Nunca ha existido problema en utilizar un lenguaje “poco económico” cuando se refería a situaciones o personas que, paradójicamente, al ser nombradas no se las reconocía tanto como individuos, sino como pertenecientes a un grupo o status que venía a demostrar la desigualdad. El resultado era el mismo, la mención explícita del masculino y femenino, tal y como se exige ahora en las recomendaciones no sexistas, pero el significado completamente distinto. Cuando alguien dice “señoras y señores” o “damas y caballeros” suena bien, pero cuando dice “buenas tardes a todos y a todas” se nos dice que se está empleando mal el lenguaje porque el masculino incluye al femenino, porque el lenguaje es economía, porque resulta malsonante hacer referencia explícita a los hombres y a las mujeres cuando ya se sabe que los primeros incluyen a las segundas… Todo son justificaciones para no querer ver que cuando nos referimos a las mujeres como “señoras” o como “damas” en realidad no se está destacando tanto su condición de mujeres como su status asociado a un hombre, bien sea por ser amadísimas esposas de un señor o caballero, o bien por pertenecer a una familia de rancio abolengo adquirido sobre la figura, actual o pasada, de un hombre. La Real Academia Española ha vuelto a sacar un informe crítico con las guías y recomendaciones para usar un lenguaje no sexista en el que la inclusión de la mujer se haga con la justicia de su presencia, no con la consideración hacia el hombre que la “apadrina”. Estamos de acuerdo en que puede resultar complejo y poco funcional, pero dejemos que se usen a ver cómo responde la sociedad. Lo que no puede hacer la RAE es decir que el lenguaje lo hace el uso, y que cuando se pretende usar de forma diferente diga que no se puede usar. No puede hacerlo cuando ha sido mucho más condescendiente con la mala utilización de palabras que al final se han admitido con un significado completamente diferente, casi opuesto, como ocurre con la palabra de frecuente uso médico-forense “lívido”, que tradicionalmente significaba “congestionado, amoratado, abotargado” y que el mal uso ha llevado a aceptarla con significado de “pálido”, es decir, justo lo contrario. Creo que debemos dar una oportunidad a llamar a las cosas por su nombre, a los señores, señores, a las damas, damas, y a todos y todas, todos y todas. Las quejas de la Academia por no contar con ella para las guías y recomendaciones son comprensibles pero merecidas. Soy de la opinión de que debe incorporarse al debate, pero si cada vez que se plantea un uso diferente de las palabras la Academia en lugar de entender las circunstancias históricas que han llevado a esa construcción del masculino como universal, se hubiera preocupado de aportar ideas para mejorar la forma de llamar a la realidad, probablemente sería uno de los principales referentes a lo hora de dirigir este debate. Se imaginan un médico o una médica que no fuera partidario de las vacunas, que los hay, y que luego se quejara porque no lo llamaran para diseñar el calendario vacunal. Pues eso.
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