El caso del conocido como “peor videojuego de la historia” no es ajeno a los versados en el folclore de los 8 bits. Si ya de por sí el título supone un honor más que dudoso, la comedia se agudiza cuando se desvela que su protagonista/víctima fue nada menos que el taquillazo de Steven Spielberg E.T. El Extraterrestre. Eran otros tiempos: en los albores de la industria del videojuego, allá por 1982, los mecanismos de la adaptación no estaban lo bastante engrasados, y las negociaciones entre Universal y Atari se extendieron hasta el punto en que los programadores apenas contaron con seis semanas hábiles para conseguir la copia acabada. El resultado, una jerigonza impracticable con gráficos risibles incluso para la época, repleta de bucles y sin historia o meta aparentes, salió a pesar de todo al mercado en diciembre de 1982 con millones de copias, en el gallardo convencimiento de que el éxito del blockbuster cinematográfico eclipsaría todas las carencias del subproducto.
Aquella habría de ser la última de una serie de decisiones que costaron a Atari la quiebra, además del síntoma definitivo de una industria enferma que, ciega de éxito ante el filón sin precedentes del género que ofertaba, había ido dejando de lado cualquier tipo de respeto hacia su público. La gran crisis del videojuego que convulsionó el sector en los años ochenta y dio lugar a una tercera generación de consolas abanderada por la Nintendo NES, demostró que los excesos, el encenagamiento del dinero y la falta de consideración hacia el usuario acaban pasando factura. Como símbolo de aquel punto de inflexión quedó para la posteridad una leyenda urbana, según la cual toda aquella desmesurada producción (unas cinco millones de copias) habría sido sepultada en el desierto de Alamogordo, en Nuevo México, lugar que aún hoy es objeto de peregrinación de buscadores de tesoros de todo pelaje, como parodia el videoclip del grupo Wintergreen, When I Wake Up.