de sirena de Sara Palin cuando calificó al senador de Illinois como “socialista” por haberse atrevido a proponer algunos programa amenazadores de gobierno en su campaña. La joya de la corona era, y sigue siendo todavía ahora, una moderada reforma del sistema de salud que se antojaba revolucionaria. Obama-ObamaCare-Time[1] El plan ha resistido en hilvanes hasta la actualidad, pero corre el riesgo de ser aniquilado si el sistemático ataque de los republicados y afines se sale con la suya.

Algunas cosas han cambiado en Estados Unidos ostensiblemente desde la mitad del siglo pasado, cuando se apagaron los fuegos de la Segunda Guerra Mundial, la última “guerra justa” de Washington. Algunas pautas de conducta no se han movido en absoluto. Cuando llegué a Estados Unidos, en el crepúsculo de la administración de Johnson, el padre de un colega mío en una elegante, excelente y cara escuela secundaria privada, tuvo la generosidad de adelantar algunas predicciones para ir conociendo al país. Médico de profesión, me advirtió que en un par de años el país adoptaría un sistema de salud “socializado”, semejante al europeo. Apenas yo me había recuperado de ese rotundo cálculo, se animó y casi con admiración por mi origen europeo, me aseguró que en el mismo espacio de tiempo Estados Unidos adoptaría el sistema métrico decimal. Banner_math_metric_system[1]

            Curioso en comprobar si tales predicciones tan drásticas se cumplirían, decidí quedarme en ese intrigante país. Mi familia sigue yendo al mercado, llenando el tanque de gasolina, calculando las distancias de viajes en coche y en avión en millas, midiendo  peso y estatura en un conjunto de medidas que siguen resonando a la vieja Inglaterra. Y casi medio siglo después examino cada año con cierto cuidado las condiciones del seguro médico proporcionado por mi universidad (con la obligatoria y generosa contribución de parte de mi sueldo, claro). Me siento afortunado, ya que millones de norteamericanos no tienen tal privilegio. Se juegan la vida y coquetean con la ruina financiera por no contar con seguro alguno y todavía no pueden acogerse a la protección de la cobertura médica de la jubilación completa.

            La tozudez del sistema en no haberle dado la razón al padre de mi amigo se debe, más que a una interpretación financiera de los gastos y beneficios de la aplicación del  propuesto sistema mixto, a unas razones intrahistóricas firmemente asentadas en la sique norteamericana, atizada por un grupo dominante de políticos en intereses económicos. El grueso del Partido Republicano y afines (no solamente los militantes del Tea Party) consiguen sistemáticamente ahondar en un doble sentimiento del americano medio. Por una parte, desconfía del gobierno, y por otro lado, tiene un pánico atroz a verse identificado con una clase inferior que debe llegar a fin de mes con la ayuda de los cupones de alimentos.

            Ese sector, ampliamente mayoritario, vive en una permanente contradicción ideológica y sociológica. Es fundamentalmente “anarquista” y preferiría subsistir sin la tutela del gobierno. De ahí que deba autoprotegerse de su inacción de gobernanza con leyes y tribunales que religiosamente terminan por tolerar con entusiasmo. Por ese motivo, todo lo que rezume sabor de “socialismo” les pone nerviosos. Desde la cuna, les comen la conciencia con una dicotomía falsa entre “democracia” (capitalismo a ultranza) y “socialismo” (sinónimo de comunismo).

            Pero a los mismos ciudadanos que desconfían de los planes de Obama, ni en sueños se les ocurriría oponerse a otras facetas de la vida de Estados Unidos. Su existencia sería inconcebible sin la escuela elemental y media, gratuita, universal, y obligatoria, diseñada como una fábrica de ciudadanos. La sola mención de tener que pagar los libros de texto generaría motines. El que quiera una educación diferente o más cara, que la pague. Nada de “escuela concertada” a la española, con ligámenes religiosos, o moderados “vouchers”.

            De nada sirve recordarles a los estadounidenses que un par de docenas de países europeos y Canadá tienen indicadores de salud mejores que los de Estados Unidos, y expectativas de vida superiores, a un costo inferior. Si además, es Obama, de origen racial mixto, el que se atreve a proponer un sistema que desafía los oligopolios de la industria de los seguros privados y la presión de la profesión médica, con la anuencia de los productores de medicinas y las compañías de investigación que se alimentan de fondos públicos, el drama está servido. El cambio será más difícil que la adopción universal del sistema métrico.         

Siria, delenda est

Por: | 07 de septiembre de 2013

El abandono del titubeo de Barack Obama, para pasar a la acción contra el dictador sirio Bashar El Assad, tras el ridículo del primer ministro británico David Cameron al ser rechazado por su Parlamento para unirse a la estrategia de Estados Unidos, ha colocado al líder norteamericano en la recta final –en realidad un callejón sin salida. “Cartago, delenda est”, dice la historia que fueron las palabras proferidas por Catón Marcus_Porcius_Cato[1]el Viejo, senador romano, ante el persistente reto cartaginés. Expresaba el agotamiento de la paciencia de Roma por la tozudez de los cartagineses en competir por la hegemonía mediterránea al Imperio nacido a orillas del Tíber. Cartago rastreaba su origen al territorio de la antigua Fenicia, coincidente en sus dimensiones con parte de la actual Siria. Phoenicia_map-es.svg[1]

En las tres largas guerras “púnicas”, desde 264 a 146 a. C., Cartago se había burlado de los que insistían en capturar y mantener el monopolio del “Mare Nostrum”. Ese mar era un escenario natural para ejercitar el “destino manifiesto” del mayor imperio que haya existido en los aledaños de Europa. “Cartago, delenda est”: “Cartago, debe ser destruida”, según una de las traducciones más generalizadas, era el eco de las palabras de Catón.

            El resultado de ese decreto imperialista fue el cerco más descomunal que haya sufrido un enemigo de Roma. Liderado por Publio Cornelio Escipión Emiliano, el largo asedio del año 150 a.C., se ejecutó reforzado por fosos, empalizadas, innovadoras armas de todo tipo, y tras el ataque final, llegó el cumplimiento de la venganza advertida. Los desgraciados que no se pasaron a las filas romanas y que sobrevivieron los combates, y se rindieron bajo falsas promesas, fueron esclavizados o aniquilados. Por si acaso, para evitar la resurrección del antiguo competidor, la leyenda dice que los romanos sembraron el territorio circundante con sal, con el objeto de que la naturaleza no le jugara una mala pasada a los vencedores y facilitara el surgimiento de otra potencia adversaria.

            Los cartagineses habían incomodado a los romanos, no solamente inmiscuirse en territorios exteriores objeto de disputas, sino que se habían atrevido, liderados por Aníbal, a incursionarse en tierras de la península itálica, aunque no había podido penetrar la capital. Pero en esa segunda Guerra Púnica, el travieso estratega recorrió gran parte de la Península Ibérica, sur de Galia y media Italia actual montado en elefantes, 520px-Hannibal3[1]con los que cruzó, todavia en la actualidad para asombro mundial, los Alpes. Fue en cierta manera el paso de una línea roja, pero poco pudo hacer Roma para someter definitivamente a Cartago, y debió esperar a una nueva contienda.

            las huellas de esta estretegia son detectables para los visitantes a Túnez. Al dirigirse a los aledaños de la antigua Cartago desde el puerto de La Goulette, se sienten decepcionados. De la capital cartaginesa no queda nada, y solamente los restos de las construcciones romanas son prueba fehaciente del devenir histórico. Ruinas de termas y residencias nobles, un anfiteatro, algunas columnas identificables, son apenas las anclas para el fanático de la historia. Todo se halla a un tiro de piedra del actual palacio presidencial y las viviendas exclusivas de la nueva élite. Pareciera que nada ha cambiado desde la “revolución del jazmín”, que detonó lo que exageradamente se llamó “primavera árabe”. Siguen mandando una minoría y el resto anhelando por la emigración… a Roma y capitales del viejo imperio. Cartage-ruins

Por eso quizá los guías turísticos encaminan a los visitantes, luego de una escala rauda en un museo de modestas dimensiones, con cierta insistencia, a dos lugares emblemáticos, cercanos entre sí. Uno es un cementerio fenicio y el segundo son los restos del semicírculo del puerto militar de la antigua notable marina cartaginesa. En el cementerio se recuerda la insólita y cruel costumbre cartaginesa de ofrecer en sacrificio a los primogénitos varones. Quizá esa cruel tradición expresara la comodidad púnica en reclutar las necesarias fuerzas terrestres entre mercenarios externos. La marina, en cambio, era fundamentalmente indígena y constituía la mágica ancla del predominio en el resto del Mediterráneo gracias al comercio, más que a la ocupación de territorio.  El resto queda para la imaginación. Se da de esta manera la razón a los defensores de la leyenda de la siembra de sal.  Tunez-cement 

Obama cometió el error lógico de haber advertido que la manipulación y uso de armas químicas se considerarían como el límite que no estaría dispuesto a tolerar. Creyó que la admonición sería suficiente. Pero El Assad apostó que precisamente por pasar la raya y le haría pensar a Obama sobre las consecuencias de una acción drástica, que en el fondo el sirio creía que el presidente norteamericano no quería en realidad ejecutar. La pusilanimidad de los aliados durante más de un año ayudó a la continuación de la ambigüedad. El apoyo material y moral de Rusia, Irán y otros hicieron el resto.

Ahora, Obama y Kerry han insistido que no están en realidad repitiendo la amenaza de Catón y la estrategia consiguiente en terminar con el régimen sirio. No se trata –dicen- de la destrucción de Siria como estado, sino solamente en disminuir su capacidad, en primer lugar, de seguir produciendo armas químicas y luego usarlas irresponsablemente.

Hay que “degradar” la capacidad bélica de Assad, dicen desde el Pentágono, en un vocabulario de resonancias militares que no se entiende bien en las aulas de West Point y que MacArthur y Patton no firmarían. Pocos observadores sinceros, dentro y fuera de Estados Unidos, creen en la efectividad de esa promesa.

“Siria, delenda est”, en fin, se lee en los polvorientos caminos del país, navega en el Mediterráneo sobre las banderas de los destructores norteamericanos, y esas palabras en latín se escuchan claramente en Moscú, por muy difícil que sea la traducción. En Riad, Jerusalén y Estambul nadie lloraría por la caída del moderno régimen cartaginés entronizado en Damasco. Pero nadie lo dirá en público.

  El único obstáculo para que Obama no llegue a decidir la aniquilación del régimen de El Assad es que, sin sembrar la sal, en ese territorio surgirían como vencedoras las nuevas fuerzas que ahora se oponen al dictador. A renglón seguido se convertirían en enemigos quizá más letales de Washington y sus aliados, porque, en el fondo poco tienen que perder (ahora no tienen casi nada), en contraste con El Assad, que solamente le quedaría la (improbable) negociación.                             

Menos Siria, más Soria

Por: | 31 de agosto de 2013

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Dicen las crónicas en la mitad de la aparentemente imparable hegemonía de José María Aznar  en la Moncloa que recibió una advertencia: “Menos Siria, y más Soria”. El ingenioso asesoramiento se refería a la conveniencia, con el fin de conseguir la reelección en 2000 y la consiguiente mayoría absoluta, de dedicar mayor atención a la política interior que a los temas exteriores, a los que Aznar se sentía irresistiblemente inclinado. Según la mayoría de fuentes, el autor del consejo fue su entonces ministro Jesús Posada y ahora Presidente del Congreso de los Diputados, nacido en la capital castellana de Soria. Otros informes señalan a Carlos Aragonés, jefe del Gabinete de Aznar.

En cualquier caso, la ocurrencia se ha asentado en el lenguaje político, ilustrando, por un lado, la prudente opción a tomar por todo gobernante para elegir entre prestar atención a los problemas de orden interior (“Soria”). Después de todo, toda política es “local”. Por otro lado, puede resultar irresistible inclinarse por los movimientos a la luz de las brillantes candilejas de las relaciones internacionales, en terrenos ignotos (“Siria”), codeándose con las máximas figuras mundiales.

Aznar            Lo cierto es que Aznar disfrutó de un impresionante éxito al moverse en la amplia “Siria” abierta sangrientamente por el 11 de setiembre, la intervención de represalia en Afganistán y la aventura de Irak, a la que acudió sin asentimiento del 90% de la “Soria” natural, por la que demostró tener un desdén tan notable como el embelesamiento de salir en la foto de las Azores. En contraste, al haber causado por su irresponsable manipulación de la autoría del ataque terrorista de marzo de 2004, la derrota de su sucesor Mariano Rajoy (quien se refugiaba en su “Soria” gallega), abrió la puerta a la ascensión de Zapatero, quien a su vez, de forma natural para su personalidad e inclinaciones ideológicas, decidió rápidamente la retirada de las simbólicas tropas de Irak. Así resistió hasta que el apoyo de “Soria” se agotó por la crisis económica, y se traspasó a Rajoy. 

Obama llegó a la Casa Blanca convencido de que debía escuchar la voz de su “Soria” natural, y establecer un plan para ir saliendo de la “Siria” que se había abierto desde el principio de la primavera árabe con la “Revolución del Jazmín” en Túnez. Pero luego de haber sobrevivido con su táctica de “liderar desde atrás”, sobre todo en Libia, el reto del uso de las armas químicas en la Siria real, lo han colocado en un callejón sin salida: represalia o inacción. 

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Con el trasfondo de la decisión de su colega Cameron de plegarse a los deseos de sus “sorianos”, que le vetaron intervenir en una acción contra Asad, Obama ha mantenido la amenaza de castigar el crimen del dictador sirio, pero ha decidido consultar con los representantes de sus “sorianos” en el Congreso y el Senado. Con esta decisión, Obama ha optado, de momento, por escuchar la advertencia de una opinión pública que en casi el 80% no apoya la intervención. Se ratifica así, en este capítulo, el aislacionismo innato de los norteamericanos, que solamente se aventuran en un apoyo masivo a las intervenciones exteriores en contadas ocasiones, como tras Pearl Harbour o el desplome de las Torres Gemelas.

En los próximos días resultará crucial observar cuál es el poder real de los “sorianos” de Estados Unidos, y cuál es la actitud ante las travesuras de los sirios reales. El problema para Obama es que tampoco sabe bien cómo explicar que la posibilidad de expulsar al líder sirio puede provocar la ascendencia al poder de una parte de la oposición que comparte con El Asad el odio por igual a Estados Unidos, el mundo occidental, e Israel.

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De momento, la retirada táctica de Obama beneficia a Cameron y le deja respirar. Curiosamente, justifica su aparentemente irresponsable opción por acelerar un voto de su Parlamento. Aunque (¿temporalmente?) violó la sacrosanta “relación especial’, que siempre se aplica cuando de temas fundamentales se trata, la ralentización de Obama lo justifica. Pero el alto precio a pagar puede ser un daño irreparable al sólido vínculo atlántico entre los dos países. Queda, por otro lado, el papel secundario (pero también importante) a jugar por el presidente francés Hollande (líder de la potencia colonial que construyó la actual Siria), quien había prometido su apoyo a la arriesgada operación anunciada por Obama.

Ahora todos esperan ansiosos si los congresistas y senadores norteamericanos regresan de vacaciones urgentemente y rescatan a Obama de un ridículo que se mantiene peligrosamente como posible. El resultado de todo este drama seguirá colocando en el tapete el dilema de optar por “Soria” o “Siria”.                                       

La(s) bandera(s) de Catalunya

Por: | 30 de junio de 2013

     El espectacular concierto, celebrado en el Camp Nou del F C Barcelona el 29 de junio, en apoyo del “derecho a decidir” (eufemismo respetuoso de autodeterminación catalana) para celebrar una consulta (léase “referéndum”) sobre la alternativa de la independencia (así de claro) y el abandono del autonomismo (invento de la transición política, atacado por todos los flancos), ha confirmado algunas dimensiones que conviene sopesar. En primer lugar, se puede cuestionar que los sentimientos de los asistentes (más de 90.000), el número de protagonistas activos (rebasando el centenar, además de dos orquestas y coros) y el tejido multigeneracional, además de una teleaudiencia masiva, sean representativos de una mayoría de los catalanes. Eso habrá que verlo en un referéndum formal. CAT-INDEPENDENT

     Pero el acto reveló también cristalinamente, tanto a catalanes y españoles, como a foráneos, que va a resultar un tanto insólito y retrógrado seguir usando la bandera jurídicamente correcta de Catalunya. A juzgar por las imágenes de los adornos de los asistentes, la bandera tradicional de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo ha sido suplantada masivamente por la que inserta un triángulo azul y una estrella blanca en uno de sus lados (lateral o superior, según su posicionamiento). Como alternativa minoritaria, se observa también el contumaz uso de una variante adoptada por partidos y organizaciones marxistas que emplea un esquema triangular de fondo amarillo, pero con una estrella roja. El blanco y el azul se esfuman. 

     Estel-roig-blancMientras una razonable mayoría de los catalanes (y algunos cultos españoles y extranjeros) conoce la historia (o mito) del origen de la enseña catalana constitucional y políticamente correcta, un sondeo informal o una encuesta rigurosa revelarían una apabullante ignorancia acerca del origen de las variantes con la inserción triangular. En cambio, sigue existiendo un cierto conocimiento del origen legendario de las cuatro barras (las huellas de cuatro dedos con sangre de las heridas del fundador de la Catalunya medieval, Wifredo el Velloso) sobre fondo dorado (un escudo). Este contraste de conocimiento puede tener consecuencias intrigantes si en algún momento se logra la ansiada independencia. Pero también incluso en estos momentos se alza una incógnita acerca del posible arrinconamiento que la bandera “legal” pueda tener, ante el uso masivo de la “estelada” (como se refiere a la alternativa, empleando la palabra de estrella en catalán –“estel”).

    Una respuesta acertada a esos hipotéticos sondeos acerca de la simbología de la bandera con triángulo y estrella revelarían que la innovadora enseña es significativamente un homenaje doble al nacionalismo independentista de dos antiguas colonias españolas (Cuba y Puerto Rico). Paradójicamente, teniendo en cuenta el cierto resquemor antiyanki y antigalo en las sociedades catalana y española, un uso candorosamente respetuoso de la simbología de los colores de las banderas norteamericana y francesa.

Puerto rico

    La evidencia histórica muestra que la enseña con el triángulo azul y la estrella blanca es una documentada fiel adaptación de la bandera cubana, Cuba-bandera la cual a su vez se desdobla en la de Puerto Rico, pero con los colores cambiados. En lugar de franjas azules, presume de rojas, mientras el triángulo es de fondo azul en Puerto Rico y rojo en Cuba. Los tres colores combinados responden a los ideales por la libertad (blanco), igualdad (rojo) y fraternidad (azul).

    El ligamen entre la simbiosis de las banderas cubana e independentista catalana se remonta a la presencia de emigrantes catalanes en Cuba, como parte del masivo trasvase de españoles, antes y (especialmente) después de la independencia, fundadores de entidades notables, como la Sociedad de Beneficencia de Naturales de Cataluña, la española más antigua de América, en continuo funcionamiento desde 1841.

    Pero la exportación del experimento cubano-catalán fue producto de los esfuerzos de un ciudadano catalán, Vicencs Ballester  i Camps (Barcelona 1872-El Masnou 1938) . Vicenç+ballester+i+camps[1]De viajes a Cuba se trajo el nuevo diseño. En su insistencia en usar el rediseño de la bandera cubana, consideró que la bandera tradicional catalana no tenía el atractivo visual, al quedar neutralizada por la española. La adición de los colores azul y blanco resultaba muy efectiva, con el dramático y simbólico triángulo (que pocas banderas usan).

      La innovadora bandera adquiere forma jurídica cuando es mencionada explícitamente en el artículo 3 de la “Constitució Provisional de la República Catalana” Constitucio(la “carta magna” de la Catalunya independiente), redactada por Josep Conangla-1940Conangla i Fontanilles, presidente del Centre Catalá de La Habana, y aprobada en 1928 por una Asamblea del independentismo catalán en América, bajo la presidencia de Francesc Macià. Allí se dice taxativamente que “la bandera oficial de la República Catalana es la histórica de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo, con la adición, en la parte superior, de un triángulo azul y una estrella blanca de cinco puntas en su mismo centro.” Macia-reunio-banderes

    Mientras los estatutos de autonomía de Catalunya (1932, 1979) respetan la tradición y declaran la bandera histórica como la legal, el innovador texto de la “Constitucio de l’Havana”, declara que la bandera oficial sería la “estelada”. Se ha considerado históricamente que ésta es solamente un gesto reivindicativo, mientras no se disfrute de la independencia, y sobre todo mientras la histórica era ilegal. Los acontecimientos recientes señalarían que la bandera definitiva, en caso de conseguirse la independencia, sería la “estelada”, quedando la histórica y tradicional como una ilustración de anteriores épocas. 

    En la cercanía de una nueva celebración del 4 de julio, fiesta nacional de Estados Unidos, conviene meditar sobre el impacto de esa todavía potencia “necesaria”  (o insustituible, según la imaginería de Madeleine Albricht). Us[1]La nueva polémica creada por la vergonzosa conducta de Washington al convertirse en espía incluso de sus propios aliados y la impotencia en corregir los errores (Guantánamo es solamente uno de ellos) de las intervenciones posteriores al 11 de Setiembre de 2001 (“todos somos americanos”, dijo Le Monde) merece también meditar sobre la complejidad de la global huella creada por el experimento más ambicioso de nación por voluntad, imitable y adoptable, según los casos. Los trazos “americanos” en la bandera independentista catalana son solamente una muestra.    

Entre el Pacífico y el Atlántico

Por: | 28 de mayo de 2013

            El presidente nicaragüense Daniel Ortega ha invitado a Barack Obama a que incite a los inversionistas norteamericanos para que se adhieran al proyecto de construir un nuevo canal que uniría las dos costas y competiría con el Canal de Panamá, inmerso en una multimillonaria ampliación. A un lado y al otro de Centroamérica, cuatro países con costas en el Pacífico (Chile, Colombia, Perú y México) han reforzado su Alianza, que ya atrae la atención de Costa Rica y Uruguay como observadores, con el interés insólito de España. Canal-de-panama[1]

El asunto tiene los síntomas de epidemia. Amenaza con dejar de ser una moda pasajera. Se está instalando tenazmente. El Océano Pacífico se ha apoderado de los medios de comunicación y aparece en persistentes declaraciones de políticos y comentaristas. Todo se enmarca también en la imparable fiebre de construcción de esquemas regionales de lo que con candorosa alegría se llama “integración”. Calma.

            Paradójicamente, al tiempo que se tienen serias dudas de la supervivencia del euro y de la propia Unión Europea y, por no decirlo también catastróficamente, de la mismísima Europa, se alardean experimentos a los que como carta de presentación se le agrega el pedigrí de inspirarse en el modelo de la UE. Así, por ejemplo, se celebra ahora el medio siglo de existencia de la Unión Africana, admirable idea que desaparece en cuanto una crisis seria se asienta en un dúo o trío de sus componentes. El último “éxito” ha sido el de Mali, apuntalada por la Legión Extranjera de Francia.

Al otro lado de Europa todavía no se ha descifrado qué es la Unión de Euroasia, más allá de una mascarada de la Rusia nostálgica de su pasado soviético para dominar a sus vecinos descarriados. Si a éstos les dieran a eligir libremente entre Moscú o Bruselas, la decisión sería una emigración masiva a la Grande Place. Lo vergonzoso es que el gobierno ruso vende esa idea de “integración”, siguiendo el modelo de la UE. Seamos serios. Moscu

            Entretanto, con cierta resignación y aplicación los países del istmo centroamericano se han puesto mínimamente de acuerdo para firmar un Acuerdo de Asociación con la UE. En esta peculiar carrera han superado a los gigantes de la Comunidad Andina y el MERCOSUR. Mientras, en el verdadero Atlántico Norte (como reza el nombrecito de la OTAN) se alza el proyecto de un ambicioso acuerdo de libre comercio (y de inversiones) entre la UE y Estados Unidos, que se hará sentir como un gigante imán en Canadá y México.

Por lo tanto, si todas las predicciones se cumplen, por las leyes darwinianas de la integración solamente quedará la ampliación de NAFTA hacia Europa y la Alianza del Pacífico. Desaparecerán los restos de MERCOSUR, carcomido por las rencillas internas y el virus del populismo interior y procedente del ALBA chavista en declive, y la Comunidad Andina. Pero también quedará Brasil, que no se casará con nadie, sino tiene garantizado el liderazgo. Pero, ¿es todo esto “integración” siguiendo la inspiración de la UE?

            Antes de indagar sobre una posible respuesta a esta pregunta que se evita frecuentemente, conviene aclarar qué (a pesar de todas las dificultades, retos y amenazas) se debe entender como “integración” en la senda de la UE, y qué simplemente debe ser considerado como cooperación económica e incluso política de diverso grado. En primer lugar, se debiera asumir la consideración de la tradicional escala que comienza con una zona de libre comercio, sigue con una unión aduanera, se refuerza con un mercado común, y ya en un golpe de audacia se respalda con una unión económica/monetaria, para finalmente en el paroxismo del entusiasmo se sublima en una unión política.

Ninguno de los esquemas mencionados supera, ni siquiera en un plano teórico, el rigor del “mercado común”. El Mercosur está zapado de “perforaciones” tarifarias, la CAN ha sido incapaz de presentar un simple frente común al exterior más allá del admirable edificio jurídico, y el ALBA no ha superado la estrategia del trueque y las dádivas (interesadas) de Venezuela. Ninguno responde al mandato de las cuatro “libertades de movimiento”: bienes, capitales, servicios, y personas. La libre circulación de la fuerza laboral es una quimera, excepcionalmente respetada.  

Ahora el misterio reside en la actuación de la Alianza del Pacífico, apoyada por la necesidad de responder a los retos asiáticos. Obsérvese que es precisamente Estados Unidos el que mayor atención presta al nuevo escenario, como si se tratara de concentrar su flota en un Pearl Harbour seguro. Pero con el renovado vínculo con Europa guarda celosamente la ropa mientras nada en las inciertas aguas engañosamente “pacíficas”.  Pearl+Harbour+Soundtrack+pearl+harbour[1]

Entonces, de estos esquemas el que sigue teniendo la base más sólidamente anclada por la historia, el comercio, las lenguas, el derecho, las migraciones, y el deseo de futuro, es el triángulo formado por Europa, Estados Unidos/Canadá y América Latina. Es el único bloque que cimentado por su pasado puede enfrentar el incierto futuro de los retos presentados por otras regiones y coaliciones de BRICS, emergentes y continentes sin amalgama. De ahí que el entusiasmo canalero de Nicaragua sea simbólico de un deseo centroamericano de servir de vínculo entre los dos océanos, sin perder de vista la senda hacia el Caribe que apunta hacia Europa.                                 

             

Sobre el autor

Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet “ad personam” de Integración Europea y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. Es Licenciado en Derecho (Universidad de Barcelona) y Doctor por la Georgetown University (Washington DC). Nacido en Barcelona, reside en Estados Unidos desde la administración Johnson.

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