Es presuntuoso pensar que un arte
como el videojuego es la máxima expresión artística concebible. Sin embargo,
estamos ante un arte aglutinante (pintura, arquitectura, escultura, cine,
literatura) que ha desarrollado con todos estos elementos un lenguaje propio.
El videojuego es una actividad cultural con sus propios límites y objetivos.
En el momento en el que llamamos a algo arte parece necesario olvidar algunas cosas que lo hicieron estar ahí: la industria, el entretenimiento… Como es arte, y un arte capaz de aglutinar muchos elementos, debemos rebasar todo límite imaginable. Hablemos de filosofía mientras jugamos en nuestra Xbox One con su nuevo periférico “Kinect Socrates’ Edition” o llevemos a PlayStation 4 En busca del tiempo perdido en una mejorada edición interactiva.
El usuario que se autodenomina como “jugador tradicional” mira con desprecio a toda aquella persona cuya consideración del videojuego es la de una fortaleza con límites definidos, los cuales no pueden extralimitarse. De lo que no se da cuenta este jugador tradicional es que gracias a esos límites podemos llegar a denominar a las artes como tal, si no fuera así ¿para qué continuar realizando un arte si otro más actualizado y mejorado nos puede ofrecer más ventajas?